Aquí no pasó nada. La Revolución de Mayo en los “nuevos” textos escolares

en El Aromo n° 37

Por Mariano Schlez – Hemos leído manuales escolares durante largos años de formación. Años fundamentales, donde aprendimos a observar el mundo de una determinada manera, asimilando qué estaba bien y qué estaba mal. Lecturas, resúmenes, lecciones, evaluaciones y trabajos prácticos han forjado nuestra conciencia. Estudiar los manuales significa observar lo que la clase dominante quiere meternos en la cabeza.1 Con este objetivo, analizaremos cómo aparecen los enfrentamientos en torno a la Revolución de Mayo.

Socialdemócratas y liberales

Los manuales más utilizados en Buenos Aires han sido realizados por los mismos intelectuales que ocupan los principales puestos en universidades, institutos de investigación y medios de comunicación masiva. Por ejemplo, el texto de Clarín, editado por Tinta Fresca, reúne a una verdadera “élite de académicos”: José Carlos Chiaramonte, Fernando Devoto, Roberto Schmit, Roberto Di Stéfano y Julio Djenderedjian, entre otros.2 Acerquémonos a su particular visión de la contrarrevolución. Veamos lo que plantean para el caso que nos convoca:

“La invasión napoleónica a la península ibérica desestabilizó las monarquías reinantes en España y Portugal, y creó un vacío de poder que provocó el estallido de revoluciones en la América española. […] Como resultado de esta crisis política, en varias ciudades americanas se crearon juntas defensoras de los derechos de Fernando VII […] La crisis política permitió que algunas ciudades se negaran a respetar la autoridad de las juntas […] Estas diferencias políticas entre las ciudades […] hicieron que la revolución se transformara en lucha armada […] Por varios motivos pervivieron los regimientos formados por criollos, mientras se fueron disolviendo los que estaban formados por los peninsulares. […] El partido de la independencia nucleaba a miembros de la elite porteña, […]. También actuaba, en esos años, otro grupo político, liderado por Martín de Álzaga, integrado principalmente por españoles peninsulares –entre ellos Antonio de Santa Coloma, Esteban Villanueva, Juan Larrea, Domingo Matheu- y los criollos Julián de Leyva y Mariano Moreno. Estos dos grupos de notables actuaron en la misma dirección en mayo de 1810, aunque estaban animados por proyectos diferentes. Los del partido de la independencia querían separarse de España y terminar al mismo tiempo con las discriminaciones de que eran víctimas los criollos. […] El segundo grupo, en cambio, reunido en torno de figuras prominentes del Cabildo de Buenos Aires, no rechazaba totalmente la independencia, pero deseaba que los españoles peninsulares permanecieran en el gobierno […] Se podían reconocer dos grandes sectores: […] los monopolistas, vinculados con las casas comerciales de España, que reclamaban la vuelta al libre comercio sólo con los mercados de la metrópoli [y] librecambistas, que reclamaban la mayor apertura posible a todos los mercados europeos”.3

En primer lugar, para comprender el proceso, debe explicarse que la “invasión napoleónica” es la invasión de una clase social. La burguesía francesa no busca someter ni a “España” ni a “Portugal”, sino que combate, a sangre y fuego, a la nobleza feudal. No es guerra nacional sino lucha de clases. Por otro lado, ningún “vacío de poder” provoca revoluciones. La lucha armada americana no surgió por la caída de Fernando: en 1806, el pueblo de Buenos Aires en armas depuso al virrey. Las milicias tampoco actuaron a partir de su nacionalidad. No se enfrentaron milicias “criollas” contra “peninsulares”. Éste no es más que el nombre de fantasía que cobró en aquella época, el enfrentamiento entre dos clases sociales. Encontramos peninsulares entre los revolucionarios (Larrea o Cerviño) y criollos en la reacción (Goyeneche, Antonio Del Tejo). Las milicias reaccionarias defendieron los privilegios feudales y no se “disuelven por diversos motivos” sino que fueron derrotadas militarmente por las revolucionarias.

Para comprender las diferencias entre los bandos enfrentados, de nada sirven los nombres llenos de bronce si no explicamos la naturaleza social de los protagonistas. El jefe de la revolución, Saavedra, era un estanciero. El líder de la contra, Martín de Álzaga, era un comerciante monopolista. En este sentido, plantear las diferencias entre los partidos en términos de nombres y “estrategias comerciales” borra los elementos claves que determinan el desarrollo de la revolución: el agotamiento de la política reformista borbónica y la dinámica del modo de producción feudal, que lleva, irremediablemente, al enfrentamiento entre dos fuerzas sociales antagónicas. Por un lado, una alianza entre comerciantes, burócratas, militares y curas, dependientes de los privilegios otorgados por el Estado feudal para sobrevivir. Del otro, hacendados, comerciantes, y pequeños burgueses, interesados en valorizar la producción agraria rioplatense en el mercado mundial. Estas fuerzas sociales no estaban compuestas por “grupos de notables”. La revolución la hacen las clases y no pequeños grupejos de la elite. La lucha no es el resultado de “desacuerdos” entre grupos que “actúan en el mismo sentido”, sino que su desarrollo es la consecuencia de un enfrentamiento que ha llegado a su punto final: la lucha a muerte por la hegemonía social.

Nacionales y populares

El trabajo de Felipe Pigna4 se diferencia del liberalismo y la socialdemocracia al presentar a la Revolución como un hecho popular. Mientras que en las dos primeras corrientes estaríamos ante una lucha entre facciones de la elite, Pigna reivindica la participación del pueblo de Buenos Aires: “el cabildo, manejado por los españoles, designó una junta de gobierno presidida por el virrey Cisneros, burlando la voluntad popular. Esto provocó la reacción de las milicias y el pueblo”.5 Pero las diferencias se acaban aquí. La historia para la escuela del realizador de Algo habrán hecho no presenta grandes diferencias a la propuesta por la socialdemocracia alfonsinista o por el liberalismo menemista:

“la casi inexistencia de autoridades españolas peninsulares […] llevó a grupos destacados de la población porteña y criolla a impulsar un movimiento revolucionario […] La Junta Central de Sevilla […] había caído en manos de los franceses […] A partir de entonces los acontecimientos se precipitaron; debido a la presión de un grupo de jóvenes revolucionarios […] y debido también a la presión de las milicias criollas, se logró la reunión de un Cabildo Abierto […] los grupos económicos se fueron dividiendo en dos fracciones: los comerciantes monopolistas y los ganaderos exportadores […] Casi todos aprobaban la destitución del virrey, pero no se ponían de acuerdo acerca de quién debía asumir el poder”6.

Otro texto que también se inscribe en la historiografía “nacional y popular” ratifica el mismo discurso: “al enterarse del derrumbe de la autoridad española, los criollos americanos […] formaron juntas […] no había sido intención del Cabildo de Buenos Aires hacer una ‘revolución’, sino simplemente responder a una situación de acefalía gubernativa”7.

Como vemos, se respetan los elementos claves del credo liberal: el vacío de poder, la acción de “grupos destacados de la población”, la predominancia del concepto de nación o grupos sociales y la cita de los “jóvenes revolucionarios”, que no son más que nombres sin historia.

Como realizan afirmaciones que no tienen ningún sustento en la realidad, se ven obligados a contradecirse. Al mismo tiempo que aseveran que la revolución es el resultado de un vacío de poder, es decir, que no existía un enemigo que defendiera al antiguo sistema, no niegan la realidad de los enfrentamientos. En palabras de Pigna, “la elite criolla fue la principal beneficiaria de la emancipación política: consiguió sus objetivos de desplazar a los españoles de los cargos burocráticos y del comercio […] e hizo aumentar las oportunidades de ocupar puestos gubernamentales y políticos para los nativos del Virreinato […]”8. Para Eggers Bras, “en Córdoba se encontraron con una contrarrevolución organizada, entre otros, por el virrey Liniers, por lo que la Junta ordenó fusilar a los cabecillas […] los revolucionarios debían luchar para que su movimiento triunfe, porque sino serían fusilados por los españoles”9.

Historias de la misma clase

Los textos escolares hacen todo lo posible por eliminar la característica principal de las sociedades que estudia: el antagonismo objetivo que existe entre sus clases. La lucha nada tiene que ver con la necesidad y sus protagonistas no quisieron hacer lo que hicieron. De ahí que la lucha es entre diferentes facciones, fracciones, grupos y todo tipo de conflictos coyunturales que no requieren un enfrentamiento a muerte. El principal recurso para cumplir este objetivo es esconder la naturaleza social de los personajes: nombres sueltos, “peninsulares” o “españoles”. Se oculta que la revolución es una guerra civil que recorre incluso el interior de las familias: Gaspar y Antonio de Santa Coloma participan del partido contrarrevolucionario y Miguel de Azcuénaga (su cuñado) en el revolucionario. Por otro lado, ningún manual menciona siquiera el levantamiento de Álzaga contra el Triunvirato, en 1812. Intento que finalizó con los sublevados muertos en la horca, exhibidos públicamente en la Plaza de Mayo10. Al no poder barrer a la revolución de la historia, se esfuerzan por presentar una versión “light”.

Por otro lado, el argumento liberal por el que se defiende el negocio de los textos escolares, es decir, la búsqueda de la diversidad y el pluralismo, no se evidencia en la realidad. Los soldados del liberalismo y del populismo responden a un mismo ejército burgués. Ejército que, por infinitos medios, no hace otra cosa que repetir la misma historia: la Revolución no es necesaria. La mera posibilidad de que los nuevos aprendices tomen el ejemplo de sus viejos maestros provoca en la clase dominante llanto y gritos de terror.


Notas

1Véase Schlez, Mariano: “La batalla por la conciencia: la clase obrera argentina en los manuales escolares de la ‘democracia’” en Sartelli, Eduardo (comp.): Contra la cultura del trabajo, 3º edición actualizada, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2007.
2Devoto, Fernando (Dir.), Chiaramonte, José Carlos (Coord.), Schmit, Roberto, Di Stéfano, Roberto, Djenderedjian, Julio, Basualdo, Victoria, Santos, Juan José: Historia argentina y latinoamericana (1780-1930), Buenos Aires, Tinta Fresca, 2006.
3Idem, pp. 16 – 54.
4Pigna, Felipe (Coord.); Bulacio, Julio, Cao, Guillermo, Mora, Carlos, Dino, Marta: Historia. La Argentina contemporánea, Buenos Aires, A-Z, 2000.
5Idem, p. 15.
6Ibidem, pp. 12 – 15.
7Eggers-Brass, Teresa: Historia Argentina contemporánea, Buenos Aires, Maipue, 2002, pp. 13-14.
8Pigna, Felipe (Coord.): op. cit., p. 19.
9Eggers Brass, Teresa: op. cit, pp. 16-17.
10Para un desarrollo más acabado de esta crítica véase Harari, Fabián: La Contra, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2005.

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