Mito, plagio y desprecio. Acerca del libro «La revolución clausurada», de Cristian Rath y Andrés Roldán – Juan Flores

en El Aromo nº 73

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Mito, plagio y desprecio
Acerca del libro La revolución clausurada, de Cristian Rath y Andrés Roldán

Luego de afirmar que se trataba de “divertimentos intelectuales”, el PO editó un libro sobre la Revolución de Mayo. Sin preocuparse por probar lo que se dice y sin conocimiento de datos elementales, los autores se dieron el gusto de publicar una mala copia de lo que ya ha escrito, hace 28 años, el maoísmo. Para no tener que hacer frente a nuestras críticas, en la presentación se nos censuró la palabra. Mal negocio: sólo les hubiéramos señalado una cuarta parte de lo que aquí aparece.

Juan Flores
GIRM-CEICS

¿Puede cualquier individuo, habiendo adquirido la habilidad de la lecto-escritura, escribir sobre cualquier aspecto del universo que se le ocurra y publicarlo? Seguramente, si reúne el dinero necesario. ¿Debe un partido difundir como propio cualquier boceto que elabore uno de sus miembros, sólo por el hecho de que el sujeto en cuestión se ha entusiasmado con la idea de que sabe de algo? Solo si desprecia a sus militantes, a la clase obrera, a la posibilidad de cambiar el mundo y al conocimiento necesario para ello. Esto último, en resumidas cuentas, es lo que ha pasado aquí. Cada año, se publican sobre la Revolución de Mayo decenas de libros, firmados por autores del más diverso pelaje: desde académicos hasta aficionados que quieren cumplir su sueño. Este ensayo, que se inscribe en ese último grupo, no hubiera merecido siquiera una lectura superficial, de no haber sido editado como material del Partido Obrero. El texto no se preocupa por probar nada de lo que dice, no está al tanto de ninguna de las discusiones sobre el tema y tiene errores fácticos sobre cuestiones elementales, que se hubieran solucionado con un buen manual de secundario. Con todo, eso no es lo peor: lo que se dice allí ya fue escrito y publicado por el Eduardo Azcuy Ameghino en 1986, en Artigas en la historia argentina (obviamente, sin los errores de nombres y fechas y sin esa cuota de voluntarismo histórico). Por lo que, por fuera de constituir una muestra del programa que parece regir al PO, se trata lisa y llanamente de un libro inútil, en el mejor de los casos, y de un plagio vergonzoso, en el peor. En fin, este espacio no nos permite señalar todas las insuficiencias. Vamos a marcar aquellas que nos interesan.

La revolución de Ford y Santiago Del Moro

La gran pregunta que motiva al PO a tratar el problema de la Revolución de Mayo es por qué Argentina no siguió el derrotero de los Estados Unidos [1]. Rath y Roldán esbozan superficialmente respuestas similares a que las que ya maneja, con mayor rigor (la verdad sea dicha) el PCR (Azcuy Ameghino) y el PC uruguayo (Lucía Sala) o incluso (sin tanto rigor) algunas variantes del kirchnerismo (León Pomer): no somos un capitalismo “serio” porque la revolución burguesa no completó sus tareas. Para explicar los motivos de este derrotero político, los autores esgrimen otro lugar común de la historiografía nacionalista: el proceso fue abortado por una alianza entre el imperialismo británico y una oligarquía mercantil porteña-latifundista –es decir, una burguesía “menos seria” que su par norteamericana- que ahogó a la alianza morenista y artiguista (pág. 30). Para el PO, el liderazgo de Artigas, Moreno y los federales expresarían una alianza orgánica con los explotados y un “verdadero” desarrollo nacional e industrial. Por último, el libro cae en la idea de que los aciertos/desaciertos de las direcciones agotan la explicación de los fracasos del programa revolucionario. La historia así pierde de vista el problema material y se refugia en factores personales como motores del proceso. La historia pasa a ser un foro de Infama.
Según el PO, si la burguesía argentina lo hubiera querido, hoy podríamos ser EE.UU. Se abstrae, por lo tanto, de las condiciones materiales con las que se inicia una y otra experiencia. Si los autores hubieran revisado unos simples datos, sabrían que, para ese entonces, lo que sería la Argentina conformaba un sexto de la economía norteamericana de 1776 y que toda la población del virreinato –contando el Alto Perú- era un décimo de la población francesa y un quinto de la población española. Sin población para constituir un mercado interno, con unidades dispersas y con poca comunicación, con grandes masas viviendo bajo relaciones propias de la noche de los tiempos no parece haber demasiadas opciones. Sin ocuparse de indagar sobre estos datos tan elementales, los autores suponen que en la historia se puede hacer cualquier cosa. Parece mentira que a cuadros del PO debamos recordarles premisas marxistas tan básicas como que las condiciones objetivas operan como límites impuestos a la intervención de los sujetos en la historia.
Para los autores, sólo una “burguesía industrial” podría incubar potencialidades revolucionarias. En cambio, las burguesías agrarias serían reaccionarias. En ese sentido, el desarrollo capitalista jamás saldría de una agricultura de grandes unidades. Más bien, “la estancia y el latifundio se convertirán en la principal traba para el desarrollo, que bloqueó el poblamiento del campo argentino y la evolución en otra escala del mercado interno” (pág. 85). En su fantasía, hay hacendados “burgueses” y hacendados “defensores del orden” (¿feudales?). Estos últimos, ligados a la exportación de tasajo para Cuba. En cualquier caso, en las haciendas habrían predominado relaciones esclavistas y de pago en especie (¿y dónde están los hacendados burgueses entonces?).
Este planteo presenta groseros errores fácticos y lógicos. Jamás se pudo cotejar que haya existido una diferenciación tal entre los hacendados. Sencillamente, porque la principal exportación del período era el cuero. La carne salada comienza a aparecer como un renglón menor, pero digno de ser considerado, luego de 1815. Tampoco es cierto que en las estancias porteñas predominase el pago en especie: el grueso de los jornales se pagaba en moneda. Si hubieran empezado por el principio, revisando debates clásicos sobre la mano de obra rural, (el de Mayo-Amaral-Garavaglia, publicado en IHES 1987, o el que protagonizaron Gelman y Salvatore-Brown en la famosa recopilación del CEAL en 1993) o al propio Azcuy (si van a plagiarlo, que sea en toda la regla) habrían dicho una barbaridad menos. Aunque tenemos fuertes discusiones con todos ellos, estamos hablando de datos muy elementales. Los esclavos, por su parte, constituyen apenas el 7,8% de la población de la campaña en 1813 [2]. Parece imposible, pero con revisar la información existente, se da con el dato.
Ahora bien, hay algo más grave: la idea de una burguesía industrial revolucionaria contra una agraria. Si hubieran leído seriamente sobre las revoluciones burguesas que catalogan de “serias”, se habrían llevado una sorpresa. La Revolución Francesa tiene como fundamento la rebelión de la burguesía agraria en el campo francés. Cuando esta clase se retira, la revolución encuentra el punto de retirada. No se puede hablar del caso francés sin haber leído el clásico de Goerge Lefebvre sobre los coqs de village en la campaña gala. Para el caso inglés, Christopher Hill indicó hasta el hartazgo cómo los yeomen (burgueses agrarios) formaron el New Model Army de Cromwell en la Revolución Inglesa [3]. No haría falta decirlo, pero vale aclararles a los compañeros que Hill es un autor clásico del marxismo y una lectura indispensable. En las Trece Colonias (así se le llamaba a EE.UU.), tampoco vemos al gerente de la Ford o de Chevrolet liderando la rebelión, sino a Georges Washington, un plantador de tabaco o a Thomas Jefferson, otro terrateniente. Herbert Aptheker, otro clásico del marxismo, lo explica muy bien. Un dato más: de los primeros 13 presidentes norteamericanos, 10 eran grandes propietarios agrarios [4]. En definitiva, los compañeros miden un proceso que no conocen con la vara de aquellos que ignoran.
Es lógico que la burguesía revolucionaria no provenga de la “industria”. Si tomamos a este término en su acepción marxista (es decir, científica) no es la producción urbana en general (no había industrias en el Egipto Antiguo), sino el predominio completo del capital sobre el trabajo en la producción (lo que se llama el régimen de Gran Industria) [5]. Si hay industria, es porque las relaciones capitalistas son dominantes. Si es así, o la revolución ya pasó o es innecesaria. Por lo tanto, una hay ninguna burguesía revolucionaria en la industria, salvo en el programa peronista.
Lo que existió bajo el feudalismo, en las ciudades, es el taller gremial, en el que predominaban relaciones no capitalistas (maestros, oficiales y aprendices). Eso no es industria.  Ninguno de esos “industriales” iba a liderar ninguna revolución. Las relaciones capitalistas comienzan allí donde, hasta el siglo XIX, se produce el grueso de la vida social: el campo.

Marx vs. Prohudon-Turner

Al “latifundismo”, los autores le contraponen la salida “capitalista” y “revolucionaria”: los farmer, la proliferación de pequeñas propiedades, en un mundo democrático y sin opresión, como habría sido el Oeste norteamericano. Tal vez no lo sepan, pero estas fantasías no son fruto de ningún estudio serio, sino de las ideas de un intelectual norteamericano, de Frederick Turner, quien a fines del siglo XIX intentaba adoctrinar sobre las características democráticas del “espíritu americano”. No obstante, cualquier capitalismo se desarrolló sobre la concentración de la tierra y la expulsión de los poseedores. En Inglaterra, los cercamientos posibilitaron la expansión de las relaciones capitalistas (Marx, en El Capital, tomo I, cap. XXIV). EEUU, lejos del panorama idílico de Turner, vivió un proceso de concentración y expropiación a comienzos del siglo XIX [6].
Creer que la vía farmer porta consigo el germen de la industrialización nacional no tiene el más mínimo asidero. ¿Qué mercado interno podría construirse si el farmer consume casi todo lo que produce? ¿Cómo se va a conformar un mercado de fuerza de trabajo si todos acceden a medios de producción y de vida? ¿Qué tipo de capitalismo imaginan que se puede formar sin la existencia de un mercado de fuerza de trabajo?
Ahora bien, en cuanto al desarrollo de las fuerzas productivas, ¿cómo puede una unidad de menor escala ser más eficiente? ¿Cómo hace un farmer para comprar maquinaria si no puede acumular en grandes proporciones? ¿Para qué va a utilizar maquinaria, si su escala es pequeña? ¿Cómo va a desarrollarse la división técnica del trabajo? El PO imagina una sociedad de pequeños productores, tal como lo hacía Prohudon, entre el anarquismo y el liberalismo.
La visión que tienen de la pampa es un mito ni sus creadores se animarían a defender hoy en día. Hace más de 30 años, el acceso a fuentes documentales objetivas empezó la existencia de una realidad más acorde a la lógica: grandes, pequeñas y medianas propiedades y una variedad de producciones agrarias. En todo caso, esos “latifundios” no eran improductivos. Por el contrario, basta ver algún estudio de caso para comprender que eran las unidades mejor dotadas. En efecto, como hemos demostrado hace ya casi veinte años –y los autores hubieran hecho bien en chequear lo escrito sobre el tema- la productividad del agro argentino a fines del siglo XIX se sostiene por su mecanización, amparada en la economía de escala [7].

Artigas y los buenos salvajes

La posibilidad de una salida farmer, según los autores, estaba expresada en Artigas. Para ello, como dijimos, repiten lo mismo que Azcuy Ameghino. Al menos, Azcuy analiza las proclamas y decretos de Artigas, lo que en este ensayo no se hace. Se hace alusión al “Reglamento de 1815”, pero no se lo analiza. Nosotros, como creemos en la aquella idea racionalista que prescribe la necesidad de demostrar lo que se dice, hemos acudido a los textos. Al acudir a la fuente, nos encontramos que ese “Reglamento” tiene un nombre específico: “Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados”, de 1815. El título, ya anticipa para quién fue redactado.
Bien, lo que el Reglamento efectivamente establece es la necesidad de expropiar a los enemigos de la Revolución (“los malos españoles y peores americanos”). Ahora bien, todos expropian. La revolución expropió tierras al rey, Rivadavia a las órdenes eclesiásticas y Rosas a los unitarios. Este caso no se diferencia de las anteriores: los resortes para la aplicación de la expropiación y reparto quedan en poder de la misma burguesía. El artículo 1° otorga la prerrogativa de distribuir las tierras al alcalde provincial, que no era otro que un hacendado, o sea, un burgués. Si el artiguismo hubiera tenido la intención plebeya que Rath le atribuye, debería al menos haber puesto a los peones y jornaleros -o, al menos, a pequeños productores- en el control de estas tareas. El artículo 8° sanciona una clara petición de los hacendados, al impedir carnear vacas ajenas. ¿Y quién incurría en tales prácticas? La respuesta es sencilla: cualquier desposeído de la campaña. A esto agreguemos el establecimiento de una policía rural (artículo 25°) o de la papeleta de conchabo (artículo 27°). ¿Qué expresan sino una política de una clase que comprende la necesidad de sus tareas históricas (la consolidación de la propiedad privada, la construcción de un mercado de trabajo, la proletarización)? Para los pequeños productores o aquellos desposeídos que procuraban acceder a la tierra, el asunto no se encontraba en el reparto de propiedades, sino en la posibilidad de pastar ganados en distintos lugares y el acceso al agua. Ante una sequía o inundación, la delimitación de la tierra era el certificado de defunción del stock ganadero del pequeño productor, que prefería una ganadería más itinerante. En muchos litigios encontramos individuos con pequeñas manadas que, con tales objetivos, ingresaban en propiedades fiscales o privadas.
De hecho, si atendiéramos a la historia, veríamos que los congresos del artiguismo –por ejemplo, el de las Tres Cruces de 1813 donde se definieron las bases de la “unión de los Pueblos Libres” y donde se emitió las Instrucciones la Asamblea del año XIII- sólo concebía la participación de hacendados burgueses [8]. No obstante todo esto, para caracterizar al artiguismo, no basta con el análisis del Reglamento. Los autores deberían haber investigado su relación con los libertos y esclavos. Artigas, al desconocer la Asamblea del año XIII, se opuso a la libertad de vientres. De hecho, durante la invasión portuguesa sobre la Banda Oriental, el Regimiento de Libertos fue uno de los primeros en pasar al bando de los portugueses [9]. Con respecto a los indígenas, Andresito (su apadrinado), como gobernador, solía expoliar a los grupos avispones en la región de las misiones, imponiéndoles castigos corporales a quienes no quisieran trabajar. Él mismo se ufanaba de darle “quinientos o más palos” [10]. En definitiva, sugerimos a los autores, antes de repetir lo que escribió otro y sobre lo que no tienen idea, tener al menos un primer acercamiento al Archivo Artigas, que se encuentra íntegro en la Biblioteca Nacional.
Otra idea que recorre el texto es que las masas precapitalistas habrían presentado un programa superador de la revolución burguesa. No obstante, hasta ahora no lo hemos encontrado y los autores nada nos dicen sobre el asunto. Por ejemplo, uno de sus “sujetos históricos” para los autores, habrían sido los “indígenas” (¿Cuáles? ¿Los cazadores recolectores de la Patagonia? ¿Los que se dedican al saqueo? ¿Los ayllus atravesados por diferencias de clase? ¿O los englobamos a todos en el mismo concepto porque son morochos y no hablan bien el castellano ni se cubren como manda la decencia?). Bien, esos grupos sociales se comportaron de la manera más diversa. Por ejemplo, en 1781, algunos encabezaron una rebelión en el Alto Perú. Unos años después, ayudaron, allí mismo, a reprimir un levantamiento criollo contra la corona en los enfrentamientos de 1782 y 1783 (proceso documentado por Sergio Serulnikov). En la sierra peruana, por ejemplo, defendieron a la monarquía hasta último momento. Hay un estudio muy conocido sobre el tema: The Plebeian Republic, de Cecilia Méndez (que explica mal lo que documenta bien). Esos comportamientos tienen un motivo: los caciques vivían expoliando a sus propias comunidades y la corona les garantizaba su lugar. A su vez, la revolución venía a transformar tierras comunales en propiedades capitalistas. Aquellas clases que estuvieran en una situación subalterna dentro de la comunidad, seguramente apoyarían las transformaciones, no así aquellos a los que la existencia de la comunidad garantizaba sus privilegios. Hay mucho escrito sobre esto. Deberían leerlo antes de escribir con prejuicios racistas impropios de un revolucionario.

¿La centralización es reaccionaria?

Aparentemente, para los autores, el morenismo y el federalismo (que conformarían un mismo movimiento) expresaban las abandonadas tareas burguesas. En este cuadro, el centralismo sería antinacional, ya que expresaba una alianza entre la “oligarquía mercantil” y el “imperialismo británico”. Frente a ello, el federalismo habría sido “nacional y progresivo”.En este esquema, el Primer Triunvirato (1811) habría acometido una agenda contraria al morenismo, dictada por los grandes comerciantes y el capital británico. No obstante, esta elucubración no soporta ciertos datos a mano de cualquier iniciado. Moreno dispuso en el Plan de Operaciones que los gobernadores provinciales debían ser nombrados por Buenos Aires, sin durar su mandato más de dos años para que no “se aquerencien”. Durante el proceso de constitución de la llamada Junta Grande (diciembre de 1810), se opuso a la incorporación de diputados provinciales. Si seguimos el recorrido vemos que todo el personal morenista se encuentra efectivamente en los gobiernos subsiguientes: Larrea, French, Beruti, Vieytes, Rodríguez Peña, Álvarez, Nuñez, Posadas, Miguel de Azcuénaga, Monteagudo y siguen las firmas. La mayoría se queda hasta el directorio de Alvear. Da un poco de vergüenza tener que señalar todo esto…
Tampoco es cierto que la dirección política del período priorizara en todo momento las necesidades de la burguesía comerciante. De hecho, bajo el Directorio de Alvear, el gobierno se vio forzado constantemente a pedir empréstitos forzosos a comerciantes. Caído el Directorio, el Estado declaró su “default” y no le pagó a nadie. Desde 1815 a 1825, la mitad de los comerciantes “imperialistas” ingleses quebraron. Quien ostentó la titularidad de una de las casas más importantes, Hugh Dallas, terminó sus días en la pobreza y en 1824, humillado, se suicidó en la Catedral anglicana de Buenos Aires.
Los autores defienden la secesión federal, con todas sus consecuencias: aduanas interiores, dispersión legal y restricciones a la circulación. En ese programa, se retrasan las condiciones que facilitan la capacidad del futuro proletariado de organizarse: la unidad política. Resulta sumamente extraño que se señale que el centralismo no expresa intereses progresivos y, a la vez, reclamen al socialismo la unidad política de América Latina. Ahora bien, ¿cómo piensan que se va a conformar una nación si no es integrando regiones? ¿Cómo van a integrarse si no es por la fuerza? El centralismo buscaba abolir las aduanas internas y crear un gobierno nacional sostenido en las rentas portuarias. El Interior lo comprende, porque esas economías no podían sostenerse por sí mismas y necesitaban de la ayuda porteña. El litoral era federal, porque quería disputar el puerto. Una parte de la campaña bonaerense también, porque no quería compartir esa renta con nadie. El Interior era mayoritariamente unitario. ¿Alguna prueba? ¿Cómo se llamaba la alianza política del General Paz? Liga Unitaria. ¿Y dónde tenía su base? En el interior, a tal punto que se la conoce como “del Interior”. ¿Por qué Facundo Quiroga se fue a Buenos Aires? Porque Paz lo desalojó de La Rioja en las batallas de La Tablada y Oncativo. ¿Cuál es la frase más famosa del Tigre de los Llanos? “No soy federal, soy unitario por convencimiento”. Si a los compañeros el manual de secundaria les resulta engorroso, pueden ver la serie Facundo, la sombra del tigre, que repasa los hechos y en la que Lito Cruz (en el papel del caudillo) repite esa frase una o dos veces por capítulo.
Una última cuestión que evidencia el descuido y la falta de respeto al público. Al analizar un movimiento porteño del 16 de abril de 1816, contra las invasiones portuguesas sobre la Banda Oriental, los autores recurrieron a fuentes que datan del 17 de junio de ese año, fecha en la que se desarrolló un levantamiento de la tendencia federal, en contra del Congreso de Tucumán, que sí provocó una movilización general, pero fue por otras casusas. Es decir, confunde dos movimientos e intentan indicar las características de uno con lo que leyó sobre el otro. En fin…

Reflexiones finales

Podríamos concluir indicando que los compañeros del PO adscriben al programa maoísta y que, por lo tanto, en el fondo, depositan esperanzas en alguna fracción burguesa rezagada (como los chacareros). En términos estrictos, esas cosas ya las dijimos en otras ocasiones, con mayores o menores eufemismos. Podríamos concluir, también, explicando que su visión de la Revolución de Mayo es un calco de la kirchnerista, lo que también dijimos en su momento.
Sin embargo, el balance no debería reducirse a una discusión programática sobre cómo funciona (en este caso, cómo se ha creado) la sociedad Argentina, sino a una diferencia fundamental que hace a la construcción partidaria y, en particular, a la de una dirección. El PO parece compartir la idea de la necesidad del mito soreliano contra la propuesta leninista de un partido de cuadros con un elevado grado de comprensión del campo a intervenir. Es decir, para los compañeros, no importa cómo se mueve la realidad, sino la forma de sembrar suficiente adhesión en las masas como para dirigirlas hacia determinadas tareas. La hegemonía de cierto personal político por encima de la hegemonía del programa. El resultado es esto que estamos reseñando y eso que la dirección del PO alienta: la idea de que el conocimiento no es necesario, que no hace falta probar nada de lo que se dice, que se puede escribir cualquier cosa -incluso repetir como propio lo que es ajeno- y que los compañeros que militan y la clase obrera en general no merecen otra cosa.
Claro que merecen otra cosa. Merecen una dirección a su altura.

Notas
1 Rath, Christian y Roldán, Andrés: La revolución clausurada, Mayo de 1810-Julio 1816, Ed. Biblos, Bs. As., 2013, p. 25. Todas las citas entre paréntesis, en el texto, se refieren a este libro.
2 GIHRR, “La sociedad rural bonaerense en el siglo XIX. Un análisis a partir de las categorías ocupacionales” en: Fradkin, Raúl y Garavaglia, Juan Carlos: En busca de un tiempo perdido. La economía de Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-1865, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2005.
3 Lefebvre, Georges: Les Paysans du Nord pendant la Révolution française, [1924], Laterza, Paris, 1959. Hill, Christopher: De la Reforma a la Revolución Industrial, 1530-1780, Ariel, Barcelona, 1991 (1era edición 1967).
4 Kolchin, Peter: American Slavery, 1619-1877, Hill & Wang, New York, 1993.
5 Véase Sartelli, Eduardo: “¿Cómo se estudia la historia de la industria? Una crítica y una propuesta desde el estudio de los procesos de trabajo”, en Anuario CEICS 2007, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2008.
6 Véase Kullikof, Allan: “Transition to capitalism en Rural America” en: The William and Mary Quarterly, 3°edición, vol. 46, n°1, Enero 1989.
7 Sartelli, Eduardo: “Del asombro al desencanto: La tecnología rural y los vaivenes de la agricultura pampeana”, en Andrea Reguera y Mónica Bjerg (comp.): Sin estereotipos ni mitificaciones. Problemas, métodos y fuentes de la historia agraria, IHES, Tandil, 1995.
8 Frega, Ana: Pueblos y soberanía en la Revolución Artiguista, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2011.
9 Archivo Artigas, t. XXXIII, pp 68-69.
10 Ibídem, t. XXIX, p. 33.

1 Comentario

  1. Me parece que el que escribió este articulo es un infeliz que no respeta a los compañeros, busca forzar una critica con falsedades que no están en el libro solo son interpretaciones y cree que la historia es recopilación de datos.

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