En general, tanto desde la izquierda como desde el peronismo y el nacionalismo, se habla siempre del “imperialismo yanqui”. Se imagina a Estados Unidos como una potencia todopoderosa, que maneja los destinos del mundo a su gusto. Esta imagen tiene una serie de problemas que ya hemos discutido en otra oportunidad. Lo que nos interesa discutir aquí es que esta imagen falsa, sirve para esconder la existencia de otras potencias imperialistas no menos peligrosas para los trabajadores del mundo. El caso China es uno de ellos. Veamos.
Tras la muerte de Mao Tse Tung, líder la revolución comunista allá por 1949, China comenzó a restaurar el capitalismo y se insertó en el mercado mundial como exportador de manufacturas. Rápidamente, se convirtió en el principal exportador mundial y proveedor de grandes economías, como la norteamericana. ¿Cuál fue la ventaja? Es bastante conocida: la enorme masa de trabajadores chinos que cobraban salarios de absoluta miseria. Con un costo laboral bajísimo, que es el sueño de los patrones argentinos y la tarea que tienen por delante los Fernández con su “ajuste solidario”, los capitalistas se llenan los bolsillos.
En 2008 China ya estaba consolidado como principal proveedor de mercancías a Estados Unidos y la segunda economía más importante del mundo. Ese mismo año, estalló una importante crisis mundial. A partir de allí, la relación entre las dos potencias comenzó a desgastarse y China inició una política más agresiva a nivel mundial.
El primer paso fue el aumento de las inversiones en el extranjero. Esto le permitía el acceso a recursos naturales y el comercio de sus mercancías. El segundo paso fue la cooptación de aliados para implementar una nueva moneda de reserva internacional, en particular, países africanos, Irán y América Latina. Ya en 2013 empezó a construir una red de infraestructura (rutas, vías de tren, canales, tuberías de combustibles, etc.) que la conectaran con otros países, tanto para el envío de mercancías como de materias primas. Esa red abarcó buena parte de Asia y Medio Oriente. Fueron, a su vez, complementadas con corredores para la cooperación económica, con oleoductos y gasoductos, que la conectaron con la Unión Europea, Rusia, Indochina, entre otras.
Estas actividades pueden verse desde el punto de vista económico, como una forma de expandir la frontera de acumulación, accediendo a nuevos recursos y mercados. Desde el punto de vista político, consolida a China como una potencia mundial capaz de dirigir un conjunto de alianzas favorable a sus intereses.
Paralelo al poder económico, lo otro que debe observarse es el poderío militar. El primer elemento para tener en cuenta es el gasto en defensa y sus cambios en los últimos años. Así, China gastó en 2009 el 2,07% del total del PBI, Estados Unidos el 4,64%, Rusia el 4,14% y la UE el 1,77%. Luego de ese momento, hay una tendencia relativa a mantener el gasto tanto en Rusia, China y la UE. Por el contrario, Estados Unidos comienza un descenso relativo hasta llegar al 3,2% del gasto en 2018. Hoy día, Rusia ocupa el primer lugar, EEUU el segundo y China el tercero.
El segundo elemento para tener en cuenta es en qué se gasta este dinero. China aumentó exponencialmente su cantidad de bases militares en el extranjero. Este crecimiento también se verifica en el plano armamentístico, pues pasó de tener 200 ojivas nucleares en 2010, a 290 en 2019. También creció el stock de misiles, en particular los de alcance corto (1200 en 2018, a 1500 en 2019) y medio (30 en 2018, a 160 en 2019). Parte de esta expansión fue posible, por un lado, gracias a la importación de armas rusas.
El tercer elemento para tener en cuenta es la participación en conflictos. Actualmente, China está involucrada en conflictos armados en el Mar del Sur, en la frontera con India, en Taiwán, Siria, Yemen, Afganistán y Venezuela. Esta información es central, ya que muestra que el gigante asiático está involucrado en la mayoría de los conflictos mundiales más importantes de los últimos años.
Así las cosas, está claro que China logró consolidarse como potencia mundial. Hoy por hoy, es un factor de peso a la hora la toma de decisiones en política internacional. Si bien el plano militar está mucho más atrasado que EEUU y Rusia, viene mostrando un crecimiento constante.
Una verdadera política antimperialista no es solamente la que se opone al accionar de EEUU, sino la que denuncia también al bloque que lidera China. Para ello, es necesario decir las cosas como son: no hay un bando menos malo que otro. Tampoco hay burguesías nacionales a las que los trabajadores debamos apoyar. Ante el avance de la crisis, debemos construir una organización independiente, que no quede presa de intereses patronales de cualquier país, sino que levante las banderas de la única salida que nos beneficia: el Socialismo.