De cara a una victoria casi segura del kirchnerismo en las próximas elecciones del 23 de octubre, se plantea un escenario favorable al bonapartismo K. El gobierno se sobrepuso a la crisis del 2008-2009, cuando se encontraba en medio de la crisis mundial y sin una base social de masas que respondiese directamente al gobierno. La economía, lógico, fue la que lo ayudó a salir. De aquel entonces hasta ahora, puso manos a la obra en el principal propósito pendiente: la conformación de un movimiento político propio con base real, el tercer partido burgués de masas en Argentina.
“Hay que profundizar el modelo”
Frase que no se cansa de repetir Cristina en cualquier presentación. No obstante, es cierta si por “modelo” entendemos el bonapartismo. Durante toda la década pasada, dijimos, una de las características de los K fue la falta de un cuerpo militante propio acorde a las tareas. Ello es una desventaja a la hora del combate político, sea con fracciones de la burguesía opositaras, sea con fracciones revolucionarias de la clase obrera. Como vimos, las bases económicas para este propósito, por el momento, le permiten pensar seriamente en ello. Veamos sobre qué otros pilares se erige este bonapartismo.
Uno de los cambios en que se viene trabajando, y lo señalamos, es la utilización de la represión. Por lo tanto, Cristina precisa de la violencia (burguesa) para aplastar cualquier tipo de conciencia revolucionaria que surja: ahí está el caso de las patotas (vea el artículo en el LAP). Por otra parte, el Gobierno mantiene un aparato estatal asistencial gigantesco que con el tiempo va in crescendo (vea el artículo de Tamara Seiffer): una cantidad formidable de planes, asignaciones, etc., cuyo monto es una vergüenza, pero que se otorgan a una población considerable como para evitar una rebelión. Un tercer pilar, como requisito, es la lucha ideológica. El gobierno montó un aparato cultural como ninguno de sus antecesores en democracia había intentado. El objetivo es entrar en la conciencia de la población, convenciéndola de que el kirchnerismo es la mejor opción o, a lo sumo, la única que existe. Se miente, se oculta y se embellece la miseria. Se trata de grupos que se van dando una tarea en el campo moral e intelectual. El kirchnerismo entendió muy rápido que la cultura es lucha.
Todo esto nos muestra algo que subyace al fenómeno, que no es perceptible a primera vista, pero que es central: si tiene que pegar, pagar y aturdir en tamañas proporciones, es porque las cosas no parecen situarse naturalmente allí donde el gobierno quiere que estén. La conciencia de clase está aún viva y latente. Por lo tanto, el kirchnerismo tiene que combatirla pegando, pagando y aturdiendo.
En ese contexto, hay que prepararse seriamente para la próxima tormenta. Anunciar la caída inminente del gobierno sirve para conseguir una inyección de energía inmediata, pero, en el mediano plazo, es la forma más segura de desmoralizar militantes que son el elemento que hay que preservar y construir. Es el momento de priorizar el trabajo de largo aliento en función de conseguir resultados permanentes. Se trata de una de las tareas más difíciles, pero por ello una de las más importantes. Son aquellas que no pueden improvisarse cuando todo realmente estalla: un deportista no puede adquirir la mejor técnica en una final olímpica. En un artículo de 1997, escrito en plena contrarrevolución, planteamos algunas de ellas. (1) El sentido profundo de lo que propusimos es la necesidad de la construcción del partido. En concreto: el programa y los cuadros.
Un programa es la comprensión científica del mundo. En nuestro caso, qué es lo que se debe transformar y cómo hay que hacerlo. Para ello, hay que conocer la Argentina en el contexto mundial, su historia y la de la clase destinada a tomar el poder. Se deben desechar problemas falsos, enfrentar los reales, darles una explicación científica y una solución razonable. Eso implica, sentarse, estudiar y abandonar la comodidad de las fórmulas. Hay que evitar la tentación de ceder ante el nacionalismo y el populismo. No obstante, con eso no basta: hay que llevar todo esto a la cabeza de los compañeros, lo que requiere la construcción de una cultura socialista. Es momento de dar un espacio a las tareas teóricas y de propaganda, allí donde las agitativas parecen consumirlo todo.
Esta “pausa”, además, debe ser aprovechada para capacitar a los combatientes y crear una fuente menos esporádica y más duradera de energía militante. La formación intelectual y moral es una tarea urgente. Es necesario dar una educación a los futuros cuadros y evitar que caigan en el peor de los lugares: la desilusión. Es decir, el sentimiento que se experimenta cuando algo no responde a las expectativas que se habían creado. Hay que inmunizar a los compañeros contra ese mal, explicándoles las cosas crudamente. No se ayuda cuando se habla de algún episodio puntual como la toma del Palacio de Invierno.
Sólo pensando en el largo plazo (que es el menos atractivo para pensar) y sopesando en forma madura cada convulsión, estaremos construyendo los dos pilares fundamentales de la revolución argentina: el programa y su dirección. Debemos hacerlo por una razón sencilla: no falta mucho para que la historia nos vuelva a tomar examen. Ellos no tienen más que ofrecer que esto que vemos todos los días. Es todo, es poco y es fugaz. Nosotros, en cambio, tenemos la fórmula del futuro.