Una extraña confluencia. El conflicto en torno al INCAA y las posiciones de la izquierda – Jeremías Román Costes

en El Aromo nº 97/Entradas

Una extraña confluencia. El conflicto en torno al INCAA y las posiciones de la izquierda

 La necesidad del cine para nosotros, militantes revolucionarios, es la de desarrollar una conciencia proletaria revolucionaria. Esto requiere de un programa para las artes, un programa donde el realizador esté al servicio de un proyecto político socialista. Si nos oponemos al cine de industria, al star system, hagamos un cine proletario.

Jeremías Román Costes

Grupo Audiovisual-CEICS


 

 Un “conflicto” extraño…

 

El pasado 11 de abril, Eduardo Feinman lanzaba una denuncia de corrupción en el INCAA durante el programa televisivo “Animales Sueltos” conducido por Alejandro Fantino. La denuncia hacía pública una situación de supuestas irregularidades en el manejo de fondos del instituto del cine, y ponía bajo sospecha una serie de nombres ligados a la industria cinematográfica: Alejandro Casetta, Pablo Rovito, Sergio Bartolucci, Florencia Arias, Raúl Seguí, Rómulo Pujol y Rolando Oreiro. Estos serían, a juzgar por los documentos presentados en la denuncia, los principales ejecutores políticos del manejo fraudulento. El canal América, donde se transmite el programa en cuestión, destino unos diez minutos de “aire” al conflicto, y esto fue suficiente para que, al día siguiente, desde la Casa Rosada, se bajara la orden de comenzar un trabajo de “limpieza” en la institución. Pablo Avelluto, el Ministro de Cultura, fue quien pidió inmediatamente la renuncia de Alejandro Casetta (hasta ese momento director del INCAA), argumentando un “conflicto de intereses”, y asumió en su lugar quien era vice de la misma gestión, Ralph Haiek. A esto se sumó, días después, la renuncia del director de la Enerc, Pablo Rovito, también acusado de llevar una política de corrupción en la institución. Rovito, quien al momento de renunciar tenía cierto apoyo de la comunidad cinematográfica reunida en asamblea, declaró en una carta pública su agradecimiento hacia quienes no dudaban de su transparencia en el cargo (elegido por concurso) y puso en duda la idoneidad de su reemplazante para conducir el instituto.

Los documentos apuntaban a demostrar un manejo indebido de fondos (aproximadamente 1.500 millones de pesos anuales), que se justificaba con facturas de compras ridículas (sillones de más de $200.000), o inversiones en infraestructura que no se podían demostrar. Además, ponían en evidencia contratos con productoras relacionadas con el propio presidente de la institución (Cinecolor Argentina). Frente a estos hechos, la comunidad cinematográfica comenzó una serie de movilizaciones, alertada por la idea de que detrás del manejo político de renuncias obligadas y despidos, se organizaban negocios con empresarios amigos del nuevo mando y el solapado vaciamiento de la institución. Estas movilizaciones fueron llevadas adelante por un amplio sector que reunía estudiantes de la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica, dependiente del INCAA), personal docente, no docente, trabajadores del INCAA, asociaciones de la industria cinematográfica nacional y actores, y culminaron en la Asamblea permanente en defensa del Cine Argentino. La asamblea no pudo centralizar la totalidad de las demandas y pronto comenzó a mostrar algunas fisuras, fundamentalmente entre quienes veían la necesidad de exigir un INCAA democrático y autárquico y quienes pensaban el problema como parte del plan “M”, que gastaba sus fuerzas en una caza de brujas anti-“K”.

 

Una reacción extraña…

 

Lo cierto es que el conflicto del INCAA puso nuevamente en vigencia una serie de problemas que a estas alturas parecen ser endémicos para la producción cinematográfica en Argentina. Subsidios, inversiones, cantidad de producciones, puestos de trabajo, contratos amigos, rechazos maniqueos a proyectos, pruebas de selección de dudosa idoneidad, desigualdad en la distribución presupuestaria para con el sector documental, y una larga lista de etcéteras ponen el marco a los hechos. La caracterización de la situación es, en líneas generales, repetida por todos: Macri y su plan neoliberal viene a vaciar la caja del INCAA, a recortar presupuesto y a ceder el espacio para producciones extranjeras, sobre todo estadounidenses. Esto sería aprovechado, de paso, para el posicionamiento de una mirada complaciente con las producciones imperialistas. La oposición a tan siniestro plan, otra vez, repite las mismas consignas: no a la intervención directa, democratización y autarquía, por un cine nacional y de calidad, por mayor inversión para la industria cinematográfica argentina.

Un amplio sector relacionado a la producción audiovisual, fue protagonista en estos meses de marchas, asambleas, spots e intervenciones radiales y televisivas donde se expresaban voces a favor y en contra del desplazamiento del director del INCAA y del de la ENERC y del manejo (¿novedoso?) que el macrismo intenta imponer. Si bien se expusieron algunos aspectos profundos de la cuestión, se trató en general de discursos de notable subjetivación, concentrados en reivindicaciones de tipo sindical. Es decir, el debate nunca superó los límites que el Estado burgués propone, incluso en las opiniones vertidas tanto por artistas y realizadores del PTS y el PO. Sorprende, al analizar las propuestas de la izquierda, encontrarse con la idea de que una industria bajo las condiciones capitalistas de producción puede ser mejor si la manejan “democráticamente” sus actores principales.

Tanto para los partidos que integran el Frente de Izquierda, como para los artistas “independientes”, pasando por los grupos de documentalistas, toda la cuestión se resumió en un “no” a la intervención y un “sí” a la continuidad de la autarquía. Es decir, tanto los artistas K como los militantes de izquierda, e incluso los “independientes” progresistas, exigen una democratización de la institución y la independencia del Estado, lo cual generaría, según este consenso, un espacio propicio para el fomento de los “verdaderos valores” del cine “nacional”. Por éste, debe entenderse el realizado por los productores y cineastas independientes, no ligados al “gran capital industrial”. También coincidieron todos en apoyar un cine nacional que se arriesgue a una estética “más allá del star system”. Un punto más en común: el imperialismo viene a destruir una incipiente y posible industria nacional y/o a obtener de ella ganancias que nosotros podríamos utilizar para seguir invirtiendo en… la misma industria nacional.

 

La izquierda y el INCAA

 

Autarquía y democratización son dos espejismos creados por la misma clase que necesita de un cine para sí, por la simple razón de que toda clase dominante necesita de la ideología. Si el Estado -como garante legal de la burguesía- crea un aparato de reproducción ideológica tan grande como el INCAA, con una estructura burocrática tan compleja como la que tiene, no es precisamente para prescindir de su comando, actitud que estaría presente en el concepto de “autarquía”: aparentemente, el organismo “cede” el espacio a los implicados en la producción audiovisual, dando lugar a decisiones “importantes”, y llegando a ofrecer cargos para algunos interesados. Todo esto gratuitamente. En la vida real, “autarquía” es la forma de ofrecer la ilusión “democrática”, a cambio de que el manejo del organismo quede en manos de los representantes ideológicos de la misma clase.

El segundo eje de la polémica que aquí planteamos es el del presupuesto y los subsidios que el INCAA maneja y otorga. La izquierda pide un instituto solvente, capaz de garantizar la defensa de un cine nacional en oposición a un cine mercantil, extranjero. Pero la pregunta que hay que hacerse es esta: de los subsidios que históricamente dio el INCAA, ¿qué cine resultó? ¿Qué tipo de películas, en cuanto a contenidos, se desarrollarían con un ente “autárquico” y “solvente”?

Salvo que se crea que ver cine, en sí mismo, representa una propuesta superadora, la lectura que del conflicto tienen el PO y el PTS contiene un primer límite programático, en la ilusión de que incentivar el cine nacional y regular el ingreso de material extranjero daría por resultado un mejor cine. Eso se hizo bajo el kirchnerismo y el resultado está a la vista. Pero un segundo límite programático se encuentra en el adjetivo “nacional”. Es decir, en la ausencia de un criterio de clase para plantear el problema. Un cine “nacional” es hoy, salvo que creamos que la Argentina es socialista, un cine burgués. Por qué habría que alentar un cine “burgués” es algo que habría que explicar… Pero también, como es un cine burgués, busca finalmente insertarse en la “gran industria”. Así es como vemos a actores y realizadores que, comenzando en el circuito “estatal”, lejos del “mercado”, entrar alegremente a la “gran industria” a la primera de cambio. El subsidio, entonces, revela su verdadera función: servir de trampolín para el mercado, antes que como instrumento para combatirlo. La izquierda busca la “autarquía” y la solvencia del INCAA, como una forma de aprovechar las migajas de ese festín que es para otros. Como parte de pago por ellas, ofrece la entrega de su programa: el combate a la ideología burguesa.

 

Por un cine revolucionario

 

El problema no es, sin embargo, ese. Pretender que los realizadores de izquierda no apelen al Estado en busca de recursos, igual que lo hacen sus colegas burgueses. Sería tonto. No hay razón para no disputar la plusvalía que el Estado arranca a los trabajadores bajo la forma de impuestos, para producir un cine al servicio de la lucha socialista. Así se trate de migajas. El problema es la asunción del discurso político del enemigo. Es decir, abdicar de la lucha política en torno a la “unidad” gremial frente al Estado “patrón”. Criticar la política macrista para el INCAA, no implica adoptar los argumentos políticos de la burguesía “democrática”, es decir, comprar la ideología de la “autarquía” y la “democratización”.

El tema al que hay que darle voz es el de que el arte es un producto social y, como tal, depende de las relaciones sociales y está determinado por ellas como cualquier otra producción. La necesidad del cine para nosotros, militantes revolucionarios, es la de desarrollar una conciencia proletaria revolucionaria. Esto requiere de un programa para las artes, un programa donde el realizador esté al servicio de un proyecto político socialista. No se puede seguir sosteniendo un discurso nacionalista, y mucho menos el seguidismo programático, para mendigar subsidios. Los militantes revolucionarios formamos partidos revolucionarios y es en el seno de los mismos donde forjamos nuestras obras, no conciliando con el enemigo nuestra posición para obtener un subsidio. Si nos oponemos al cine de industria, al star system, hagamos un cine proletario.

Lo que no se pone sobre la mesa, y que debe ser la cuestión central, es el papel ideológico que la burguesía cumple organizando por medio del Estado y las instituciones como el INCAA, la producción, la circulación de obras y la enseñanza y aprendizaje del cine. Pensar que eso se supera simplemente con conciencia sindical y democrática, es una utopía en el mejor de los casos. Sin un programa revolucionario para el arte, sin una organización independiente de la burguesía, toda apelación al Estado termina subsumiendo al artista revolucionario aislado dentro del sistema de reproducción ideológico burgués.

Más aún, ahora que las condiciones materiales para la producción audiovisual, para la circulación y exhibición de obras e incluso (en parte), para el aprendizaje, son tan baratas, tanto como nunca antes lo fueron. Una inversión mínima hoy nos da la posibilidad de un equipo completo de filmación y proyección de obras; los costos han bajado dramáticamente, producto de la ampliación y el desarrollo de mercado y de la tecnología. Se venden para uso familiar cámaras y proyectores de calidad similar a la cinematográfica. No vamos a ponernos demasiado memoriosos aquí, pero sabemos de la cantidad de grupos y movimientos que en la historia han irrumpido con producciones que poco tenían que mostrar en cuanto a los materiales utilizados, más no así en cuanto al contenido y la forma. Que la burguesía no crea en estas ideas, es entendible. Que la izquierda revolucionaria no las aplique, resulta, cuando menos, extraño. Tanto como la confluencia de los artistas que se dicen revolucionarios, en una ideología conservadora.

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