Cómo hace el Indec para ocultar la desocupación – Nicolás Villanova en el diario Los Andes

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image5658ec34135fe4.30676859Entre las artimañas utilizadas incluye a quienes trabajaron dos horas por día haciendo changas como personas ocupadas.

Por Nicolás Villanova – Doctor en Historia e investigador del Ceics

Desde el momento en el cual el Indec fue intervenido por el Gobierno Nacional, durante el año 2007, las estadísticas oficiales fueron sistemáticamente cuestionadas debido a su trastocamiento, o bien, por la ausencia deliberada de mediciones, como ocurre con las cifras de pobreza. Esa es la razón por la cual todo aquel que pretenda calcular el poder adquisitivo del salario, por ejemplo, debe hallar un índice de precios alternativo al que estima el Indec puesto que este último no reflejaría la inflación real.
Incluso, el mismísimo Kicillof (y su centro de estudios Cenda), antes de ser funcionario del gobierno, utilizaba un índice de precios (IPC) alternativo al que publicaba el Indec puesto que consideraba a este último como inconsistente. En este sentido, se estimaba un IPC que se denominó de “7 provincias”, justamente por tratarse de un promedio ponderado de los precios de diferentes provincias que no habían modificado su metodología de estimación de la inflación.
Ahora, en cambio, el ministro concibe la medición de la pobreza (para la cual se requiere de un IPC que se ajuste a la realidad) como una forma de estigmatizar a quienes se hallan en esa condición. Todo un síntoma de un gobierno que pretende encubrir la situación de millones de personas.
No obstante, a esta manipulación deliberada debe agregarse otro problema que tiende a ocultar la realidad y que incluso excede a este gobierno: los criterios inconsistentes utilizados por el organismo oficial de estadísticas. Uno de ellos es la forma según la cual se mide el desempleo el cual analizamos a continuación. Como veremos, la cantidad real de desocupados es mucho más elevada que lo que registra el organismo de estadísticas oficiales.

Los engaños del Indec

El Indec considera desocupados a quienes no tienen empleo pero lo buscan activamente en el transcurso del mes en que se realiza la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Este criterio sólo tiene en cuenta la voluntad de la persona (el “deseo” de buscar empleo) y un período de tiempo escueto (sólo un mes). Entonces, si una persona se ha cansado de buscar empleo y no lo encuentra, y por ello abandona la búsqueda (los denominados “desalentados” por ejemplo), no es considerada desocupada sino “inactiva”.
Por otra parte, el Indec considera “ocupado” a toda persona que haya trabajado al menos una hora en la semana en que se realiza la encuesta. Entonces, si un joven repartió volantes en una esquina céntrica dos veces por semana en jornadas de 2 horas diarias, sería un ocupado. Consecuentemente, las cifras de desempleo son subestimadas y la cantidad de ocupados es sobreestimada.
Una estimación más realista permite analizar la evolución del desempleo, al menos aquel que se manifiesta de manera más evidente. Si a la tasa de desempleo que mide el Indec le sumamos: a) la población que se ocupa en empleos informales o changas y cuya jornada de trabajo semanal es menor a las 12 horas (o sea, una fuerza de trabajo subutilizada que alterna momentos de desempleo); b) los desalentados (es decir, aquella población que debido al estancamiento económico o caída de la actividad no encuentra trabajo y se cansó de buscarlo); c) la población joven de 18 a 30 años que no trabaja (es decir, una fuerza de trabajo en potencia pero en desuso) y que reside en hogares cuyo jefe es un asalariado pobre, un desocupado que busca trabajo, o bien, un desocupado desalentado; y, d) los beneficiarios de planes de empleo (o sea, personas carentes de trabajo a quienes el Estado asiste directamente para no incrementar las cifras de desempleo abierto), la tasa real de desocupación cambia sustantivamente.
Visto en perspectiva histórica, la tasa de desempleo (incluyendo, como dijimos, las diversas formas de desocupación -beneficiarios de planes sociales, jóvenes pobres desocupados, desalentados y la fuerza de trabajo subutilizada-) muestra una tendencia al crecimiento a lo largo del tiempo. Por otra parte, el promedio porcentual del desempleo bajo el kirchnerismo fue del 28%, cifra que supera el promedio que rigió bajo la década menemista (25,4%). Sólo en el año 2014, el porcentaje de desocupados sobre la población económicamente activa habría sido del 25%, lo que implica estimativamente más de 4,6 millones de personas. Esta cifra triplica la tasa de desempleo estimada por el Indec.
La tasa de desempleo en cada uno de los aglomerados urbanos pone en evidencia que no se trata simplemente de una cuestión de voluntades políticas. No existen diferencias sustantivas en regiones según el “color” del gobierno (aunque sí puede señalarse que no hicieron mucho para revertir esta situación). La desocupación es consecuencia de la estructura económica y el desarrollo del capitalismo.
En el Gran Catamarca, la desocupación durante el año 2014 fue del orden del 30%. Lo mismo sucede en el Gran Buenos Aires y Mar del Plata (28%), Jujuy y Palpalá (25%), Río Gallegos (21%). En otras provincias no gobernadas por el kirchnerismo, las cifras del desempleo también son elevadas. Durante el mismo año, la tasa de desocupación en Córdoba fue del 29%, en Mendoza, del 24%, en Rosario y Santa Fe, del 22%.
A nivel del total del país, algunas características de la población desocupada ponen en evidencia sus condiciones de miseria. Por ejemplo, en el año 2014, el 65% de los desempleados residían en hogares cuyos ingresos totales (laborales y no laborales) se hallaban por debajo del promedio (10.660 pesos). Por otra parte, dos de las capas que representan el mayor porcentaje de desocupados, descontando la tasa de desempleo pleno (oficial), son los jóvenes que no trabajan (un promedio del 6,08% de la PEA en toda la década) y la fuerza de trabajo subutilizada (un 10,4% en los últimos 10 años).
La fracción de los jóvenes de 18 a 30 años tiene serias dificultades de insertarse laboralmente. Su situación se agrava en la medida en que, durante el año 2014, el 38% de esta población vivía en hogares pobres. Por otra parte, sólo la mitad de ellos estudiaba. De los jóvenes restantes, el 41% había abandonado sus estudios sin haberlos finalizado. Es decir que, ni aún con toda la política subsidiaria de los planes Progresar y Más y Mejor Trabajo de la que se jacta el gobierno se ha revertido el problema de la carencia de empleo y la finalización de estudios de toda una generación de obreros.
En consecuencia, estamos en presencia de la consolidación de una capa de la población con serias dificultades para ser absorbida por el mercado de trabajo, o bien, que es subutilizada y que vive de las migajas que ofrece tanto el Estado como el capital. En buena medida, un porcentaje elevado de la población que es registrada como “inactiva” engruesa las filas de la desocupación, aunque los organismos de estadísticas oficiales la hayan “ocultado” históricamente.

Una tendencia a la destrucción de empleo

Como mostramos a partir de esta estimación, la magnitud del desempleo es mucho mayor de lo que intentan presentarnos las estadísticas oficiales. Incluso, este ejercicio resulta una medida conservadora, puesto que no incluye en la tasa de desempleo a las amas de casa obreras (fuerza de trabajo potencialmente disponible), jubilados obreros (fuerza de trabajo desocupada por su uso y desgaste).
Tampoco se contabilizan aquí otras formas de desempleo encubierto como por ejemplo buena parte del empleo estatal administrativo, los trabajadores de empresas ocupadas, o bien, los beneficiarios de planes RePro, es decir, aquella población cuyos salarios son parcialmente subsidiados por el Estado toda vez que la empresa donde aquella se emplea pone de manifiesto su situación de quiebra.
Por otra parte, mientras que existe una población subutilizada o abiertamente desocupada, el conjunto de los empresarios se las ingenia para usufructuar una fuerza de trabajo al límite del tiempo posible. En este sentido, sólo durante el año 2014, un 8,1% del conjunto de los asalariados y trabajadores por cuenta propia se ocupaba en más de un empleo. A su vez, el 17% de esta población se empleó durante más de 50 horas por semana, sumando el tiempo dedicado en la ocupación principal y otras secundarias.
Esta situación de sobre-empleo de unos y su ausencia plena en otros pone al desnudo una de las tantas contradicciones del régimen capitalista. Ahora bien, ¿qué pasaría si se repartieran esas horas de sobrecarga de trabajo? Si promediamos y multiplicamos la cantidad de horas de trabajo por encima de las 45 semanales por la población que efectivamente trabaja más de ese tiempo, el resultado es contundente: se liberaría un tiempo de trabajo para emplear entre 1,3 y 2,2 millones de personas, sea en empleos de 45 horas semanales en el primer caso, o bien de 40 horas por semana, en el segundo.
Se trata de cifras que representan entre el 27 y 47% de la cantidad de desocupados estimada, respectivamente. Así las cosas, la magnitud del desempleo abierto y la sobrecarga de trabajo evidencia que el capitalismo argentino ha consolidado a una población que sobra para las necesidades que aquél requiere para reproducirse, que nada bueno se puede esperar de él y que dicha sobrepoblación sólo podrá revertir su condición de miseria si combate aquello que la origina.

Las claves

* El Indec considera desocupados a quienes no tienen empleo pero lo buscan activamente en el transcurso del mes en que se realiza la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).
* Si una persona se ha cansado de buscar empleo y no lo encuentra, y por ello abandona la búsqueda (los denominados «desalentados» por ejemplo), no es considerada desocupada sino «inactiva».
* El Indec considera «ocupado» a toda persona que haya trabajado al menos una hora en la semana en que se realiza la encuesta. Entonces, si un joven repartió volantes en una esquina céntrica dos veces por semana en jornadas de 2 horas diarias, sería un ocupado.

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