No, mi General – Por Marina Kabat y Blas Costes

en El Aromo nº 87

24novrosEl día que los obreros de Rosario evitaron que Perón enviara tropas a Corea

El caso de Rosario nos muestra un sector del proletariado que actúa con independencia respecto de direcciones sindicales y de Perón mismo, y que es permeable a las consignas del PC.

Por Marina Kabat y Blas Costes (Grupo de Investigación sobre la Historia de la Clase obrera-CEICS)

En uno de los momentos críticos de su gobierno –en medio de la crisis económica iniciada un año antes-, Perón procuró acercarse a Estados Unidos, en búsqueda de créditos e inversiones extranjeras. Vio en la guerra de Corea la oportunidad de mostrar al Pentágono que el peronismo podía ser su más firme aliado en América del Sur. El envío de tropas a Corea podía limar viejas asperezas y aplacar la desconfianza con la que los diplomáticos norteamericanos seguían viendo al gobierno argentino. Pero el deseo de Perón chocó contra la movilización de los obreros rosarinos.

Perro que ladra, no muerde (o la retórica de la tercera posición)

En 1946 el parlamento peronista ratificó el Acta de Chapultepec, un acuerdo panamericano firmado en México que establece la defensa común no solo ante agresiones extracontinentales, sino incluso frente a países americanos, que podían ser sancionados. El acuerdo promovido por Estados Unidos buscaba garantizar su hegemonía en el continente. Pese a eso, Perón no dejaba de proclamar su nacionalismo, que en el plano internacional se expresaría en su doctrina de la “tercera posición”. Sin embargo, Perón informó a diplomáticos norteamericanos que Estados Unidos no debía preocuparse por la posición argentina ante un eventual conflicto bélico: la tercera posición sería una política para los tiempos de paz, mientras que frente el desencadenamiento de un conflicto armado entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la Argentina peronista se alinearía siempre con el primero.

Efectivamente, al desencadenarse la guerra de Corea en junio de 1950, año en que estaba gestionando un crédito nortemaericano del Eximbank, Perón proyectó el envío de tropas. Hizo que el Congreso apresurara la ratificación del TIAR, Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, acuerdo firmado en Río en 1947, que acordaba la defensa mutua que complementa y reforzaba el acta de Chapultepec. Tras conseguir el fallo parlamentario favorable, Perón le escribió al subsecretario de Estado norteamericano Edward Miller:

“El gobierno y el pueblo de la Argentina han querido esta vez –cuando los Estados Unidos han adoptado la magnífica decisión de detener a Rusia en sus insidiosas y arteras maniobras-, trabajar rápidamente convirtiendo el Tratado en ley y asegurando, en la medida que estamos involucrados, la unidad continental y la firme decisión de defenderla en un frente unido y decidido.”[1]

Días después, el Canciller argentino Paz envió telegrama al secretario general de la ONU informando la disposición Argentina de cumplir con los tratados suscriptos. Esto se pondría a prueba cuando el 14 de julio la ONU consultara a la Argentina si el gobierno proveería fuerzas combatientes. Tres días después el Canciller Paz contestó que, de acuerdo con compromisos internacionales, Argentina esperaba que el Comando Unificado se pusiera en contacto directo con el gobierno, lo que generó satisfacción en los medios diplomáticos norteamericanos. Para ese entonces ya estaría decidido el envío de un contingente de tropas voluntarias, para lo cual ya se habían encargado las operaciones de prensa pertinentes.

Los ferroviarios se movilizan contra la guerra

Es entonces cuando, el 18 de julio entre las 10 y las 10.30, núcleos de trabajadores de los talleres del Ferrocarril Mitre (Pérez) paralizaron sus tareas y fueron a Rosario con banderas que reclamaban paz y retratos de Perón. A las 11, obreros de la misma empresa, pero en Rosario, hicieron abandono de sus tareas y se concentraron en la Unión Ferroviaria, donde los dirigentes les pidieron calma, sin lograr contener a sus bases, que fueron a la calle al encuentro de los obreros de Pérez. Las columnas recibieron también a los trabajadores de molinos Minetti que se sumaron a la marcha. La manifestación se dirigió a Plaza San Martín, fue reprimida y hubo obreros detenidos. En el centro la movilización duró una hora. En los diarios, se menciona la presencia de 5.000 obreros, centralmente ferroviarios.[2]

Como consecuencia, en Rosario se reforzó la vigilancia policial. Al mismo tiempo, las direcciones sindicales salieron a criticar a los manifestantes y a desligarse de su accionar. Tanto la C.G.T como la Unión Ferroviaria se opusieron a la acción de los ferroviarios. También la Unión Molinera se distanció de la marcha del 18 de julio, mientras que los
metalúrgicos aseguraron que nunca autorizaron la paralización de tareas, lo que indirectamente daba cuenta de que en la movilización participaron también metalúrgicos. Solo La Fraternidad evitó condenar a los manifestantes mientras que, diplomáticamente, le pedía a Perón rechazar la guerra.

Según un memorándum remitido por el Ministerio de Gobierno y Culto de Santa Fe al Ministerio del Interior, el paro y la manifestación tuvo su origen en las palabras pronunciadas la noche anterior en la CGT por el presidente de la Nación al decir que “la actitud que él adoptaría en el orden internacional será la que su pueblo decida”; en consecuencia, “como acto de adhesión a esas palabras se efectuó dicha manifestación escuchándose estas palabras: ‘no queremos guerra’.”[3]

El PC metió la cola

La consigna de paz había sido levantada por el Partido Comunista, que veía la política exterior peronista como ambigua, floja y peligrosa para el propio gobierno si persistía en ella. Desarrolló una campaña a favor de la paz y contra el envío de tropas a través de todos sus frentes, tanto los sindicales como otros, como la Unión de Mujeres Argentinas. Félix Luna considera que Perón se alarmó por la marcha de Rosario, en particular dado el hecho de que la misma era protagonizada por los propios obreros peronistas. Pero, a la vista de la campaña del PC y en función del peso de ferroviarios en la manifestación, sospechamos una mayor incidencia comunista en la misma.

Esta sospecha se vio confirmada cuando encontramos el memorándum reservado ya citado en el que se informaba que la manifestación tuvo que ser reprimida porque la misma había sido “copada” por los comunistas:

“No obstante desarrollarse la manifestación en perfecto orden, la Policía debió intervenir dispersando la manifestación ya que elementos comunistas ajenos al gremio coparon el movimiento pretendiendo alterar el orden en la zona céntrica con falsas expresiones de paz y arrojando volantes en los que se ataca a la política seguida por el actual Gobierno de la Nación en el orden internacional.”

Las críticas al PC en las elecciones del ‘46 han sido un lugar común. Un elemento que estas críticas no toman en cuenta es que, precisamente, la oposición del PC forzó al propio Perón a una política más obrerista y nacionalista de la que hubiera desarrollado de no contar con una oposición por izquierda. De hecho, Vargas, cuyo ascenso fue avalado por el PC brasileño, tuvo menos concesiones a los obreros y fue más autoritario que Perón, infringiendo un autogolpe y disolviendo el parlamento. Perón no tuvo nunca la libertad de maniobra con la que contó Vargas. La oposición obrera a la participación argentina en la guerra de Corea es un buen ejemplo. Distintos informes reservados dan cuenta de la continua preocupación del gobierno en torno al impacto en la clase obrera de este tipo de medidas y la forma en que los comunistas podían capitalizar cualquier descontento, razón por la cual el régimen mantuvo una férrea represión sobre este partido.

El caso de Rosario nos muestra un sector del proletariado que actúa con independencia respecto de direcciones sindicales y de Perón mismo, y que es permeable a las consignas del PC. Significativamente, los mismos gremios que se oponen al envío de tropas a Corea, son los que se van a levantar cinco años después contra el golpe de la Revolución Libertadora. Los mismos dirigentes que llamaron a la calma y a respetar las decisiones de Perón en cuanto a política exterior, son los que luego llamarán a obedecer las directivas de Lonardi.[4] Estos sucesos también prueban que no existe un idílico peronismo del ‘45 diferente del de Cristina o Menem. En este punto, respecto al envío de tropas argentinas al mando de la ONU, Menem no hizo más que cumplir un viejo deseo frustrado del general.


[1]Citado en Luna, Felix: Perón y su tiempo, Bs. Aires, Sudamericana, 1985, t.2., p. 83. Seguimos a este autor en lo referente a las relaciones diplomáticas de Argentina con EE.UU. y con la ONU.

[2]En base a diario Crónica y La capital del 18 y 19 de julio de 1950.

[3]Memorándum del Ministerio de Gobierno y Culto de Santa Fe, fechado el 22 de julio de 1950, con sello de la Jefatura de Policía de la ciudad de Rosario. AGN Archivo intermedio. Fondo Ministerio del Interior, expedientes secretos, confidenciales y reservados, caja 98, expediente 149, fs. 9. Este documento, como la prensa consultada, sitúa la movilización el día 18 de julio. Félix Luna confunde la fecha de la movilización de Rosario (la sitúa en el 17), por eso cree que la frase de Perón “haré lo que el pueblo quiera”, es respuesta a la movilización y no uno de sus desencadenantes. A nuestro juicio, se trata de una frase ambigua al estilo habitual de Perón y no expresaba aun ninguna definición en torno a la participación en el conflicto bélico.

[4]Ver: nuestro artículo “La excepción que confirma la regla. Huelga y movilización en Rosario, septiembre de 1955”, El Aromo, nº 86, septiembre-octubre de 2015 [http://goo.gl/6qRthD].

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