Normalmente intelectuales cercanos al kirchnerimo niegan o ignoran las facetas represivas del peronismo. A través del caso de despidos de docentes antiperonistas en este artículo analizamos las operaciones ideológicas a las que recurren cuando reconocen la existencia de algún procedimiento represivo, al cual por un lado lo minimizan y, por otro, lo embellecen.
Marina Kabat – TES
En dos artículos anteriores de El Aromo, “Los pizarrones tienen oídos” primera y segunda parte, expliqué los mecanismos de control a los que estuvieron sometidos los docentes bajo los primeros gobiernos peronistas. Ya bajo el gobierno militar de 1943, en el cual Perón alcanza los cargos de Secretario de Trabajo, Ministro de Guerra y vicepresidente, numerosos docentes judíos, ateos y/o socialistas fueron removidos de sus puestos. El gobierno había establecido la enseñanza religiosa obligatoria y consideraba un despropósito mantener en sus puestos a docentes que no comulgaran con las mismas ideas que se quería impartir con este cambio.
Desde entonces encontramos documentos oficiales que dan cuenta de espionaje sobre docentes, en especial de colegios considerados opositores. Sin embargo, este espionaje sobre los docentes se incrementa en la segunda presidencia peronista. En 1952 el ministro de Educación Ivanisevich es remplazado por Mendez San Martin, el impulsor de los manuales peronistas, aquellos famosos por frases como Evita me ama (hasta entonces se usaban los mismos manuales de las décadas anteriores). Pero, de nada servían los manuales si un sector de la docencia se negaba a usarlos o mantenía una posición opositora. Por eso, en ese mismo momento se crea una delegación de la CIDE (antecesora de la SIDE) en el Ministerio de Educación. A partir de entonces se disparan las cesantías a docentes, a tal punto que el sindicato docente UDA que en su inició había promovido las cesantías, comienza a quejarse de las mismas cuando estas terminan por afectar incluso a los propios docentes peronistas. Estas cesantías se realizaban en forma ejecutiva sin ningún tipo de sumario previo y respondían a información que el propio estado recolectaba sea por sus servicios de inteligencia, u otras vías (por ejemplo, registro de individuos que fiscalizaban en las elecciones para partidos opositores) y de denuncias procedentes del medio escolar (otros docentes) o extraescolar (como las denuncias provenientes de las dirigentes de la rama femenina del Partido Peronista). Hasta aquí una síntesis de lo planteado en detalle y con la respectiva cita de los documentos probatorios en mis artículos anteriores. Veamos cómo se analiza el mismo proceso desde una óptica cercana al peronismo.
Los despidos docentes mediante mecanismos institucionales
En general los historiadores cercanos ideológicamente al peronismo esquivan los temas molestos. No hablan de torturas, desapariciones, censura o esas cuestiones. Aún así establecen discusiones elípticas. Por ejemplo, ante las denuncias de detenciones ilegales no hablan de ellas, pero sí plantean el discurso de los derechos humanos en otro campo: señalan cómo se expandió la educación bajo el peronismo al tiempo que aseveran que la educación es un derecho humano y que el desempeño del peronismo en este campo debe ser integrado a cualquier balance de los derechos humanos bajo el peronismo (lo cual es tan ridículo como plantear que en la actuación de los derechos humanos de la última dictadura tengamos que balancear las escuelas construidas por Cacciatore). De esta manera, tratan de instalar una agenda alternativa que responde supuestamente al mismo tópico, pero que nunca va al corazón del mismo.
Ahora qué ocurre cuando discutimos el problema de la represión específicamente en el ámbito educativo. Aquí también ha operado un desplazamiento que busca redirigir la mirada hacia otros aspectos e incluso romantizar y colocar bajo una luz positiva el desarrollo de una dinámica de censura, denuncias y despidos docentes. En este sentido operan los trabajos de Flavia Fiorucci. La autora tiene tres publicaciones muy similares entre sí con una leve modificación del registro en función del medio de la difusión de sus ideas.[i] Fiorucci estudió 50 expedientes del Consejo Nacional de Educación. No sabemos nada del grado de representatividad que estos casos tienen porque la autora no dice qué porcentaje del total de los expedientes que había en el fondo documental ella relevó, por eso ella misma señala que de su estudio pueden extraerse conclusiones más cualitativas que cuantitativas. Sin embargo, como veremos, ella tiende a extrapolar conclusiones de su estudio de manera apresurada y burda en términos metodológicos.
Ella no lo destaca, pero entre los expedientes vinculados a sumarios a docentes que ella encuentra dentro de los expedientes por ella relevados la mitad traían a colación la cuestión del antiperonismo. Es decir, la mitad de los docentes a los que se les iniciaba algún tipo de sumario esta medida estaba de algún modo ligada a su posición contraria al gobierno (fuera esta cierta o se tratara de una falsa denuncia).
Fiorucci destaca la corrección con la que habrían sido llevados los sumarios. Subraya la preocupación de los funcionarios por dilucidar si las denuncias que originaron los expedientes eran verdaderas o falsas y la desestimación de estas últimas. También considera que la última palabra la tenían los inspectores quienes contemplaban para su veredicto la forma en que el docente era evaluado dentro de comunidad escolar, si era querido o no dentro de ella. Fiorucci resalta la corrección de los expedientes y la pulcritud de los procedimientos que se mantendrían siempre dentro de los confines del mundo educativo. A su juicio esto le daría características mitológicas a las acusaciones de que el peronismo reprimió a los opositores:
“Hay un mito de que el peronismo siempre castigó a los desafectos, ¿no? Que en el peronismo, aquellos que no se ajustaban a la normativa serían castigados. Lo que yo descubrí al desandar los sumarios es que la suerte de estas personas denunciadas dependía casi exclusivamente de lo que decía el inspector. Así que los inspectores asumen el rol de árbitros morales y legales y mediadores del conflicto que inunda a la comunidad escolar. No es su rol difundir el mensaje político sino todo lo contrario, mediar en los conflictos que provoca la difusión de este mensaje político. Y lo que se puede ver es que revelan cierta aprensión por este problema que surge y frente a la difusión del uso de la práctica de la denuncia y que son muy cuidadosos a la hora de establecer sanciones.”[ii]
La operación realizada es bastante evidente: se estudian los sumarios que se realizaron por los canales oficiales en el ámbito educativo y se concluye que los despidos a docentes bajo el peronismo siguieron siempre esos pasos formales. A partir de ahí se acusa como mitológica la versión que plantea lo contrario. Pero, para sostener tal afirmación, Fiorucci debiera demostrar que no hay docentes que fueran despedidos mediante otros mecanismos, algo que ella no hace. Estudia solo las sanciones decididas en un ámbito y extrapola sus conclusiones para el conjunto social. Fiorucci examina las canicas azules y luego afirma que, bajo el peronismo todas las canicas fueron azules y que, quienes han afirmado lo contrario, se guían mitos o prejuicios antiperonistas.
Fiorucci, estudió 50 expedientes no todos de los cuales terminaron en cesantías. Pero dirigentes sindicales de la época señalaron la existencia de 1500 cesantías.[iii] Se observa cuán poco significativa es la muestra que Fiorucci tiene en sus manos. Ocurre, no solo que Fiorucci no revisó todos los expedientes de su fondo documental, sino que las cesantías que se dispusieron mediante mecanismos formales fueron una minoría. Del grueso de ellas no hay rastros en el Consejo Nacional de Educación pues se decidieron en otros ámbitos y por otros mecanismos. A la mayoría de los docentes los sorprendía la noticia de su despido sin haber mediado comunicación alguna previa y luego debían ellos tratar de reconstruir qué había pasado y, en caso de querer revisar la medida, intentar probar su inocencia, en el sentido de demostrar su afección al gobierno. Tan solo UDA, uno de los sindicatos docentes del período, llevaba hacia 1955, 162 expedientes en los cuales docentes de distintos puntos del país pedían revisión de sus sanciones. Pero, naturalmente, quien estudia las canicas azules en el archivo donde se conservan las canicas azules difícilmente encuentre una verde.
Vigilar y castigar (pero de un modo popular)
Enfrascada en su mundo de canicas azules, Fiorucci dice que las denuncias contra los docentes antiperonistas provendrían de todo tipo de actores (docentes de nivel inferior o superior a aquellos denunciados, padres o miembros de la comunidad), pero que primarían aquellas donde denunciante y denunciado son pares situados a un mismo nivel jerárquico. Fiorucci está convencida de la espontaneidad de las denuncias y considera que estas no deben ser interpretadas como una prueba de dominación política.
El carácter espontaneo de las denuncias sólo puede ser sostenido sobre la base de una descontextualización absoluta del momento histórico en que las denuncias se realizan. En un contexto histórico en el cual ya en 1948, mucho antes de llegar al clímax de polarización social y mucho antes del primer intento de golpe de estado (que serviría de excusa para la violencia estatal, que bien podría caracterizarse de terrorismo de estado) la primera dama llamaba por radio nacional a que cada peronista estuviera “alerta”. Pedía que cada descamisado se transforme en una célula de la patria y pedía que “Cada descamisado (a) cualquiera que hable mal de Perón debe romperle un botellazo en la cabeza o la cabeza si es necesario”.
Haciendo caso omiso, de este contexto donde las máximas autoridades políticas llaman a ejercer no solo la denuncia sino la violencia física contra los antiperonistas, Fiorucci atribuye un carácter espontaneo y cuasi democratizador a las denuncias realizadas. Entiende las delaciones como un canal a través del cual, sectores sin poder público empoderados por el peronismo, hacían oír su voz. A partir del arribo del peronismo al poder estos grupos se consideraban con el derecho a interpelar al Estado e informarlo. Por supuesto, Fiorucci no se detiene a pensar tampoco si esa misma sensación de alteración de las jerarquías y de acceso a la voz podía tenerla bajo el nazismo un portero que denunciara a un opositor al régimen.
En su argumentación Fiorucci emparenta estas denuncias con las múltiples cartas con las cuales distintos sectores y ciudadanos comunes respondieron al pedido del gobierno de que se le enviasen propuestas y solicitudes como mecanismo de consulta previo del armado del Segundo Plan Quinquenal. De tal manera, pareciera que escribir una carta al gobierno pidiendo que se pavimente una ruta de un pueblo es más o menos la misma cosa que denunciar que un maestro es antiperonista con el fin de que se lo remueva del cargo. [iv]
Fiorucci romantiza las denuncias y las presenta como una nueva forma de subversión de las jerarquías y ordenamientos previos habilitada por el peronismo. Como otra manifestación de la fuerza social y organizativa de la clase trabajadora. En definitiva, Fiorucci, usa también el caso de las denuncias para intentar negar el carácter verticalista del peronismo.
De nuevo, canicas azules y verdes
En las cartas de denuncia que dan origen a los expedientes que ella estudia Fiorucci descubre una suerte de guerra entre los propios trabajadores y vecinos. En ese punto hay una veta de verdad en su análisis, una veta que muchas veces oculta en otros autores que asumen una homogénea y unánime adhesión del colectivo obrero al peronismo. Frente a Daniel James que prácticamente dice que Perón crea a la clase obrera argentina al unificarla tras su ideario y mediante su discurso político, el micromundo de las cartas de denuncia nos devuelve la imagen de una profunda fractura.[v]
Sin embargo, esa cuota de verdad está incorporada a una interpretación mayor completamente falsa. Fiorucci, reconoce la existencia de una vigilancia omnipresente, la que vendría de abajo y entre sujetos unidos por relaciones horizontales entre sí. Esas son las canicas azules que encuentra. De nuevo, ante la vista de sus canicas azules, Fiorucci no puede ceder a la tentación de proclamar la inexistencia de canicas verdes. Y de nuevo, lo hace acusando de mito la idea de que pueda haber existido una canica verde: “La preeminencia de esa vigilancia difusa explicaría algunos de los mitos que circulan en el imaginario público sobre el control que pesaba sobre la sociedad en esos años.” (Fiorucci, 2013, p. 21).
Es decir, según Fiorucci, si la gente sentía una atmósfera asfixiante (algo que ella reconoce) no era porque el Estado vigilara, sino tan solo porque lo hacían en forma espontánea los vecinos y compañeros de trabajo. No es que la Sección Especial de la Policía vigilara, ni Control del Estado, ni la División Informaciones Políticas, ni la SIDE, ni la Sección Especial de la Subsecretaría de Prensa, ni la Alianza Libertadora Nacionalista, ni el Ministerio de Asuntos Políticos donde trabajaba Bernardo Neustadt. Otra vez, porque encontró canicas azules Fiorucci niega la existencia de canicas verdes de las cuales hay sobradas pruebas. En este caso la extrapolación es aún más arbitraria: porque encontró denuncias realizadas por trabajadores contra docentes en el ámbito educativo, Fiorucci deduce que el malestar de la población en todos los ámbitos de la vida social frente al evidente control y vigilancia sobre la misma se debía a esta vigilancia horizontal y no a otros mecanismos.
Fiorucci, quien parece no poder formular una apreciación histórica sin realizar una extrapolación indebida acusa de ideológicas y mistificadoras las interpretaciones antiperonistas. A diferencia de quienes ignoran por completo la represión peronista Fiorucci reconoce un aspecto parcial, pero solo reconoce la existencia de un árbol con el fin de ocultar un bosque.
[i] Fiorucci, F. (2012a). El Campo Escolar bajo el Peronismo 1946-1955. Revista de historia de la educación latinoamericana, 18 (14), pp. 139 – 154.
Fiorucci, F. (2012b). La denuncia bajo el peronismo: el caso del campo escolar. Documento de trabajo, Escuela de educación, Universidad de San Andrés, Victoria, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 41, agosto, pp. 1-27.
Fiorucci, F. (2013). La denuncia bajo el peronismo: el caso del campo escolar. Latin American Research Review 1 (48), pp. 3-23. http://www.jstor.org/stable/41811585
[ii]Fiorucci, F. (2012b). La denuncia bajo el peronismo: el caso del campo escolar. Documento de trabajo… op. cit., p. 10.
[iii] La cifra aparece en AGN, AI, FNRP, com. 20, expte. 23965 2°cuerpo, testimonio de José A. Nuñez, Secretario General de UDA, fs. 273.
[iv] No queremos dejar de señalar que dicha consulta popular previa al armado del Segundo Plan quinquenal fue centralmente un mecanismo para dotar de legitimidad popular a un plan económico que implicaba un feroz ajuste y que establecía entre otras medidas, el congelamiento salarial. Sin embargo, muchos historiadores filoperonistas se entretienen examinando las cartas a las que la consulta dio lugar sin mencionar en ningún momento este pequeño detalle.
[v] James, Daniel. Resistencia e integración. Buenos Aires: Sudamericana, 1991.
[vi] La autora de esta nota ha invitado a Flavia Fiorucci a disertar en la cátedra Historia Argentina III, invitación que nunca fue siquiera contestada.
si hay vigilancia horizontal quien la organizaba…… era expontanea?…. todos controlan a todos , los que pueden…… la vida es asi….. son los gobiernos que bajan linea….. escribo esto por que creo que el pami no debe tener espias…pero el que niega que los gobiernos controlan macanean