Por Cristian Lovotti
El gobierno de la provincia de Buenos Aires empezó a dar señales en las últimas semanas de querer dar vuelta la página, para presentar una escuela pospandemia. En efecto, tras casi dos años sin un norte claro en el distrito más poblado del país, Axel Kicillof y la Directora General de Cultura y Educación, Agustina Vila, comenzaron a esbozar los lineamientos para atender el cuadro de situación en uno de los ámbitos más castigados durante el aislamiento y, al mismo tiempo, uno de los más debatidos en la agenda política actual: la educación.
En este sentido, como una réplica a pequeña escala de lo que ocurre a nivel nacional, ya aportamos esa mirada general en nuestra editorial, los números del conurbano bonaerense también hablan. En la provincia ya en 2017, el 41,2 % de los estudiantes del último año del nivel secundario se encontraba por debajo del nivel básico en matemática. Para 2019, dicho indicador alcanzaba al 41,6% de los alumnos. Si solo tomamos a las escuelas de gestión estatal, dicho guarismo trepaba al 53,4%. En lengua, la evolución del desempeño encontraba al 16,8% de los estudiantes por debajo del nivel básico en 2017, y al 18% en 2019. Por citar un dato más, el porcentaje de alumnos de un año que se matriculan en el mismo nivel al ciclo siguiente, llegaba en 2017 al 11,9%. Menos la repitencia, que fue abolida de hecho para el bienio 2020-2021, no cabe duda que todos los indicadores, flexibilización mediante, empeoraron hoy día. De los datos conocidos, por ejemplo, del 10% de estudiantes que en septiembre del 2020 había abandonado el colegio a nivel nacional, 279 mil pertenecían a la provincia de Buenos Aires. Al mismo tiempo, en el marco de un ciclo escolar que facilitó todo lo que pudo las condiciones de aprobación, nos encontramos con 534 mil alumnos que deben recuperar contenidos para pasar de año. Y según la provincia informó cerca de 120 mil estudiantes se desvincularon de la escuela.
Vaciando el océano con un balde: el programa de la burguesía para la educación pospandemia
Frente a semejante descalabro educativo, apenas se anunciaron un conjunto de medidas que, cuando son desmenuzadas muestran, blanco sobre negro, su incapacidad para tener algún impacto real en la reversión de la degradación educativa en curso. Señalemos, dicho sea de paso, que las resoluciones implementadas están marcadas por un desconocimiento de la situación pedagógica actual, ya que las últimas pruebas de nivel son del 2019. Pero veamos qué se hizo.
En primer lugar, se estableció la ampliación del servicio de los comedores escolares. A partir del último trimestre de este año, el servicio alcanzará a un poco más de 2 millones de estudiantes (2.032.000), es decir, al 53% de los alumnos de la matricula provincial. Esta iniciativa se comprende cuando se recuerda que, según la última medición de fines del 2020, la pobreza infantil (0-14 años) en el conurbano bonaerense es la más alta de todo el país, rozando el 73%. Dicho de otra manera, en la pospandemia se afianza el lugar de la escuela como espacio de reproducción física de niñas, niños y adolescentes: la escuela comedor. En segundo término, se anunció la implementación de clases a contraturno en el marco del programa +ATR. Apenas un parche si consideramos que, según números oficiales del 2021, entre estudiantes que deben ser revinculados y los que deben fortalecer contenidos, el programa apunta a atender a 649.000 estudiantes y, para hacerlo la provincia invierte mensualmente algo así como 2.558 millones de pesos; es decir, 3941$ para cada estudiante. Si no fuera porque está en juego el acceso al conocimiento científico de miles de futuros trabajadores, causaría gracia que quieran vaciar el océano con un balde.
Con escuelas que se caen a pedazos, sin agua potable en muchos casos, con goteras y filtraciones que interrumpen recurrentemente el normal dictado de clases, y en un contexto epidemiológico que impone como premisa la ventilación, la limpieza y la distancia, el gobernador anunció como complemento 3.200 obras de mejoras. Es decir que el 80 % de los edificios seguirá en la misma situación que antes de la pandemia. Mientras la situación edilicia da cuenta de conexiones clandestinas de servicios, como las que terminaron con la vida de Sandra y de Rubén en 2018, Kicillof informó con bombos y platillos la finalización de tan solo 42 escuelas. Decimos tan solo, porque apenas representa 0,26 % del total del total de edificios de la provincia (15.815 según el Censo Provincial de Matrícula del 2017).
Por último, la escuela que nos espera será una que tenga trabajadores de la educación que no puedan desarrollar lo que son. Efectivamente, su rol como intelectuales seguirá preso de un salario que no alcanza a cubrir una canasta básica total (CBT) y, como resultado, los empujará a jornadas extensas de trabajo. Porque el año en curso cerrará con un salario por cargo equivalente a un 43% de la CBT. Acá hay un punto crucial para destacar: nos referimos a la íntima relación entre los haberes percibidos y la posibilidad de desplegar una educación científica. En efecto, no será posible una escuela que tenga docentes que intervengan y den la disputa escolar a la burguesía sobre la dirección de la sociedad, sin un docente que tenga tiempo y recursos para formarse. No nos cansamos de decirlo. La lucha por un salario igual a dos canastas básicas totales para el cargo inicial es una cuestión de reproducción material docente y, al mismo tiempo, una precondición para el desarrollo del conocimiento científico en las aulas.
Ellos y nosotros
Estamos llegando a la salida del túnel pandémico y, el recorrido nos encuentra a oscuras. En efecto, mientras el gobernador afirma que “la educación volvió a ser un eje central del desarrollo de la provincia”, la cruda realidad muestra cuál es el programa que la clase que nos gobierna tiene para la educación de masas: una escuela que relega el conocimiento de la realidad y, a cambio, profundiza su función en la contención social. La escuela que viene, la escuela que nos espera, es una que facilita la promoción, el egreso y la titulación sin contenido; al mismo tiempo que consolida su lugar como un gran comedor para niñas, niños y adolescentes. Una escuela más vaciada. Por eso, como Corriente Nacional Docente Conti-Santoro sostenemos que la clase obrera tiene que tener su propio programa educativo. Uno donde se impulse una paritaria de contenidos para que la escuela esté al servicio del conocimiento de la realidad; donde el docente cobre un salario igual a dos canastas básicas totales por turno para poder desplegar su función intelectual; uno donde la escuela deje de ser una guardería y despliegue su función educativa. En definitiva, un programa que ponga en pie una educación socialista para la liberación humana. Ellos administran la miseria, nosotros la vida nueva a construir.