Literatura revolucionaria. Horacio González y Jorge Altamira sobre «La cajita infeliz»

en El Aromo n° 37

El domingo 6 de mayo, en la Feria del Libro, Ediciones ryr presentó la segunda edición del libro La cajita infeliz, de Eduardo Sartelli, en el marco del Panel organizado por la SEA “El nuevo ensayo político”. La presentación contó con un panel compuesto por Osvaldo Bayer, Horacio González, Jorge Altamira y, por supuesto, el autor. La sala se colmó de público y una gran cantidad de personas quedaron afuera. Reproducimos aquí lo esencial de la charla, con excepción de las exposiciones Sartelli y Bayer cuyo contenido puede verse en El Aromo n° 32 (octubre de 2006).

Horacio González: Bueno, quiero decir en primer lugar que este libro representa una importante experiencia en la escritura. Es un libro novedoso, profundo, que se propone la reescritura de El Capital en los tiempos argentinos con un lenguaje que recoge vastas experiencias de escritura, de lectura, y cuyo resultado es un libro de fecunda complejidad. Es una experiencia de lenguaje singular e irrepetible en cuanto proviene de un interesante autor que, al escribir, está al mismo tiempo diciendo cuáles son los secretos y los métodos con los que ha ensayado la escritura de este libro. En primer lugar, la experiencia cinematográfica. No es acostumbrado leer en el terreno de la experiencia de escritura y de crítica de las izquierdas argentinas, un libro tan atento hacia la posibilidad ejemplificadora y también crítica que ofrece el cine, en especial el cine norteamericano. Sin duda, éste es un punto fuerte del debate, pero Eduardo Sartelli, con un ojo agudo, asocia la posibilidad de renovar el lenguaje de las izquierdas.

En segundo lugar, el libro revela la experiencia de lector del propio autor. El lector de este libro es llevado a escenas originarias de la lectura del propio autor. El lector se entera de la experiencia familiar y de la experiencia de lectura del autor del libro. En tercer lugar, es un libro que tiene una novedad bibliográfica importante, que se adivina en un abanico de lecturas y un estímulo bibliográfico no habitual en las izquierdas clásicas argentinas. Lejos de abandonarse a la presuposición fácil de que ciertos autores (como un Max Weber) serían autores menores, desdeñables, aquí se abre ese libro, se lo revisa, se lo pone al servicio del funcionamiento de esta caja de herramientas, de esta caja, no “cajita”, que es este libro. Es un libro fervoroso, útil y al mismo tiempo emocionante y apasionado, que prácticamente se propone ser un libro total. ¿Es posible hacer un libro total, hoy, en Argentina? ¿Es posible que la izquierda argentina, tenga un libro total y consiga reflexionar de una forma más creadora sobre su dispersión? No me refi ero a la dispersión político-organizativa, sino a la dispersión de sus textos.

Este libro haría aconsejable pensar que sí, que es posible esa experiencia y esta experiencia no sale de la nada. Sale, en primer lugar, de todo este nivel intelectual, de una experiencia universitaria, de una experiencia política organizativa y sale también de una experiencia popular. Por eso este libro también revela otra alianza que, de alguna manera, es el nudo íntimo que desvela a todas las militancias políticas: la alianza de los lenguajes populares, sin desmedro del foco mismo de lo que hay que decir para que la historia adquiera la vibración con la que la queremos ver. Los temas no se relativizan, los temas no se hacen “fáciles” para complacer a un lector sin exigencias. Los temas se proponen de una manera estricta y amplia y el nervio intelectual del libro no decae nunca. Es un libro, como se dice habitualmente, “que atrapa”. Este libro busca “tener”, más que “atrapar” diría. Busca tener el encanto de la lectura. Es una lección para tantos ensayos de escritura en la tradición de las izquierdas argentinas que, muchas veces, se sabotean en su escritura (aparentemente facilitadora) y actúan en desmedro del verdadero lector de estos libros. El autor es un lector popular, con su carga de películas vistas, con su carga libros de vistos; de Julio Verne o la real narración de Pigaffeta, el narrador de la vuelta al mundo de Elcano y Magallanes.

Esta precisión de Sartelli supone también tomar el legado de las grandes antropologías del siglo XX: Lèvy Strauss, por ejemplo, y la prohibición del incesto. Está muy presente en este libro la posibilidad de incorporar a El Capital aquellos grandes textos que Marx no pudo leer porque se escribieron después de él. Las teorías sociales del siglo XX están todas incorporadas como gran capacidad de anexión de lectura, de legados no provenientes de la izquierda, que tiene este libro. Este es para mí un camino para las izquierdas argentinas. Estuve mucho en la feria, no vi nunca esto. Esto es absolutamente saludable. Es una forma de salvar esta Feria del Libro, con proyectos de divulgación muy poco relevantes y poco interesantes, regidos por el modelo televisivo. Aquí no; La Cajita habla de las grandes experiencias políticas de la humanidad en la tradición de las izquierdas y es la reescritura de El Capital para estos comienzos del siglo XXI argentino.

Jorge Altamira: El libro de Eduardo integra una literatura que ha tenido un gran desarrollo en los últimos diez años, donde se denuncia muy fuertemente las grandes miserias sociales de lo que se ha dado en llamar el período de la globalización. Lo que creo que distingue el libro de Eduardo Sartelli, de esta otra literatura, es lo siguiente: esta literatura de denuncia forma parte de lo que se ha conocido como movimiento anti-globalización que, a través de esos libros de denuncia, procuró desarrollar un programa. Y ese programa tenía como componentes los impuestos a las transacciones financieras internacionales (llamado impuesto Tobin) que iban a permitir reunir una cantidad de dinero como para hacer asistencia social o, por ejemplo, una propuesta que circula también en Argentina, de establecer un ingreso mínimo, de seiscientos o setecientos pesos, sesenta por niño, para que nadie baje de cierto nivel de pobreza.

El libro de Eduardo Sartelli, en ese sentido, se distingue de toda esa literatura. Porque ya en las primeras páginas, explicando el concepto de la totalidad, dice que a esto no se le puede poner remedio por medio de parches en tal o cual circunstancia o situación, sino que se trata de una interpelación y de un cuestionamiento al conjunto del sistema capitalista. El libro, por tanto, responde a otro tipo de literatura: la literatura anticapitalista, la literatura revolucionaria. No a la literatura de denuncia, que ha defendido un sistema de reformas a esta situación y que ha fracasado.

El libro comienza con la denuncia a un juicio de Mc Donalds en Inglaterra. Él dijo recién que toma a Mc Donalds como una metáfora. Ahora bien: ¿una metáfora de qué cosa? De una de las ideas fundamentales del pensamiento marxista: el capitalismo sólo, en defi nitiva, puede crear trabajo precario. Entonces Mc Donalds y Wall Mart, son el modelo de desarrollo de todo el capitalismo, históricamente. Si en algunos momentos de la historia, esa tendencia de trabajo precario fue relativamente neutralizada, ello se debió a consecuencia de grandes catástrofes o conmociones sociales o, incluso revoluciones. La Revolución de Octubre de 1917, por ejemplo, que produjo en el mundo una ola generalizada de conquistas de la jornada de ocho horas. La ola revolucionaria después de la Segunda Guerra Mundial que produjo una conquista generalizada de lo que se llama la seguridad social. El candidato de la derecha francesa, Sarkozy dijo: “Tenemos que terminar con la cultura que nació en Francia con el Mayo Francés”. Es sorprendente. Cuarenta años después, se atribuye a un fenómeno tan distante una “cultura política”. Esto muestra la hondura de los movimientos sociales y la capacidad de producir resultados históricos duraderos.

Este problema de la precariedad laboral está profundamente ligado al capitalismo, es una tendencia irrefrenable del capitalismo. Por lo tanto, está preñada de sublevaciones y conmociones sociales. Los movimientos populares en América Latina de signo nacionalista tienen, por momentos, enfrentamientos importantes con el imperialismo norteamericano. Pero, en este punto, no han cambiado nada. La precariedad laboral ha crecido, en Venezuela con Chávez, en Bolivia con Evo Morales y en la Argentina con Kirchner. Esta fábrica Sidor, que ahora está en juego por el tema de Skanska y Techint, sigue produciendo de la misma manera. Esto lo pueden ver en las denuncias que hace la Unión Nacional de Trabajadores de Venezuela y que son las mismas que cuando estaba Carlos Andrés Pérez en el gobierno. Porque esta ley de hierro del capitalismo no es cuestionada, ni siquiera por movimientos que pugnan por una mayor autonomía nacional, pero que tienen que mantener -por los intereses, por las relaciones sociales que expresan- un carácter capitalista.

Entonces, como ustedes ven, el libro abre una perspectiva nueva en una literatura de denuncia, en una literatura de análisis: la perspectiva anticapitalista. Y así como Horacio González citaba al cine como un elemento que Eduardo elabora en el libro para apuntalar toda una serie de observaciones y sensibilidades, yo voy a utilizar el mismo método para señalar que si este libro tiene el éxito que tiene, es el síntoma de un cambio de tendencia en el sentimiento y la combatividad populares, que tiene una expresión intelectual en este libro.

Horacio González: El libro tiene muchos planos. Hay uno que es el del lenguaje coloquial argentino y, más específicamente, porteño. Por ejemplo, aquí me enteré de qué cuadro de fútbol es hincha el autor. Esto quiere decir que este libro, que apunta a esa utopía de la tradición burguesa, que es el libro total, está hecho con los elementos de la tradición marxista, está hecho con los elementos de las grandes reflexiones de Trotsky sobre la cultura rusa de fi n del siglo XIX. Es sabido que Trotsky se interesó por el feudalismo, se interesó por las ciudades, se interesó por el psicoanálisis, se interesó por todas las tendencias de la pintura contemporánea y se interesó por las tecnologías. Este libro tiene un fuerte aliento de la herencia de Trotsky, pasada al lenguaje con el cual hoy se habla en Argentina. En un sentido, se parece al libro de Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, y un poco se parece también a la experiencia de citas de películas que hace Zizek. Sólo que Zizek lo hace para explicar el lacanismo, que no es el caso de este libro.

Me dan ganas de pensar de muchas maneras la relación entre escritura, de los pobres y precarios intelectuales. Le agrego a Altamira que como intelectuales somos totalmente precarios, todos, como esa pared…1 Nuestra precariedad existencial realmente, para mí, se alegra con un libro moldeado, digo, en la fragua viva del lenguaje crítico de la sociedad argentina, con el cual todos, en mayor o menor medida, atravesamos y seguiremos atravesando. Este libro se puede volcar en el flujo de la acción, precisamente, por sus grandes exigencias literarias. Es un libro que tiene una dimensión literaria que la izquierda argentina haría muy bien en revisar, desde el punto de vista de la fuerza que la anima.

Jorge Altamira: Si me permiten, quisiera hacer un comentario sobre lo que se dijo. La precariedad es una condición humana. El mundo que nos toca vivir es insondable, en un sentido cósmico, es una aventura. Desconocemos lo que va a ocurrir en las próximas horas. No estamos seguros de las apuestas humanas que realizamos. Las tenemos que vivir, reflexionar sobre ellas y volver a decidir. Ahora, esta precariedad no se debe comparar con la precariedad social que introduce el capitalismo. No tiene nada que ver. Porque la primera “precariedad”, es la aventura de la libertad, que creo que el socialismo potenciará. Esto es una condena, una esclavitud humana. Pero si alguien ha podido escribir una crítica al capitalismo, es que ha podido reintegrar su condición humana por medio de esa crítica y ha dejado de ser un intelectual precario. El que no deja de ser un intelectual precario es aquel que, por un lado, debe convertirse en un asalariado del capital y, por el otro, debe trabajar descalificadamente para ganar su pan cotidiano. Y es todavía mayor esa descalificación en el intelectual que en el obrero manual. Una observación que hizo Marx cuando era joven: el obrero manual entrega el cuerpo, la fuerza de trabajo es su cuerpo, su capacidad física, y el obrero intelectual entrega su conciencia. Entonces, sufre mucho más agudamente esa precariedad. Naturalmente, los ideólogos del capitalismo tratan de mezclar lo que serían las dos precariedades. Es decir, el mundo como una experiencia humana y su propia condición social de crear trabajo precario. El objetivo es mostrar que se trata de una fatalidad. Quería hacer esta distinción, porque creo que un intelectual que produce revolucionariamente, se ha reapropiado de eso.


Notas

1Alusión a las paredes de la sala, de aglomerado, que se bamboleaban peligrosamente ante la presión del público excesivo.

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