La mala conciencia de las buenas personas (II). Los intelectuales kirchneristas y la corrupción K – Eduardo Sartelli

en El Aromo nº 73

sordo

Eduardo Sartelli
Director del CEICS

En El Aromo nº 57, de diciembre de 2010, publiqué un artículo que llevaba el mismo título que este, pero en relación a la muerte de Mariano Ferreyra. Analizaba allí los meandrosos caminos por los cuales se intentaba, desde los intelectuales afines al gobierno, cortar toda relación entre el hecho y la estructura del poder kirchnerista. Estuve tentado a escribir una segunda parte cuando ocurrió el episodio de Plaza Once. En esa ocasión, los intelectuales de marras, otra vez, tratando de justificar lo injustificable calificaron el hecho que provocó cincuenta muertes como una “desgracia” y una “tragedia”. Por razones que no vienen al caso, desistí del asunto. Supuse que, dada la tendencia de Carta Abierta a esconder la basura bajo la alfombra, no faltarían ocasiones para volver a reflexionar sobre la ceguera voluntaria y sus motivos. Las “revelaciones” del programa de Jorge Lanata y la vergonzosa respuesta de la Carta 13 parecen motivos suficientes para no dejar pasar la oportunidad.

Una pequeña anécdota ilustrará sobre la calidad de los argumentos que examinaremos más adelante, que revela el mecanismo central de la maquinaria “conceptual” K: el recurso ad hominem. Como se sabe, tal argumento consiste en una falacia: juzgar la veracidad de lo dicho a partir de la calificación que merece el emisor. En criollo, culpar al cartero por el contenido de la carta. El método puede adornarse con las elucubraciones ideológicas que se quiera, desde la sociología de los intelectuales hasta la deconstrucción derrideana, pero no es más que una falacia que ignora desde la lógica más elemental hasta las particularidades propias de la ideología como instrumento de lucha política. Lógicamente, no hay ninguna vinculación necesaria entre la veracidad de lo dicho y las condiciones sico-socio-políticas del emisor: si un burgués dijera que la explotación existe y es lamentable, no por eso dejaría de ser una verdad redonda. Por qué un responsable de ese hecho que considera lamentable podría asumir públicamente semejante verdad, es otro problema, pero no resulta imposible de entender: los economistas austríacos (los defensores de eso que se llama popularmente “neoliberalismo”) sostienen el statu quo sin adornarlo ni justificarlo más que con la pedestre creencia en que esto es lo mejor que la humanidad ha construido y que todo lo que intente modificarlo resulta en totalitarismo. En el otro extremo, en eso que llamamos “progresismo”, encontraremos a intelectuales burgueses dispuestos a aceptar esa realidad y que justificarían su apoyo a gobiernos que representan precisamente eso, la explotación, con un argumento idéntico al anterior: esto es lo mejor que hay, la revolución fracasó, sus métodos son repudiables y no tiene sentido ir contra la historia. Para que una ideología funcione (y estas de las que hablamos funcionan, en tanto han gobernado el mundo desde los años ‘70 a esta parte) tiene, necesariamente, que reflejar, al menos en  forma parcial, la cruda verdad.
Hablaba más arriba de una pequeña anécdota para ilustrar este punto. Entre los comentarios en la página de El Aromo en la que apareció el primer artículo de esta serie, un imbécil que firma anónimamente como “yo”, se preocupa por desacreditar mis dichos por mi supuesto origen social. El mecanismo es sencillo: el autor del comentario se coloca en la posición del “pobre laburante” que paga sus impuestos para que un “intelectual académico” hijo de “terratenientes de Santa Cruz” insulte a un gobierno popular. Nunca contesto estas estupideces porque la estupidez es una sustancia de magnitud infinita, de modo tal que si uno fuera a prestarle atención pasaría su vida intentando debatir ideas con enfermos mentales. Si lo traigo a colación ahora es porque ilustra bien sobre el corazón de la “crítica” peronista a la izquierda: acusar al otro de lo que en realidad corresponde al acusador. El peronismo ha sido siempre un movimiento burgués que se adorna de “obrerismo” para ocultar su verdadera naturaleza. De esa manera se puede, muy orondamente, afirmar que la “izquierda” no entiende a la clase obrera ni “lo nacional” y “popular”, se borra de un plumazo la historia real y se ocultan hechos que desmienten sus pretensiones de representantes del proletariado, como la ideología fascista de Perón, la Triple A, los desaparecidos por el peronismo, etc., etc. En este caso, y tal vez sirva para adelantarme a los comentarios que vendrán tras esta nueva versión, vale aclarar que mi padre era albañil, vivió siempre de su trabajo, con el que mantuvo a su familia con la dignidad propia de un laburante, y murió, como todo albañil, de un ataque al corazón a los 70 años; mi vieja era portera de escuela en la provincia de Buenos Aires, vivió y murió como una madre proletaria del conurbano pobre de Buenos Aires, con esas limitaciones y esos sacrificios que todo hijo agradecido reconoce y admira.
Hay algo cierto hasta en la imbecilidad más imbécil: mi abuelo materno tenía una “estancia” en Las Heras, en plena meseta santacruceña. “Estancia” es un eufemismo para la mayoría de los establecimientos rurales de esa zona, que, dada la calidad de la tierra, valen menos que una chacra de 100 has. en los márgenes productivos de la región pampeana. Con ese recurso mantuvo a su familia en el pueblo, hasta que los hijos (siete) se hicieron grandes, entre la década de los ’50 y los ’60, y debieron mantenerse solos. Uno como obrero petrolero, otro como camionero, varias como empleadas estatales, de comercio y similares. La que se casó mejor, lo hizo con otro miembro de la tribu moyanista. Una tía tuvo que conformarse con un gendarme borracho y mi mamá con un representante de la cuchara y el fratacho. La “estancia”, luego del reparto correspondiente entre decenas de tíos y primos, nos reporta, a mi hermana y a mí la monstruosa suma de 1.000$ anuales en concepto de regalías petroleras, que es el único ingreso del establecimiento. Si se recuerda el origen social de Néstor, la anécdota, repito, ilustra bien sobre la lógica de los argumentos kirchneristas: gritarle a los otros lo que se aplica mejor que a nadie al kirchnerismo mismo. Que un imbécil tenga esta como única idea y la manifieste en una página que dista largamente de concitar multitudes, contra un desconocido como yo, vaya y pase. Tarados con ganas de perder el tiempo abundan. Pero que esta sea la única elucubración de la que son capaces todos los intelectuales kirchneristas contra periodistas famosos en medios masivos de comunicación, incluso cuando se juntan a “reflexionar”, es todo un síntoma de que las malas causas producen abortos intelectuales.

I. La Carta 13
a. El método

La carta, cuyo título es Lo justo, comienza por señalar que lo que está en marcha es “una narrativa mediática que apunta a deslegitimar, bajo la forma de un relato brutal, lo recorrido desde mayo de 2003”. Desde el inicio, entonces, empezamos mal: no se trata de un simple “relato”. Como se verá más adelante, la descalificación de las denuncias corre pareja con la negación de las pruebas aportadas. Sin embargo, los denunciantes han mostrado bastante más que pruebas: han expuesto hechos con consecuencias lógicas a los que solo quiere escapar el que no quiere ver. En efecto: podrá no existir la “cámara oculta” que muestre a Néstor y Cristina tomando el dinero de manos espurias y depositándolo luego en la bóveda familiar, mientras entre risas se burlan del pueblo argentino al que engañan como a niños y roban con la facilidad con la que se expolia a un mamado. Es cierto. Tal prueba no existe y dudo que exista. Lo que sí existe son hechos brutales que la C13 sumerge en el posmoderno sustantivo “narrativa”: jardineros, choferes, secretarios, estibadores, empleados bancarios, todos satélites en torno al matrimonio presidencial, que en menos de lo que canta un gallo acumulan fortunas; sobreseimientos en tiempo récord por parte de jueces que hasta ayer mismo eran sinónimo de lo peor de la justicia (¿alguien mencionó a Oyarbide?); patrimonios que se incrementan 1.000% en declaraciones juradas en apenas una década (es decir, confesión de parte…); explicaciones falsas a todas luces, como la que intenta dar cuenta del incremento de la fortuna presidencial aludiendo a una profesión que no se practica desde hace al menos treinta años. En lugar de realidades que no necesitan verificación porque se están a la vista de todos, las fastuosas mansiones, los autos de lujo, los departamentos en Puerto Madero, las fiestas multitudinarias, son simples “mitos urbanos de enriquecimientos olímpicos, denuncias indemostrables articuladas con una colección de personajes que van de los lúmpenes del jet set vernáculo a una ex secretaria despechada”. Carta abierta exige el adn de la paja en el ojo ajeno mientras una manada de elefantes pasa a sus espaldas con total impunidad.
Obviamente, la intención es “desestabilizadora” de la “convivencia democrática” misma:

“De las cloacas del lenguaje se extraen los argumentos que, más allá de cualquier prueba, son presentados como la verdadera cara de un gobierno supuestamente atrapado en su propia red de venalidades y corrupciones. Ya no importan las diferencias políticas o ideológicas, tampoco los modelos económicos antagónicos, lo único que le interesa a esta máquina mediática descalificadora es sostener un bombardeo impiadoso y constante que no deje nada en pie.”

El párrafo no deja lugar a dudas sobre la estrategia de defensa: eludir el objeto en discusión. Se ha dicho que las máximas autoridades del país están comprometidas en negocios turbios y que han construido una red de corrupción gigantesca. Frente al cuestionamiento a la ética gubernamental, en lugar de responder sencillamente que lo que se ha dicho no es cierto y ofrecer las pruebas correspondientes, se desvía el eje del debate hacia la política del gobierno. El ardid no carece de inteligencia, porque saca de la mesa una premisa elemental de las responsabilidades del gobernante: la mujer del César no sólo debe ser virtuosa sino parecerlo. La ética del ciudadano de a pie no se aplica al gobernante, que está obligado a ofrecer la prueba de su inocencia. Por otra parte, la oposición ética-política, donde los “aciertos” de ésta última de alguna manera se ofrecen como reparación de los males de la primera, no es más que una nueva forma de presentar el viejo “roban pero hacen”.
En una vuelta de tuerca del argumento anterior, los redactores, en lugar de justificar con datos concretos su confianza en la ética presidencial, ofrecen la política del gobierno como prueba de inocencia:

“Pero entonces, (…) se considera todo ello fruto de un espíritu despótico, de jefes políticos que se prepararon toda una vida para llegar a la función pública mandando agrandar los cofres familiares mientras pronunciaban palabras como impuesto a la renta agraria o asignación universal por hijo.”

Lo que se nos dice es sencillo: quien gravó la renta agraria y otorgó la asignación universal, no puede ser corrupto. Se olvidan, de paso, que la renta agraria está gravada en Argentina desde comienzos de la década del ’30 del siglo pasado, que la magnitud de esa imposición bajo Menem y Videla fue todavía superior a la del kirchnerismo y que la asignación universal fue una propuesta de Carrió a la que Cristina apeló después de la debacle del 2009.
Repitiendo los argumentos del menemismo, la C13 hace eje sobre la falta de “pruebas” y la apelación a la “justicia”. Otra vez, los redactores parecen no recordar que el 40% de los cargos judiciales ha sido cubierto por el gobierno kirchnerista y que hasta la misma Corte Suprema es de su propia factura.
La figura del argumento ad hominem aparece y reaparece permanentemente, bajo las más diversas modalidades retóricas, adornadas con alusiones “cultas” que tratan de remitir los cuestionamientos a la ética gubernamental ya no al presente inmediato o al pasado reciente, sino a las profundidades medievales de la barbarie:

“La oscura figura del avaro, la brutal construcción del ‘judío’ con los bolsillos llenos de dinero que supo desplegar el antisemitismo exterminador, el relato de fabulosas bóvedas rebosantes de oro y de billetes se convierten, como en otros momentos de nuestra historia en la que gobiernos populares fueron derrocados por ominosas dictaduras, mediante la estética del más consumado amarillismo periodístico, en santo y seña de una oposición que busca destruir no sólo un gobierno, sino la propia legitimidad de la política.”

Esta deshistorización de las denuncias concretas, esta banalización de la ética más elemental, corre de la mano con una estructura de pensamiento que remite a la imagen del mal universal propia del totalitarismo mental. Los opositores son siempre remedos necesarios del demonio mismo, que buscan el daño y la muerte por simple placer: “Atacan no sólo al kirchnerismo. Su objetivo es más amplio: apuntan a destituir cualquier posibilidad de que la política sea un instrumento emancipador.” Parafraseando a Aldo Rico, la C13 acusa a la oposición de un objetivo extraño, que remite, sin lugar a dudas, al Proceso militar: para la intelectualidad nac&pop, la campaña contra el gobierno prohijada por la “corpo” y la “opo”, quiere “sembrar la duda en el interior de la sociedad.” Una frase digna del Venerable Jorge de El nombre de la rosa.
Por otra parte, Carta Abierta profesa una fe delictual pequeño-burguesa. En realidad, ladrones, lo que se dice ladrones, son otros:

“¿Vivimos en sociedades sin corrupción? Esto no es posible afirmarlo. Pero es posible decir que la corrupción más importante –si este concepto ganara en tipificaciones jurídicas antes que en amorfas descripciones de comedia musical– es la que ocurre en las grandes transacciones capitalistas en materia de estructuras financieras ilegales, circulaciones clandestinas, excedentes que pertenecen a rubros invisibles de la acumulación de sobreprecios, instancias implícitas de gerenciamiento de dineros privados considerados como mercancía de las mercancías en pequeños países que no es que tengan sistema capitalista, sino que el sistema capitalista los tiene a ellos.”

Dejando de lado la ignorancia acerca del sistema social que rige la vida de los argentinos que rezuma una frase que pretende ser ingeniosa (¿a qué país capitalista el capitalismo no lo “tiene”?), el robo en pequeños montos se justifica por oposición al latrocinio en gran escala.

b. El objeto atacado

Según la C13, el objeto real del ataque opositor no es la ética pública del clan gobernante sino su política, definida por los redactores de la carta como “lo justo”: “Lo justo también como una práctica que, al mismo tiempo que reconoce al otro y a su diversidad, también se afirma en la distribución más igualitaria de los bienes materiales y simbólicos.” Para Carta Abierta las estadísticas nacionales comienzan recién en 2001 y deben justipreciarse según la metodología impuesta al Indec a partir de 2007. De otra manera, no hay forma de sostener que una distribución del ingreso que reproduce los mismos guarismos que existían a mitad del menemismo puede ser considerada motivo de orgullo. Ninguna de las variables sociales importantes arroja mejores resultados porque el kirchnerismo vino a consolidar esas tasas de explotación.
Sin embargo, “lo justo” es más que una serie de indicadores:

“Lo justo no como retórica de lo nunca realizado sino como evidencia, más que significativa a lo largo de esta última década, de un proceso de transformación social que no sólo vino a reconstruir derechos sociales y civiles sino a poner en cuestión la hegemonía de aquellos que condujeron al país a la desigualdad y la injusticia.”

Cercana a la revolución, la década k, es un “proceso de transformación social” que pone en cuestión la “hegemonía” de los que condujeron al país a la “desigualdad y la injusticia”. O están aludiendo al conjunto de la historia argentina, desde Mariano Moreno para acá, o no entienden que el capitalismo en sí es la “desigualdad y la injusticia”. Salvo que creamos que la Argentina de Yrigoyen, la de Perón y ésta, de Cristina, es un país donde domina la igualdad y la justicia… Según Carta Abierta, entonces, ya no hay pobres en el país. Ya no se muere nadie de hambre, no hay desocupados, los jubilados veranean en Punta del Este, el salario mínimo supera largamente la canasta familiar, no hay trabajo infantil, hasta los hospitales se envuelven en gasas y se adornan con tomógrafos flamantes. ¿Cómo se consiguió esta revolución incruenta?

“Sí sabemos que están dispuestos a empeñarse a fondo, sin ahorrar ningún recurso, para descalificar a un gobierno que ha puesto el dedo sobre la llaga del poder hegemónico en el país; de un gobierno dispuesto a doblar la apuesta abriendo brechas antes inimaginables en el interior de una sociedad que parecía entregada al saqueo de todas sus esperanzas.”

Para Carta, la asignación universal por hijo, las retenciones y la mezquina política de derechos humanos K, son “brechas antes inimaginables”. Es bueno que confiesen su total carencia de imaginación. Lo que debieran confesar también es su ignorancia. Parece que según estos filósofos y cientistas políticos, el poder hegemónico es Clarín, no la burguesía. De donde se deduce que la Argentina ha dejado de ser una sociedad de clases. ¿Qué otra cosa significa si no la afirmación según la cual los que detentaban la hegemonía la han perdido? Que los bancos figuren entre los principales ganadores del “modelo”, que las principales receptoras de subsidios estatales sean las multinacionales automotrices, que las multinacionales mineras sean dueñas de vidas y haciendas de la cordillera, que la “patria sojera” tan vituperada no cese de crecer, incluso a costa del genocidio Qom, eso, todo eso, no existe, es un invento de la oposición. Por qué los grandes grupos económicos nacionales e internacionales salieron en defensa del gobierno durante el conflicto de 2008, siendo que éste les había confiscado nada menos que la “hegemonía”, resulta difícil de explicar desde el “cartismo”. ¿Será “hegemonía popular” la entrega de YPF a Chevron después de tanto arrebato nacionalista?
Es que Carta y sus denostados enemigos, comparten la misma concepción burguesa del mundo: para ambos la “democracia” es un valor abstracto, la supresión de las clases, la igualdad formal, el fin de la historia. Dicho de otro modo: ambos comparten el mito liberal. Así, a los cartistas no se les ocurriría colocar entre los grandes asesinos de la historia argentina más que a militares malos acompañados por civiles perversos, siempre alejados de la voluntad popular. Pero la Triple A la inventó Perón; la Patagonia la ensangrentó Yrigoyen. Es más: si se saca bien la cuenta, el podio de los asesinos del pueblo, no está encabezado por Videla sino por el primer presidente radical. Y Perón entra tercero cómodo. Que dos de tres de los mayores masacradores de la clase obrera fueran “demócratas”, es más, los más “demócratas”, los más votados, debiera ilustrar sobre la naturaleza de la democracia burguesa y sobre la ignorancia deliberada de la historia propia de los “cartistas”.

c. La naturaleza del pueblo al que interpela el “cartismo”

Según Carta, al gobierno “no lo atacan por lo que hizo mal sino por todo aquello, ya consignado, que ha significado un cambio notable y positivo en la vida del país”. Pero no hay programa televisivo, radial o artículo periodístico que ataque la asignación universal por hijo, el último gran caballito de batalla K. Y salvo que criticar una reforma judicial que permitirá al gobierno defendido por Oyarbide nombrar a los jueces por mayoría simple, por cobrar impuesto a las ganancias a los trabajadores, por avalar el genocidio Qom, por nombrar a un represor al frente de las fuerzas armadas sea atacarlo por cambios “notables”, el eje de toda la discusión es la corrupción oficial. La maniobra perversa que se denuncia en la “opo” y la “corpo” se resume en las cuentas del clan gobernante. Así de corta y limitada es la crítica, porque la oposición no tiene un programa diferente del gobierno.
Finalmente, no importa lo que pretendan (real o imaginariamente) los opositores, el eje de la cuestión no es la política del gobierno, sino el personal gobernante, hasta ahí les da. Si Boudou hubiera renunciado, si De Vido hubiera renunciado, si Cristina hubiera renunciado, o al menos pedido licencia mientras una comisión especial estudiaba el asunto, nada de esto se estaría discutiendo. ¿Por qué razón Carta Abierta supone que el “modelo” necesita de ese personal político y no puede desarrollarse con otro? En última instancia, para el cartismo el pueblo que ha sabido acertar una vez, esa que votó por Cristina, no sabría hacerlo de nuevo. Sin Cristina, el pueblo, necesariamente, recae en Macri:

“¿Comprenderán los genuinos demócratas que de triunfar la alquimia de vodevil mediático, intereses corporativos, gestualidad antipolítica y neogolpismo especulativo, lo que nos espera será nuevamente el vaciamiento de la vida institucional democrática y el retroceso social? ¿Entenderán que lo que está en juego es la propia idea de la política como instrumento emancipador? El aliento fétido de la regresión neoliberal sale de la pantalla impúdica los domingos a la noche.”

En última instancia, la “década ganada” gracias a una fundamental transformación social (¿?) pende de un hilo de la falda de Cristina. No se debe a las virtudes del pueblo al que se busca proteger, que no sería capaz de seguir adelante con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes. No. El “pueblo” cartista es incapaz de superar la conspiración mediática: va al supermercado y ve y siente en su bolsillo que los precios no crecen y, en vez de creerle al Indec, le cree a Clarín; toma el subte y se tropieza todo el tiempo con Boudou, que viaja a su trabajo, la presidencia del Senado, en la línea E, desde su modesto departamento en Bajo Flores, pero prefiere creerle a Lanata, que insiste en hablar de Puerto Madero; cobra la asignación universal como complemento de su salario en blanco, salario que le alcanza para llegar a fin de año en medio de la abundancia, pero prefiere leer en La Nación que, por 400$ tiene que seguir cobrando en negro porque si no le quitan el subsidio; al pueblo no se le corta la luz ni el gas, ni le sube la nafta o el gasoil; vive en barrios abiertos y casas sin rejas, caminando descuidado a altas horas de la noche; disfruta, en fin, del mejor de los mundos. Pero prefiere creerle a la “corpo”, a pesar de que el aparato mediático oficialista es varias veces superior y que la presidenta usa la cadena nacional hasta para festejar la inauguración de una bicisenda en la Quiaca. Pueblo tonto. Pueblo incapaz. Pueblo niño. Menos mal que Carta Abierta existe para abrirle los ojos…
La democracia conquistada es, entonces, una emanación de Cristina. Sin ella, todo se derrumba. En realidad, ella es el verdadero pueblo. Diosa imprescindible, hemos de perdonarle todo, hasta que robe, porque si no, viene Macri. ¿Y si Cristina reconstruye el aparato represivo del Proceso poniendo frente al Ejército a un participante del Operativo Independencia? Se lo perdonaremos, porque si no, viene Macri. ¿Y si Cristina consagra la impunidad en relación a la AMIA y la DAIA? Se lo perdonaremos, porque si no, viene Macri. Si Cristina, que siente frío en la espalda porque la espían los yanquis, nos escruta con el Proyecto X, se lo perdonaremos, porque si no viene Macri. De última, ¿por qué vamos a hacer peligrar el paraíso en el que vivimos? Le perdonaremos todo, porque si no, viene Macri.

d. Le hablo a mi fantasma

El debate sobre el contenido de la Carta 13, que se puede seguir en Youtube, es tan interesante como la carta misma. Los argumentos ad hominem dan la tónica dominante. Enrique Zothner, por ejemplo, no duda en comparar a Lanata con Neudstadt. La negación de la realidad también es parte necesaria de la discusión. Así, según Cintia Ini, quien por lo que parece desconoce cómo cerraron los balances de las entidades financieras en los últimos años y de qué lado están Vila-Manzano y Spolsky, “estamos luchando contra gigantes mediáticos y contra todo el poder financiero…” Paradójicamente, los defensores de la “decencia” mediática no tienen empacho en reivindicar lo que hasta ayer era para todo el mundo el mejor ejemplo del amarillismo de cuarta semimafioso: “reivindico a Rial y a Ventura que jugaron un rol leal hacia el proyecto”, señaló un tal Muller. Un tal Osvaldo Ortemberg, utilizando una metáfora indudablemente muy personal, señala que

“la carta ésta puede ayudar al destaponamiento sensorial que padecen los que votan a Macri. Hace unos dos mil años se dijo “el que quiere oir  que oiga”. Los medios taponan. Esta carta destapona. Ayuda a destaponar, por eso no le tocaría una coma.”

Este conjunto de discursos para sí mismos, que olvida más que lo que recuerda, “tapona” verdades elementales que no hace falta repetir. Hablan por sí mismas. Esta es la intelectualidad K. Con variantes, Víctor Hugo Morales, Eduardo Aliverti, Luis Bruchstein, Vicente Batista y tantos otros, repiten la misma cantinela. Por supuesto, la palma en cuanto a ceguera voluntaria se refiere se la llevan Ricardo Forster y Estela de Carlotto, que prefieren no saber cómo hicieron sus fortunas Báez y Milani. No es extraño, entonces, que Lanata, con todas sus limitaciones y con todo lo que pueda criticársele, los dé vuelta como una media y los deje en ridículo. Es que, en el fondo, sólo intentan convencerse a sí mismos repitiéndose mutuamente lo que quisieran que la realidad fuera suponiendo que lo es.

II. La verdad y sus efectos

El verdadero problema no radica en las pretensiones de la oposición, ni en la verdad de las denuncias. A favor o en contra, el país gira sobre un debate falso. El problema no es que Cristina robe o no. La Argentina lleva acumuladas más de seis décadas de deterioro económico, social y político. Más allá de los altibajos, desde la mitad del siglo pasado, gobernada por todas las orientaciones políticas burguesas, la tierra que soporta estas enormes masas de palabrería inútil no hace otra cosa que marchar hacia una degradación creciente. Cada crisis lleva la situación a un estadio más abajo. Cada recuperación aparenta devolver la marca a su posición inicial, pero en realidad nunca se recupera plenamente lo que se perdió. En el medio, el pueblo se ilusiona con que “con este sí”: que la tercera posición, que somos derechos y humanos, que con la democracia se come y se educa, que estamos en el primer mundo, que tenemos un nuevo modelo… La cruda realidad es una decadencia sin fin a la que nos vamos acostumbrando. Es el resultado de hacer siempre lo mismo: confiar en direcciones burguesas.
El principal defecto de Carta Abierta es no superar este horizonte mental, lo que la condena a inventar un “otro” diferente que no existe. Cristina no es distinta de Macri, como Macri no es distinto de Duhalde, hasta hace poco el fantasma preferido por la demonología K. La prueba es que todo lo que hizo Néstor fue continuidad de lo hecho por el creador de las manzaneras. La prueba es que Macri no hace cosas demasiado distintas en Capital. La prueba está en que nadie, habida cuenta de la situación política general, está en condiciones de hacer cosas demasiado diferentes. Son los límites de una política de clase. No es Cristina el problema, no importa cuán llenas estén sus bóvedas. No es Clarín el problema, no importa cuánta razón tengan las críticas a Lanata. El problema es la clase que gobierna este país. Carta Abierta no llega a esta conclusión porque estos son sus límites de clase. Incapaces de superarlos, carentes del coraje y la honestidad intelectual necesaria, los cartistas se sumergen en un fangal argumentativo que solo traduce impotencia. Es esa impotencia frente a la verdad la que los lleva a privilegiar la violencia contra el mensajero por sobre la veracidad del contenido del mensaje.
Carta Abierta se habla a sí misma, en un intento desesperado de convencerse de aquello de lo que, en realidad, duda. Se ofende, en el fondo, de que la hagan dudar. Se ofende y se enoja. Se enfurece e insulta y pretende, en ese movimiento, expulsar sus demonios. Pero ellos siguen allí, porque el problema no es el cartero, el problema es la carta. Una carta cuyo mensaje es sencillo: la Argentina burguesa no tiene futuro, hay que atreverse a pensar en otra cosa.

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