Clásico piquetero: ¿Qué es un crimen social? (Engels)

en El Aromo nº 65

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Friedrich Engels
(1820-1895)

Durante mi estancia en Inglaterra, la causa directa del fallecimiento de 20 ó 30 personas fue el hambre, en las condiciones más indignantes y en el momento de la investigación correspondiente raramente se halló un jurado que tuviera el valor de hacerlo saber claramente. Las declaraciones de los testigos tenían que ser muy sencillas y claras, desprovistas de todo equívoco, y la burguesía -entre la cual se había seleccionado el jurado- siempre hallaba una salida que le permitía escapar a este terrible veredicto: muerte por hambre. La burguesía, en este caso, no tiene el derecho de decir la verdad, pues sería en efecto condenarse a sí misma. Pero, indirectamente también, muchas personas mueren de hambre -aun mucho más que directamente- porque la falta continua de productos alimenticios ha provocado enfermedades mortales que causan víctimas. Esas personas se han hallado tan débiles que ciertos casos, que en otras circunstancias hubieran evolucionado favorablemente, implican necesariamente graves enfermedades y la muerte. Los obreros ingleses llaman a esto el crimen social, y acusan a toda la sociedad de cometerlo continuamente. ¿Tienen razón?
Desde luego, sólo mueren de hambre individuos aislados, pero, ¿en qué garantías el trabajador puede fundarse para esperar que no le sucederá lo mismo mañana? ¿Quién le asegura su empleo? ¿Quién le garantiza que, si mañana es despedido por su patrón por cualquier buena o mala razón, podrá salir bien del apuro, él y su familia, hasta que encuentre otro empleo que le “asegure el pan”? ¿Quién certifica al trabajador que la voluntad de trabajar es suficiente para obtener empleo, que la probidad, el celo, el ahorro y las numerosas virtudes que le recomienda la sabia burguesía son para él realmente el camino de la felicidad? Nadie. Él sabe que hoy tiene una cosa y que no depende de él el tenerla mañana todavía. Él sabe que el menor soplo, el menor capricho del patrón, la menor coyuntura económica desfavorable, lo lanzará en el torbellino desencadenado al cual ha escapado temporalmente y donde es difícil, con frecuencia imposible, el mantenerse en la superficie. Él sabe que si bien puede vivir hoy, no está seguro que pueda hacerlo mañana. […]

La sociedad actual trata a la gran masa de pobres de una manera verdaderamente repugnante. Se les trae a las grandes ciudades donde respiran una atmósfera mucho peor que en su campiña natal. Se les asigna barrios cuya construcción hace que la ventilación sea mucho más difícil que en cualquier otra parte. Se les quita todos los medios de mantenerse limpios, se les priva de agua al no instalárseles agua corriente sino mediante pago y contaminando de tal modo las corrientes de agua que no podrían lavarse en ellas. Se les obliga a arrojar todos los detritos y basuras, todas las aguas sucias. A menudo incluso todas las inmundicias y excremento nauseabundos en la calle, al privárseles de todo medio de desembarazarse de ellos de otro modo y se les obliga así a contaminar sus propios barrios.

Pero eso no es todo. Se acumulan sobre ellos todos los males posibles e imaginables. Si la población de la ciudad ya es demasiado densa en general, es a ellos sobre todo a quienes se fuerza a concentrarse en un pequeño espacio. No conformes de haber contaminado la atmósfera de la calle, se les encierra por docenas en una sola pieza, de modo que el aire que respiran por la noche es verdaderamente asfixiante. Se les dan viviendas húmedas, sótanos, cuyos pisos rezuman o buhardillas con techos que dejan pasar el agua: Se les construye casas de donde no puede escaparse el aire viciado. Se les da ropa mala o casi harapienta, alimentos adulterados o indigestos. Se les expone a las emociones más vivas, a las más violentas alternativas de miedo y de esperanza. Se les acosa como a animales y nunca se les da reposo, ni se les deja disfrutar tranquilamente de la existencia. Se les priva de todo placer, a excepción del placer sexual y la bebida, pero en cambio se les hace trabajar cada día hasta el agotamiento total de sus fuerzas físicas y morales, empujándolos de ese modo a los peores excesos en los dos únicos placeres que les quedan. Y si ello no es suficiente, si resisten todo eso, son víctimas de una crisis que hace que pierdan el empleo y le quitan lo poco que se les había dejado hasta entonces.

En esas condiciones, ¿cómo es posible que la clase pobre pueda disfrutar de buena salud y vivir mucho tiempo? ¿Qué otra cosa puede esperarse sino una enorme mortalidad, epidemias permanentes, y un debilitamiento progresivo e ineluctable de la generación de los trabajadores? […]

Cuando un individuo hace a otro individuo un perjuicio tal que le causa la muerte, decimos que es un homicidio. Si el autor obra premeditadamente, consideramos su acto como un crimen. Pero cuando la sociedad2 pone a centenares de proletarios en una situación tal que son necesariamente expuestos a una muerte prematura y anormal, a una muerte tan violenta como la muerte por la espada o por la bala, cuando quita a millares de seres humanos los medios de existencia indispensables, imponiéndoles otras condiciones de vida, de modo que les resulta imposible subsistir, cuando ella los obliga por el brazo poderoso de la ley a permanecer en esa situación hasta que sobrevenga la muerte, que es la consecuencia inevitable de ello, cuando ella sabe, cuando ella sabe demasiado bien que esos millares de seres humanos serán víctimas de esas condiciones de existencia, y sin embargo permite que subsistan, entonces lo que se comete es un crimen, muy parecido al cometido por un individuo, salvo que en este caso es más disimulado, más pérfido, un crimen contra el cual nadie puede defenderse, que no parece un crimen porque no se ve al asesino, porque el asesino es todo el mundo y nadie a la vez, porque la muerte de la víctima parece natural, y que es pecar menos por comisión que por omisión. Pero no por ello es menos un crimen. Ahora pasaré a demostrar que la sociedad en Inglaterra comete cada día y a cada hora lo que los periódicos obreros ingleses tienen toda razón en llamar crimen social, que ella ha colocado a los trabajadores en una situación tal que no pueden conservar la salud ni vivir mucho tiempo, que ella mina poco a poco la existencia de esos obreros y que los conduce así a la tumba antes de tiempo. Demostraré, además, que la sociedad sabe hasta qué punto semejante situación daña la salud y la existencia de los trabajadores y, sin embargo, no hace nada para mejorarla. En cuanto al hecho de que ella conoce las consecuencias de sus instituciones y que ella sabe que sus actuaciones no constituyen por tanto un simple homicidio, sino un asesinato, puedo demostrarlo citando documentos oficiales, informes parlamentarios o administrativos que establecen la materialidad del crimen.

Notas

1 Extracto de La situación de la clase obrera en Inglaterra, disponible en www.marxists.org
2 Cuando hablo de la sociedad, aquí y en otras partes, como colectividad responsable que tiene sus obligaciones y derechos, huelga decir que me refiero al poder de la sociedad, es decir, de la clase que posee actualmente el poder político y social, y por tanto es responsable también de la situación de aquellos que no participan en el poder. Esa clase dominante es, tanto en Inglaterra como en los demás países civilizados, la burguesía Pero que la sociedad y particularmente la burguesía tenga el deber de proteger a cada miembro de la sociedad por lo menos en su simple existencia, de velar por que nadie muera de hambre por ejemplo, no tengo necesidad de demostrarlo a mis lectores alemanes. Si yo escribiera para la burguesía inglesa, la cuestión sería muy distinta. And so it is now in Germany Our German Capitalists are fully up to the English level, in this at least, in the year of grace 1886. (Así es ahora en Alemania. Nuestros capitalistas alemanes se hallan enteramente al nivel de los ingleses, al menos en este respecto, en el año de gracia de 1886). ¡Cómo ha cambiado todo desde hace 50 años! Hoy hay burgueses ingleses que admiten que la sociedad tiene deberes hacia cada miembro de la misma; pero, ¿hay alemanes que piensen de igual modo? (F.E.)

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