Reseña de En el ojo de la tormenta. La economía política Argentina y mundial frente a la crisis, de Mario Rapoport, Fondo de Cultura Económica, 2013
Los intelectuales kirchneristas creen que estamos cerca del mundo ideal. Según ellos, el dúo patagónico habría disciplinado a los “enemigos de siempre”, destrabando el desarrollo nacional. Esta es la hipótesis del nuevo trabajo de Mario Rapoport. Si quiere conocer los problemas de esta ilusión, lea esta nota.
Betania Farfaro Ruiz (OME-CEICS)
La Liga de la Justicia contra el mal
Todo personal político debe crearse una liturgia con el fin de mostrar la supuesta necesidad de su existencia. El kirchnerismo tuvo esa tarea, fundamental para su supervivencia luego del Argentinazo. Capitalizando el reflujo a partir de 2002, generó un inmenso aparato de propaganda mediante el cual rescató una serie de “conceptos” del imaginario nac&pop y se (re)inventó varios “enemigos” de la “causa popular”. Sin un cambio sustancial de las condiciones de vida de la población y sin modificar un ápice la estructura económica argentina, creó un relato donde nos asegura que estamos camino al mejor de los mundos, derrotando a los fantasmas de épocas pasadas. Para ello, encontró siempre intelectuales prontos a destacar las ventajas del “modelo”,[1] en contraposición a los legados de la dictadura y de los ‘90.
En estos últimos años, dicen, mediante la ruptura con el FMI, el combate contra los monopolios y con la intervención del Estado, nos adentraríamos en un nuevo “modelo” productivo con inclusión. Que pasada una década más de la mitad de la población (sobre)viva de la asistencia pública[2] y que la Argentina se vuelva cada vez más marginal en el mercado mundial, parece no acobardar a los pensadores que se lanzaron a reivindicar el “relato”.
Entre los más importantes divulgadores se encuentra Mario Rapoport. Miembro del Grupo Fénix, en 2013 lanzó un libro de combate en defensa del “modelo”, donde introduce la situación argentina en lo que sería una lucha internacional entre el intervencionismo y el liberalismo. El autor reseña la historia económica mundial del siglo XX como pugna de ideas,[3]donde la variable de análisis sería el grado de intervención estatal, signado por el enfrentamiento entre el liberalismo y el keynesianismo, en el que sólo este último permitiría un desarrollo equitativo. Cuando los intereses populares flaquean, se abriría la salida liberal, que impulsaría el ajuste y la crisis. El Estado perdería su rol interventor. En su lugar, por lo tanto, comenzaría a colocarse el mercado. La producción real cedería así ante las finanzas, que imponen la especulación por sobre la inversión. A nivel mundial, el cambio de paradigma económico facilitaría la colocación de deuda en países periféricos, para mantenerlos sometidos a los mandatos de EE.UU.
La Argentina seguiría el mismo recorrido. El triunfo del liberalismo a comienzo de siglo XX habría consolidado a la oligarquía terrateniente exportadora en detrimento de una burguesía nacional que desarrollara la industria y el consumo. Luego, cuando parecía que el país se industrializaría, se produjo el golpe del ‘76 y el cambio de modelo económico. El 2001 habría sido la prueba de que fue un error abandonar la senda keynesiana. En este sentido, el kirchnerismo, en la tónica latinoamericana, expresaría la vuelta al camino correcto, combatiendo al capital financiero y a los monopolios.
No se puede negar que esta postura es atractiva. Sobre todo, se apoya en una idea fuertemente arraigada: la Argentina tenía reservado un destino de grandeza que enemigos internos y externos impidieron realizar.
La fábula habla de ti
Esta concepción se aleja bastante de la realidad. Primero, supone que todos los países podrían llegar a un desarrollo como el de las potencias con buenas políticas. El autor pasa por alto que la Argentina cuenta con serias desventajas para ello, como el haber ingresado con retraso al mercado mundial y el no contar con elementos suficientes para compensar ese hecho (como insumos baratos o salarios tan bajos como los del sudeste asiático).
Al detenernos en los argumentos, se nota su fragilidad. Su interpretación historiográfica reproduce los argumentos (incorrectos) del desarrollismo desde Prebisch, acerca de la debilidad de la burguesía local y la necesidad del Estado para armar un capitalismo en serio. Ello debido a la naturaleza de la clase dominante, sin vocación productiva, y la derrota de los intereses vinculados a la sustitución de importaciones. Por eso el Estado debió ponerse al frente del esfuerzo. Esta idea es la imagen que construyó el pequeño capital, el que acumula en escala interna, ante su incapacidad de sobrevivir en la competencia mundial. El intervencionismo no es más que la garantía de su reproducción. Mientras la economía interna crece y hay riqueza para repartir (renta, deuda o baja salarial), parece que el país entra en una senda de crecimiento a largo plazo. Cuando la acumulación choca contra sus límites o en el contexto de una crisis, se reduce la torta disponible, dejando el tendal de quiebras y la concentración del capital que sobrevive. En ese sentido, no existieron nunca en el país etapas con un rol estatal contrapuesto. Por el contrario, la historia moderna argentina es la de la intervención del Estado para sostener la acumulación, en todos los gobiernos. De diferentes maneras: sobrevaluación, endeudamiento, subsidios, exenciones impositivas, y otras; ninguno dejó de intervenir en el sentido en que lo entiende Rapoport. Es que de ello depende la subsistencia del capital en Argentina. Sin compensaciones, la mayor parte de la producción se fundiría. La idea de que el liberalismo triunfó en detrimento del estatismo es falsa.[4]
Estas fantasías son funcionales a uno de los caballitos de batalla kirchneristas: la división entre el “buen” capital productivo y las finanzas, eje de la especulación y el atraso. El triunfo de la especulación con la dictadura habría impuesto una lógica de desindustrialización, que afectó los intereses populares (p. 316). Por suerte, nos dice Rapoport, ahora estamos de nuevo en la senda productiva. No obstante, si analizamos los que ganaron con la dictadura y en los ’90, nos encontramos, además de con la banca, con grandes capitales agrarios, Techint, Arcor, Pérez Companc, Macri, Loma Negra, Ledesma, Molinos y las aceiteras, entre otros.[5] O sea, el capital concentrado industrial, las grandes “corpos”, algunas de las cuales lograron insertarse de manera competitiva en el mercado mundial. Capitales que se beneficiaron también de la intervención del Estado kirchnerista. Rapoport no quiere aceptar que ésta es la máxima expresión de la burguesía nacional, el capital “bueno” que nos llama a defender contra los molinos de viento.
Matando al mensajero
En un contexto de debilidad del gobierno, el texto busca apuntalarlo. Por un lado, como vimos, destacando el supuesto intento de crear una industria por la debilidad del empresariado. Un segundo frente, es relativizar los problemas más actuales, como la inflación o el tipo de cambio. Por caso, la inflación estaría dentro de los parámetros normales de un país con crecimiento. Luego de la híper de los ‘80, la actual no sería problema. Casi devenido en vocero de La Cámpora, sostiene que bastaría con eliminar a oligopolios y especuladores (p. 266). Más aun: la inflación tendría la ventaja de poner sobre el tapete la puja redistributiva. Lo que “olvida” señalar son los resultados: mientras las ganancias empresarias se multiplicaron, los trabajadores perdieron poder adquisitivo por la suba de precios, el estancamiento del salario real y el tope a las paritarias.[6] Esa es la redistribución que defienden los intelectuales K.
Ahora bien, el problema del tipo de cambio y la inflación son dos caras de un mismo problema. A diferencia de lo que cree Rapoport, la inflación es estructural: fue motorizada por la necesidad del gobierno de comprar los dólares que ingresaban para mantener la moneda sobrevaluada como forma de distribución de renta, sumado al efecto del creciente gasto público. Eso provocó una emisión por encima de la capacidad productiva de la economía, lo que disparó el alza de precios. En este punto, el autor sostiene que el tipo de cambio, se habría fijado en términos competitivos, beneficiando a la industria (p. 319). Eso habría permitido que el Banco Central acumulara divisas para pagar deuda. Los inconvenientes asociados, como el atesoramiento de dólares o la fuga, en realidad partirían de un problema “cultural” de los argentinos, que tienen más confianza en lo externo. No obstante, otra vez, omite indagar en las relaciones que están detrás. El problema central es que el capital que acumula en el país necesita de constantes compensaciones para subsistir. El tipo de cambio funciona como uno de esos mecanismos de transferencia, limitado por esa riqueza,[7] lo que quedó en evidencia con la devaluación.
En resumidas cuentas, la inflación, el tipo de cambio, la deuda, no son el problema, sino las manifestaciones del mismo. Analizadas en abstracto, solo se convierten en una manera de eludir el abordaje del problema real: la baja competitividad de la industria argentina.
Es en este sentido que el texto interviene en la crisis actual. El autor nos llama a defender a un gobierno que nos llevaría por el buen camino. A fuerza de cachetazos, la realidad terminó siendo la mejor crítica. La devaluación del peso, el tope a las paritarias, el secreto a voces del aumento tarifario y la indemnización a Repsol muestran la verdadera cara del gobierno. Para rescatar a una burguesía ineficiente de la crisis, se embarca en el ajuste y en una mayor degradación de las condiciones de vida obrera. Sus intelectuales nos llaman a unirnos a la causa de nuestros enemigos en nombre del interés nacional. Para que esto no suceda es imprescindible abandonar cualquier ilusión reformista e impulsar la organización a través de un partido único de la clase, que imponga una salida socialista a la crisis.
Notas
[1] Bil, Damián: “Una mano al capital. Reseña de La economía a contramano de Alfredo Zaiat”, El Aromo nº 75, 2013.
[2] Véase Seiffer, Tamara: “La Asignación Universal en el banquillo”, El Aromo n° 73, 2013; el artículo sobre el Plan Progresar en este número; y Dachevsky, Fernando: “Las (des)ventajas absolutas y los límites de la acumulación de capital en la Argentina”, El Aromo n° 54, 2010.
[3] Rapoport: op cit, p. 50.
[4] Como ejemplo, ver la política de la dictadura en relación a YPF en Farfaro Ruiz, Betania: “La inviabilidad del liberalismo como programa durante la última dictadura militar”, El Aromo nº 72, 2013.
[5] Análisis sobre casos puntuales de “triunfadores” en Kornblihtt, Juan: Crítica del marxismo liberal y Baudino, Verónica: El ingrediente secreto, Ediciones ryr, 2008.
[6] Rodríguez Cybulski, Viviana: “El eterno tango de los salarios argentinos”, El Aromo n° 72, 2013.
[7] Véase “Mitos cambiarios. Los debates sobre la utilidad de la devaluación”, en http://goo.gl/750XaU, y “No es una crisis cambiaria”, en http://goo.gl/vG8GPj.