El arco y la lira. Heráclito, Parménides y la negación de la dialéctica

en El Aromo n° 37

“La historia de la filosofía, lo mismo que la del
arte y la literatura no es –como creen los historiadores
burgueses- simplemente la historia de las ideas
filosóficas o de las personalidades que las sustentan.
Es el desarrollo de las fuerzas productivas,
el desarrollo social, el desenvolvimiento de la
lucha de clases”

Georg Lukács,
El asalto a la razón

Por Julieta Paulos Jones – El objetivo de este artículo es analizar el tratamiento actual de la filosofía antigua, tomando como ejemplo el estudio de los filósofos presocráticos Heráclito y Parménides llevado a cabo por la cátedra de Graciela Marcos, de la carrera de Filosofía de la UBA. Se afirma allí una coincidencia entre estos dos filósofos, sobre la base que ambos conciben el problema de la totalidad. Sin embargo, parece dejarse de lado una profunda divergencia: la dinámica del universo. Es decir, cómo funciona esa totalidad ¿es estática o está en constante movimiento? Las diferencias en torno a este punto nos parecen, en este caso centrales, porque, en un caso, da origen al pensamiento idealista y formal; en el otro, a la dialéctica materialista.

La presentación oficial

Heráclito y Parménides, quienes habrían vivido alrededor del año 500 A.C., han sido estudiados a lo largo de la historia de la filosofía como representantes de dos tradiciones filosóficas opuestas, adjudicándosele al primero una tesis movilista (dialéctica) y al segundo una anti-dialéctica. Esto es considerado por Graciela Marcos una “lectura superficial” de los autores. Por el contrario, propone que los dos filósofos sostienen, en el fondo, lo mismo. En este sentido, toma una línea regente titulada “Ontología y lenguaje en el mundo griego antiguo”, a través de la cual va presentando a los diferentes autores, por la vía de hacer entrar en relación tres elementos: realidad, pensamiento y lenguaje.

De acuerdo con estos ejes, presenta a la fi losofía de Heráclito en tanto representante de la noción de verdad como correspondencia, como adecuación del pensamiento a lo real. Marcos reconoce que la teoría no termina en el principio unifi cador bajo la verdad del Lógos. “El mensaje, por ahora, es que todo es uno. […] La realidad está unifi cada pero, ¿cómo opera? Opera armonizando opuestos”.1 Sin embargo, dice fi nalmente, “Esa tensión entre opuestos, esas fuerzas opuestas, que en realidad están obligadas a mantener una cierta tensión, garantizan que haya unidad”.2 De esta manera, Marcos afi rma que la unidad (harmonía), concerniente a la unifi cación de realidad y lenguaje, es superior al devenir basado en la tensión entre opuestos.3

Con respecto al segundo fi lósofo, Parménides, se señala que va a trazar, en primer lugar, dos posibilidades en cuanto al conocimiento: una vía de la verdad y otra, de las opiniones. La primera está identifi cada con el ser, que es siempre verdadero y persuasivo, pues acompaña a la verdad y no puede mezclarse con el no-ser; y la segunda está identifi cada con el no-ser, que es siempre no-ser y lleva a falsedad, por lo cual es oscuro e incognoscible.

Ambas teorías fi losófi cas, presentadas desde el eje cognitivo de la relación entre realidad, lenguaje y pensamiento, responden a la necesidad de fundar un criterio de verdad que establezca lo que es verdadero y lo que es falso. La cátedra se funda en esto para contraponerlas con las fi losofías relativistas posteriores (sofísticas) en las que va a imperar la falta de criterio de verdad. No se equivoca en este punto, puesto que efectivamente tanto Heráclito como Parménides plantean un criterio de verdad basado en una totalidad. Lo que nos interesa discutir es su conclusión con respecto a la naturaleza de esa totalidad, es decir, ¿es correcto afi rmar que ambos fi lósofos dicen “en el fondo” lo mismo?

¿Dónde está la dialéctica?

Según Hegel, en Heráclito lo absoluto es la unidad del ser y del no ser, a diferencia de Parménides, de la escuela de Elea:

“La verdad no es sino la unidad de lo contrapuesto, y, concretamente, de la pura contraposición del ser y el no ser; entre los eléatas, por el contrario, nos encontrábamos con la concepción abstracta de que sólo el ser es la verdad. La frase de Heráclito la interpretamos nosotros así: lo absoluto es la unidad del ser y del no ser […] La determinación más precisa de este principio general es el devenir, la verdad del ser; en cuanto que todo es y no es, Heráclito ha expresado, al mismo tiempo, que el todo es el devenir. De él forma parte no sólo la generación, sino también la destrucción; ambas son, no simplemente para sí, sino idénticas”4.

Este sentido señalado por Hegel se apoya en los fragmentos de Heráclito que la cátedra omite o a los que resta importancia. En su análisis de los fragmentos de los fi lósofos pre- socráticos, Alfredo Llanos afirma que

“Heráclito es […] el sabio inspirado que ha descubierto la íntima armonía del universo y del hombre consistente, en verdad, en sus propias tensiones y oposiciones, que se renuevan de continuo y que nunca dejarán de existir. El movimiento simbolizado por el fuego que actúa al unísono en el cosmos y en el microcosmos y que sólo se somete al Lógos o ley universal, es el principio y el fi n de todas las cosas”.5

Llanos recurre al análisis de los fragmentos de Heráclito que representan su pensamiento dialéctico; de esta manera expresa que

“La materia, cuya esencia es fuego en devenir constante, sigue una ley implícita, el Lógos, que la mueve y la dirige sin que tenga necesidad de ninguna otra energía externa para subsistir, y es todo lo que constituye el cosmos, según Heráclito. Esta interpretación surge con claridad del fragmento 30 que dice: ‘Este mundo ordenado, que es el mismo para todos, no fue creado por ninguno de los dioses ni por los hombres sino que ha sido siempre, es y será eterno fuego que se enciende y se apaga según medida’.

El núcleo de la dialéctica de Heráclito está constituido por su descubrimiento de la armonía oculta, que ‘es más fuerte que la visible’ y que se manifi esta en las contradicciones que se mantienen latentes. ‘Ellos no entienden –expresa el fragmento 51- cómo lo que difi ere consigo mismo se mantiene en acuerdo: la armonía consiste en la tensión opuesta, al igual que la del arco y la lira’”.6

Llanos identifica la filosofía de Heráclito con

“las más intensas contradicciones dialécticas a que llegó la civilización jónica atrapada entre las mallas de la categoría dineraria y la producción de mercancías […] el momento de ascenso de un sector social progresista frente al cual […] concentra su enfoque despiadadamente objetivo y conceptualmente válido”7.

En oposición a la filosofía de Heráclito, afirma que

“la doctrina de Parménides […] tiende a conceptuar y fijar la ideología de la clase conservadora, dueña de la tierra y del poder. Esta situación queda sacralizada mediante un paralelismo religioso y jurídico. El ser eterno, inmutable ha nacido al amparo de una jerarquía estatal alcanzada en ese momento; lo que se opone al orden establecido, el devenir, el cambio, quedan proscriptos por ser una amenaza contra los altos designios de la divinidad vengadora y justiciera, que defiende los intereses de los eupátridas.”8

Finalmente, también vincula las tesis de ambos filósofos y las corresponde con sus tradiciones:

“Quizá nunca será posible dilucidar el problema cronológico entre Parménides y Heráclito, pero es evidente que la visión del mundo que tiene este último, dinámica y plástica a la vez, da una sensación de plenitud que en vano se buscaría en las fórmulas retóricas y plúmbeas de su presunto contradictor. Y no obstante ambos refl ejan una realidad ajustada a su medio circundante y a las condiciones objetivas del desarrollo económico y político logrado por el sector del mundo griego al que cada uno perteneció. Pero Parménides, como Platón, y más tarde Kant, rehuye enfrentarse con la realidad concreta y se refugia en la ilusión trascendental, en tanto que Heráclito, como Hegel, sale al encuentro del futuro y adecua el método del pensamiento a la vida que fl uye y se expande por todas partes”9.

Las razones de una omisión

La cátedra, si bien no se equivoca al afi rmar que Heráclito y Parménides formulan un criterio de verdad, inventa un problema: al enfocar la importancia en la totalidad que los iguala, hace omisión al contenido de la misma. Esto es porque se subestima la contraposición dialéctica-antidialéctica. De esta manera, hace desaparecer la dialéctica de la discusión y omite lo que separa a Heráclito y Parménides en términos fi losófi cos, políticos y económicos. Parménides sostiene que el movimiento es sólo aparente y que el universo es estático. Se opone, por lo tanto, al cambio. La pregunta entonces es qué clase social sostiene esta posición. Un avance sobre esa respuesta, puede buscarse en el trabajo de Alfredo Llanos. Según el autor, Parménides responde a los terratenientes. 10 Ellos son la nobleza eupátrida (del griego eupatridai: bien nacidos), aquellos que ostentan la propiedad de la tierra en forma hereditaria.11 Al poder de la herencia parece oponérsele el poder de la riqueza, lo que Llanos llama “burguesía mercantil”.12 Esta clase parece interesada por el cambio y estos intereses parece expresar Heráclito, según nuestro autor. Efectivamente, las reformas de Solón establecieron que el acceso a la tierra estuviera determinado por la riqueza y no por la herencia, lo que le valió la oposición de los eupátridas.

Si la cátedra, por el contrario, diera lugar al análisis de la dialéctica entre la teoría y la praxis, es decir, de las relaciones sociales que expresan las ideas y su intervención en la lucha de clases, hubiera podido remediar su interpretación de Heráclito y Parménides, atendiendo al progresismo del primero y al conservadurismo del segundo.

En suma, la dificultad que se les presenta a estos intelectuales frente al estudio de la filosofía radica, en primer lugar, en su lectura incorrecta, y en segundo lugar, en no poder superar su limitación de clase objetiva que se expresa en su tratamiento idealista de la filosofía. La cual conlleva el olvido de que la armonía no es sino la tensión del arco y la lira.


Notas

1Marcos, Graciela: Filosofía Antigua, t. Nº 4, SIM apuntes, 29/03/07, p. 10.
2Ídem, t. Nº 4, p. 15.
3Ídem, t. Nº 4, p. 18.
4Hegel, G.: Lecciones sobre la historia de la fi losofía, Tomo I, FCE, México D.F., 2002, p. 262.
5Llanos, Alfredo: Los presocráticos y sus fragmentos. Desde los milesios hasta los sofi stas del siglo V, Juárez Editor, Bs. As., 1953, p. 103.
6Idem, p. 36.
7Ibidem, p. 104.
8Ibidem, p. 135.
9Ibidem, p. 37.
10“las condiciones objetivas de la sociedad griega del este revolucionado por la presencia de la mercancía dan cuenta exacta de la fi losofía heraclítea. De igual modo que el pensador de Éfeso condensa en sus prietas fórmulas el movimiento y la vida de una comunidad que rompió el estancamiento tribal, Parménides consagra, en cambio, los derechos del ser inmutable con el que se identifi can los terratenientes de la región del oeste helénico y en cuyo racionalismo teológico se amparan los defensores de los atributos de la divinidad”, Llanos, Alfredo: Los presocráticos y sus fragmentos. Desde los milesios hasta los sofi stas del siglo V, Juárez Editor, Buenos Aires, 1953, pp. 32-33.
11Ste. Croix, G. E. M. de: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Crítica, Barcelona, 1988, p. 332.
12“La fi losofía heraclítea confi gura el acmé que corona el desarrollo del ser concreto como devenir iniciado por Tales; es decir, según la posibilidad abierta por los investigadores mencionados, advertimos que la dialéctica objetiva aparece como el proceso ideológico cumplido y maduro de la clase mercantil jonia.”, Llanos, Alfredo: op. cit, p. 32

1 Comentario

  1. Siempre lo pensé al revés: Heráclito como prototipo del posmodernismo, esto es, el devenir místico falopeante y, del otro lado, Parménides como el anti metafísico , ya que lo que no es, no es, no jodamos y centremonos en lo que es, a saber, la materia y las desigualdades estructurales a su rededor. Claro que ese «centrarse en lo que es» podría tomarse, no como antecedente materialista, sino como fenomenología en estado embrionario. También es cierto que resulta tentador identificar a Parménides con el conservadurismo, en tanto estaticidad del orden establecido y a Heráclito con la transformación inevitable, la revolución. Ahí parece atinado lo de Llanos. Pero, de nuevo y como dice la cita, para Heráclito la materia «es fuego en devenir constante, sigue una ley implícita, el Lógos», o sea que la razón impera, lo cual implica superestructura antes de estructura.
    Sea como sea, cualquier intento de interpretación de las filosofías antiguas desde lupas contemporáneas, como dijo Hegel, aunque en otro sentido, llegan tarde. Es que parece injusto juzgar las bases de un edificio con el criterio de los balcones. Es un juego desigual. Quiero decir, el materialismo dialéctico puede buscar dejar en evidencia las cosmovisiones griegas, pero no al revés. Estas nunca podrían haber tenido en cuenta un engendro como el marxismo ni todos los presupuestos que lo acompañan. Como le decimos a Tevez cuando lo banca a Macri, «que no se olvide de donde salió».
    Entiendo que en este artículo se busca correr por izquierda, tanto a Parménides como a la cátedra Marcos. Lo anterior vale para defender a Parménides. En lo que hace a Marcos, a quien no conozco, de seguro no se encarga de meter a Hegel en el diome porque sabe que sería una tiradura de pelos anacrónica. Por último, eso de decir que Hegel no es trascendentalista, que sé yo, por lo pronto acordemos que destacaba por su idealismo espiritualoide, nocierto. Sin dicho idealismo no tendríamos dialéctica dada vuelta materialista. Porque Marx se olvidó de donde salió. O renegó, al menos. Quizá la historia de la filosofía, como una historia de discutir a los padres, fue siempre un olvidarse de donde se salió.

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