Entre la ignorancia y la falta de vergüenza. Una respuesta a la “crítica” del PTS sobre Venezuela

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En una nueva demostración de la incapacidad para enfrentar un debate serio entre compañeros, el PTS decidió responder vergonzantemente, sin mencionarnos, a nuestra nota en la que criticábamos la posición del FITU sobre la resolución de la ONU. Decimos “incapacidad” simplemente por no cargar las tintas, pero esta actitud de pretender que RyR no existe pero salir cada dos por tres, por Twitter o LID a responder nuestros planteos ya raya, si no en la tontería, al menos en la esquizofrenia.

La “respuesta” del PTS tiene tres errores fundamentales que muestran un desconocimiento generalizado de lo que sucede en Venezuela e incluso de la historia reciente de Argentina. El primero, la negación del genocidio en Venezuela. Segundo, la centralidad que le da al bloqueo como el principal problema económico. Tercero, el sostener que la dictadura de Videla no sufrió sanciones por parte de EE.UU.

En relación al primero de ellos, se demuestra que el PTS lanza afirmaciones sobre lo que no sabe. Como se ha despreocupado por la situación de los trabajadores en Venezuela, desconoce los datos más elementales de los crímenes que sufre. Por eso, busca escaparse por la tangente colocando el debate respecto al “genocidio” de Videla y el Proceso militar. Por empezar, en la Argentina no hubo genocidio. No importa el valor que ella tenga para otras experiencias históricas (el Holocausto, Armenia, etc.), no se aplica a la represión del Proceso. Su desarrollo en las ciencias sociales argentinas fue el resultado de una operación intelectual que pretendía colocar lo sucedido en el gobierno militar en el campo de los Derechos Humanos, la jurisprudencia internacional y la justicia burguesa. Aparecía, en su momento, como la única forma de lograr “justicia” y la figura de “genocidio” pretendía garantizar que los crímenes fueran imprescriptibles, amén de lograr cierto apoyo internacional para presionar localmente en ese sentido. De allí que se deformara la formulación original, limitada a crímenes por causas raciales y religiosas, de modo que incluyera razones políticas y/o económicas. En realidad, lo que sucedió bajo el Proceso tiene otro nombre, adecuado a la teoría de la guerra: masacre. La masacre es la etapa que sucede a la derrota de una fuerza. Una vez lograda la neutralización de su contrincante, queda pendiente la tarea de resolver qué hacer con los sobrevivientes. Una victoria sistemática y permanente supone la eliminación física de quienes pueden reconstruirse organizativamente y volver a presentar batalla. Ese es el sentido de la política de desapariciones: el golpe de Estado establece la derrota política de las fuerzas sociales que se oponían al capital. Aisladas de sus bases sociales, en eso consiste la derrota, las fuerzas de izquierda fueron masacradas. No hay en la Argentina el exterminio de “un pueblo”, sino la destrucción de una fuerza social, primero derrotada políticamente y luego masacrada. No es un problema de “pueblo” sino de lucha de clases.

Paradójicamente, y sin entrar a discutir en detalle cuándo el concepto de genocidio se puede aplicar adecuadamente (probablemente, en los casos mencionados, hasta cierto punto en Palestina o en relación a los pueblos originarios), lo que está sucediendo en Venezuela se asemeja más a esa concepción de “genocidio” que maneja el PTS. En efecto, en Venezuela, solo entre 2010 y 2018, años entre los que todos los especialistas coinciden en señalar que son los únicos años confiables en términos estadísticos, las fuerzas represivas del Estado protagonizaron 18.401 casos de ejecuciones extrajudiciales. A ese número, hay que sumarle otros 1.231 casos en 2019 y 1.611 en lo que va del 2020. Es decir que, en 10 años, el Estado fue responsable, por lo menos, de 21.243 crímenes. Si sumamos los casos previos al año 2010, y las muertes por el sicariato sindical, se superan los 23 mil crímenes, solo por fuerzas regulares del Estado. Esa gigantesca masa de violencia es el correlato de un “genocidio” económico muy evidente, que la fraseología kirchno-trotsko-progresista asimila a las políticas “genocidas” del FMI. Porque a estos datos, hay que sumarle otros. El 96% de la población total está sumergida en la pobreza, y un 79,3% del total de la población están en pobreza extrema, datos que ubican al otrora paraíso petrolero junto a Nigeria, Chad, Haití, Yemen, Congo, Zimbabwe, Sudán, Camerún, y Guatemala. El 30% de los menores de 5 años padece desnutrición. La migración forzada de los obreros venezolanos, también constituye crimen: para fines de este año, se especula con que 6,5 millones de venezolanos, casi un quinto de su población total, habrá migrado. Esto ubica muy cerca de Siria, que tiene cerca de 8 millones de exiliados. ¿Cómo no considerar “genocidio” a una situación que pone al borde la muerte a prácticamente toda la clase obrera de un país? Dicho de otro modo, esto se acerca más a la idea del asesinato de todo un “pueblo” que cualquier cosa que conozcamos en la Argentina, Chile o Brasil. El chavismo, desde mucho antes que se produjera el bloqueo norteamericano, viene destruyendo sistemáticamente la economía nacional en medio de una orgía de corrupción, dilapidación necia de recursos, negociados y entrega de la economía nacional a potencias extranjeras (fenómeno que incluye hechos escandalosos, como el pago de fortunas a Techint por chatarra, estupideces como depositar oro del Estado nacional en bancos centrales del imperialismo o negociados con los propios EE.UU.). Todo ello en aras de sostener y recrear una burguesía parásita surgida de las propias filas del chavismo, a la que nunca se le ocurrió expropiar a la burguesía opositora simplemente porque “socialismo” es el nombre que le ponen a la política de auto-preservación y enriquecimiento de una burocracia de extracción militar y política que utiliza el Estado como modo de promoción. Es esa fracción burguesa, cuya única disputa con la opositora consiste en quién se queda con el aparato del Estado para realizar la misma tarea de parasitismo destructivo, la responsable de la debacle. Es ella la que está llevando a la desaparición física a masas crecientes de venezolanos que escapan a pie del hambre y la miseria. Ese cuadro, de datos perfectamente conocidos por todos, tranquilamente configura la figura de “genocidio” tal cual el PTS entiende dicha categoría. El PTS, que se jacta de poner en pie un multimedio de izquierda, parece que aún no sabe utilizar las herramientas de Google para buscar datos elementales.

El segundo punto, referido al bloqueo, también muestra un desconocimiento brutal. Venezuela fue sanciona por EE.UU. desde el año 2006 en el cual se le limitó el comercio de armamento con EE.UU., cosa que fue absolutamente compensada con el comercio armamentístico con Rusia. Luego se extienden más de una decena de sanciones a funcionarios y personas particulares a los que se le embargaban bienes o activos en suelo norteamericano, o bien se les quitaban las visas, pero no al Estado. El PTS defiende las fortunas personales de los corruptos del chavismo. No extraña entonces que haya defendido a De Vido o a Milagro Sala. Recién en 2017, Venezuela sufre una primera sanción que limita la capacidad de renegociación de deuda o reestructurar bonos, ya que se prohíbe que personas estadounidenses o vinculadas a ese país negocien con los bonos emitidos por PDVSA. Esta sanción sería reforzada en 2018. Recién a fines de ese año, se prohíben las transacciones de oro o cualquier activo que el gobierno venezolano ejerza con empresas estadounidenses. A comienzos del 2019 se producen sanciones y embargos contra el gobierno de Venezuela, PDVSA, su filial en EE.UU. CITGO, la empresa minera MINERVEN, y los bancos BANDES y Banco de Venezuela. Esto dificultó el comercio de petróleo debido a la imposibilidad de importar químicos desde CITGO para alivianar el crudo extrapesado de Venezuela, la imposibilidad de realizar cobros en dólares de la venta de petróleo, y de remitir ganancias y descongelar sus cuentas en EE.UU. Todo esto muestra dos cosas. Una, que el chavismo había puesto sus cuentas en EE.UU. Dos, que nadie le impide a las empresas venezolanas comerciar con el resto de los países.

Cualquiera que se haya tomado el trabajo de analizar seriamente al chavismo, se dará cuenta de que la crisis comienza en 2012/2013 y las sanciones que atacan directamente al gobierno recién comienzan en 2017. Aún con esto, desde 2017 no hubo ningún impedimento para que Chevron, Repsol, Schlumberger Limited, Baker Hughes, o Weatherford continuaran trabajando con PDVSA. Incluso, Venezuela encontró formas de evadir las sanciones, a partir de triangular la venta de petróleo, hecho que recién fue sancionado por EE.UU. en marzo de este año cuando Trump limitó la capacidad de acceder al crédito bajo legislación norteamericana a la filial de Rosneft llamada TNK Trading International. El absurdo de creer que la crisis en Venezuela se produce por el bloqueo, se refuta viendo que Chávez importo 2,3 dólares de EE.UU. por cada dólar exportado y 12 dólares por cada dólar exportado a China. Entre 2013 y 2017, Maduro importó 9 veces más de lo que exportó a EE.UU. e importó 19 veces más de lo que exportó con China. Obviamente, en términos absolutos hay una caída, pero eso es producto del derrumbe del precio del petróleo y del desquicio de la economía venezolana producto de la “política económica” predatoria de las diversas fracciones burguesas que gobiernan Venezuela. Esto que decimos no es ninguna genialidad, pero resulta que hay que explicarle lo obvio al PTS. Por último, si el problema de Venezuela para el trotskismo es el bloqueo, deberían defender enfáticamente el informe de Bachelet que reconoce la existencia de un bloqueo, así como también de violación a los DD.HH.

En tercer lugar, el PTS habla del régimen de Videla como una “dictadura imperialista”, como si el golpe del ’76 no tuviera un motor y un protagonismo interno, es decir, como si fuera un simple complot de la CIA. Otra vez el nacionalismo dependentista a la Juan Perón. Por el contrario, la Argentina bajo la dictadura, también sufrió sanciones por parte de EE.UU. Por ejemplo, en 1978 vía enmienda Humphrey-Kennedy se suspendió toda ayuda militar. También, infructuosamente, el gobierno de EE.UU. intentó vetar los créditos del Eximbank en 1978, y limitar la venta de granos cereales a la URSS en 1980, producto de un embargo que caía sobre el país soviético por la invasión a Afganistán. Es decir, el imperialismo norteamericano sí busco enfrentarse e influir en la política argentina durante la dictadura. Eso no impidió, y con total razón, que se apoye la misión de la ONU a la Argentina en 1979. Curiosamente, el PTS, tan sensible al “imperialismo”, desconoce el carácter imperialista de la injerencia de China y Rusia en Venezuela, que han colonizado el país y cuyas FF.AA campean el territorio sin que el partido que se reclama trotskista diga absolutamente nada.

Todo esto ya lo dijimos en el comunicado anterior. El PTS se muestra aquí como en el resto de los frentes: con ignorancia, desinterés y oportunismo. Desconoce profundamente el tema sobre el que escribe y realmente no le interesa la suerte de los compañeros en Venezuela, sino simplemente congraciarse con el kirchnerismo. Si realmente les interesase la suerte de los obreros allí, hubiesen respondido el mail que enviamos el 7 de septiembre al CeProDH, con la carta abierta a Maduro y la carta de la madre de Rodney Álvarez, exigiendo su liberación. También podría haberse interesado por el Comité que estamos construyendo desde hace casi dos años, o incluso construir uno propio. No hicieron nada de eso en estos años, porque nunca les interesó. Y no le interesó porque no quieren enfrentar al kirchnerismo. El trotskismo tiene un problema programático: su nacionalismo lo lleva a apoyar cualquier clase de régimen, si tiene algún roce con EE.UU. Por eso, su apoyo a Galtieri, a Saddam Hussein, al Ayatolah Komeini (que se dedicó a masacrar trotskistas), entre otros carniceros. En este caso particular, hay además otros intereses: su alianza con el kirchnerismo. Lo que el PTS tiene que admitir es que está bajo la dirección de Cristina y, por lo tanto, es un elemento del chavismo en Argentina. En cuanto a Venezuela, bien podría callarse la boca y dejar de hacer papelones ante un problema realmente grave.

Razón y Revolución 

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