Dios, patria y productividad. La formación del Estado Mayor contrarrevolucionario en los ‘70 – Gonzalo Sanz Cerbino

en El Aromo nº 51

  El proceso revolucionRafael-Videla-Ministro-Economia-Martinez_CLAIMA20130316_0215_17ario abierto en 1969 entró en un impasse  con la  apertura democrática de 1973. El ascenso de las masas  se frenó  encandilado por las ilusiones reformistas que  suscitaba el retorno de  Perón, que no podía cerrar la crisis  pero sí ganar tiempo. En ese proceso,  las fracciones más  concentradas de la burguesía construyeron los  instrumentos  que le permitirían restaurar la plena hegemonía: un partido  y  un programa. Reconstruir su historia nos permitirá entender  una de las  razones que explica la derrota de las fuerzas revolucionarias, y aprender del enemigo.

Partido y programa

Para 1975 ya era claro el fracaso del gobierno peronista. El plan económico ideado por la Confederación General Económica (CGE) no pudo restaurar las condiciones para la acumulación de capital ni contener las luchas obreras. Frente a la evidencia del fracaso, ciertas fracciones de la burguesía comienzan una ofensiva contra el gobierno y un proceso de unificación detrás de un programa común. La iniciativa parte claramente de la burguesía agraria. Durante ese año se realizarán 5 paros de alcance nacional, en los que se destaca la participación de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), de la Federación Agraria y de la Sociedad Rural (SRA). Además, se realizan otros 10 paros de alcance regional, que incluyen cortes de ruta, movilizaciones y llamados a la rebelión fiscal. En el marco de esta ofensiva la burguesía va a conformar la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias (APEGE), el núcleo del partido del orden.
El origen formal de esta entidad se remonta a agosto del ’75, y parece ser un producto directo del fracaso del plan económico de Celestino Rodrigo. En términos generales, el plan consistía en una devaluación, el aumento sustantivo de las tarifas de servicios públicos y transporte, y el intento de limitar los aumentos de salario que se otorgarían en las paritarias. En suma, un plan de ajuste en el que los obreros pagaban el costo de la crisis. Sin embargo, el plan no pudo implementarse ya que fue derrotado por la movilización y los paros impulsados por las bases obreras, que desbordaron a la dirección burocrática de la CGT. Este hecho constituye un punto de inflexión, que sacude a la burguesía y la pone en pie de guerra: fue la constatación de que la salida a la crisis de acumulación sólo podría alcanzarse si previamente se derrotaba en el plano militar a la clase obrera y a su vanguardia. Como veremos, este va a ser el programa de APEGE.
Para mediados de septiembre la entidad ya se había dado una dirección, el secretariado ejecutivo. Estaba constituido por representantes de algunas de las cámaras empresarias más importantes del país: SRA, CRA, Cámara Argentina de Comercio, Federación Industrial de la Provincia de Córdoba, Federación Económica Bonaerense, Cámara Argentina de la Construcción, Cámara de Sociedades Anónimas y Unión Comercial Argentina. En su seno ya se agrupaban casi 80 entidades1, a las que se sumarían otras más en los meses siguientes. Hacia fines de octubre se realiza una reunión plenaria en donde se vota un programa. El documento comienza caracterizando la situación del país, al que consideran sumergido en una “gravísima crisis”, que no es sólo económica sino también ética, política y social:

“La pérdida del principio de autoridad, la indisciplina, la inmoralidad, la incompetencia y la falta de seguridad para personas y bienes visibles son síntomas de un proceso de descomposición que urge remediar si deseamos sobrevivir como Nación.”2

El intervencionismo estatal, la burocratización creciente y la subversión, que el gobierno apañaría, serían los responsables de esta situación. Sin embargo, el conjunto de las instituciones democráticas debían rendir cuentas:

“La universidad no encuentra formas adecuadas de normalización, […] el Poder Legislativo se debate infructuosamente alrededor de problemas de pequeña política; el Ejecutivo no acierta a programar una estrategia y el Judicial ha llegado a una lentitud e inoperancia insólitas.”3

Finalmente, se exigían una serie de medidas para sacar al país de la crisis. En primer lugar, eliminar los factores que impedían aumentar la productividad, tanto jurídicos como sindicales. En segundo, recortar el gasto público para enfrentar la inflación. Por último, la liberación de precios y del comercio exterior.
Este programa fue refrendado por las bases empresarias en tres asambleas simultáneas que se realizaron el 13 de diciembre, en Rosario, Bahía Blanca y Córdoba. Lo que demuestra que, a diferencia de lo que muchos suponen, no estamos frente a organizaciones personalistas o anquilosadas, sino que buscaron y consiguieron el apoyo de sus bases. Los documentos votados finalizaban con un llamado a la acción en defensa de sus intereses y con la declaración del estado de alerta empresario. También advertían sobre la falta de autoridad del gobierno, la sumisión a los dirigentes sindicales, su incapacidad para revertir la situación y que, de no mediar cambios profundos, el país iba “camino al marxismo”4.

La batalla final

El ’76 comenzó con la convocatoria a una nueva asamblea empresaria el 28 de enero, que contó con la presencia de más de 700 empresarios. La discusión pasó por dos ejes. En primer lugar, la hiperinflación, que se achacaba al excesivo gasto público. Atado a eso iban las críticas a la reforma fiscal impulsada por el gobierno, a la que consideraban una forma de financiar los desmesurados gastos del estado. El otro tema excluyente fue el “avance sindical”, apañado por una legislación permisiva que sería la causa de la caída de la productividad. Jorge Zorreguieta (sí, el padre de Máxima), dirigente de la SRA y futuro funcionario de Videla, señaló en la asamblea:

“El problema laboral está muy ligado al de la producción […] Existen dos factores determinantes: instrumentos legales inadecuados, como la Ley de Contrato de Trabajo, y la presión ‘por parte de las comisiones internas y elementos subversivos’ que impiden que ‘al menos se cumpla con lo que el Gobierno pacta en el más alto nivel’”.5

El temor de los patrones quedó plasmado en la frase de otro asistente: “nuestro mayor enemigo es la anarquía, que constituye el paso previo al colectivismo comunista”. La asamblea otorgó mandato al secretariado ejecutivo para convocar a un lock out, cuya fecha se fijó para el 16 de febrero. A lo largo de las dos primeras semanas de ese mes fueron llegando adhesiones de distintas cámaras, votadas en centenares de asambleas a lo largo de todo el país. Según los organizadores, las cámaras que adhirieron al paro llegaron a 1.200, aunque otros autores indican un número levemente menor6. Lo que nadie discute es la adhesión masiva al paro, sobre todo en el agro y en el comercio. Según los organizadores, se sumaron el 90% de las cámaras empresarias de todo el país. Las crónicas periodísticas hablan de un acatamiento prácticamente unánime7.
Acompañando la ofensiva de la gran burguesía, un considerable número de corporaciones empresarias regionales se fueron desafiliando de la CGE, criticando su respaldo al gobierno y sumándose a las filas de APEGE. El dato más importante son las 10 seccionales provinciales del centro y norte del país que adhirieron al paro en disidencia con la dirección de la CGE, que no lo apoyó. La crisis fue tan profunda que obligó a la CGE a endurecer su discurso contra el gobierno, a convocar a tibias medidas de fuerza y a dejar en libertad de acción a sus afiliados para que participen del paro del 16. Vemos así el proceso de descomposición de la alianza reformista, que comienza a mediados del ’75 con la desafiliación de la CGE de la Federación Agraria. El conjunto de la burguesía, grande y chica, se va unificando detrás del programa y de la dirección del partido del orden.
Durante el paro se produjeron dos hechos destacables que expresan claramente el programa que lo guiaba. En primer lugar, la misa convocada el 16 de febrero por una de las entidades que impulsaron el paro, la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios, Bebidas y Afines (COPAL). La misa estuvo destinada a rendir homenaje a los “empresarios abatidos por la violencia”. El otro hecho fue la decisión de los organizadores de no realizar el paro en la provincia de Tucumán, en donde el Ejército desarrollaba el “Operativo Independencia”:

“Ante la certeza de que la subversión intentaría utilizar este justo acto de protesta para tratar de crear confusión y caos decidimos este renunciamiento como aporte al país y contribución al Ejército Argentino en la lucha que mantiene contra la subversión.”8

Conclusiones

A lo largo de esos últimos meses de 1975 y los primeros de 1976 se fueron ubicando en sus puestos los militares que encabezarían el golpe contrarrevolucionario de marzo. El personal técnico que ejecutará un programa cuya gestación es previa. El programa delineado por APEGE, dirección moral y núcleo del partido del orden, en septiembre del ’75. En los meses siguientes el partido se fortaleció: se sumaron corporaciones, se discutió en asambleas el programa y el plan de lucha, y se enfrentó ideológicamente al programa rival, el reformismo encabezado por el gobierno peronista y la CGE. En ese proceso el partido del orden fue creciendo, al calor de las distintas fracciones de la burguesía que sumaban su apoyo. Se tejieron los lazos con el personal técnico que llevaría a cabo las tareas planteadas, los militares. Y cuando todo estaba listo, se emprendió la ofensiva final contra el gobierno: el lock out del 16 de febrero. Esa demostración sirvió además como globo de ensayo: medir el apoyo de la burguesía al programa, y la pasividad de las clases dominadas que no salieron a enfrentar el paro golpista. Luego, todo estaba dicho. Un mes después, los militares se alzaron con el poder.
Mientras tanto, en las filas revolucionarias primaba la dispersión de fuerzas. Ninguno de los programas en danza lograba encarnar en las masas y constituirse en partido orgánico, por factores que ya hemos analizado en otros artículos. En esas condiciones se llegó a la batalla final: la clase dominante organizada en un partido, encolumnada tras un programa y dispuesta a realizar las tareas necesarias para cerrar el proceso revolucionario. La alianza revolucionaria dispersa, sin un comando único y debatiéndose entre diferentes programas. Las consecuencias de esa inferioridad subjetiva quedaron a la vista. Sin embargo, hoy podemos aprender de los aciertos del enemigo. Para que la próxima batalla nos encuentre en condiciones de alcanzar la victoria.

NOTAS

1La Nación, 15 y 19/9/75.
2La Nación, 23/10/75.
3Idem.
4La Nación, 14/12/75.
5La Nación, 29/1/76.
6Kandel y Monteverde hablan de 935 entidades. Kandel, P. y Monteverde, M.: Entorno y caída, Editorial Planeta, Buenos Aires, 1976.
7La Nación, 17/2/76.
8La Nación, 16/2/76.

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