Del artista y su lugar en el mundo. A propósito de «Los Talentos», de Walter Jacob y Agustín Mendilaharzu – Laura Sbdar

en El Aromo nº 74

Del artista y su lugar en el mundo
A propósito de Los Talentos, de Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu

¿El artista debe pararse en su torre de marfil a contemplar la miseria del mundo? ¿O debe, en cambio, mimetizarse con las masas? Esta reseña intenta criticar ambas alternativas, a través del análisis de una de las obras del nuevo teatro que se está gestando en Buenos Aires.

Laura Sbdar

Los Talentos, obra de teatro escrita y dirigida por Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob, fue estrenada en 2010 y continúa aun en cartel en el espacio teatral El Kafka, lo que bien puede caracterizarse como un éxito de público importante. La propuesta plantea como eje de reflexión el lugar y la función del artista, en particular en relación al receptor. Es nuestra intención aquí abrir el debate en torno a esta cuestión, entendiendo que la obra analizada lo amerita.

La obra

La puesta se desarrolla en el correr de un sábado por la noche en Buenos Aires. Ignacio y Lucas, dos amigos de 20 años, se instalan en el departamento de Pedro, un tercer amigo, donde conversan, escriben poemas y hacen juegos de palabras. En el transcurso de la pieza se incorpora a este grupo de amigos Denise, la bella y codiciada hermana de Pedro. Al comenzar la obra, Ignacio y Lucas se entretienen escribiendo sonetos en una gran pizarra. Mientras fuman pipa y toman vino, los jóvenes discuten sobre el poema que van creando en conjunto. Estos amigos comparten un pasado con “países inventados, con los sistemas de gobierno, las constituciones […], idiomas” [1]. Así, unidos por un mundo y normas en común se entretienen encerrados en el departamento.
En la obra, el lenguaje se revela como el núcleo de una fuerte amistad y como el procedimiento central de la puesta. Se impone como raíz y espacio predominante para la producción del sentido. Así el resto de los signos teatrales se ven sometidos al imperio de la palabra. La escenografía, compuesta por paneles que recrean un departamento, salta a la vista por su carácter artificial y “teatroso” que acentúa la prioridad otorgada al elemento verbal por sobre el resto. Los talentosos poetas irán generando y codificando la obra a través de un ingenioso manejo del lenguaje. Nos enfrentamos a múltiples subtextos encarnados en la escritura de los personajes que permiten semantizar la puesta. De esta manera el soneto de apertura funciona, a la manera del coro griego, como un presentador:

“Noche de Sábado en Buenos Aires,
La gran mole de unánime cemento
Cómodos en Peter´s departamento
Y ajenos a las penas y desaires.

Somos la poesía, tenemos aires
De genio, de inventiva, de talento;
Somos Dioses, y fuertes como el viento,
Dominamos la inmóvil Buenos Aires.

La misma que hoy te tiene, ¡Ah!, Denise,
De vuelta entre sus brazos, tras tu exilio.
Sabrás lo que es un verdadero idilio

Acá, junto a nosotros, si venís.
Colgalo de los huevos a tu Emilio
Y entregate al placer de ser feliz.”

Toda la situación está dada: el tiempo, el espacio y la presentación de los personajes se encuentra sencillamente esbozadas en el soneto. Mientras la acción enunciada se desarrolla, la palabra funciona también como anticipadora de lo que sucederá. Incluso se manifiesta el conflicto de la obra donde los personajes orgullosos de su talento poético son incapaces de salir y enfrentarse al mundo. Por eso en un primer momento deciden que el mundo (o Denise, la bella joven que encarna a la sociedad con sus dichas y desdichas) vaya hacia ellos. El afuera es evocado por la palabra y por el entrar y salir de Pedro y Denise, que aportan a ese microcosmos del departamento las huellas del amenazante mundo exterior.
A partir de la sublimación del lenguaje que se manifiesta en sus múltiples funciones (enunciativa, evocativa, metalingüística, emotiva y poética), es posible recuperar el sentido final de la obra que se encuentra metafóricamente en el cruce entre los sonetos y los diálogos de los personajes. Estos se encargan de administrarnos cautelosamente las pistas para que nosotros “sherlockeando” lleguemos a la solución de la obra. A modo de una muñeca rusa, se irán manifestando paralelismos entre autores y personajes. Así aparecen los autores de Los Talentos como creadores de los personajes protagónicos: Ignacio y Lucas, ellos también escritores de sonetos y protagonistas explícitos o implícitos de los mismos. La puesta en abismo de la escritura dentro de la escritura revela el modo en que esta obra debe ser interpretada. Así como Ignacio utiliza el juego para proporcionarle información a Lucas, los autores lo hacen para orientar al espectador: “¿Qué te estabas guardando la información para transmitirla en un soneto?”. A través de un puente narrativo, el primer soneto que hemos ilustrado se conecta con el último escrito por Lucas, permitiendo completar el sentido de la obra que propone una reflexión sobre el arte y el rol del artista.

Un lugar en el mundo

En Los Talentos, como el título lo indica, se postula al artista como un ser dotado de un don especial, pero también como un apartado social, un descolocado al margen del mundo. Es un incomprendido que no logra entablar relaciones sociales porque lo separa una forma distinta de ver y entender las cosas. Los jóvenes talentos crean obras de arte, pero la radical distancia con el resto de la sociedad les impide mostrarlas. En un principio, el arte se revela en su carácter lúdico, como un juego de niños que no tiene ningún interés por hacerse ver. Ignacio y Lucas crean un universo poético a través del juego y los espectadores deben sumarse y aceptar sus reglas. Pedro, el tercer amigo en discordia, el propietario del departamento, el burgués, el hijo de la “Ilustre familia francesa” que habita en “Le Chateau”, tiene la voluntad de romper con este juego y mostrar las cosas que hacen. Esto resulta ridículo para los dos amigos: “¿Un libro? Rarísimo. […] Es un poco raro: volvés una y otra vez con esta idea de que ‘mostremos las cosas que hacemos’.” Pedro postula al arte como producto de un trabajo que puede ser transformado en mercancía: “Puede haber muchos interesados en comprar y leer algo así. Se ríen pero hay un capital ahí […] Un capital que puede convertirse en algo concreto… Y de paso el mundo se puede enterar de qué es lo que hacemos”.
Este pequeño mecenas, que mantiene a los artistas en su departamento a base de vino y milanesas, está ansioso por vender las obras y “de paso” mostrar lo que hacen. Ignacio y Lucas se niegan rotundamente a esta propuesta, desafiando la fetichización a través de la afirmación del arte como juego y sublimación individual. Por eso escriben sonetos efímeros que desaparecen con un simple borrador impidiendo la objetivación, la mostración y el intercambio artístico. La voluntad por encerrarse y no develar su arte se justifica a través de la repulsión que les significa el “resto del mundo”, plagado de “subnormales” que asisten a “esos templos de abyección, enormes, oscuros, arquitectónicamente inaceptables…”, con “música infecta, deplorable, atronando, y esos ambientes siniestros, repulsivos…”
Aquí se plantea un camino que se bifurca estableciendo dos opciones: o se abre la obra al mundo, insertándola en la sociedad que los jóvenes consideran repulsiva, o se cierra la obra considerando que no es necesario que esta tenga receptores exteriores. Esta paradoja es ilustrada por el poema final que escribe Lucas:

Ejemplo de los Budas de Bamiyán

Orgullosos se erguían
Budas de Bamiyán
Contemplando los siglos
de pie los dos están
“Hasta el fin de los tiempos”
-ahí hablan los budas
“Hasta el fin de los tiempos hombres nos honrarán
de todas partes, por vernos
vendrán hasta Afganistán”
“¡Nadie a nosotros supera!”
gritaban los dos gigantes
“¡Ni hay poder comparable
desde el Poniente al Levante!”
Los siglos no conocen grandeza semejante
ni la conocerán
los siglos por delante”
En Kabul alzó su voz
el líder Talibán:
“Preciso es seguir
la letra del Corán.
Imágenes de otros dioses
ofenden al musulmán;
no habrá de erguirse ninguna
en nuestro Afganistán”.

Mil peregrinos lloran
al pie de los gigantes.
Pronto los Budas saben
las nuevas amenazantes.
El uno alzó al cielo
los brazo suplicantes:
“¿Fuimos sabios cuando fuimos
tan altivos y arrogantes?”

Antes de analizar el poema es necesario reparar, continuando con los juegos de meta referencialidad, en la explicación que hacen Ignacio y Lucas de lo que es un apólogo: “Los apólogos son lo mismo que las fábulas pero protagonizadas por hombres […] si bien aconsejan nunca lo hacen en la forma directa […] Proceden por la negativa ¿Entendés? No auspician cosas buenas, advierten sobre cosas malas. No te dicen ‘hacé esto’, te dicen ‘ojo con hacer aquello’…” La explicación indica disimuladamente que Los talentos debería ser interpretada como un apólogo. La obra, protagonizada por dos hombres, se vale del humor y la ironía para proponer una moraleja final que descoloca. Enfrentado al patetismo de estos personajes asociales, el espectador se deja llevar a lo largo de toda la obra por una risa burlona que se corta repentinamente con el llanto ahogado de Lucas. El clima festivo que proporciona la posibilidad de reírse de estos “raritos”, se transforma en un momento trágico donde el espectador es puesto en jaque. Se postula así un cambio de roles: el burlador es ahora burlado. El llanto y el poema final sobre los budas de Bamiyán funcionan como un momento de quiebre en la obra, donde se permite ver que esta procede por la negativa. A partir de este centro de inflexión, se produce un giro que denuncia la actitud que ha tenido el espectador y se le dice “ojo con hacer aquello”, ojo con reírse de estos artistas. Esta advertencia procura concientizar al lector proporcionándole una nueva interpretación posible, como dice Ignacio, “en las fabulas y apólogos, los personajes nunca son conscientes de sus errores. Esa consciencia se produce en el lector, a través de la moraleja”. Los personajes ya no deben ser objeto de burla sino que deben brillar por su dignidad. Es hora de reparar en la sensibilidad de estos jóvenes que mientras sufren se sienten orgullosos de lo que hacen.
A través de la resemantización que hace Ignacio del poema final, se clarifica la analogía entre los budas y los virtuosos. Ignacio explica que los budas saben que “el mundo es mucho más que ese páramo en el que viven”, es decir que tienen conciencia de sus condiciones y por lo tanto entienden que tienen dos opciones: salvarse viviendo aislados de la sociedad o abrirse a ésta, arriesgándose a que los destruyan. Si este último fuera el caso, el mundo perdería la “manera tan única y hermosa de mirar el mundo” de los artistas. En esta dicotomía se revela la dignidad de estos artistas que procuran sostener su posición ante el mundo. Tienen una concepción artística y no están dispuestos a entregarla a cambio de la sonrisa del pueblo. Es su palabra o la muerte. En esta negación de entregarse a un gesto populista residen las virtudes de la obra.

El debate

En Los talentos se expone una concepción aristocrática del arte, cuyo anti-populismo esencial resulta un buen antídoto contra una tendencia paternalista que observa al público como un niño a cuyas limitaciones hay que reducirse. Sin embargo, esa misma concepción resulta en una concepción estática del artista: el arte debe limitarse a su existencia misma. Si el mundo lo comprende, bien. Si no, peor para él. El artista no milita conscientemente por aquella verdad de la que se cree poseedor, se la guarda. La muestra, pero no la milita. El riesgo de reproducir una concepción “torremarfilista” está aquí latente.
Si “lo esencial es invisible a los ojos” la función del artista es echarle luz a través de la belleza, la sensibilidad y la reflexión. No es posible descansar en que será el mundo, por su incapacidad de comprensión, el que se perderá la manera única y hermosa del arte. Por lo contrario el artista debe acercarse y hacerse entender. Esto no quiere decir que deba traicionarse a cambio de la comprensión y el agrado, sino que debe luchar y encontrar la manera de hacer llegar sus convicciones. El arte no debe esperar a ser visto y entendido, sino que debe ser militante y luchador. No es suficiente estar erguidos de pie, también es necesario marchar. Si no lo hace, el arte se pierde como instrumento de verdad y rebaja el precio de los otros valores con los que se vincula, lo estético y lúdico.

NOTAS:
1 Mendilaharzu, Agustín y Jakob, Walter: Los talentos, Inteatro, Buenos Aires, 2012, p. 54-55. A partir de aquí, todas las citas corresponden a esta edición.

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