El Estado indio se rinde al capital
Osvaldo Regina
Colaborador
Nuestro colaborador analiza las condiciones de vida de la clase obrera india, las transformaciones en el rol del Estado, el impacto de la crisis y las limitaciones que implica la explotación de mano de obra barata como forma de desarrollo capitalista.
“En la India oriental la maquinaria algodonera inglesa surtió efectos agudos. He aquí cómo se expresa el que fue Gobernador General de la India inglesa, desde 1834 a 1835: ‘La miseria reinante no encuentra apenas paralelo en la historia del comercio. Los huesos de los tejedores algodoneros hacen blanquear las llanuras de la India’. Indudablemente, para estos tejedores las máquinas sólo producían ‘males pasajeros’; después de morir, ya no los advertían. Por lo demás, los efectos ‘temporales’ de la maquinaria son bastante permanentes, puesto que no hace más que adueñarse de nuevas zonas de producción.”
Marx, K.: El Capital, Ediciones Varias; «Cap. XIII: Maquinaria y gran industria».
El desempleo en India se ubica, según fuentes privadas, alrededor del 10% de una población activa de 488 millones (la cifra oficial da menos del 4%, en 2012). Casi la mitad de los ocupados son cuentapropistas, apenas 20% son asalariados en blanco y el 32% está en negro. Más de la mitad de la población ocupada de la India se dedica a la agricultura. Más de dos tercios de los habitantes residen en zonas rurales. Un atraso productivo extremo reduce el resultado económico de su trabajo a 1/6 del producto interno bruto (PIB) del país.
La “línea de pobreza” rural fijada oficialmente en apenas u$s 12,75 mensuales (672,80 rupias a 52,77 por dólar) hambrea a nada menos que el 50% de los trabajadores agrícolas y promedia el 33,8% de pobres (esto es, 278,2 millones) entre la población rural. En todo el país, este nivel de extrema miseria afectaría al 29,8% de la población (354,7 millones de personas pobres). Esto incluye a las ciudades, cuya línea de pobreza sube a 859,60 rupias (ingresos de u$s 16,29 mensuales). Como ya uno se imagina, los chicos desnutridos menores de 5 años son muchos: 43,5%. De esta manera, sigue muy vigente la máxima de Gandhi acerca de que “la pobreza es la peor forma de violencia”.
El censo de 2001 registró como analfabeto al 27% de los hombres y al 52% de las mujeres de 15 años o más. Del presupuesto público, se gasta en educación sólo el 3% de un magro PIB. Así, entre 1950 y 2005 el crecimiento de la productividad del trabajo en India resulta sustancialmente menor que, por ejemplo, en su vecina China. La educación, un problema social por excelencia, limita la inversión y la generación de empleos bajo condiciones técnicas modernas, eternizando el atraso y la miseria.
En este contexto socio-económico aterrador, el Estado subsidia el consumo popular. La deuda pública ya está en el orden de la mitad del PIB, pero el déficit presupuestario del año pasado fue monstruoso: los ingresos del Estado nacional sólo alcanzaron a cubrir 2/3 de sus egresos. La inflación es elevada, el sistema de energía está en situación crítica, la balanza de pagos y la comercial son deficitarias, abundan escándalos por la corrupción gubernamental y la crisis mundial de 2008/2009 quebró la racha de crecimiento “a tasas chinas” (ver gráfico).
El progreso de los explotadores
El establishment local y mundial –incluyendo a los industriales indios y al FMI- reclama que se aceleren las reformas estructurales: privatización, desregulación, apertura al capital extranjero y más ajuste presupuestario. A principios de la década del ‘90, el Estado indio inició un programa de reformas con la consigna de promover el crecimiento, mediante una mayor integración con la economía mundial. En julio de 1991, tres meses después de votada la Ley de Convertibilidad, el entonces ministro de economía y actual primer ministro de India, Manmohan Singh, desmanteló el sistema corrupto de permisos de negocios, conocido como Licencia Raj. Se inició así una etapa de desregulación estatal sobre las actividades económicas y de apertura al capital extranjero. Pero recién a fines de 1999 llegó el siguiente paso de importancia y se privatizaron algunas empresas estatales, a la vez que se autorizó la entrada de inversores extranjeros en hasta el 26% del capital de compañías de seguros y fondos de pensión. Dos años más tarde, fracasó en pocas semanas el intento de permitir la operación de hipermercados y tiendas minoristas de capital extranjero. Ello a raíz de la firme resistencia de los partidos opositores y de los pequeños comerciantes.
El PIB por habitante creció mucho desde fines de los ‘80: al 4% anual entre 1988 y 2000, subiendo al 6% anual en lo que va de este siglo. Por el contrario, entre 1950 y 1987, con una política orientada al desarrollo capitalista autónomo, apenas alcanzó 1,6% anual (ver gráfico). El PIB por habitante de 3.600 dólares anuales (corregidos por su poder de compra para comparaciones internacionales) equivale a una tercera parte del producto por habitante en Argentina.
Recién a mediados de setiembre de este año, Singh juntó fuerzas para anunciar de nuevo la apertura al capital extranjero en el comercio minorista, agregándole aviación civil y emisoras de radio. Eso fue al día siguiente de introducir un fuerte recorte en los subsidios al diesel y al gas domiciliario, de inmediato impacto en el costo de vida. Una semana más tarde, la oposición lanzó una huelga general con movilizaciones y piquetes, impulsada tanto por la izquierda como por el derechista Bharatiya Janata Party, liderando este último a los pequeños comerciantes afectados por la llegada de las transnacionales. Walmart, por ejemplo, ya opera (pero como mayorista) a través de Bharti Walmart’s Cash & Carry.
Los anuncios de setiembre produjeron también una crisis seria en la coalición gubernamental, la Alianza Progresista Unida, dirigida por el Partido del Congreso. En efecto, el partido Trinamool, dirigido por el jefe de ministros de Bengala Occidental, rechazó las medidas y amenazó con pasar a la oposición. En sentido contrario, a principios de octubre el reformador Singh recibió como apoyo la visita de Geithner, secretario del tesoro de EE.UU., acompañado por Bernanke, presidente de la Reserva Federal. Además de elogios, se preocuparon por garantizar el acceso del capital yankee al mercado indio y recibieron la promesa de rever la reciente normativa tributaria sobre fusiones.
El idealismo de los capitalistas
El desarrollo capitalista ideal de la India apostaría, por un lado, a elevar el ingreso por habitante para potenciar el inmenso mercado interno de 1.200 millones de personas. Previamente, buscará explotar a la reserva de mano de obra barata más grande del mundo después de China. Debería educar a esa mano de obra y poner en sus manos el equipo productivo apto para competir en el mercado mundial.
Para el comercio mundial, ese desarrollo indio prometería la continuidad de la lluvia de manufacturas baratas potenciando una nueva oleada de concentración del capital a escala global, desplazando las técnicas y relaciones sociales que ya no generan plusvalor y ayudando a disciplinar al proletariado de las economías avanzadas, a medida que China consume su cantera de mano de obra campesina y eleva los salarios según avanza el proceso de acumulación de capital. Algo parecido soñaron algunos ingleses, justificando el imperialismo como exportación del progreso.
Sin embargo, el desarrollo en manos de una minoría de explotadores poderosos no garantiza en absoluto al progreso, pudiendo sí imprimir sufrimientos enormes a los explotados a fin de extraer una ganancia. Y ello incluye toda la gama de lo imaginable pero también la muerte si es necesario, sea por hambre, exceso de trabajo, estupefacientes, represión o guerra. “No digo que nuestro éxito ha sido completo en todos los casos, no digo que todos nuestros métodos han sido irreprochables; pero sí digo que en casi todas las instancias en las que se estableció el dominio de la Reina y donde se ha hecho cumplir la gran pax britannica ha sobrevenido con ella mayor seguridad para la vida y la propiedad y un mejoramiento material para la mayoría de la población”. Esta ética impartía el inglés Joseph Chamberlain el 31 de marzo de 1897, siendo secretario de Estado para las colonias, en la cena anual del Instituto Real de Colonias. Y, por entonces, había pasado ya más de medio siglo desde que los huesos de los tejedores algodoneros habían blanqueado las llanuras de la India.