Lo dicho… – Fabián Harari

en El Aromo nº 77

Fabián Harari (LAP-CEICS)

En algún momento, pareció que el verano podía llevarse puesto otro gobierno. Las huelgas policiales acompañadas de la amenaza sindical, los saqueos, los cortes y cacerolazos en Capital y el conurbano y, sobre todo, la inexistente capacidad de respuesta de una administración cuya cabeza aducía problemas de salud, pusieron al kirchnerismo cerca de la caída. Un desenlace no deseado por nadie. Ningún opositor está en condiciones de asumir hoy en la Argentina y, menos aún, con una crisis por delante.

Lo que estalló (y seguirá estallando) es la argamasa con la que se construyó el edificio bonapartista: una montaña de recursos (llámese renta) para tapar las ineficiencias de un sistema social inviable. Transferencias a industrias, subsidios a empresas de servicios para mantener tarifas, creación de empleo precario y asistencia social del más variado tipo para contener a una sobrepoblación relativa en expansión. Como puede observarse, ninguna de estas intervenciones está destinada a modificar el sistema, sino a evitar la hemorragia. En la medida en que sólo se interviene sobre los efectos, la enfermedad sigue avanzando (pérdida de competitividad, aumento de la sobrepoblación relativa), por lo que cada vez se necesitan más vendas, que en algún momento se acaban. Luego de las retenciones, se recurrió a la ANSES y después, lisa y llanamente a las reservas. La emisión descontrolada generó inflación y, con ella, retraso cambiario. Resultado: magadevaluación, inflación galopante, colapso de servicios, caída de reservas y crisis de las finanzas estatales.

¿Cómo se llegó, de ese escenario, a esta aparente calma de marzo? Con un analgésico aún más fuerte: una devaluación, seguida del retiro de pesos del mercado, todo sazonado con una primera liquidación de la cosecha (atraída por un dólar más alto). Es decir, un “enfriamiento” de la economía (que trae suspensiones y despidos) y la caída de los salarios; esa temida y hostigada receta “neoliberal”. Medidas que solo postergan lo impostergable: los dólares frescos no alcanzan y la emisión sigue su curso. Mientras no entre dinero real y no se elimine el déficit fiscal, la urgencia persistirá. En pocos meses Kicillof deberá anunciar una nueva devaluación y, he aquí el punto en discordia, una actualización tarifaria para detener el drenaje. Sí, irán a fondo con ese ajuste tan proyectado, anunciado y postergado; ese que podía curar en salud y que ahora va a dar algo de aire al moribundo. Y si no, se caen, irremediablemente.

Menemismo

Esta brevísima tregua encuentra a la oposición sin mayores argumentos. Después de pregonar la necesidad de una política “ortodoxa”, la encuentran nada menos que en su rival. No alcanza, piden más, por supuesto. Seguramente, se les dará. El kirchnerismo sabe que debe girar el rumbo. Se acordó la millonaria indemnización a Repsol, se va a acordar con los holdouts, la propia administración norteamericana presentó un recurso de amicus curiae en favor de la Argentina, se “normalizó” el INDEC a solicitud (y bajo supervisión) del FMI, se va a pedir la escupidera al Club de París, ahora asesoran Fábrega y Blejer, vamos a volver a las “relaciones carnales” y ya ni las formas discursivas les van a quedar…

Ahora bien, ¿realmente el Gobierno cree que va a recibir dólares sólo con esos gestos? El FMI no va a autorizar préstamos sin cierta muestra de capacidad de pago. Por lo tanto, se va a discutir un severo ajuste fiscal, propio de los noventa. Kicillof va a pasar de ser “el rojo” al “lobo de Wall Street”.

En noviembre de 2007, luego de las elecciones presidenciales, publicamos una tapa en la que aparecía Cristina junto a Carlos Menem. El título, “resultados y perspectivas”, intentaba presagiar un camino posible y poco evitable; el que siguen, tarde o temprano, experiencias como estas. Las críticas no tardaron en llegar. Los anuncios probatorios seguidos de postergaciones, tampoco. Entonces, por algunos años, la realidad pareció desmentirnos.

Similar situación se presentó luego de la reelección de 2011, cuando en tapa anunciábamos un severo ajuste para 2012. Esta vez, las críticas fueron más tímidas, aunque no menos numerosas. Fue cuando Cristina anunció la “sintonía fina” y el crimen social de Once detuvo el avance. No se trata de un problema coyuntural, siempre estuvo presente y siempre la amenaza de la clase obrera aconsejó aplazar los tiempos, mientras hubiese otros recursos. Hoy ya no hay forma de hacerlo. Lo dijimos hace siete años y lo volvimos a decir hace dos y medio. Acá está, ya llegó.

La tregua

En los meses de verano, asistimos a un episodio particularmente agudo de la lucha de clases. La movilización de fracciones obreras que cumplen funciones esenciales en el Estado, junto a la sobrepoblación relativa (saqueos) que continuó su derrotero (Villa 31, Indoamericano). A eso, se sumó la pequeño burguesía y las capas obreras ocupadas, que acudieron a la acción directa y avizoraron un enfrentamiento político. Una alianza que parecía reeditar, en menor escala y organización, la que desembocó en el Argentinazo. Por momentos, el escenario de Capital parecía el del 2001, con sus gomas quemadas y sus vecinos en asambleas. Todo eso no fue un fenómeno episódico, sino una pequeña muestra de lo que está por venir. Un anticipo breve. Con un elemento distintivo: mientras que en los cacerolazos la oposición mantuvo cierta dirección moral, aquí permaneció ausente. Se trata de una primera ruptura de toda esa población. El ajuste por venir volverá a desencadenar esas fuerzas, con mayor intensidad, amplitud y duración, y será hora de estar a la altura de las circunstancias.

La oposición ha dado una tregua y las discusiones políticas se asemejan a las que ofrecía el menemismo: la corrupción,  la inseguridad y banalidades de ese tipo. No obstante, como en todo armisticio circunstancial, las cosas no quedan quietas, las fuerzas se mueven, los enfrentamientos se preparan. Los futuros candidatos, sean o no del PJ, están esperando el ajuste que no quieren tener que hacer y cuyas consecuencias no están dispuestos a pagar. Mientras el Gobierno utilice reciamente el bisturí, soporte la embestida y mantenga el control de la situación, recibirá el tácito (aunque no público) apoyo de cada uno de los otrora enemigos (que también ejercen funciones ejecutivas, a no olvidarlo) y, no podría ser de otra manera, la bendición papal. Ahora bien, Cristina no sólo deberá hacer frente a la población explotada, sino a los gobernadores, y he aquí un elemento clave de la carrera por llegar ilesa a 2015.

El kirchnerismo tampoco ha quedado congelado. A pesar del aire fiscal, Cristina sigue perdiendo poder. Hoy, el principal operador del peronismo es Daniel Scioli, quien se reúne con intendentes, gobernadores y con los inversores extranjeros. Del cristinismo no subsiste prácticamente nada. Una muestra de lo poco que queda es el avance de la Justicia sobre Carlos Zanini, un elemento del núcleo más duro de esta administración. Como ya dijimos, toda su aspiración es entregar su mandato en condiciones normales.

¿Cómo se prepara la izquierda para los próximos meses? Chapoteando en el pantano del sectarismo inútil. No intervino (no supo cómo) en la crisis policial-saqueos. Tampoco reaccionó con la celeridad necesaria ante el colapso energético. Trascartón, se produjo una disputa ridícula e infantil -en algo que no se sabe por qué se llama FIT- por la idea de un “interbloque”. El colmo ha llegado en estos días: los partidos que armaron un “frente” -que debía “trascender las elecciones”- no pueden ponerse de acuerdo para impulsar una acción sindical. Izquierda Socialista junto al PTS convocaron al “Perro” Santillán, Marea Popular y el MST para una coordinadora sindical. A priori, nada de esto debería ser objeto de impugnación. Estamos ante elementos ligados a la centroizquierda que aceptan confluir con aquellos partidos que integran el FIT y que mostraron su superioridad en las elecciones. El FIT podría haber participado como tal e imponer su propia línea, si la tuviese. Tampoco habría motivos para objetar el encuentro, si se hubiese votado un programa de clase y no simplemente consignas “antiburocráticas” como las que resultaron. Es claro, sin embargo, que se trata de un intento de IS para alejarse del FIT y pugnar un acercamiento con el universo de Binner. Y es claro que el PTS acompañará todo intento de quitar hegemonía al PO. Éste último, en cambio, no asistió a un lugar donde podría haber planteado su posición, simplemente porque desprecia todo lo que no controla. Eso que ahora amonesta es el resultado de su negativa a constituir una instancia política real que diera desarrollo a un simple frente electoral. Se negó a llamar a la constitución de un partido y ahora pretende que el frente se comporte como tal. Esa crítica al liquidacionismo le cabe a sí mismo.

Esperamos equivocarnos, pero el final de esta corta tregua va a encontrar a la izquierda desorientada e improvisando. Tal vez, la propia fuerza de las cosas obligue a una confluencia. A veces, la militancia más honesta y pragmática se impone por la fuerza de su número. A veces, de la urgencia emana cierta lucidez. Será, pero de todas formas no se está llegando de la mejor manera. Hace falta un Partido que reúna a partidos y tendencias alrededor del FIT. Para eso, se debe llamar a un Congreso. Un Partido que ya estaría preparando toda esa enorme masa de fuerza, a lo largo del país. Lo hemos dicho ya. Lo volvemos a decir. No quisiéramos haber tenido razón, queremos tenerla ahora, porque el precio a pagar, entre una y otra opción, es muy alto.

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