Con la marca del capital
La rama de la indumentaria bangladesí en tiempos de crisis mundial
En Bangladesh, el derrumbe de un establecimiento de confección desnudó ante los ojos del mundo las miserables condiciones laborales que imperan allí. Para entender por qué este crimen social responde a la esencia del capitalismo y no a una modalidad “salvaje”, encarnada por las grandes marcas, lea el presente artículo.
Bruno S. Magro
OME-GIHECA
Desde el 24 de abril hasta mediados de mayo, Bangladesh fue noticia. El derrumbe del Plaza Rana, edificio de ocho pisos en cual funcionaban cinco talleres de indumentaria, dejó un saldo de 1.127 muertos y 2.500 heridos. A las pocas horas, la crítica “moralista”, que acusa a una modalidad “salvaje” del capitalismo, ganó los titulares. Las principales empresas distribuidoras de indumentaria fueron incriminadas por no practicar un capitalismo “con rostro humano” y, en cambio, enriquecerse con la venta de indumentaria producida por obreros sometidos a condiciones de trabajo y de vida miserables. Sin embargo, la base de la economía bangladesí, como la de cualquier otra, responde a la competencia capitalista por valorizarse a partir de la explotación del trabajo. Al igual que muchos otros países, Bangladesh expulsa gran parte de su población adulta masculina para ser explotada como mano de obra barata en otros espacios nacionales. A nivel interno, su principal actividad es la confección de indumentaria, la cual emplea y consume intensivamente trabajo infantil y femenino, sometido a un férreo control –y, eventualmente, a la represión policial-, con largas jornadas y salarios miserables. Como tal, constituye una capa de la sobrepoblación relativa y se reproduce como tal. De esa sangre se alimenta el capitalismo en el país asiático, no como resultado de alguna alteración espuria sino como fruto de su desarrollo normal.
Con el paño sobre la mesa
Según datos del Bureau Estadístico de Bangladesh, sobre una población total de 150 millones, la economía cuenta con 53 millones de personas con capacidad de trabajar. De dicho total, 30 millones son trabajadores en relación de dependencia, 0,2 millones es burguesía, y 20 millones aparecen bajo la figura de cuentapropismo. Detrás de esta modalidad de autoempleo se oculta pequeña burguesía (productores mercantiles simples) o alguna forma de trabajo asalariado a destajo o simple trabajo familiar impago [1].
El eje de su producción es la rama de la indumentaria, cuyas particularidades técnicas hacen de los costos laborales el principal ítem en la producción [2]. Es por ello que los bajos salarios de los obreros bangladesíes seducen al capital que busca valorizarse en esta actividad. En la actualidad, esta rama emplea al 7,5% de la fuerza laboral, que representa un 40% de los que están en relación de dependencia [3]. Los 4 millones de obreros empleados en esta rama, en su casi totalidad mujeres, pueden considerarse parte de la sobrepoblación relativa fluctuante, debido a que la actividad resulta tan intensiva que la fuerza de trabajo es consumida en su totalidad, en pocos años, y es descartada.
El nacimiento de la rama de indumentaria bangladesí data de principios de los ’80, y coincide con el ocaso del comercio mundial de yute, debido al reemplazo en su uso por fibras sintéticas. Su desarrollo se sustentó sobre la derrota del movimiento obrero y los acuerdos que regulaban el mercado mundial de textiles e indumentaria. En cuanto al primero de esos factores, los trabajadores organizados en torno a sindicatos y partidos de izquierda, tuvieron un papel activo en la independencia de Pakistán a finales de 1971 [4]. Pero la contrarrevolución no se hizo esperar. Entre 1975 y 1983, tras el golpe de estado que asesinó al primer mandatario, la burguesía bangladesí con el apoyo financiero de EEUU, el FMI y el Banco Mundial logró doblegar al movimiento obrero y su organización. Con ello, se proletarizó gran parte de la población, se liberalizó el comercio internacional y se reprivatizaron las empresas nacionalizadas en 1972, entre otras medidas.
Por su parte, el mercado mundial de indumentarias y textiles funcionó sobre la base de acuerdos que asignaban cuotas de importación negociadas entre EE.UU., la Unión Europea y Canadá y los países exportadores. Entre 1974 y 1994 fue el Acuerdo Multifibras (AMF). Luego sería reemplazado por el Acuerdo de Textiles e Indumentaria (ATI) con vigencia hasta 2004. Las exportaciones de indumentaria bangladesíes estuvieron exentas hasta 1985. Pronto, aquellos capitales alcanzados por el AMF, en su mayoría del sudeste asiático, vieron a Bangladesh como una oportunidad de relocalizar la producción, por la vía de la subcontratación e inversión extranjera directa, a fin de aprovechar los bajos salarios y exportar a los principales mercados sin restricciones.
El gran empuje al desarrollo de la rama se produjo cuando Reino Unido, Francia y EE.UU. decidieron imponer cuotas de importación a la indumentaria bangladesí en enero de 1985. Esto aseguró un mercado cautivo en el cual colocar su producción, sin preocuparse por la competencia de los grandes exportadores asiáticos. A esto se sumaba el hecho de que la indumentaria bangladesí no pagaba aranceles de importación dentro de la Unión Europea. Pronto, pasaría de ser una rama marginal a ser la única puerta de acceso al mercado mundial. Con solo 131 establecimientos y exportaciones marginales, llegó a tener 4.107 establecimientos que empleaban a 2 millones de obreros y cuyas exportaciones representaban el 75% del total del país, entre 1983 y 2005.
En un principio, la finalización del ATI generó sus dudas. Parecía que la rama de la indumentaria china iba a quedarse con todos los mercados. Sin embargo, la creación de capital ficticio a escala mundial había estimulado el crecimiento de otras ramas en China con mayor composición orgánica, presionando al alza de los costos laborales y, con ello, erosionando la competitividad de su rama de la indumentaria. Por eso, la actividad continuó creciendo en Bangladesh: entre 2005 y 2012, el número de establecimientos creció hasta 5.400 fábricas que empleaban a 4 millones de obreros. Sus exportaciones fueron de 19 mil millones de dólares, siendo la Unión Europea y EEUU el destino del 85% del total de las exportaciones de indumentaria [5].
En ropa interior
Con la finalización del ATI, se hicieron evidentes las limitaciones que aquejaban a la rama en Bangladesh. A pesar de contar con los costos laborales más bajos del mundo, la baja productividad de la rama presentaba un problema frente sus competidoras directas (Camboya, Indonesia, Pakistán y Sri Lanka) [6]. Además, el escaso desarrollo manufacturero en general y de la rama textil en particular, elevaba la dependencia de las materias primas importadas presionando sobre la balanza comercial. El peso de los textiles, químicos, alimentos y bienes de capital importados hizo que el déficit comercial pasara de 4,15 a 9,12 mil millones de dólares entre 2006 y 2011. Este déficit comercial fue financiado gracias a las remesas recibidas por la exportación de mano de obra barata en búsqueda de lo que la economía bangladesí no puede ofrecer. En 2011, el monto recibido en remesas fue de nada menos que 12 mil millones de dólares, siendo Arabia Saudita, Omán y la India los principales centros emisores.
Frente a las limitaciones inherentes de su rama, la burguesía bangladesí logró mantener su competitividad evitando incrementos salariales mediante la represión policial de manifestantes o la persecución, tortura o muerte de dirigentes obreros. También ahorra en condiciones laborales en el incumplimiento de las normas de seguridad e higiene.
Las huelgas obreras tuvieron una respuesta real y otra formal. En este caso, a pesar de la implementación de la Ley de Trabajo de 2006, las jornadas continuaron entre 10 y 12 horas de lunes a domingo sin pago de horas extras y no se mejoraron las condiciones laborales. En 2010, el gobierno anunció el incremento del salario mínimo de la rama de 21 a 42 dólares mensuales. En primer lugar, los capitalistas no reconocieron dicha alza. En segundo, el incremento no alcanzó los niveles de inflación de la canasta básica, ya que el precio del arroz acumulaba desde el último aumento un alza del 100% [7].
Tras el episodio de Plaza Rana, nuevamente el gobierno volvió a anunciar un incremento salarial, el reconocimiento de derechos sindicales y la obligación de la patronal de cubrir el seguro médico de sus obreros. Sin embargo, estas medidas están condenadas a ser letra muerta. Esto no se debe a la maldad del capitalismo en Bangladesh, sino a que el motor de su acumulación son los bajos salarios y las malas condiciones de la producción de su rama más dinámica (la de indumentaria). Un aumento salarial, que se traduciría en un incremento del costo laboral, anularía el elemento de competitividad del capital en el mercado de indumentaria, lo que lo obligaría a migrar a otras latitudes.
El problema no es la “moral” del capitalismo. En la etapa contemporánea, lo que vemos en Bangladesh es la forma que asume la acumulación en los países que compiten mediante bajos costos. La acumulación de capital no tiene nada bueno para ofrecer a la clase obrera, que en forma creciente se ubica en situación de sobrante en relación a las necesidades de valorización del capital. Es necesario promover la unidad en torno a un programa internacionalista que organice y movilice al ejército de la sobrepoblación relativa hacia la construcción del socialismo, en lugar de alimentar esperanzas sobre la posibilidad de un capitalismo humanizado.
Notas
1 http://goo.gl/WajGD.
2 Pascucci, Silvina: Costureras, monjas y anarquistas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2007.
3 goo.gl/Kc2hA
4 goo.gl/H6zcW
5 goo.gl/jZeHv
6 goo.gl/zE4oG
7 http://goo.gl/nuo0w