Abelardo Ramos fue uno de los más destacados intelectuales del peronismo. Es el fundador de lo que se dio en llamar “izquierda nacional”, movimiento con el que intentó justificar un apoyo “marxista” al régimen de Perón y, hoy, al de Cristina. Si todavía cree que la revolución tiene algo que hacer con el justicialismo, lea esta nota.
Ezequiel Murmis
GIPT-CEICS
La figura de Jorge Abelardo Ramos se revela de crucial importancia dentro del análisis histórico acerca del peronismo. Fundador del Partido Socialista de la Izquierda Nacional (1962) y del Frente de Izquierda Popular (1971), aglutinó a varios intelectuales que creyeron en el peronismo como un factor revolucionario en un sentido socialista. Centrándonos en su libro La era del peronismo, que corresponde al quinto volumen de Revolución y contrarrevolución en la Argentina, discutiremos la postura teórica y política del autor [1].
La Argentina y el golpe del ‘43
Ramos parte de un supuesto que lo acompaña en todo su análisis: Argentina es un país semicolonial. Esta limitación, que es arrastrada desde el siglo XIX [2], se manifiesta a lo largo de la “década infame”. Según su entender, ante la debilidad de la burguesía nativa, el nacionalismo militar admirador de las potencias europeas y la descomposición de los viejos partidos políticos, “en los países semi-coloniales o independientes, un sector del Ejército asume cíclicamente la representación de los intereses nacionales” y que “todas las contradicciones se transfirieron a la esfera militar”. En ese esquema, el golpe del ’43 (con represión a la clase obrera incluida) vendría a expresar los intereses nacionales que ni la burguesía ni los partidos podían imponer. La revelación de Perón es la de entender que el “nacionalismo militar sin pueblo no podía sobrevivir”, que “el 4 de junio solo podría salvarse trocándose en 17 de octubre”.
Ascenso del líder
Entre 1943 y 1945, Perón eliminó de la escena a los sindicatos “recalcitrantes” (en términos de Ramos) y creó nuevos que se plegaban a sus directivas. Para justificar esta política represiva, el autor sostiene que estos “acontecimientos” tenían lugar por el peso que seguía ejerciendo la tradición reaccionaria en el nacionalismo. No obstante, más adelante junta coraje y afirma que, en realidad, “la clase obrera volvió sus espaldas a stalinistas y socialistas”. De un plumazo, relativiza (o directamente borra) toda la represión al movimiento obrero como factor explicativo.
Ahora bien, es este movimiento obrero fortalecido e “independiente ya de las fuerzas de izquierda” el que impulsa el ascenso de Perón. Ramos subraya el componente espontáneo de estas masas para otorgarle el poder al líder, luego de que este fuera llevado a la Isla Martín García. Según el autor, aún antes de que la CGT se definiera, los trabajadores salen a la calle y llenan la plaza aclamando por Perón. De más está decir que el análisis de las actas de CGT demostró lo contrario, ya que la misma declaró el 16 de octubre la huelga general para la jornada del 18 [3].
El bonapartismo en cuestión
Pese a su flaqueza conceptual, Ramos es un historiador que retoma términos teóricos propios de la tradición marxista. La idea de que un país “semicolonial” contiene la tendencia a un régimen “bonapartista” de características muy particulares, la saca de un pasaje de Trotsky:
“el gobierno nacional, en la medida que procure resistir al capitalismo extranjero, está obligado en mayor o menor grado a apoyarse en el proletariado. […] Los gobiernos de los países atrasados, es decir, coloniales y semicoloniales, asumen en todas partes un carácter bonapartista o semibonapartista; difieren uno del otro en esto: que algunos tratan de orientarse en una dirección democrática, buscando apoyo en los trabajadores y campesinos, mientras que otros instauran una forma de gobierno cercana a la dictadura policíaco militar”.
El problema de esta cita de Trotsky es que el hecho de apoyarse en el proletariado no define a un régimen como bonapartista. Es necesario incluir otros aspectos. Este pasaje, antes que aclarar el asunto, lo torna más oscuro y Ramos aprovecha para quitarle al concepto de bonapartismo su carácter burgués.
Más bien, va a definir al régimen de Perón como bonapartista, bajo las siguientes características:
“el bonapartismo es el poder personal que se ejerce «por encima» de las clases en pugna; hace el papel de árbitro entre ellas. Pero en un país semicolonial como la Argentina, la lucha fundamental no se plantea solamente entre las clases sociales del país, sino que asume un doble carácter: el imperialismo extranjero interviene decisivamente en la política interior y tiene a su servicio a partidos políticos nativos y a clases interesadas en la colonización nacional. De esta manera, el bonapartismo (Perón) se elevó por encima de la sociedad y gobernó con ayuda de la policía, el Ejército y la burocracia.”
El bonapartismo semicolonial implica, entonces, un gobierno que se independiza de las clases, pero que encuentra su principal asiento en las clases que se oponen al imperialismo. La particularidad de este esquema es que existe, según la visión de Ramos, una intermediación entre el imperialismo y ciertas fuerzas nacionales. Se trata de un régimen que viene a defender a la burguesía nativa por su debilidad, que busca llevar a cabo su programa (la revolución burguesa inconclusa) en contra de las fuerzas imperialistas. Para eso, encuentra su principal potencia en las masas proletarias, las cuales apoyan al régimen ante las enormes concesiones. Entonces, para Ramos, ese bonapartismo es revolucionario, porque considera que Argentina tiene todavía por delante tareas nacionales por cumplir.
Las clases y la mediación
Cuando menciona a los sectores que apoyan o se oponen a Perón, su esquema comienza a hacer agua. En primer lugar, en la medida en que se reivindica como marxista, es esperable que use categorías correspondientes con dicha tradición. No obstante, cuando quiere distinguir a las clases sociales, las divide en dos grandes grupos: los que encontraban sus fuentes en ganancias en el mercado internacional y los que producían para el mercado interno. De este modo, aparecen ahora una burguesía agraria proteccionista y un sector industrial nacional. En este esquema, las clases dejan de ser burguesía y proletariado para ser nacional y extranjera. Tal como lo expresa él mismo, “la UIA y la CGE eran expresiones opuestas de dos clases que se repelían”.
Por lo tanto, el enfrentamiento de clase deja lugar al “pueblo (peronista, claro)”, frente al imperialismo (y sus representantes). El capital extranjero, la prensa, los partidos políticos, la oligarquía y la pequeña burguesía privilegiada formarían el bando imperialista. En cambio, en el seno del peronismo se manifestarían varias clases, que compartirían su carácter nacional: los trabajadores, la CGE (¿es una clase o una entidad corporativa?) y el ejército (¿es una clase social?). Sobre todos estos, Perón se erige como su representante y debe mediar entre ellos.
De acuerdo al análisis de Ramos, no es la alianza peronista la que le impone directivas a Perón, sino que es el líder quien dispone. En el caso de la CGE, el autor nos explica que se trataba de una burguesía frágil, que encontraba representación gracias al accionar del general. En cuanto a los sindicatos, apela a una serie de determinantes que justifican el espacio de los mismos: en un país atrasado, en la época del imperialismo, con un gobierno que garantiza el mínimo de derechos para los trabajadores, los sindicatos no tienen otro destino que “caer bajo la influencia del régimen político vigente”. No solo eso, sino que los sindicatos no pueden más que apoyar a Perón debido a su “naturaleza reformista específica”. Es decir, los obreros argentinos deben renunciar a una política independiente y asumir la tutela estatal. Ramos no solo justifica la regimentación del proletariado en nombre del nacionalismo, sino que confunde el carácter corporativo de una institución con la estrategia política de sus miembros. Esa diferencia, puede verse muy claramente, por ejemplo, en las jornadas de junio del ’75.
Según el autor, la creación del Partido Laborista expresaría un intento de los trabajadores por correr los límites “naturales” impuestos por la estructura de organización sindical. Por eso, Perón tras ganar las elecciones del ‘46 se apura a disolverlo, pues, razonablemente, debía impedir toda organización independiente. Con estos arrebatos, Ramos termina abriendo la puerta a las posiciones más reaccionarias.
Más papista que el papa
En su defensa por izquierda del peronismo, Ramos resulta más ortodoxo que la propia derecha del movimiento. Mientras que Ramos defiende la jerarquía y disciplina peronista, los trabajadores permanentemente la cuestionaban, como puede verse en el accionar de las comisiones internas descripto por Ianina Harari [4]. No es extraño que esto suceda, ya que la obra de Ramos es una construcción desgajada del análisis sistemático de la historia argentina. Es un cuento que combina interpretaciones teóricas a piacere y pretende hacerlas corresponder con la realidad. Ramos actúa como el príncipe que lleva el zapato e intenta encajarlo en cuanto pie encuentra. Un cuento que nos quiere hacer creer que la tareas revolucionarias debemos cumplirlas de la mano de la burguesía y que nuestra hada madrina no es otro que un militar reformista.
Notas:
1 Abelardo Ramos, Jorge: La era del peronismo, 1943-1989, Ediciones del Mar Dulce, Buenos Aires, 1990. Todas las citas del autor pertenecen a este texto.
2 Véase una crítica a dicha caracterización en Rossi Delaney, Santiago y Flores, Juan: “El camino del maestro, un análisis de la obra de Jorge Abelardo Ramos”, en El Aromo n° 64, enero-febrero de 2012.
3 Actas de la CGT, 16/10/45, en: http://goo.gl/DxjK4
4 Harari, Ianina: “Irreverentes”, en El Aromo, n° 71, marzo-abril de 2013.
Recuerdo luego del advenimiento de la «democracia» en el 83 – había un programa de televisión conducido por el periodista y escritor Hugo Gambini.
Los panelistas eran todos judíos – Diskin – Aronin – etc etc.
Gambini oficiaba de mediador cuando empezaban las discusiones y las subidas de tono.
Una vez invitaron al Sr. Jorge Abelardo Ramos que a mi juicio es la mente más preclara que ha dado la política nacional en los últimos 60 años – y entre los invitados estaban algunos radicales integrantes de la Coordinadora Nacional que en ese entonces se sentían dueños de la verdad y del país.
Cuando en realidad los radicales jamás sirvieron como amigos ni enemigos y tampoco para gobernar.
En un momento Gambini entre otras cosas – pregunta a Ramos que pensaba de Hipólito Irigoyen – y el colorado respondió : » fué un gran político y patriota y no tuvo herederos »
El programa de ese día continuó entre las lecciones de política y de historia que Ramos propinó a los panelistas y sus constantes ironías que hacían tanto bien a los televidentes y enardecían a los opositores.
Cuando finalmente lo despidieron – tocó el turno a los furiosos radicales que no tardaron en echar pestes al viejo político por sus comentarios y declaraciones sobre el gobierno de Alfonsín.
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En síntesis – haya sido lo que haya sido – lo haya entendido o no el pueblo – hayan o no cuajado sus ideas en el populacho – Jorge Abelardo Ramos queda como un ícono irreemplazable de sabiduría y enorme experiencia que las generaciones de hoy lamentarán no haber conocido.
Yo tuve el honor de escucharlo y leerlo.
Saludos
Coincido con Guillermo. He leído Revolución y Contrarrevolución en la Argentina y es una obra brillante. Además, el análisis que se hace en este artículo es una burda interpretación fallida que emana antiperonismo por todos lados e intenta desprestigiar a un grande como el colrado Ramos.