Una mano al capital

en El Aromo nº 75

Reseña de La economía a contramano, de Alfredo Zaiat, Planeta, Buenos Aires, 2013.

 

Los apologistas del kirchnerismo aseguran que durante esta década se revirtieron los principales males de los ‘90 y las trabas para el desarrollo nacional. Si quiere conocer algunos de los errores sobre los que se asienta esta postura, lea esta nota.

 

Damián Bil

OME-CEICS

 

El gobierno tiene un problema: surgido al calor de una rebelión popular, necesita presentarse como una fuerza transformadora, a pesar de no haber dado una respuesta sustantiva a las malas condiciones de vida de la clase obrera y al desarrollo económico. Debe, por lo tanto, mostrar su ruptura con respecto a los ’90 y, a su vez, explicar las razones de ciertas continuidades muy palpables. Para esto último, nada mejor que apelar a culpables “externos”, esos que no lo dejaron hacer lo que venía a hacer.

Para realizar esa ardua empresa, el oficialismo encontró intelectuales muy dispuestos a justificar por qué todavía hay que hablar de “lo que falta”. Ellos identificaron, rápidamente, a los responsables: aquellos “intereses malvados”, representados por la ortodoxia económica identificada con el “neoliberalismo”, el FMI, el mundo de las finanzas y los “monopolios asociados”. Del otro lado, están “los buenos” (a los que el kirchnerismo representa): una alianza compuesta por los trabajadores, los pequeños y medianos empresarios y todo ese universo del capital que aparece por fuera del sector financiero. Acaudillados por CFK “las fuerzas del bien” enfrentan al Mal que, aliado a los grupos mediáticos, intenta avanzar sobre la conciencia de la gente. El oficialismo estaría dando una batalla para enderezar el devenir económico, luego de la desarticulación provocada por los neoliberales. Con la disciplina del Estado, el capital “bueno” y “productivo” nos llevaría a un mundo del desarrollo que los “especuladores” nos vedan desde hace más de 30 años. Eso sí, nos dicen que hay que estar atentos, porque los enemigos acechan…

Si bien la matriz de este relato tiene ya varios años (décadas, podríamos decir), su adecuación a los tiempos que corren, en términos teóricos, quedó a cargo de los intelectuales ligados a Carta Abierta y de algunos economistas provenientes de Flacso. Otro grupo, en cambio, se ocupó de la divulgación de dichas ideas. En este rubro encontramos a Alfredo Zaiat, periodista de Página/12, quien se tomó el trabajo de ordenar una serie de elementos del sentido común -a los que sumó las ideas de economistas como Eduardo Basualdo- para apuntalar la gestión de los Kirchner. Según su perspectiva, el matrimonio habría impulsado toda una ruptura, una economía “a contramano”.[1]

 

Disciplina para todos

 

Zaiat considera que existieron dos proyectos a lo largo de la historia: los liberales y los proteccionistas. Tanto en los orígenes del capitalismo argentino, como desde 1976, se habría impuesto el primero de ellos. Eso impidió el desarrollo de una industria competitiva y condenó al país a los dictados de los organismos internacionales. Hoy, el gobierno sería artífice de una vuelta al proyecto nacional. Para los liberales, en cambio los obstáculos obedecen a motivos diferentes: la intervención del Estado y la pasión distributiva, que deterioraron la performance de los sectores dinámicos como el agro.

Ni los primeros ni los segundos pueden ver que, en realidad, representan lo mismo. Por ejemplo, hoy en día, si Massa o Macri estuviesen al frente del gobierno, se verían obligados a implementar políticas similares a las actuales, porque representan a la misma clase social, que tiene ciertas limitaciones y, por lo tanto, cualquiera que suba al poder se verá obligado a apelar a mecanismos parecidos para compensarlas. A su vez, el momento político impone que, para gobernar, hay que hacer alguna concesión (hoy aceleradamente menguante) a la clase obrera.

Esa unidad de intereses no percibida se evidencia en que, para unos y otros, las peculiaridades económicas de la Argentina habrían generado una burguesía prebendaria y, por lo tanto, remisa a invertir. Para Zaiat, se trata de una clase directamente fallida. Repitiendo a Basualdo y Schvarzer el autor pregona que

 

“La existencia de la burguesía fallida tiene su raíz en un modelo de desarrollo latifundista, con rentas extraordinarias […] que terminó conformando una elite periférica y dependiente. Tiene especial vocación por la especulación financiera, resistencia a construir una base industrial medianamente desarrollada, pese a los millonarios subsidios otorgados por el Estado, y tendencia a reorientar excedentes a la compra de campos” (p. 293).

 

Esto no es más que una fantasía, que repite la construcción lacrimógena que hace el pequeño capital.[2] La fábula dice que los problemas de la economía argentina se deben a los (malos) comportamientos de la elite. Por eso, sería necesario forjar una burguesía desde arriba. El kirchnerismo lo estaría haciendo, a partir de la protección al mercado interno, las facilidades para la inversión y, ante los escasos resultados para cambiar la “mentalidad”, con las nacionalizaciones.

Zaiat se niega a mirar de frente a la burguesía argentina, aunque la tenga a mano: desde Techint y Arcor hasta De Angeli y los Grobo; desde los banqueros hasta Molinos, Ledesma o Macri. La propuesta de construir esa burguesía es inviable, sencillamente porque pretende crear algo que ya existe. Con respecto a la “acción estatal”, el Estado no actúa en abstracto. Su nivel de eficiencia depende del tamaño de acumulación del espacio sobre el que se levanta.

Zaiat, en realidad, razona como los liberales: supone que todos los países pueden progresar por sí mismos: o gracias al Estado (los desarrollistas) o por el mercado (los liberales). Ambas posiciones se abstraen de las condiciones de acumulación y del mercado mundial. En lugar de preguntarse cómo sobrevive un capital ineficiente en la Argentina, se lamentan porque no se ha seguido el camino de otras experiencias. ¿Cómo cuáles?, preguntará el lector. La coreana, nos dice Zaiat, donde hubo un “Estado disciplinador”, que habría impulsado políticas públicas tendientes al desarrollo (p. 294). El autor olvida mencionar que el despegue de Corea no se basó simplemente en políticas públicas, sino en los subsidios de los EE.UU. en el marco de la Guerra Fría y, sobre todo, en los bajos salarios de sus obreros. Corea del Sur contaba con una masa de población que se reproducía en base a la explotación familiar. Los cambios en los procesos productivos entre los ’70 y ’80 permitieron incorporar trabajadores no calificados que, al cubrir parte de su reproducción en el ámbito doméstico, podían ser empleados con salarios bajísimos y con jornadas más largas del mundo. En los ’70, el costo laboral coreano era 17 veces menor que el argentino y 32 veces menor que el norteamericano.[3] En base a dictaduras, prohibición de la actividad política y sindical, y matanzas de activistas se impusieron las condiciones de competitividad para el capital coreano. ¿Este es el “Estado disciplinador” que propone Zaiat?

 

Mi amado enemigo

 

Todo el gran relato oficialista tiene un pequeño problema: se inventa, con datos distorsionados, una batalla contra un enemigo inexistente que, en realidad fue uno de los beneficiarios de las políticas de la última década. El libro que reseñamos no es más que una defensa del kirchnerismo en un contexto de crisis. Lo que no se percibe es que este gobierno forma parte de la misma clase que dice combatir. En ese intento, la defensa de lo indefendible lleva a Zaiat a inventar enemigos y batallas, distorsionando los datos que utiliza, en pos de presentar al Gobierno como el piloto que nos conduce a un nuevo modelo productivo.

Luego de inventar a los enemigos del proyecto, inventa la batalla que estaría dando el gobierno contra estos rivales, cuyos voceros aceptaron el desafío.[4] Por eso, enumera una serie de indicadores que mostrarían el carácter progresivo de las políticas actuales. La crítica de la ortodoxia sobre el problema del dólar, la inflación, el tipo de cambio, la deuda, el INDEC, serían en realidad intentos maliciosos de desacreditar al Gobierno en su marcha triunfal. No obstante, se nos advierte, todas estas variables estarían configurando un nuevo panorama de “desarrollo con inclusión”.

Lamentablemente, a poco de avanzar en el argumento, se percibe que distorsiona la realidad para amigarla con el discurso oficial. Por ejemplo, para Zaiat, la inflación no es un problema, como señalan los ortodoxos, sino que se corresponde con la lógica de todos los ciclos de crecimiento en la Argentina. Además, parece que es progresiva para la clase obrera, porque “facilitará el desarrollo de una sociedad más vital y un contexto político más favorable para un reparto más equitativo de la riqueza” (p. 210). El autor parece desconocer las angustias del conjunto de los trabajadores cada fin de mes. En cuanto a la explicación del fenómeno, no imagina que la suba de precios se relacione con la emisión monetaria por sobre la capacidad productiva de la economía en un contexto de crisis. Por último, la idea de que la inflación favorece la puja de la clase obrera se desmorona al ver el poder adquisitivo mermado de los trabajadores, el tope a la demanda de recomposición salarial, el impuesto al salario; y por otro lado la rentabilidad del capital, demuestran los efectos poco “equitativos” de la inflación.

Ocurre lo mismo con el tipo de cambio. Los liberales dicen que está atrasado. Zaiat defiende el vigente como correcto. Ambos lo asumen como una variable administrativa. El autor da como única prueba del “acierto” gubernamental, el aumento de las exportaciones industriales (p. 105). Parece que no importara indagar en las relaciones que expresa: la estructura de exportaciones no se modificó. La participación argentina en la mayor parte de los rubros del comercio mundial sigue disminuyendo, como hace más de 60 años. En este marco, el capital que acumula en el país necesita de constantes compensaciones para subsistir. El tipo de cambio funciona simplemente como uno de esos mecanismos de transferencia, y su evolución está atada a esa riqueza.[5] El problema no es el tipo de cambio, sino la baja productividad de la economía argentina.

Zaiat atribuye a los lobbistas de la ortodoxia las presiones para devaluar, que siempre cumplió una función de disciplinamiento y de beneficio para los sectores más reaccionarios. El control de cambios, nos dice, habría evitado esa salida. El autor desconoce que el cepo cambiario, lejos de tener como objetivo la recuperación de una abstracta “soberanía financiera”, es una forma de devaluar la moneda local, lo que se expresa en la aparición del dólar blue. Con eso, logra acaparar parte de la renta de las exportaciones del agro, al obligar a los exportadores a liquidar al precio oficial. Además, le permite conseguir dólares para pagar la deuda… y volver a endeudarse.[6]

La deuda externa es utilizada otra herramienta para “golpear” a los fantasmas. Zaiat nos dice que el canje de 2005 habría marcado el quiebre definitivo con “las finanzas” (p. 249 y 274). Pero lejos de ello, la deuda fue uno de los elementos que permitió la reproducción del capital “productivo” en Argentina (el otro fue la reducción salarial), al permitirle su valorización y, luego, al hacerse cargo de esa deuda el Estado. En segundo lugar, el desendeudamiento no es una búsqueda de independencia, sino la vía para volver a pedir plata. Eso explica las tratativas con el Club de París o el conflicto de los fondos buitres.[7] Vemos aquí algo que Zaiat no ve: una de las formas en las que se procesa la crisis. La necesidad de engrosar la caja estatal para subsidiar al capital es cada vez más acuciante, sobre todo para sostener las alianzas del kirchnerismo. Las peleas con fracciones de la burguesía (campo, o industriales que se van con Massa) e incluso con la clase obrera (la defección de la CGT Moyano), muestran la incapacidad del Gobierno de soldarlas. Aparecen, entonces, las fisuras del “modelo” y la descomposición de sus elementos.

 

Por el carril izquierdo…

 

La perspectiva en la cual, dentro de las actuales relaciones sociales, la política burguesa puede modificar la estructura económica, conduce a la defensa de un gobierno que, luego de cierto respiro, profundiza la degradación social y nos lleva a una nueva crisis, al igual que aquellos a los que dice combatir. Como los liberales, su planteo termina abonando a la reproducción de una burguesía ineficiente. Por eso, la solución está en el ejemplo coreano: más explotación y pauperización de la vida, por un lado, y más represión para garantizar ese escenario, por otro. Esto es lo que nos quieren vender los defensores del “modelo”. Lo mismo que pide Techint, supuesto representante de “las finanzas”. En fin, detrás de un discurso “popular”, se manifiesta la unidad de la burguesía.

Para superar la crisis, es necesario pensar en otras relaciones sociales. La degradación argentina solo podrá detenerse con la centralización de la producción en manos de la clase obrera. Es hora de dejar de justificar lo injustificable o de inventar peleas inexistentes para poner en marcha una estrategia socialista. Allí está el verdadero combate.

1Todas las referencias entre paréntesis, en el cuerpo del texto, se refieren a Zaiat, Alfredo: La economía a contramano, Planeta, Buenos Aires, 2013.

2Para el debate agrario, remitimos a la sección “Los límites de la industria en Argentina” (http://goo.gl/rVZSVK) y a Sartelli, Eduardo (dir.): Patrones en la ruta, Ediciones ryr, 2008.

3Baudino, Verónica: “El mito de Corea del Sur”, en El Aromo n° 42, 2008.

4Ver respuesta de Federico Sturzenegger en http://goo.gl/hMwjYT

5Rodríguez Cybulski, Viviana: “Mitos cambiarios. Los debates acerca de la utilidad de la devaluación”, en El Aromo n° 68, 2012.

6Kornblihtt, Juan: “¿Robo para la corona o reino (en crisis) del capital?”, en El Aromo n° 70, 2013.

7Mussi, Emiliano: “En busca de la deuda perdida. Las razones del cepo al dólar y la posible reapertura del canje”, en El Aromo n° 73, 2013.

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