Editorial – Más allá del triunfalismo: Mauricio, Cristina y el FIT ante el futuro

en El Aromo nº 99/Entradas/Novedades

Por Eduardo Sartelli

Director del CEICS

Los resultados de las elecciones del pasado domingo significaron un golpe para prácticamente todos los participantes del juego político. Como dijimos antes de las PASO, esas elecciones iban a presenciar un triunfo del macrismo. Como dijimos luego de las PASO, se venía un verdadero “mazazo” amarillo en todo el país. El balance ya era previsible: Macri demuestra que la política del helicóptero kirchnerista era ciertamente tonta; Cristina inicia su despedida definitiva de la política; el FIT confirma su incapacidad para hacer política. Vamos de a uno.

El kirchnerismo, como buen bonapartismo, carecía de sucesores. La esencia del bonapartista consiste en romper todos los puentes que lo unen con su estructura política, de modo que la actitud de Cristina, su ensañamiento con Scioli, su caprichosa elección de candidatos (Boudou, Fernández), su preferencia por ignotos pero obsecuentes jóvenes, su desprecio del partido peronista y sus representantes, es perfectamente entendible. Necesitada de un poder exclusivo y sin rivales que disputen el trono, Cristina construyó su propio fracaso en la provincia de Buenos Aires y abrió a Mauricio Macri el camino del poder.

El bonapartismo es, en esencia, un fenómeno atado al Estado. Llega allí colándose por los intersticios de la crisis política y, una vez en la cima, la conjura mediante la restauración de un orden que tiene al poder ejecutivo como piedra de toque de todo el edificio. Lo peculiar del bonapartismo K, en comparación con el construido por el propio Perón, no yace en la persona que lo encabeza, sino en la naturaleza de las fuerzas que lo componen. Perón debía realizar un equilibrio permanente entre una burguesía relativamente fragmentada, un movimiento obrero poderoso y una estructura estatal compacta en torno a sus Fuerzas Armadas. Cristina, hasta cierto punto, la tenía más fácil. Un movimiento obrero debilitado, una clase obrera partida en tres, una burguesía más o menos unificada en torno a un programa común. Su tarea consistía en encontrar fondos para sostener ese cuadro dentro de su marco. La renta petrolera y sojera, primero; las AFJP, después; el impuesto a las ganancias, cuando todo se acababa, fueron aceitando una máquina que empezó, desde 2008, a funcionar cada vez peor. Cristina estaba de salida. Su ilusión: crear una estructura que sobreviviera al abandono del cargo y una situación que obligara a su sucesor a despejarle el camino de retorno en un plazo breve. La Cámpora y la bomba. Para que el plan resultara, era necesario que el sucesor temporario tuviera una contextura particular: un político mediocre, autoritario, desconocedor de los vericuetos de la trama del poder, atropellado e insensible. Un Sr. Burns. Nadie mejor que Mauricio. Ella lo eligió, tanto como él la eligió a ella.

El primer error fue creer que, así como Perón sobrevivió al exilio apoyado en el movimiento obrero, ella podría hacerlo asentada en la multitud de cargos que, a lo largo de toda la administración pública nacional, provincial y municipal, constituirían una valla inexpugnable a la voluntad del titular formal del Estado. Una verdadera “máquina de impedir”, que se completaba con un blindaje judicial imponente. Lo que Cristina no percibió es que el movimiento obrero que sostuvo a Perón, era una estructura independiente del Estado, que tomaba su fuerza de la economía misma, mientras sus “bases” dependían estrechamente de él. Entre otras cosas, porque su apoyo en la clase obrera se encontraba en la capa de los trabajadores que viven de la caridad pública, la población sobrante. De modo que el control del aparato del Estado no es algo que Cristina podía darse el lujo de ceder. Por otra parte, la bomba no estalló, porque Macri no es el tonto neoliberal que los kirchneristas buscan creer y hacer creer. La inmediata exclusión de Melconián y el ascenso de Pratt Gay tendría ya que haber llamado la atención acerca del desarrollismo gradualista que acababa de llegar al sillón de Rivadavia. Este error estratégico está en la base de la debacle violenta del poder cristinista.

El problema que se abre para Macri después de un triunfo tan amplio, es tan sencillo como peligroso: sin mucho que ofrecer, su éxito se desplegó sobre la condena del pasado inmediato. Cristina es la enemiga ideal. Desaparecida del horizonte, el macrismo se enfrenta a una tierra de nadie de la que no tardará en emerger una oposición real, liberada de la carga del pasado y capaz de condensar la masa creciente de los heridos y mutilados por su política que, no por gradualista, será menos dolorosa. Tiene tiempo por delante, llegará a 2019 y será reelecto. A partir de allí comenzarán los problemas que surgen necesariamente en la economía argentina, donde la carrera entre una productividad del trabajo que se atrasa permanentemente y la deuda externa la llevan a una explosión recurrente. El futuro inmediato y el no tanto, lucen muy amarillos. Después, lo usualmente negro a lo que estamos acostumbrados.

El FIT, por su parte, festeja histéricamente un éxito que no fue, ayudado en este punto por la prensa burguesa, que titula como “elección histórica” lo que es otro fracaso. Hay muchos modos de sumar. Eso provoca que nadie sepa exactamente cuántos votos obtuvo el FIT. Desde un millón doscientos mil, hasta más de millón y medio, se dice aquí o allí. Buena parte de la confusión deviene de que se suman categorías diferentes: si la cuenta se hace sumando a Del Caño en provincia y Bregman en Capital, la suma da mucho más que si se contabiliza a Pitrola por los pagos de Vidal y a Ramal en los de Larreta. Por otro lado, los periodistas suelen perderse en el mar de siglas, adosando votos del IFS al FIT. En algunas provincias, los partidos del FIT van solos, lo que hace que sus votos no se sumen a los del Frente que comparten. Para peor, quien sabe poco del asunto suele agregar a la “izquierda” a cualquier cosa más allá de Pino Solanas.

Si se toma la categoría más importante para el FIT, la de diputados nacionales, y se suma solo los votos recibidos por los componentes del frente, en realidad, su performance del domingo fue más bien magra: 1.143.722 voluntades. Puede parecer una cifra sorprendente, pero en realidad, ya en 2013 el FIT había sumado 1.224.144. Si se recuerda que el padrón nacional creció cerca de un 5% entre una y otra punta, la caída es todavía un poco mayor. Además, hay que tener en cuenta que el número de los componentes del frente ha ido creciendo, incorporándose nuevas agrupaciones como Izquierda Revolucionaria. Si se observa la representación institucional, se confirma la caída de cuatro a tres legisladores nacionales.

Los voceros del Frente han aprovechado la confusión aritmética reinante para presentar la elección como un triunfo. Así, se pone el acento en ciertos resultados provinciales: la sorprendente elección jujeña, que entroniza como figura pública nacional a un, hasta ayer, ignoto recolector de residuos, Alejandro Vilca; la provincia de Buenos Aires empujó no solo uno, sino hasta dos diputados, entre ellos a la “némesis” de Roberto Baradell en el Suteba, Romina del Plá. Sin embargo, se olvidan de la caída de votos en Mendoza o en Salta. Por otra parte, si se hace memoria, tanto del Caño como Myriam Bregman fueron vendidos como “aplanadoras” de votos, lo que quedó muy lejos de la verdad.

Cuando se examina de cerca, lo que se ve es que el FIT ganó la interna de la izquierda en las PASO, volcando a su favor los votos de un amplio espectro de rivales. En realidad, el resultado del domingo prácticamente es la suma de sus votos y los del IFS. ¿Quiénes son los principales agitadores del “exitazo”? Sin dudas, el PTS, que necesita convalidar la estrategia que impuso al frente y salvar la ropa frente a la promesa del aluvión de votos que la sola presencia de Del Caño iba a provocar en Buenos Aires, o Bregman en Capital. Pero también la fracción interna del PO que entregó a su partido al escarnio morenista por un puñado de votos.

El otro resultado que podría considerarse cualitativamente importante, es haber quedado solo como el único reagrupamiento opositor real al macrismo. Esto, sin embargo, depende de la suerte de Cristina. Porque, y este es el talón de Aquiles del FIT, donde el kirchnerismo se mantiene fuerte, el FIT no logra perforar su techo histórico. Eso explica su suerte donde el kirchnerismo no existe (Mendoza, Salta), gobierna y es repudiado por la población (Santa Cruz), o fue destruido por el macrismo, como en Jujuy. Es el caso de la provincia de Buenos Aires, donde el FIT no pudo “morderle” nada a Cristina, o en Santa Fe, donde incluso un Rossi muy debilitado empujó a la izquierda debajo del 3%. Se habla mucho del efecto “polarización”, pero que el Frente haya sacado casi los mismos votos bajo administraciones ideológicamente tan distintas como las de Cristina y Mauricio, habla de cierta inmunidad a la coyuntura, lo que no es bueno, porque muestra el encapsulamiento político en el que se encuentra.

¿Por qué es incapaz el Frente de derrotar al kirchnerismo? Es la debilidad histórica de la izquierda argentina frente al peronismo, consecuencias del “síndrome 17 de Octubre”. Desde entonces, cualquier crítica al peronismo es silenciada y reprimida a fin de no “asustar” a los obreros peronistas, quienes parecen, desde el punto de vista de los atacados por ese síndrome histórico, ontológicamente incapacitados para hablar de socialismo. Así se explica el insólito y sorprendente voto en contra de la expulsión de Julio de Vido. Así se explica la no menos sorprendente exclusión absoluta de la palabra “socialismo” de una campaña electoral dirigida por una alianza de tres partidos trotskistas y uno guevarista. El resultado es un discurso, un programa real, que no es muy diferente del kirchnerista. Es razonable, entonces, que quien acepta ese discurso como válido prefiera votar a una Cristina con posibilidades antes que a un frente que apenas supera las PASO. Por eso, la posibilidad de “heredar” a Cristina está supeditada a la voluntad de Macri de sacarla del medio. Lo que parece difícil, dados los tiempos procesales y las virtudes que la ex presidente tiene en el diseño político macrista.

Si tal cosa sucediera, no por eso el Frente las tiene regaladas. En efecto, se avizora una crisis en el horizonte: el agrupamiento de la izquierda revolucionaria más “dura” ha sufrido un corrimiento centroizquierdista muy notorio, como consecuencia de la estrategia de campaña propuesta por el partido que lo lidera, el PTS, y al que todos los demás se subordinan. Más que como “trotskista”, esta izquierda se plantea ante el electorado como reformista socialdemócrata. La caída de Cristina, seguramente, si no es la Iglesia católica la que logra estructurar un frente que la reemplace (peligro que nadie en el FIT parece percibir), va a beneficiarlo, pero no por el programa que dice tener, sino por el que expone a la sociedad. La presión hacia un nuevo Syriza o un Podemos vernáculo, debilidad que ya es visible hoy, va a crecer y, probablemente, a convalidarse electoralmente en el futuro. Pero también va a enajenarle las simpatías de una parte no despreciable de la vanguardia más combativa. Hasta cierto punto, la suerte del Frente se juega hoy en la interna del PO, entre quienes parecieran repudiar la alianza con el PTS y los que están jugados al cretinismo parlamentario de este último. Que el PO clarifique su interna, sería un comienzo. Romper el FIT y llamar a un gran congreso de militantes de la izquierda y el movimiento obrero para construir un nuevo agrupamiento sobre otras bases políticas, he allí el único camino revolucionario. Nada de eso puede hacerse si se grita y se grita, pero cuando llega la elección, el PTS vuelve a imponer su voluntad. Esa actitud revela que los gritones solo protestan por el lugar que les toca en la orquesta, pero no por la pieza que se les obliga a tocar.

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