Oscuras medallas

en El Aromo nº 75

La realidad de la clase obrera brasilera durante los gobiernos del PT

 

Todos hemos escuchado acerca del “éxito” de los gobiernos del PT de Brasil en materia social: reducción de la pobreza, disminución del desempleo, aumentos salariales, creación de una “nueva clase media”… ¿Es verdad todo eso? Si lee el artículo, va a enterarse que se trata de una gran mentira. En algunas variables, Lula ni siquiera supera a la dictadura de su país…

 

Viviana Rodríguez Cybulski

OME-GIHECA

 

Cada vez que Lula pisa nuestro país, la prensa lo presenta como una estadista indiscutido que sacó a Brasil de la pobreza y lo llevó al desarrollo. El hecho de que siempre venga a hablar a convenciones de la burguesía debería haber provocado, al menos, ciertas sospechas acerca de sus méritos para favorecer a los trabajadores. El Partido de los Trabajadores (PT), que gobierna desde el 2003, se atribuye una serie de logros en materia social: reducción de la pobreza, de la indigencia, caída de la tasa de desempleo. Incluso, se mencionó la conformación de una “nueva clase media” brasilera, surgida de las cenizas del pauperismo. Hemos puesto en discusión este último punto en ediciones anteriores.[1] Aquí, vamos a discutir esos “logros” sociales de los que Lula se jacta, a través de una comparación histórica. Veremos que, bien medidas, las cifras no resultan tan impresionantes, ni siquiera aquellas que preparan los gobiernos petistas.

Las mejoras relativas de la clase obrera más sumergida, motorizadas por el gobierno, fueron posibles gracias a la baja salarial de los trabajadores mejores pagos y a planes sociales y subsidios que no sacan a la mayoría de la población de la miseria. Estas transferencias, en su mayoría, tienen como origen la deuda externa y la renta agraria y petrolera. Se utilizan para establecer alianzas con fracciones de la clase obrera, pero entran en crisis ante cada contracción de las fuentes en las que abrevan. Por eso, la rebelión de la sobrepoblación relativa (passe livre), las huelgas generales llamadas por los sindicatos y las movilizaciones docentes no son estallidos aislados, sino la expresión de un fenómeno más profundo.

 

Nivelar hacia abajo

 

El descenso de la pobreza es uno de los “orgullos” de Lula. Según datos oficiales, se ubicaría en torno al 21%. Investigaciones más realistas, la ubican, sin embargo, en torno al 29%.[2] Otros logros serían la reducción de los niveles de desocupación e informalidad. En cuanto a la primera, si bien es cierto que se observa un descenso durante el período petista, estamos hablando de valores en torno al 9-10%, que duplican los alcanzados hacia fines de los ´80 y principios de los ´90. En términos internacionales, en un contexto en donde la reducción del desempleo fue un fenómeno que caracterizó a toda América Latina, para 2012, los niveles de Brasil aún se encontraban por encima de Chile y México. Pero eso no es todo…

La caída de la informalidad y el desempleo fue posible gracias a la baja salarial. En efecto, si bien observamos que el sector de los asalariados registrados fue el que más creció, sus salarios fueron los que menos se incrementaron. En base a datos oficiales, mientras que, en 2003, el salario no registrado (“en negro”) representaba un poco más del 62% del salario del registrado, para 2013 superó el 80%. A medida que crecen los asalariados registrados, sus remuneraciones se van emparejando con las peores: las de los no registrados. Los cuentapropistas también vieron crecer su participación y fueron otra fuente de absorción de trabajadores informales. Tienen ingresos que se ubican por encima de éstos últimos, pero por debajo de los registrados, dando cuenta de que, antes que sujetos que poseen medios de producción y de vida propios, son gente que no puede vender su fuerza de trabajo de manera directa al capital. A esto se le suma la caída del salario real para el conjunto de ocupados en el largo plazo ya que, si bien el salario promedio creció casi el 28% en el período, la remuneración promedio de 2013 se ubica, con claridad, por debajo del salario de 1985 (ver gráfico 1).

Incorporar en la ecuación la canasta básica total, para estimar la capacidad de consumo real de la clase obrera, vuelve aun más oscuro el panorama. Un salario que permita cubrir los gastos de un trabajador y su familia con comida, vivienda, salud, educación, vestido, higiene, transporte, ocio y seguridad, debería ubicarse en $R 2.621,[3] lejos del salario promedio de los ocupados, en torno a los $R 1.856,44. Es, además, casi cuatro veces superior al salario mínimo legal en vigor, cuando el 95% de los empleos formales generados en el período lulista, reciben solo hasta un salario mínimo y medio. Es decir, la creación de empleos formales no se ha expresado en una significativa mejora de las condiciones de vida. Más bien, ha formalizado un nuevo piso de bajos salarios para el conjunto de la clase obrera brasilera.

 

Más por menos… y peor

 

Al aumento de la tasa de explotación por la vía de la reducción salarial, se le suma la extensión de la jornada laboral promedio. Entre 2003 y 2009, el 40% de los trabajadores brasileños cumplió jornadas semanales de 44 horas o más de trabajo, es decir, por encima de la jornada laboral legal. Además, es necesario incorporar el aumento de la intensidad del trabajo, para lo cual, se toma entre otros, el porcentaje de accidentes de trabajo y enfermedades laborales. El trabajo sometido a ritmos o niveles de intensidad más elevados que el normal provoca el agotamiento prematuro del trabajador. Según datos del Ministerio de Seguridad Social, los accidentes laborales casi se duplicaron entre 2002 y 2008.

En el mismo sentido, es llamativo el hecho de que, en 2002, se haya cambiado la metodología oficial de cálculo de la PEA, que pasó a considerar que un niño de 10 años de edad se encuentra en edad laboral. Clara evidencia de la decadencia a la que se encuentra sometida una sociedad que mutila las posibilidades de desarrollo intelectual y emocional a temprana edad a la gran mayoría de la población.[4]

 

Conejo por liebre

 

Ahora bien, ¿qué sucede cuando una familia no cubre sus gastos mínimos de alimentación, salud, educación, transporte, vivienda? Aquí empieza a jugar un rol importante lo que al progresismo le gusta llamar “redistribución del ingreso”. Para 2011, el gasto social total en los principales rubros, que incluye planes sociales, educación, salud, seguridad social y vivienda, se llevaba poco más del 18% del PBI, siendo estos valores estables desde antes del lulismo. Mirando estos mismos gastos sociales pero como parte del gasto total, el mismo se lleva el 34,5% del fondo público, casi la misma cifra que le destinaba en 1980 João Figueiredo, jefe del servicio secreto durante el gobierno dictatorial de Enesto Geisel (ver gráfico 2).

Aun así, se observa un aumento del gasto social por habitante en el período 2003-2011 del orden del 60%. Pero no se trata de un elemento propio del lulismo. El crecimiento constante del gasto se verifica, al menos, desde inicio de los ‘80 (desde 1980 hasta 2002, el gasto social por habitante creció el 400%). Se trata de un movimiento que acompaña el deterioro de los ingresos obreros. En la medida en que un importante aumento de la tasa de explotación se da por la vía de bajos salarios y el aumento de la desocupación, el gasto social se convierte en una respuesta estatal central. Pero es una respuesta limitada, pues no hace sino reproducir a los sujetos a los que asiste en condiciones degradadas. Paradigmático es el caso del Plan Bolsa Familias, política de asistencia estrella del lulismo. El mismo, que en 2011 ha asistido a 13.179.472 familias, otorgó un beneficio promedio de $R 122,65, muy por debajo del entonces salario mínimo legal.

 

Las mentiras del progresismo

 

Por lo que vimos, el lulismo no tiene ningún éxito sustantivo, si hablamos de intereses del proletariado (como vimos, el capital sí está muy agradecido) y aquellas variables que podrían darle algún respiro en una discusión, no son privativas del PT. Lo que el progresismo llama “redistribución del ingreso” no es otra cosa que la necesidad de contener a la población obrera que no cubre sus requerimientos básicos y se convierte en un peligro potencial para el statu quo. Su tendencia al aumento habla de la incapacidad del capital para permitir la reproducción normal de grandes fracciones de la clase obrera, tanto de la ocupada como de la desocupada. En momentos de contracción económica o estancamiento, la capacidad del Estado para seguir ejerciendo este rol se debilita y comienzan los ajustes. Ese es el detonante del proceso de lucha actual en Brasil. Lo que comenzó como manifestaciones en contra del aumento de tarifas del transporte, la inflación y los fondos destinados a megaeventos deportivos, reveló las causas de fondo del creciente malestar de la clase obrera brasilera: el permanente proceso de precarización de la vida de grandes masas urbanas y rurales.[5] Si bien el gobierno del PT se vio obligado a conceder parte de los reclamos iniciales, queda en pie la pregunta de hasta dónde podrá seguir conteniendo demandas históricas. En este marco, la clase obrera debe reclamar lo que históricamente le corresponde. La izquierda revolucionaria tiene aquí la oportunidad de intervenir en el movimiento de masas y despertar al gigante adormecido por primera vez en mucho tiempo.

 

 

Gráfico 1: Evolución del ingreso promedio real en la región metropolitana de San Pablo. 1985=1

Elaboración OME en base a IPEADATA.

 

El ingreso promedio de los trabajadores ha descendido en el lago plazo. Los aumentos del período lulista no pudieron reestablecer el poder adquisitivo que la clase obrera empleada tenía en los ‘90 y, aún más, en los ‘80.

 

Gráfico 2: Gasto Social/Gasto Total y Gasto social/PBI. 1980-2011.

 

Elaboración OME en base a Ministerio de Hacienda.

 

El aumento del gasto social en relación al PBI no es algo propio del lulismo, sino que se verifica, al menos, desde mediados de los ‘80. Lo mismo puede decirse del gasto social respecto del gasto total, aunque aquí lo que se observa es que los valores de la década lulista no llegan a representar los alcanzados antes de fines de la década de 1980.

1Para una crítica al discurso la conformación de una nueva clase media en Brasil, véase Sleiman, Valeria y Federico Genera: “V de vinagre. El despertar de la clase obrera en Brasil”, en El Aromo, n° 73, julio-agosto, 2013.

2IPEA: Comunicado n°63, 5/10/10.

3Según estimaciones de DIEESE.

4Sobre las formas concretas de aumento de la tasa de explotación en Brasil, véase Seibel Luce, Mathias: “Brasil: ¿“nueva clase media” o nuevas formas de superexplotación de la clase trabajadora?”, en Razón y Revolución, n° 25, Buenos Aires (en prensa).

5Véanse Sleiman, Valeria y Federico Genera: op. cit. y Pereira Leal, Leovegildo: “¡Adelante! Las perspectivas de las movilizaciones populares en Brasil”, en El Aromo, n° 73, julio-agosto, 2013.

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