Este fin de semana fueron las elecciones nacionales en Bolivia y en ellas triunfó el candidato de Evo Morales, Arce. Un hecho que enseña muchas cosas, sobre todo desarma la mentira del “golpe de estado”. Ya lo explicaremos en otra nota. Lo que nos interesa ahora es detenernos a pensar un dato: el MAS, partido de Arce y Evo, triunfó con la mitad de los votos. Eso quiere decir que la otra mitad del país lo rechazó. Algo similar a lo que ocurrió en las últimas elecciones en nuestro país.
Tanto Bolivia como Argentina son sociedades que, como demuestran las cifras electorales, están partidas a la mitad. Los gobernantes emplean las mismas maniobras, al punto tal que cabe preguntarse si Evo de alguna manera imitó a Cristina en su estrategia para volver. El líder boliviano postuló como candidato a un personaje como Arce, que es un típico tecnócrata neoliberal, elogiado por el FMI. Arce es lo contrario de un campesino indígena cocalero que amenaza con expropiar todo. Es decir, está lejos de ser lo que la leyenda pretende que es el MAS de Evo Morales. Y hay que insistir con eso: es una leyenda, Evo vendió eso, pero hizo otra cosa.
Es evidente que Evo quería marcar, al igual que lo hizo Cristina con Alberto, que su gobierno no iba a estar constituido por “loquitos” ni “izquierdistas”. Muy por el contrario, Arce representa un gobierno capitalista de ajuste popular. Es un reflejo de lo que el MAS estuvo haciendo todo este tiempo. No solo bajo el gobierno de Añez, a quien acompañó en todas sus políticas. Sino durante el propio gobierno de Evo, que justamente fue derrotado el año pasado, aunque lo ocultó con fraude.
Para entender qué significa la caída y el retorno de Evo, y en ese espejo ver la historia de Cristina, y entender también por qué las sociedades quedaron partidas en dos, es necesario entender el proceso histórico. Esto nos remonta a un profundo proceso de desestructuración social, de reconstrucción capitalista que se produce en toda América Latina desde los años ’70 hasta el día de hoy. Se trata de un proceso por el que los capitales se concentran y centralizan, dejando menos empresas, pero más grandes, en menos manos. Estas emplean menos trabajadores para producir más.
Ese doble proceso va dejando una sociedad partida a la mitad. De un lado, los que tienen el empleo real, los pagadores de impuestos. Es la “franja amarrilla” de la Argentina (CABA, Santa Fe, Córdoba, Mendoza), o la “medialuna fértil” de Bolivia. Son quienes siguen ligados a una economía real, a lo que queda de capitalismo. Del otro lado, se encuentra la gran mayoría de población que le “sobra” al capitalismo, que está afuera del proceso productivo y que tiene que ser mantenida por el Estado.
Esta descomposición de las relaciones capitalistas, profundiza la miseria tanto para los trabajadores ocupados como para los desocupados. El problema de nuestra época es por qué los trabajadores seguimos votando a aquellos que parecen distintos, pero que en realidad aplican el mismo ajuste económico.
Ni Evo, ni Cristina son reformistas, porque no hay ninguna reforma ni proceso de transformación de la sociedad en sus gobiernos. Lo único que tienen para ofrecernos es la misma adaptación a la miseria existente. Hoy el salario mínimo en Argentina, medido en dólares, está por debajo de Haití. Lo mismo le espera a Bolivia. Porque ese péndulo que parece ir de izquierda a derecha en América Latina, en realidad siempre está en el mismo campo: el de los capitalistas.
El problema es cómo rompemos este ciclo de aceptación, esta ir y venir entre gobiernos cada vez más ajustadores, y creamos una alternativa real. El primer paso es entender que las alternativas no se van a construir si seguimos felicitando al enemigo por sus triunfos. Debemos recorrer un camino propio, uno que nos vuelva protagonistas de nuestra propia historia para lograr nuestros propios intereses: el camino que conduce al Socialismo.
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