En realidad, a pesar de las poderosas proporciones tomadas por la lucha, los factores subjetivos de la revolución -partido, organización de las masas, consignas- se hallan extraordinariamente retrasados con respecto a los objetivos del movimiento, y en este atraso consiste hoy el principal peligro. El desarrollo semiespontáneo de las huelgas, determinantes de sacrificios y derrotas, o que terminan en nada, constituye una etapa completamente inevitable de la revolución, un periodo de despertar de las masas, de su movilización y de su entrada en lucha. No hay que olvidar que en el movimiento toma parte no sólo de la «élite» de los obreros, sino toda su masa. Van a la huelga los obreros de las fábricas, pero asimismo los artesanos, los chóferes y panaderos, los obreros de la construcción y, finalmente, los jornaleros agrícolas. Los veteranos ejercitan sus músculos, los nuevos reclutas aprenden. A través de estas huelgas la clase empieza a sentirse clase.
Sin embargo, lo que en la etapa actual constituye la fuerza del movimiento -su carácter espontáneo- puede convertirse mañana en su debilidad. Admitir que el movimiento siga en lo sucesivo librado a sí mismo, sin un programa claro, sin una dirección propia, significaría admitir una perspectiva sin esperanzas. No hay que olvidar que se trata nada menos que de la conquista del poder. Aun las huelgas más turbulentas, y con tanto mayor motivo esporádicas, no pueden resolver este problema. Si en el proceso de la lucha el proletariado no tuviera la sensación en los meses próximos de la claridad de los objetivos y de los métodos, de que sus filas se cohesionan y robustecen, se iniciaría inevitablemente en él la desmoralización. Los anchos sectores, impulsados por primera vez por el movimiento actual, caerían en la pasividad. En la vanguardia, a medida que se sintiera vacilar el terreno bajo los pies, empezarían a resucitar las tendencias de acción de grupos y de aventurismo en general. (…) La gran burguesía podría apoderarse de las masas pequeño burguesas, sacadas de su equilibrio, decepcionadas y desesperadas, y dirigir su indignación contra el proletariado. Hoy nos hallamos aún lejos de esto. Pero no hay tiempo que perder.
Aún admitiendo por un instante que el movimiento revolucionario, dirigido por el ala revolucionaria de la burguesía -oficiales, estudiantes, republicanos- pueda conducir a la victoria, la esterilidad de esta victoria resultaría, en fin de cuentas, igual a una derrota. Los republicanos españoles, como ya se ha dicho, permanecen enteramente en el terreno de las relaciones de propiedad actual. (…)
El hecho de que los jefes socialistas vayan a la cola de los republicanos es completamente normal. Ayer la socialdemocracia apoyaba con el hombro derecho a la dictadura de Primo de Rivera. Hoy apoya con el hombro izquierdo a los republicanos. La finalidad superior de los socialistas, los cuales no tienen ni pueden tener una política propia, consiste en la participación en un gobierno burgués sólido. Con esta condición, en fin de cuentas, no tendrían incluso ningún inconveniente en conciliarse con la monarquía.
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La ventaja de las situaciones revolucionarias consiste precisamente en que las masas aprenden con gran rapidez. La evolución de estas últimas provocará inevitablemente diferenciaciones y escisiones no sólo entre los socialistas, sino también entre los sindicalistas. En el transcurso de la revolución son inevitables los acuerdos prácticos con los sindicalistas revolucionarios. Nos mostraremos lealmente fieles a estos acuerdos. Pero sería verdaderamente funesto introducir en los mismos elementos de equívoco, de reticencia, de falsedad. Incluso en los días y las horas en que los obreros comunistas luchan al lado de los obreros sindicalistas, no se puede destruir la barrera de principios, disimular las divergencias o atenuar la crítica de la falsa posición del aliado. Sólo con esta condición quedará garantizado el desarrollo progresivo de la revolución.
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El papel revolucionario del ejército, no como instrumento de los experimentos de la oficialidad, sino como parte armada del pueblo, se halla determinado en fin de cuentas por el papel de los obreros y de las masas campesinas en la marcha de la lucha. Para que la huelga revolucionaria pueda obtener la victoria, ha de enfrentar a los obreros y al ejército. Por importantes que sean los elementos puramente militares de este choque, la política predomina. La masa puede ser conquistada sólo planteando de un modo claro los fines sociales de la revolución.
Para llevar a cabo eficazmente todas estas tareas son necesarias tres condiciones: el partido, el partido y el partido.
Es difícil juzgar desde lejos cómo se formarán las relaciones entre las distintas organizaciones y grupos comunistas actualmente existentes y cuál será el destino en el futuro. La experiencia lo mostrará. Los grandes acontecimientos someten infaliblemente a prueba las ideas, las organizaciones y los hombres. (…)
La clase obrera no puede en ningún caso constituir su organización política de acuerdo con el principio federativo. El partido comunista, que no es el prototipo del régimen estatal futuro de España, sino la palanca de acero destinada a derrumbar el régimen existente, no puede ser organizado más que a base de los principios del centralismo democrático.
La Junta proletaria será la vasta arena en que cada partido y cada grupo serán sometidos a prueba a la vista de las grandes masas. Los comunistas opondrán la divisa del frente único de los obreros a la práctica de la coalición de los socialistas y parte de los sindicalistas con la burguesía. Sólo el frente único revolucionario hará que el proletariado inspire la confianza necesaria a las masas oprimidas de la ciudad y del campo. La realización del frente único es concebible sólo bajo la bandera del comunismo. La Junta tiene necesidad de un partido dirigente. Sin una firme dirección, se convertiría en una forma vacía de organización y caería indefectiblemente bajo la dependencia de la burguesía.
A los comunistas españoles les está asignada, por consiguiente, una gran misión histórica. Los obreros avanzados de todos los países seguirán con apasionada atención el desarrollo del gran drama revolucionario que tarde o temprano exigirá de ellos no sólo simpatía, sino ayuda efectiva. ¡Estaremos con el arma al brazo!
(1) Extracto de Escritos sobre España, enero de 1931, disponible en www.marxist.org