Finalmente, el 22 de noviembre se aprobó el proyecto de ley que habilita la creación de la Universidad de Formación Docente de la Ciudad de Buenos Aires (UniCABA). Presentado a fines del año pasado, sufrió una serie de modificaciones, entre las que la más importante sería no centralizar los 29 profesorados de la ciudad en un solo organismo, sino que la UniCABA “coexista” con dichas instituciones. Con esta medida, la consigna “no al cierre” pierde toda seriedad, si es que la tenía…
No obstante las modificaciones, la ley mantiene la esencia del proyecto original. En las diversas comisiones y en las discusiones en la legislatura se reconoce la crisis de los profesorados, la falta de jerarquización de la formación docente y en la excesiva prolongación de los años de cursada (llegando a ser el doble de la duración teórica).
La nueva ley propone, para la cuestión docente, una capacitación continua y post-títulos (licenciatura, por ejemplo). La formación permanente de los docentes es importante en la medida en que el conocimiento sigue avanzando luego de recibirnos. El problema aparece cuando miramos las condiciones de vida y trabajo. Corriendo de un colegio a otro para ganarse un mango es complicado, sino imposible, tener el suficiente tiempo para capacitarse.
Para la cuestión de la prolongación de la cantidad de años de cursada por encima de la duración teórica, propone instancias de tutorías, becas, mayor flexibilidad, menor rigidez respecto a los sistemas de correlatividades, cursos intensivos de verano y clases virtuales. Además, existe la posibilidad de reducir los contenidos de las carreras de grado en favor de los posgrados. Es decir, se plantea reducir los contenidos del profesorado con la idea de complementarlos cuando estemos sin tiempo por estar corriendo de una escuela a otra ¿La consecuencia? Docentes menos formados y, por lo tanto, una educación más degradada.
Estas medidas tampoco resuelven los problemas estructurales, vinculados a las condiciones de vida y existencia de los estudiantes: casi la mitad trabaja en empleos precarios, muchas horas al día. Además, entre un tercio y el 40% de esos estudiantes aportan el principal ingreso a la familia. Todo esto sin mencionar los que no trabajan y tienen problemas para costearse la cursada. Estamos ante un estudiantado mayoritariamente obrero.
En síntesis, el gobierno de Larreta nos está vendiendo espejitos de colores. Si realmente quisiera jerarquizar la formación docente dotaría a todos los estudiantes de un salario equivalente a la canasta familiar para que puedan emanciparse de la tarea de trabajar y dedicarse tiempo completo a la tarea de estudiar. Esto implicaría terminar carreras de forma más rápida lo que, a su vez, aumentaría la cantidad de docentes disponibles (sobre todo teniendo en cuenta que en la Ciudad estos escasean). Al mismo tiempo hay que mejorar las condiciones de trabajo de los docentes: mejor pagos y con más tiempo, podrían tener una verdadera capacitación continua y de calidad. En otras palabras, hay que poner la plata. Corta la bocha.
Frente a este panorama los rectores, gremios y agrupaciones kirchneristas se han pronunciado por un “no” rotundo, colocándose como defensores del statu quo, bajo argumentos mezquinos como que la nueva universidad le quitaría recursos a “los 29” ¿Luchar por aumentar el presupuesto? No, gracias. Nos quieren vender un cuadro idílico en el cual los profesorados funcionan perfectamente y son espacios realmente democráticos. Lo cierto es que lo único que buscan es conservar sus espacios de poder.
Por su parte, la izquierda, en lugar de aprovechar la oportunidad para disputar este campo de intervención, se pliega a la cantaleta K. Claro que queremos una universidad. Lo que debemos hacer es impulsar una realmente crítica y con mecanismos democráticos de funcionamiento. Para eso, hace falta organizar una lucha para que se resuelvan realmente los problemas estructurales que afectan al sistema educativo.