Las tarifas energéticas baratas fueron una posibilidad que tuvo la política económica en la Argentina de las últimas décadas y una de las bases de la recuperación de los últimos años. La producción gasífera es una de las formas de energía más baratas para la generación de electricidad. Por eso, allí donde puede contarse con acceso al gas natural, este tiende a desplazar a otras formas de generación energética. El hecho de que se desarrollara en la Argentina la producción gasífera implicó una ventaja para los capitales que operan en el país en la medida en que pueden acceder a energía más barata. El agotamiento de las reservas menos costosas de gas marca un límite para sostener, en el largo plazo, el abastecimiento de energía barata y, en consecuencia, pone fin a un elemento que daba competitividad a buena parte de la débil burguesía local. Si ni siquiera con eso pudieron avanzar en el mercado mundial y sostener en forma pujante al país, muchos menos ahora. Potenciándose, como venimos señalando, la tendencia a su agotamiento.
Los límites de la política económica
Toda política económica implica una transferencia de riqueza. Cuando desde el Estado se fija una tarifa, un impuesto, una compensación, un subsidio o un tipo de cambio, se está definiendo una transferencia de valor de un sector a otro. Por esta razón, no puede entenderse la política estatal como un mero resultado de la voluntad o la ideología del gobierno. Tampoco una simple correlación de fuerzas. No se puede transferir lo que no existe. Para comprender la política estatal, primero deben conocerse las posibilidades económicas de desarrollarla.
Gracias a una participación mayoritaria del gas en la matriz energética argentina, los capitales privados locales no sólo tuvieron la posibilidad de acceder a tarifas energéticas bajas, sino que luego de la devaluación del 2002 y a partir de los subsidios del gobierno, esa ventaja se ha potenciado aun más por la venta del gas muy por debajo de los precios de referencia internacional. No obstante, como hemos señalado en ediciones anteriores de El Aromo, las distintas formas de subsidios desarrollados luego de la crisis del 2001, lejos de expresar la vuelta a un pasado mejor, constituyeron una maniobra necesaria con el estallido de la crisis, pero que desde su surgimiento tenían fecha de defunción. El reciente anuncio de que se pondría fin a los subsidios al gas es la expresión del agotamiento de la economía post 2001 y de la necesidad del capitalismo argentino de desmantelar el aparato de subsidios armado con la devaluación. Pero a su vez, detrás del reciente anuncio se revela un problema más general que excede lo coyuntural.
La evolución del gas barato
Durante buena parte del período previo a la privatización, Gas del Estado establecía tarifas del gas que podían encontrarse incluso por debajo de los costos operativos, en la medida en que se establecía que la rentabilidad del petróleo compensaría las pérdidas del gas.1 En ese entonces, la tarifa interna del gas era baja y resultaba en un beneficio extra para las industrias consumidoras. Hacia comienzos de la década de 1970, el gas natural se comercializaba en la Argentina a un precio 6 veces inferior que en EE.UU.2 Las bajas tarifas del gas implicaban una transferencia directa a los capitales que operaban en el interior en la medida en que podían acceder a fuentes de energía más baratas.
Sin embargo, el precio interno del gas dio un salto importante a partir de 1977. En dicho año, y gracias al descubrimiento del importante yacimiento gasífero de Loma de la Lata, en Neuquén, la producción nacional de gas dejó de estar subordinada a la del petróleo. Con el nuevo descubrimiento, las reservas de gas superaban, en términos de capacidad energética equivalente, a las petroleras. Bajo estas nuevas condiciones, el gas ya no podía seguir siendo “regalado”. Por lo tanto, en la medida en que el gas pasaba a convertirse en un negocio en sí mismo, paradójicamente, el descubrimiento de esta importante reserva trajo consigo una adecuación hacia arriba de su precio interno, que se quintuplicó. De todas formas, la suba internacional de los precios de la energía ocurrida durante la segunda mitad de los años setenta, provocó que se mantuviera la diferencia entre el gas local y el norteamericano.3
A partir de la privatización de la industria hidrocarburífera en los noventas, se registró una suba general de los precios internos de los combustibles que llevó a una alineación con respecto a los precios internacionales y permitió la valorización de los activos de las privatizadas. En el caso del petróleo, el precio del crudo interno pasó a referenciarse con el barril que se negocia en los EE.UU. En el caso del gas natural, más que alinearse al precio del gas en los otros mercados, la alineación se produjo con la variación internacional del precio de los insumos. En este sentido, a partir de la privatización, las variaciones del precio interno del gas dejaron de estar determinadas por el Estado como una forma de subsidio hacia el mercado interno y comenzaron a seguir las oscilaciones del índice de precios mayoristas de los EE.UU.
De todas formas, vale aclarar que más allá de lo que sucediese con las oscilaciones, el nivel de precios internos del gas nunca llegó a alcanzar los precios a los cuales se comercializaban en otros mercados como el europeo o estadounidense. El precio del gas, durante la década de 1990, se ubicó por debajo de los precios vigentes en el mercado estadounidense y europeo. Salvo durante 1998, que por impacto de la crisis asiática los precios del gas y el petróleo a nivel mundial cayeron (acercándolos a los precios locales), por regla general, el gas argentino tendió a venderse a un precio que se ubicaba a la mitad del precio europeo y norteamericano (y la tercera parte de aquellos mercados como el japonés que deben abastecerse de gas licuado). Cabe señalar que a nivel de los hogares, la alineación de los combustibles locales con valores internacionales no se sintió tanto en la medida en que la sobrevaluación del peso, mediante el 1 a 1, implicaba una transferencia que, financiada con endeudamiento, hacía más accesible todo aquello que estuviera nominado en dólares.
Durante la década de 1990, la producción de gas se expandió y hacia 1998 se encontraba en operación la red de gasoductos que conectaban los yacimientos argentinos con el mercado chileno. Desde entonces la producción para exportación comenzó a incrementarse. A su vez, con la crisis del 2001, ni las exportaciones, ni el consumo total interno se contrajeron de manera apreciable. Por lo cual, la producción continuó expandiéndose sin freno. Hacia 2005 la Argentina consumía el doble de gas que en 1990 y se había colocado como el mayor productor de Latinoamérica, superando a México, Venezuela y Bolivia, aunque con reservas menores a los primeros dos. En este contexto, la magnitud de reservas se contrajo de manera notable, tanto en términos absolutos (ver gráfico 2), como en términos de horizonte de años. La vida útil de las reservas cayó de casi veinte años en 2000 a 10 a finales de 2008. En la actualidad, salvo las cuencas Noroeste y San Jorge cuyo aporte a la producción gasífera es menor, las cuencas argentinas están en contracción. El caso más grave es el de la cuenca neuquina cuyo aporte es mayoritario y su producción se contrajo en un 1,4% sólo durante 20084.
El estallido de la convertibilidad, la crisis del 2001 y la devaluación tuvieron un impacto notorio en el precio en dólares del gas argentino, el cual se desplomó en un contexto en que a nivel internacional el precio de la energía comenzaba un ciclo ascendente. Si bien, luego de la abrupta caída del 2002 hubo una recuperación del precio medido en dólares, corrió muy por detrás de inflación internacional y del precio del gas del resto de los mercados.
En la actualidad, el millón de BTU5 se vende en torno a los 2 dólares en la Argentina, mientras que en Canadá cuesta 8 dólares, en EE.UU. 8,85 dólares, 11 dólares en Inglaterra y casi 13 dólares en el resto de Europa (ver gráfico 1). Esto tiene su correlato en las tarifas de electricidad, las cuales en la Argentina apenas representan el 30% del valor de las tarifas de referencia regional e internacional.6
Más precio, más pozos, menos gas
Los límites de la producción gasífera nacional llevaron a reducir las exportaciones a Chile, sobre todo a partir de 2006. A su vez, se debieron cubrir los faltantes de gas con importaciones que introducen gas al mercado interno con precios mayores. Mientras el gas natural a boca de pozo de los yacimientos argentinos tiene un precio promedio de 0,6 dólares por millón de BTU, la misma cantidad proveniente desde Bolivia ronda los 8 dólares y el gas licuado que llega al puerto de Bahía Blanca, casi 15 dólares. Las diferencias de costo interno del gas debieron ser cubiertas con subsidios provistos por el Estado. Sin embargo, la situación se agravó día a día debido a que los límites actuales de la producción nacional exigen importaciones crecientes. En el corriente año, sólo hasta el mes de junio, debió importarse un 36% más gas que en todo el 2008. Frente a esta situación y en un contexto en el cual, la pistola del superávit se le está quedando sin balas al gobierno, las posibilidades de cubrir los costos crecientes con subsidios se agotan.
En este contexto, la promesa de eliminar los subsidios implica una adecuación de precios que no sólo deberá financiar las crecientes importaciones, sino la construcción de infraestructura necesaria para poder ampliar las importaciones. Mientras la Argentina se va quedando con una infraestructura de exportación de ociosa, los ductos de importación desde Bolivia resultan cada vez más insuficientes. Para el 2012, será necesario agregar al gasoducto existente con capacidad de 10 millones de metros cúbicos diarios, uno nuevo con capacidad de 20 millones. Hacia el 2015 se estima que será necesario contar con una capacidad de 45 millones de metros cúbicos7.
El cuello de botella energético y la imposibilidad de seguir contando con energía barata expresa el límite de la producción del gas más fácil de extraer y menos costoso. Las posibilidades de recuperación de reservas en la Argentina están ligadas al trabajo con reservas más costosas que pertenecen a lo que se denomina como tight gas. Al estar ubicado a áreas de drenaje de menor tamaño, el tight gas implica una mayor cantidad de pozos de menor rendimiento. Por ejemplo, la explotación de esta clase de yacimientos demandó en Canadá de la perforación de hasta 8 veces mayor cantidad de pozos que el gas convencional y en los Estados Unidos hasta 30 veces más8. Se estima que existen este tipo de reservas en la cuenca neuquina que podría resultar una alternativa que si bien será más costosa que el gas actual, será más barata que la importación de Bolivia9. Otra alternativa posible es lo que se conoce como shale gas, que son reservorios ubicados en la roca madre del yacimiento y cuya exploración requiere de montos mayores de inversión. En los dos casos, el efecto que pueda haber en términos de recuperación de la producción nacional, no será inmediato. Cualquier intento de expandir las reservas, además de requerir una suba interna de los precios, deberá esperar algunos años a que dichas reservas puedan descubrirse, desarrollarse y explotarse.
Límites a la energía subsidiada
La eliminación del subsidio al gas, que alcanza los $1.400 millones, se traducirá en lo inmediato en un incremento tarifario. Según estimaciones del gobierno, en primera instancia no alcanzaría a más de un 1,5% de las industrias que representan el 10% del consumo interno. Los que fundamentalmente deberán pagar el aumento, serán los hogares que estén encuadrados bajo la categoría de consumo medio/alto en adelante, quienes deberán pagar tarifas con hasta un 400% de aumento10. Según el gobierno, el incremento recaería sobre los hogares de mayor poder adquisitivo, aunque esto no es así. El aumento tarifario también impactará sobre aquellos hogares más pobres en los cuales, al vivir familias enteras en una misma casa, el consumo de gas es más alto. De hecho, los requisitos exigidos para la eximición del aumento a los más pobres fue uno de los puntos más polémicos cuando se quiso aplicar el mismo tarifazo durante el pasado invierno. La obtención del “certificado de pobre” no sólo representó un problema por la cantidad de tiempo que demandaban los trámites, sino también por los requisitos exigidos, como por ejemplo, no contar con ningún servicio de Internet, ni de cable, ni de telefonía fija o celular.
Si bien, el aumento del precio del gas no incluiría a las centrales eléctricas, por lo que en lo inmediato no se trasladaría a las tarifas de electricidad, pone de manifiesto el agotamiento del esquema de subsidios que se elaboró a partir de la devaluación del 2002. En la medida en que la producción gasífera se vuelva más costosa, los precios internos de la electricidad deberán subir. Además, vale recordar que el reciente anuncio acerca de las tarifas de gas fue antecedido por anuncios de incrementos en los precios del transporte, a comienzos de 2009, y de subas en electricidad durante el 2008. Subas que obedecen a un proceso más general de desmantelamiento del aparato de subsidios que impactará de manera violenta sobre los bolsillos de la clase obrera, cuyo salario pareciera ser el único precio que el gobierno no está dispuesto a actualizar.
Por último, cabe señalar que detrás de estas medidas se pone de manifiesto un problema más general en el plano energético. El agotamiento de las reservas gasíferas menos costosas marca un límite histórico a la posibilidad de garantizar energía barata hacia el mercado interno. Lo cual, pone fin a un mecanismo de transferencia hacia los capitales locales que por esta vía, y otras más, compensaron su menor escala y productividad para competir en el mercado mundial. En este sentido, la situación de los hidrocarburos en la Argentina, en un contexto recesivo como el actual, se presenta como una dificultad que compromete cada vez más al conjunto de los capitales que operan en el país.
Evolución del precio del gas en Argentina y otros países (1993-2008)
Dólares por millón de BTU
Fuente: elaboración propia en base a datos proporcionados por la Secretaría de Energía y British Petroleum
Luego de la crisis del 2001 se amplio una brecha, entre el precio argentino y los precios de otros países, que se está volviendo cada vez más difícil de sostener.
El agotamiento de las reservas gasíferas en la Argentina
Millones de metros cúbicos
Fuente: elaboración propia en base a datos proporcionados por el Instituto Argentino del Petróleo y el Gas y British Petroleum
Luego de Loma de la Lata en 1977, no se produjeron descubrimientos que cambien de manera sustancial los números de reservas de gas. La abrupta caída y recuperación ocurrida a comienzos de los noventas ha sido denunciada como una maniobra que no obedecería a un movimiento real de reservas, sino a un mecanismo para desvalorizar a YPF en el contexto de privatización. A partir del 2002, es notoria la contracción de reservas de gas disponibles.
NOTAS
1Kozulj, Roberto: Resultados de la reestructuración de la industria del gas en la Argentina, CEPAL, Santiago de Chile, noviembre de 2000, p. 11
2 Estimaciones propias en base a datos de Kozulj, Roberto: Op. Cit. y Energy Information Administration.
3Ídem.
4Montamat & Asociados: Carta energética, Buenos Aires, abril de 2009.
5British Thermal Unit.
6Montamat & Asociados: Informe de precios, junio de 2009.
7Barreiro, Eduardo: “La situación del gas en la Argentina”, en Petrolnews.net, 05/10/2009.
8Ídem.
9Ídem.
10“Gas: vuelve el impuestazo para las categorías R3 y R4”, en Ntiexpres.com.