Cuba: un nuevo comienzo. O de cómo cambiar las patas de la mesa sin que se caiga nada

en Aromo/El Aromo n° 118/Novedades

El fenómeno de las movilizaciones en Cuba tiene una triple importancia para el escenario político en el que intervenimos. Primero, en un sentido más inmediato, porque incorpora a la isla a la crisis política que vive América Latina. Segundo, porque desnuda en forma más cruda aún el cinismo criminal del progresismo y la desorientación del liberalismo trotskista. Pero, con todo, lo más importante, es este tercer aspecto: ¿qué hacer? ¿Qué orientación puede darle un revolucionario a esas masas? Y más importante aún: ¿cómo conducir un proceso liderado por la clase obrera de una pequeña isla en medio de la ausencia de una revolución mundial y sin el apoyo de una potencia?

Razón y Revolución

¿Qué es lo que entró en crisis?

Como casi siempre, el kirchnerismo y sus satélites coinciden con los liberales: se trata de una crisis de la propia revolución; es el gobierno, que la defiende, frente a sus amenazas. Es el legado de Fidel y del Che frente a la democracia liberal y las libertades capitalistas. No hay ninguna diferencia, a uno y otro lado de la “grieta”,  sobre el carácter de los contendientes. Lo único que los enfrenta es la elección del aliado. Cuesta entender el grado de ceguera y el cinismo de unos y otros ante la evidencia más elemental.

Cuba no es un país socialista y su gobierno no defiende las conquistas de la revolución. El país comenzó su transición al capitalismo desde 1990 y la instauración del “Período Especial”, que sumergió el nivel de vida de las masas a niveles impensados años antes (una caída del 35% del PBI en tres años). Una parte de ese descontento se expresó en el “maleconazo” de 1994, una protesta acotada y menor en relación a lo que estamos viendo hoy. El modelo elegido fue el chino, frente al soviético: apertura económica gradual y monopolio político, en un proceso fuertemente controlado por el partido que maneja el estado. Esta estrategia se profundiza luego de 2008, con la partida de Fidel Castro (véase nuestro artículo escrito en ese entonces) y, particularmente, en 2014, con la creación de la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZEDM), una zona franca que incluye un centro industrial y puerto mercante, en el cual invierten empresas de 21 países, a las que se les ofrece bajos salarios, 10 años libres de impuestos y una infraestructura costeada por el Estado, entre otras facilidades. Pero eso no es todo, porque fuera de la ZEDM las grandes empresas invierten libremente en el área de turismo y minería, asociadas a la burocracia.

El enriquecimiento histórico de la burocracia durante la revolución se completa en la restauración por ser intermediarios (o sea, parásitos) en la contratación de mano de obra, que debe pasar por el Estado que le efectúa al trabajador un descuento y se convierte, a tal efecto, en beneficiario de la extracción de plusvalía. Del otro lado, una constante y sistemática pauperización de las masas cubanas, para las que conseguir cosas tan elementales como leche o electricidad, se transforman en una odisea y en un lujo que no pueden pagar.

En ese proceso, la jerarquía militar cumplió un papel particular, apropiándose de empresas públicas. La propiedad estatal empezó a ser reemplazada por la de tal o cual agencia, en particular, la de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que pasaron a asociarse con el capital extranjero en el turismo, el mercado interno de divisas (las tiendas de recuperación de divisas y las casas de cambio), el transporte aéreo, la minería, la biomedicina y las exportaciones de tabaco. Se trata de la formación de GAESA S.A. De allí el enorme poder de Raúl Castro, que superó con mucho al de Fidel, quien fue quedando como figura simbólica y cuya “renuncia” fue el sinceramiento de una situación que ya llevaba una década. El caso es que los jerarcas de las FAR están en proceso de convertirse en empresarios hechos y derechos, en forma similar a lo sucedido en Rusia.

El caso del “bloqueo” es también bastante particular. No es cierto que las empresas norteamericanas no puedan comerciar con la isla. EE.UU. es el noveno proveedor de artículos importados de la isla. Desde el año, 2019, hay 32 grandes empresas yanquis (como Visa, Accor, Mastercard o Amazon) acusadas judicialmente de invertir en Cuba. Obviamente, sin ninguna consecuencia real. El reclamo de la burguesía gusana de Miami por las empresas expropiadas en 1960 es inviable. Esas empresas o no existen u operan con otros capitales privados. Esos capitales son mucho más grandes y poderosos que los latinos y no van a entregar sus negocios en la isla por una demanda de la que nadie se acuerda. Sí es cierto que establece algún obstáculo a la libre inversión yanqui. Pero no se trata de un combate al “socialismo”, sino un tributo que los partidos deben hacer para disputar un estado clave como Florida.

Retomemos, entonces: Cuba emprendió una restauración capitalista. La  vía china de restauración es complementada con el modelo indonesio. Cuba no tiene ni la cantidad de población que tiene china, ni su reserva de población rural y, por lo tanto, no puede apelar a ese mecanismo para la rebaja de los costos laborales ni para presentar la proletarización como una mejora del nivel de vida obrero. Su escasa población (11 millones de habitantes) tampoco le permite proyectar un pujante mercado interno. En tal caso, la opción elegida es la pauperización extrema, el ofrecimiento de mano de obra sumamente barata, contenida con un alto grado de control y represión estatal: ausencia de partidos políticos y de sindicalización. El Estado garantiza las inversiones y los salarios. Un modelo que encontró resistencia (abierta o latente), que generó una fuerte emigración (con funestas consecuencias para ese mismo modelo) y que, por lo tanto, debió implementarse muy lentamente. Un estallido, una dinámica que se saliera del control de la burocracia podía terminar con esta físicamente.

El caso es que esa vía no dio resultados. No llegaron inversiones importantes. Ni en la industria ni en la minería, ni en hidrocarburos (Cuba esperaba transformarse en un gran productor mundial de níquel o petróleo). El “modelo” se sostuvo, en los últimos veinte años, exclusivamente mediante dos puntales: el turismo y la asistencia venezolana. Desde 2002, Venezuela enviaba unos 100.000 barriles diarios y era el principal proveedor de importaciones. Eso comenzó a decaer con la crisis del chavismo. En 2017, el comercio cubano-venezolano cayó el 70%. Quien tomó ese lugar fue, lógicamente, China, que tenía a la isla como otro de sus puntales, con Venezuela, Brasil (antes de Bolsonaro), Ecuador y la Argentina. Cuba participaba de la ilusión según la cual, ante la crisis mundial y ante el retroceso norteamericano, el país asiático iba a transformarse en el nuevo montacargas de la economía, con su propio “Plan Marshall”. No fue así. China no es los EE.UU. de posguerra y Cuba no es Alemania ni Japón. China representa el 18% del PBI mundial, mientras EE.UU. ocupa el 27%. Además, su capacidad militar no llega a la mitad de su competidor directo.

Esas limitaciones no tardaron en manifestase súbitamente. El año pasado, China suspendió todos sus préstamos a América Latina y, ante la presión de la nueva administración, moderó sus ambiciones. Si para la Argentina o Brasil eso se transformó en un problema serio, para Cuba fue una catástrofe. A eso hay que sumarle los efectos de la pandemia en el turismo.

A comienzos de este año, la respuesta de la burocracia, en lugar de retroceder, fue dar un paso más (y más osado): la “Tarea de Ordenamiento”. Un plan de ajuste nunca visto en la isla. Pero, lo más importante, la liquidación de los restos de la revolución. El nuevo plan implicaba una suba de salarios (el mínimo pasó de 37 dólares a 87), mientras que los servicios y bienes de la canasta subieron entre 500% y 600%. La luz, el agua, los remedios, entre otras cosas elementales, se volvieron sencillamente impagables. A eso hay que agregar la expropiación parcial (no se permite retirarlos hasta nuevo aviso) de los depósitos en dólares de la población local y los obstáculos a la llegada de remesas de las familias en el exterior.

Pero eso no fue todo. La quita de subsidios y ayudas y la “unificación monetaria” fueron los mecanismos por los cuales se llevó adelante un proceso de proletarización de la población. De un lado, porque la eliminación de subvenciones directas (a las personas) e indirectas (a la compra de productos) obliga a gran parte de los trabajadores a buscar empleo en el ámbito privado, es decir, retornar a la venta de fuerza de trabajo. Del otro, porque la eliminación de la moneda “convertible” (en realidad, a esta altura, simplemente billetes de mayor denominación) lleva al sinceramiento de los déficits, a la liquidación de empresas públicas ineficientes y al mercado como mecanismo de asignación de recursos sobre la base de las diferencias de productividad. Es decir, se elimina todo atisbo de planificación y de concentración de excedentes en un organismo público de propiedad social.

Estas medidas fueron resistidas en enero y febrero con manifestaciones pequeñas, pero el detonador del estallido fue el colapso energético y sanitario. Cuba no puede asegurar la provisión de energía, lo que se suma, a partir de enero, la disparada de los casos de COVID, exponiendo la realidad de un sistema sanitario precario e incapaz de hacer frente al problema.

Este último caso es interesante, porque el año pasado Cuba mostró números realmente bajos de contagios y muertos, sobre la base de restricciones al ingreso al país y a la circulación. Claro, la contracara fue la caída del turismo. Por lo tanto, en enero se decidió el levantamiento de las restricciones para favorecer la llegada de turistas. Las nuevas cepas, adjudicadas a turistas rusos, en los últimos meses comenzó a levantar protestas. La movilización estalló en una de las ciudades más atacadas por la pandemia. El grito de guerra de la calle, en todo el país, es “comida, electricidad y vacunas”. El ensañamiento con locales que solo admiten divisas (antes moneda convertible), es un ejemplo del elemento más plebeyo que ocupa un lugar central.

Por lo tanto, lo que está en crisis no es la revolución, no es el socialismo. Eso entró en crisis en los ’80 (y no porque estuviera inscripta en sus orígenes o por una fatalidad de la burocracia) y fue liquidado en los últimos veinte años. Lo que produjo un estallido son los límites del proyecto restauracionista y la resistencia al mismo por parte de la clase obrera. Dicho de otra forma: el proletariado cubano se rebela contra las consecuencias de la restauración. El gobierno del PC no representa ni al comunismo, ni al antiimperialismo ni mucho menos al socialismo, sino al capital y a la represión a las masas. Es una burocracia que ha vivido la mayor parte de su historia escindida de las masas. Una escisión que excede el período de restauración y, por eso, le quita toda autoridad ante la misma. Una dirección que en 60 años nunca preparó al país para la caída de quien lo sostenía ni educó al proletariado para una situación así. Y, ahora, que quiere convertirse en una burguesía local privilegiada, pretende que se la defienda en nombre de lo que no representa y de lo que quiere sepultar para siempre. No es extraño que el kirchnerismo y sus aliados defiendan estas cosas en Cuba y en Venezuela: en nombre de sus privilegios, son capaces de destruir países enteros y de llevar a la población a niveles de indigencia inimaginables.

El caso es que lo que sucede en Cuba no es diferente de lo que vimos en el Brasil de Dilma y Bolsonaro, en la Bolivia de Evo, en Colombia, en Chile, en Perú… Gobiernos de diferentes signos y colores tambalean ante las movilizaciones obreras. Movilizaciones que expresan la voluntad del proletariado de poner un límite a la precarización de su vida ante la crisis. La crisis económica y la crisis sanitaria. Una respuesta que tiene, por ahora, ese sentido: decir que no, sin una propuesta. Pero también, ese “no” tiene un sentido político: se responsabiliza a un partido o al sistema de partidos en conjunto. Es una marea en busca de una dirección. 

El liberalismo trotskista

Llama la atención la tibieza con que el trotskismo reaccionó ante quien se supone un enemigo histórico (la burocracia stalinista) en una represión a la clase obrera. Esto último no sorprende, ya que han guardado más moderación todavía allí donde gobiernan burgueses “amigos”. Solo los despertó de su letargo la detención de un militante trotskista y su grupo cercano. Eso sí, no se privaron de acusar a los manifestantes de, si bien tener demandas “legítimas”, ser masa de maniobra de la derecha (cuándo no, posición del PTS). El caso es que se limitaron a recitar una serie de consignas de tipo liberal que no resuelven el problema real que enfrenta Cuba y, por supuesto, no ofrece ningún curso de acción real. Pedir simplemente la libre sindicalización y la libertad de organización política para los socialistas es creer que el acto de deliberación de los obreros va a sacar al país del drama que tiene enfrente. Por supuesto que la ausencia de actividad sindical y política libre para los trabajadores y para los revolucionarios es inaceptable, pero eso no le da electricidad, ni comida, ni remedios, ni vacunas a la gente. Vamos a pedir que nos dejen hacer una asamblea. Perfecto. ¿Y qué vamos a plantear? ¿Es hacer borrón y cuenta nueva? ¿O creemos que entre los obreros hay algún mesías con la verdad revelada, que no pudo conocerse por la malicia de la burocracia? ¿Cómo y quién va a controlar la economía y la política en medio de las enormes presiones a las que está sometida la isla? ¿Qué hacemos con el ejército y los organismos estatales que quedan?

Omisiones e inocencia de una izquierda liberal, que festejó la caída de la URSS porque iba a imponer mayor “libertad” y porque, caída la burocracia y el stalinismo, el trotskismo iba a heredar toda esa corriente de izquierda como único sobreviviente y representante. El resultado está a la vista. No fueron las masas las que se hicieron trotskistas, sino el trotskismo que se inclinó ante la conciencia más atrasada de las masas.

Un nuevo comienzo

El problema que se plantea en Cuba es una cuestión candente para América Latina y, en menor medida, para la Argentina. ¿Cómo conducir un proceso revolucionario, en un país con bases endebles para sostener una experiencia nacional relativamente autónoma, en el marco de la ausencia de una revolución mundial? ¿Cómo hacerlo, además, sin renunciar a la herencia desarrollada, es decir, como subtitulamos, cómo cambiarle las patas a la mesa sin que se caiga nada?

Es necesario, entonces, partir de una serie de presupuestos imprescindibles:

1. No se puede aceptar la solución burocrática.

2. No se puede repetir el error de 1989.

3. La revolución es un hecho consumado, no puede haber lugar alguno, ni social ni político, para la burguesía gusana.

¿Cuál es la solución burocrática? La misma que la que en otros países ensayan los “populistas”: la aceptación del lugar de reservorio de población sobrante para el capital internacional, sea este chino, ruso, europeo o yanqui. Ya sea mediante actividades de baja calificación en “servicios”, como el turismo en la isla caribeña o la cría de cerdos en Argentina, o a través de la creación de condiciones “especiales” en “zonas liberadas” al capital extranjero, como la de Mariel en Cuba o las que ya ensaya Maduro en Venezuela. Se trata de empleos de baja o nula calificación técnica en países donde la desocupación hace estragos y, por lo tanto, hacen posibles actividades por debajo de la productividad media del trabajo. Los salarios resultantes corresponden a una fuerza de trabajo que se vende por debajo de su valor. Es decir, la solución “sudeste asiático”, pero con dos agravantes: el primero, que el sudeste asiático tenía población sobrante escondida bajo la forma de desocupación latente en el agro. La migración a las ciudades significaba en el mediano plazo una mejora en las condiciones de existencia, amén de que las remesas que volvían al campo, enviadas por quienes las enviaban desde las fábricas urbanas, aliviaban la pobreza rural. América Latina, en general, carece de esta posibilidad, incluso en aquellos países dotados con una base agraria atrasada y una masa importante de desocupación latente rural, como los andinos. Esos países han visto disminuir fuertemente ese “colchón” de rentabilidad escondida para capitales que emplean población sobrante, como consecuencia de la migración rural-urbana resultante de la expropiación de pequeños productores mercantiles desde los años ’70 en adelante. Son esas migraciones las que han creado ciudades nuevas (como El Alto, en Bolivia) o conglomerados alrededor de las grandes capitales (como México, Lima o Caracas). Peor es la situación en países tradicionalmente escasos de ese “recurso”, como Argentina, Chile o la propia Cuba. Solo una represión política particularmente intensa, verdaderamente despótica, puede conducir a la clase obrera latinoamericana actual a salarios “asiáticos” de los años ’50 del siglo XX. El segundo, que la magnitud de ese ejército industrial de reserva rural no guarda relación con las mil millonarias masas de la India, China o el resto del sudeste asiático. Luego, los recursos con los que movilizar una economía con relativa capacidad de desarrollo son muy limitados.

Por otra parte, no podemos repetir los errores de 1989. El simple desmantelamiento del Estado obrero luego de décadas de descomposición y burocratización, es decir, de expropiación política de las masas, solo da como resultado una restauración destructiva, incluso en contextos donde un capitalismo desarrollado pretenda una asimilación relativamente rápida e incruenta, como en Alemania Oriental. En consecuencia, la simple enunciación de consignas tales como “democratización” o “revolución política” no alcanza. A lo sumo, confunde a los revolucionarios en el mismo movimiento con la contrarrevolución.

Por último, debe ser un presupuesto claro el que la revolución modificó situaciones sobre las que ya no hay vuelta atrás, lo que significa que cualquier intento revanchista de la burguesía cubana en Miami debe rechazarse desde el inicio. Las expropiaciones que se hicieron, bien hechas están, no hay lugar para discutir esa situación ni ninguna asociada a ella. Hay que matar esas ilusiones antes de que se desarrollen. Luego, nadie que haya participado de actividades contrarrevolucionarias y conspirativas, que haya hostigado a la revolución desde el exilio, que haya llamado al derrocamiento de las autoridades elegidas por el pueblo revolucionario, nadie que adhiera a esas ideas, puede participar del proceso político cubano.

Si estos son los presupuestos, es necesario una estrategia política que empiece por reclamar el derecho a la auto-organización del proletariado. Ese derecho se conquista, primero, con el hecho mismo de la auto-organización, es decir, la construcción de organismos de poder asambleario, por barrio, por fábrica, por lugar de trabajo. Esas asambleas tienen que pugnar por su derecho, no solo a existir, sino a desarrollar la más amplia libertad política para debatir e implementar las soluciones a la crisis. Las asambleas locales deben coordinarse para construir un doble poder frente a la burocracia.

Ese proceso de construcción política es la construcción del poder de los trabajadores, contra el cual, tanto la burocracia como la burguesía cubana en Cuba, la gusanera y las diferentes burguesías imperialistas, enarbolarán: como consigna, la “libertad”, lo que es sinónimo de “restauración”; como instrumento; “elecciones libres”, es decir, la imposición de la voluntad de la burguesía apelando a las fracciones más atrasadas de las masas; y, como objetivo inmediato, la “democracia”, un sistema de dominación que establece el parlamento como ámbito de negociación y a la farsa electoral como mecanismo de transmisión del poder entre diferentes fracciones de la clase dominante. Este es el camino que hay que evitar y la única forma de hacerlo es el desarrollo de organismos de doble poder. El objetivo de esa estructura de doble poder es la expropiación política de la burocracia y su reemplazo por un sistema soviético genuino. La principal tarea política de ese nuevo poder soviético es el establecimiento del más profundo igualitarismo, única forma de obtener autoridad moral frente a las masas, a las que se pedirá un esfuerzo mayor, para sacar adelante el país, que el que ya han hecho en todas estas décadas. Los ecos del “hombre nuevo” guevarista tienen que volver a sonar en todas las calles de Cuba. Solo así la nueva dirigencia surgida de ese proceso tendrá el apoyo de las masas más pobres, de aquellas que hoy inician la lucha contra las consecuencias de la restauración capitalista en marcha.

Pero incluso el éxito de la estrategia asamblearia no significa nada si de su desarrollo no brota un programa para el conjunto de la sociedad cubana, que debe comenzar con el reconocimiento de la incapacidad actual de la economía de la isla para sostener niveles de vida razonable en el actual estado de sus fuerzas productivas. Luego, el nuevo poder soviético tiene que avanzar en el diseño de una estrategia de desarrollo que tenga, como objetivo central, en ausencia de un proceso revolucionario mundial, el rechazo del lugar asignado por el nuevo orden mundial a Latinoamérica, el de reservorio de población sobrante. Eso implica que la segunda etapa de la revolución cubana no puede empezar por expropiar lo que no existe o aquello que no puede suplantar. No es posible, hoy, eliminar las zonas “especiales” ni el mercado negro, que conviene blanquear, para poner a la luz del día la composición real de la estructura de clases cubana, y, con ella, de una amplia pequeño-burguesía sobre todo mercantil, que será la masa de maniobra de la estrategia “democrática” de la burguesía. El Estado soviético cubano será, como el Estado soviético de la URSS bajo la NEP, el instrumento con el cual se ejercerá la dictadura del proletariado, es decir, la imposición de sus intereses generales, de su supremacía política, que solo se transformará en supremacía social cuando pueda imponer la economía socialista a las fracciones capitalistas.

Su tarea consiste, básicamente, en utilizar todos los recursos nacionales disponibles para relanzar una economía que ocupe los renglones más avanzados posibles de la tecnología disponible para Cuba. Aquí, la planificación será el instrumento clave y todos los recursos intelectuales disponibles deben colaborar en la construcción de un plan de desarrollo con estas características. El poder soviético cubano debe disponerse, entonces, a una batalla gigantesca por cambiar las bases económicas del país, bases que puedan sostener niveles de vida crecientes.

La otra tarea inmediata será suscitar activamente la urgente e imprescindible solidaridad de la clase obrera del continente, y más allá, por varios motivos. Primero, porque una transformación de ese tipo, a metros de la principal potencia (y ya sin la URSS ni los “misiles”), va a enfrentar un problema militar y, por lo tanto, a requerir todo el apoyo posible, tanto en términos de presión en cada país, como de ayuda material y humana (recordemos el llamado de la propia revolución y a las “brigadas internacionales” en España).  Segundo, porque en última instancia la supervivencia de esa experiencia estará atada, indefectiblemente, a la lucha de clases en América Latina. Es decir, a la revolución en algún otro país. A diferencia de lo que sucedió en el pasado, no puede aceptarse la “convivencia pacífica” como estrategia. Hoy hay una oportunidad cierta, en medio de un contexto de rebelión del proletariado (bajo la forma de sobrepoblación relativa) y su tendencia a la impugnación política del personal burgués. Cuba debe mostrarse como la dirección de un proceso que debe potenciar. Es cuestión de convocar a los revolucionarios, poner fin a la dispersión, combatir la inaceptable alianza con tal o cual fuerza burguesa “progresista” y reconstruir la acción internacional en la era en que las distancias ya no significan gran cosa.   

La revolución cubana, entonces, puede entrar en su segunda etapa. Puede, otra vez, marcar un camino, señalar un rumbo a toda América Latina, porque el problema que Cuba enfrenta, partiendo de un lugar diferente, es común a todos nosotros: el rechazo del lugar que el imperialismo nos tiene reservados, el de la escoria de la humanidad. Frente a eso, tenemos la oportunidad histórica de hacer de nuestro futuro la prueba viviente de que otro mundo es posible. Si Cuba triunfa en este camino, los pueblos del mundo querrán seguirla y la consigna será, otra vez, con el Che, por cien, doscientas Cubas. En este camino, la solidaridad de todo revolucionario es una obligación, una necesidad y una apuesta. La apuesta por un nuevo comienzo, de Cuba, sí, pero sobre todo, de la revolución mundial.

1 Comentario

  1. Cómo me gustaría saber el nombre de quien escribió esto… para nombrarlo cuando lo critico… 1.- Alguna de estas propuestas (de tipo político) dan alguna solución a los problemas que señala como acuciantes? «electricidad, comida, vacunas» 2.- Cómo se le ocurre proponer realizar un «remedo de revolución soviética» con «organismos de doble poder»? Las asambleas populares ya existen en Cuba, podrán decirme que están hegemonizadas por el PC, sí, y? Ya existen…
    3.- Los ecos del «Hombre Nuevo» y del Che, resuenan desde los inicios de la revolución en cada niño en las escuelas, que juran «ser como el Che». 4.- Cómo es posible determinar que los movilizados en las últimas manifestaciones en Cuba son «proletarios» o «clase obrera», como se los define en el escrito… Desconozco tus fuentes, pero… 5.- Es imposible suponer que se tienen las respuestas para las dificultades de la Revolución cubana con sus condiciones particulares, sin estar allí, sin un solo dato preciso, nombrando niveles de tecnología, potencialidades productivas, población, etc.. pero sin datos precisos acerca de cuántos y cómo son… quizá con esos datos termines comprendiendo que no hay muchas salidas… Y solo voy a mencionar que desde «la esquina», es fácil putear al grandote del barrio… La responsabilidad de gobierno, no involucra cuestiones solamente éticas, sino también posibilidades resolutivas reales sobre condiciones limitantes específicas, que son incomprensibles salvo en ese lugar de responsabilidad. Así que, los niveles de soberbia que implican las formas imperativas (por lo demás, de recetas más viejas que la revolución cubana) con que se redactó el texto de referencia, indicando desde la estratósfera, las «soluciones» para problemas que no encontraron solución desde 1917, revela hasta al más calmo… Te recomiendo la lectura de los «Apuntes críticos a la Economía política» de Ernesto Che Guevara o «El pensamiento económico del Che» de Taboada y verás que estos temas se vienen pensando desde hace muuucho tiempo en la isla.

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