Después de prometerlo durante la campaña, después de demorarlo durante un año, habiendo fracasado con la pandemia, con la economía, con la negociación de la deuda, con la reforma jubilatoria, es decir, con todo lo que emprendió, el gobierno tiene la necesidad de cerrar su primer año con algo para festejar. No tuvo mejor idea que recuperar el tema del aborto. Claro que al modo “Alberto”.
¿En qué consiste el “modo Alberto”? En quedar bien con dios y con el diablo, resultando siempre algo nefasto. El caso de la despenalización del aborto es un ejemplo transparente: buscando quedar bien con el electorado “verde”, propuso un proyecto innecesario (porque ya había uno, el “de la campaña”); para no romper lanzas con la Iglesia incluyó una serie de “modificaciones” que dan por tierra con la voluntad de “satisfacer” las demandas del movimiento de mujeres. El resultado es una verdadera estafa política y un reforzamiento del poder de la Iglesia.
Con objeción de conciencia no hay derecho a la interrupción del embarazo
En efecto, la clave del proyecto “Alberto” es la introducción de la objeción de conciencia, la individual, primero, la institucional, después del tratamiento en comisiones. Ya con la objeción de conciencia individual, las posibilidades reales de llevar adelante la práctica se limitan notablemente. Con la incorporación de la institucional, se obstaculizan casi hasta hacerlo impracticable en buena parte del territorio nacional. Si bien es cierto que no hay una objeción institucional explícita, al no obligar a la institución a realizar la práctica garantizando la presencia de no objetores, de hecho, se impone la voluntad de la institución. Es sabido que hay provincias enteras que se declaran “objetoras”, cuyos gobiernos promueven activamente la oposición a la ley, ciudades completas “pro vida”. En estas vastas extensiones no habrá ni instituciones ni médicos que acepten llevar a cabo las prácticas, ya sea por “íntima convicción” o por la presión de sus empleadores. Obviamente, detrás de esta presión se encuentra siempre la Iglesia Católica y las evangélicas. La compañera que necesite realizarse un aborto se encontrará con que nadie querrá atenderla en ningún lado y que, en el mejor de los casos, deberá trasladarse kilómetros y kilómetros para hacer efectivos sus derechos. Y eso, siempre y cuando no deba enfrentar un entorno familiar y social hostil.
Alberto le da más instrumentos a la Iglesia, no menos
Si esto ya es grave, todavía se puede agravar más. Porque el mantenimiento de la penalización después de la semana 14, junto con la extensión a 10 días del plazo durante el cual se debe realizar la práctica, introducen una “ventana de oportunidad” para las huestes “celestes”. Cualquier obstáculo que demore la efectivización del derecho, no solo puede lograr que se pase del plazo estipulado, sino que habilita las intervenciones externas sobre la compañera embarazada. Léase, la aparición de los grupos anti-aborto para presionar a familiares y al entorno social a fin de aceptar la situación y desistir de su voluntad. Hacía falta un instrumento más para que la presión “moral” y “religiosa” se combinara y reforzara con una “alternativa económica”, que en un contexto de pobreza como el que vivimos, será un anzuelo perverso no solo para la víctima, sino para toda su familia. Alberto, por supuesto, se los dio: el proyecto de los “mil días”. Un subsidio miserable que, en las condiciones de las familias pobres y pauperizadas de la Argentina, seguramente será ofrecido junto con la AUH, como una panacea, completando el cerco contra la voluntad de las jóvenes obreras de la Argentina. Es por esto que decimos que, lejos de facilitar la decisión de interrupción del embarazo, Alberto lo hace más difícil.
Un proyecto privatizador de la salud reproductiva de las mujeres
En sentido estricto, el proyecto kirchnerista habilita la práctica del aborto para las mujeres burguesas y pequeño-burguesas de las grandes ciudades del país. Como detrás de toda necesidad, en la sociedad capitalista, hay un negocio, no faltarán clínicas abortistas privadas. De hecho, ya existen. El proyecto las va a legalizar. Toda compañera que quiera evitar la picadora de carne eclesiástica y estatal, y pueda pagarlo, va a preferir esta instancia. Para ellas habrá aborto legal, seguro y pago. Pero aquellas que no puedan, deberán acudir a las instancias privadas “populares”, es decir, de grupos de compañeras que, como las “socorristas”, puedan darle una mano en una instancia tan difícil. Para estas últimas habrá aborto legal, inseguro y “solidario”, y su suerte dependerá de la posibilidad de esas buenas compañeras para asistirlas de la mejor manera. Y eso siempre que puedan sortear la “picadora” clérigo-estatal, algo que para las más jóvenes será muy difícil si el entorno familiar y social no las acompaña. En cualquier caso, el Estado no se hace cargo.
Un proyecto que no es el nuestro
Las virtudes del proyecto que fue aprobado en diputados en 2018 y rechazado en el Senado, no pueden sino resplandecer en comparación con éste: legal, porque la ley lo instituía derecho de la mujer, seguro, en tanto no había objeción de conciencia y debía, por lo tanto, realizarse en tiempo y forma en la institución que correspondiera, fuera pública o privada; gratuito, porque se garantizaba la disponibilidad de todo el sistema público nacional; sin presiones de ninguna índole y sin injerencia de la Iglesia. Que el kirchnerismo haya presentado lo que presentó, se entiende: partido patronal y eclesiástico, la suerte de las obreras no les importa, solo le interesa mantener contenta a la claque pequeño-burguesa que se cree “progresista”. Por supuesto, no quiere enemistarse con una institución de la que forma parte el peronismo, ideológica y materialmente: la Iglesia católica. Y que además, y a su vez, forma parte del Frente de Todos, a través de Grabois y los “curas villeros”, es decir, con Bergoglio.
Es, entonces, razonable que se haya dejado de lado “el Proyecto de la Campaña”. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto llevó adelante una lucha histórica y logró imponer su propuesta como LA propuesta y su proyecto como NUESTRO proyecto. No tenía derecho a esta traición. A arriar NUESTRO proyecto, el que hicimos propio millones de mujeres, por fidelidad partidaria. Porque está claro que, en este tema, kirchnerismo mata feminismo. Prefirieron alinearse con Alberto y con Cristina y dejar en manos de la reacción y de la Iglesia a millones de mujeres, sobre todo a las más jóvenes y más pobres. No se explica, de otra manera, la apatía y la desmovilización que vivimos estos días, que contrastan violentamente con la movilización y la alegría, aún en la derrota, de hace tres años. Al final, Macri resultó más honesto, porque por lo menos no embarró la cancha con objeciones y subsidios a la patota de sotana. Ese proyecto, NUESTRO proyecto, ya no es el de Uds. Las banderas que se tiran, nunca más se pueden volver a empuñar.
Más lamentable todavía es la actitud del FITU. Habiendo tenido un papel protagónico en las luchas pasadas, teniendo responsabilidad parlamentaria en la actualidad, esbozó, como toda reacción ante el envío del proyecto kirchnerista al parlamento, una actitud festiva que desconcertó a todas. Rápidamente, las representantes de las agrupaciones de mujeres del FITU salieron a adjudicarse el logro, como un resultado de la lucha de los “pañuelos verdes”, como si el proyecto actual fuera aquel y como si lo único que les preocupara fuera no quedarse fuera de la “fiestita” de Alberto. No sea cosa que salga y nosotras no estemos invitadas al festejo… En lugar de criticar el proyecto y promover una amplia movilización a favor de NUESTRO proyecto, se dio por sentado que el mamarracho de Alberto era imbatible. Por lo tanto, no había que quedarse afuera, no sea cosa que no salga porque la izquierda no lo vota… Obviamente, esa preocupación es razonable. Por lo tanto, hubiera sido entendible que luego de la agitación y la lucha correspondiente, cuando ya se viera imposible la victoria en comisión del mamarracho de Alberto, la izquierda se viera obligada a votar a favor “en general” y concentrara toda su energía en la votación en particular. Dicho de otra manera, que entrase en una segunda fase de la lucha, ahora contra la objeción de conciencia y el proyecto de “los 1.000 días” (que se podría haber contrapesado con un subsidio “de los 1.000” a toda mujer embarazada, haya deseado o no interrumpir el embarazo, un subsidio liso y llano a la “maternidad”). Pero no, el FITU no encabezó ninguna lucha, ni contra la ley en general en defensa de NUESTRO proyecto, ni contra los artículos que vacían de contenido la ley. Está claro que esa izquierda no quiere dificultarle la existencia al kirchnerismo, por un lado, y que también anda necesitada de “algo para festejar”, por otro.
Trece Rosas, consecuente con la lucha de la que ha participado, reivindica NUESTRO proyecto, se opone a la objeción de conciencia y llama a todas las que mantengan estas convicciones en alto, a juntarse y hacer oír su voz, en el Congreso. Salga este mamarracho o no, no nos han derrotado, seguiremos luchando por TODAS nosotras.
Agrupación Feminista Trece Rosas/Razón y Revolución