La construcción de lo nuevo

en Editorial/El Aromo n° 103/Novedades


Ricardo Maldonado
Editor responsable

“Lo dejo a tu criterio”, responde Karina Jelinek y no sabe el profundo desafío que supone su respuesta. Porque ¿Qué es una crisis? Cuando se separan y se unen los elementos. Crisis es una palabra de origen común con crítica y criterio. Una crisis no es nada más que la referencia a algo que anda mal, sino a algo que se está rompiendo y se va a recomponer, quizás de una manera nueva. Crisis es un barajar y dar de nuevo, aunque muchos se esfuerzan por volver a repartir las cartas como siempre.

El elemento central en la aparición de una crisis es la economía. Con ese nombre se define el funcionamiento, el movimiento de todo el andamiaje material que permite la reproducción de la vida, una crisis económica es un golpe al corazón de la vida social. Las cosas más banales y cotidianas comienzan a resultar complejas, cuesta arriba, sofocantes. Es cuando se duda si prender una estufa o morirse de frío. Toda crisis puede poner en cuestión a quienes dirigen, pero no necesariamente sucede así. Para eso es necesario que queden al descubierto las conexiones entre lo que no funciona en la vida cotidiana y los responsables, quienes están al comando del país.

Significa que hay dos tipos de crisis, relacionadas pero no de forma automática. A su manera cada una reviste una importancia crucial. La crisis económica porque nada hay más importante para los trabajadores, para la mayoría de la sociedad, que poder seguir viviendo, existiendo, reproducirse. La crisis política porque es el momento en que una forma de vivir y organizarse demuestra no servir, al menos no servirnos a nosotros que somos millones.

Los socialistas somos socialistas porque la ciencia nos permite anticipar que la organización de una sociedad alrededor de la ganancia de unos pocos, de su acumulación, de la competencia y la concentración, no permite que las cosas marchen bien, que funcionan mal, que estallan espasmódicamente. Odiamos las crisis porque sabemos que perjudican sobre todo a los trabajadores, pero aceptamos que son inevitables y que entonces hay que preparase para ellas. También entendemos que si se torna difícil vivir, eso no se trasluce necesariamente en desconfianza en quienes dirigen la sociedad, es necesario que se comience a percibir que las dificultades son efecto de esa conducción y de esa organización social. Que se perciba que la clase que posee la riqueza y el poder es la responsable del desastre. Estos son los tres elementos centrales del socialismo revolucionario. Que la economía organizada por el lucro produce, una y otra vez, catástrofes en nuestras vidas, que esas catástrofes son profundizadas por quienes se benefician de esta organización social, que en esos momentos se abre la posibilidad de que la crítica (la interpretación de la crisis) encuentre el terreno fértil que necesita para crecer y volverse voluntad de masas.

Tres temas han ocupado el pensamiento de la mayor parte de la población en el último par de meses. Los cuadernos de Centeno y su continuación, que expuso la trama de corrupción sin atenuantes. La devaluación, que junto con los aumentos, los tarifazos y las paritarias mostraron la inviabilidad del capitalismo argentino. Y el proceso electoral de Brasil, que evidenció la inventiva de la izquierda para atar su destino a un régimen degradado y repudiado. Las notas de éste número detallan los tres procesos, informan de ellos, destacan sus contornos. Aquí sólo nos referiremos al paisaje que dibujan al observarlos en perspectiva.

Lo que resulta significativo es que nada de lo que sucedió es novedoso, sino que la novedad es su carácter inocultable, por un lado, y sus conexiones, por otro. La corrupción k que ya expone su carácter asesino (tragedia de Once por ejemplo) y egoísta (millones en cuentas suizas mientras aquí estallan las escuelas y mueren los docentes) se extiende como mancha de aceite inundando los despachos del gobierno de Cambiemos y las oficinas de los empresarios, la burguesía nacional desfila por Comodoro Py sin distinción de partidos. Lo hace diciendo mentiras literalmente increíbles que desnudan la complicidad de la justicia burguesa que simula, a cambio de sus privilegios, creerles. Son todos corruptos, todos deberían irse.

Además de las lucrativas ventajas obtenidas con las coimas, por el mismo precio se llevaban la benevolencia de los políticos de todos los colores. Hasta hace poco esos políticos nos espetaban en la cara ¿por qué los trabajadores no son socialistas? Ahora ellos nos lo explican: porque los aportantes de Vidal son truchos, los de Cristina son coimeros, cada uno de los políticos burgueses vive de un aparato millonario y fraudulento. Y si eso no funciona del todo, si comienza una ruptura ya saben que hacer: allí están los nombres de Kosteki, Santilán, Fuentealba, Ferreira, Rafael Nahuel o Santiago Maldonado, Julio López o Luciano Arruga, y tantos, tantos otros para avisarnos que la democracia no es de todos ni para todos. Por eso, por ellos, por nosotros, deberían irse.

El gobierno intenta hacer andar un país quebrado, va y viene con sus medidas y siempre “pasan cosas”. Luego el costo de esas “cosas” intenta cobrárselas a los trabajadores. Como con Cristina con el impuesto a las ganancias, quienes producimos toda la riqueza somos ajustados una y otra vez para beneficio de los parásitos y los corruptos, para que funcionen sus malos negocios. Pero Cambiemos no está solo, no solamente porque lo acompañan “los gobernadores”, sino que lo rodea y lo cuida el peronismo, el kirchnerismo y la burocracia sindical en su conjunto. Simulando estar preparándose para resistir, sólo esperan el 2019, y que gire una vez más la noria. Sin esperar a que organicen su continuidad, deberían irse.

Cuando la responsabilidad de la crisis económica se asocia a quienes dirigen, se ciernen los nubarrones de la crisis política, de la crisis del régimen. Son esos momentos en que unos que se dicen buenos, y otros que se dicen honestos comienzan a ser repudiados por igual. Sobre todo porque se hace evidente (como ahora con la devaluación, los cuadernos, los muertos, la miseria) que ni unos ni otros son buenos con nosotros, ni son honestos. Entonces los trabajadores pueden comenzar a alejarse de esos estafadores. Y en esos momentos se alejan a donde pueden, como pueden. Incipientemente comienzan a presentir que es así, que se tienen que ir.

La crisis permite la crítica y ésta un criterio de demarcación, una frontera, un límite. En los inicios de las crisis la cuestión se agudiza en ese punto: con quienes y contra quienes. Esto lo saben los explotadores, por lo tanto ofrecen demarcar el campo de acuerdo con un criterio conocido: atrás de la iglesia. Cuando algo se está muriendo aparecen los curas, esta crisis no es la excepción. Y fueron a rezar a Luján: Los enemigos de las mujeres liderados por el jefe de los pañuelos celestes y los abusadores, Bergoglio, las patotas de la burocracia sindical y el muchachito de San Isidro amigo de Caro Stanley. Este reagrupamiento alrededor de la Iglesia golpea duramente al movimiento de mujeres. Y también al sindicalismo combativo. Cuando estaban contra las cuerdas, visiblemente afectados, antiderechos y patotas se lavan mutuamente los prontuarios. La mentira del kirchnerismo durante el debate por la IVE muestra allí su verdad.

Cuando se abre la posibilidad de una situación así, es el momento que los socialistas somos puestos a prueba. En realidad lo que es puesto a prueba es la justificación de nuestra existencia. Si esto nos asusta, si lo que realmente esperamos es una transición, un deslizarse en buenos términos, suavemente hacia algún lado, sólo merecemos (y es lo que obtendremos) un lugarcito, algunas seccionales, un bancada minoritaria, unos minutos en la televisión. Ser dueños de la marginal simpatía progresista. Si cuando se perfila el sentimiento de que deben irse, nos encuentran eligiendo quienes deben quedarse, no se entenderá para qué existimos.

La lección del momento, lo que expone Brasil, es que no hay cambio sin audacia. Los arribistas y outsiders que han sorprendido al establishment de una parte a otra del globo se han aprovechado de la timorata y civilizada transición pretendida por la “clase política” de Italia a Inglaterra, de Brasil a EEUU. El drama es que mientras las masas buscan subirse al tren del cambio, la izquierda se apea de la locomotora y deja subir a ella los peores (y más peligrosos) payasos. Pero no se trata de volver al maquinista anterior sino de proponer otra conducción para otro destino.

Ni con los patrones, ni con los políticos burgueses sucios y asesinos, ni con las patotas de los sindicatos, ni con los curas anti mujeres, ni con los amigos más o menos simpáticos de ellos, podemos unirnos. En oposición a ellos tenemos que agruparnos todos los que este mundo nos pone en situación precaria y exponer nuestra propuesta. Unamos a todos los trabajadores ocupados y desocupados en una gran asamblea para discutir un programa revolucionario, categórico, tajante. Hagámoslo antes de que cierren la crisis incipiente con algún chupacirios, algún arribista. No esperemos al momento en que el Bolsonaro argentino sirva de excusa para pedir el apoyo a Macri, Cristina o algún peronista racional.

Una crisis puede llevar a la otra y ésta a la necesidad y la comprensión de que deben irse. Pero para eso no sólo es necesario luchar, es necesario agrupar a quienes quieren hacerlo a quien van a querer hacerlo que serán cada vez más. Es necesario que quienes se suban al tren de la lucha para resolver la crisis tengan confianza en que su destino no es quedarse en el mismo lugar, no es volver hacia atrás, sino marchar en busca de otro mundo. Es necesario que sepan a donde queremos marchar. Y tanto en la vida social y política como en las estaciones de tren o de ómnibus, los destinos hay que anunciarlos, hay que agitar el socialismo.

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