Los días 30 de abril y 1 de mayo se reunió el plenario de nuestra organización, Razón y Revolución. En el mismo se resolvió entre otros puntos sujetos a debate, la adopción de un programa, cuyos planteos más generales exponemos en estas páginas.
¿Por qué luchamos?
Hablar de socialismo en el siglo XXI puede parecer absurdo. No solo por un pasado que avergüenza a todo verdadero revolucionario, sino por un presente en el que la confusión toma por tal lo que es, simplemente, una mala copia de imitadores malintencionados. En efecto, si todo aquello que llamamos “socialismo real” no puede tomarse por tal ni como sustantivo ni como adjetivo, esto que dio en llamarse de modo vario pero que pretende ser izquierda “anti-sistema”, no debe aceptarse más que como estafa vulgar de pretendientes a burguesía rastrera.
La experiencia soviética y la saga que le siguió, en modo alguno puede considerarse despreciable, sobre todo por todo lo que contiene de promesa en su momento inicial. Sociedades en un proceso de transición estancado como consecuencia de las enormes presiones que debieron experimentar, fueron víctimas no solo de la agresión capitalista, sino de su débil punto de partida. Podríamos detenernos en un balance pormenorizado de las razones por las cuales una buena causa se transforma en su contrario, los impulsos libertarios en construcciones dictatoriales, la voluntad de transformación radical en conservadurismo obsoleto, la verdad como bandera en mentira sistemática, y demás. Pero tal examen, válido en otro momento, arribaría siempre a la misma conclusión: la experiencia revolucionaria que arranca con la Comuna de París y termina con la caída de la URSS, debe aceptarse como el primer ensayo general, como el primer movimiento de un largo proceso que debe tomar debida cuenta de los beneficios del ensayo y del error y seguir adelante. El fracaso de todo aquello no es prueba de lo imposible sino de lo necesario. En última instancia, la confianza renovada en el socialismo no radica en lo infalible, sino en la plasticidad de las potencias humanas y su capacidad para construirse a sí mismas. En este punto, la historia no cuenta. De modo que llegó el momento de volver a pensar el socialismo sin la necesidad de responsabilizarse por su pasado. La pregunta por su naturaleza debe ser respondida hoy, de cara al futuro.
¿Qué es el socialismo? Es más fácil responder lo que no es. Empecemos por aquí. No es una sociedad centrada en un Estado controlado por una burocracia represiva. Visto por su resultado final, ni la URSS, Cuba, Vietnam o China han sido países socialistas. A lo sumo se trata de experiencias truncas de un proceso que no avanzó. El socialismo presupone la extinción del Estado, su conversión de instrumento de opresión de una clase por otra, en mecanismo de administración de bienes. La historia de los “socialismos reales” es la de un reforzamiento de Estado como mecanismo de control y dominación.
Una sociedad sin Estado es, también, una sociedad sin aparatos ideológicos, en particular, sin religión. La “atmósfera” mental del socialismo estará dominada por una racionalidad humanista, es decir, centrada en el universo humano despojado de toda metafísica. Se entiende, entonces, como el universo de la libertad entendida en modo social, es decir, donde la libertad de los individuos solo puede entenderse como libertad del conjunto social. La humanidad se reencuentra a sí misma, entonces, como individuo social. Individuos que ya no se oponen entre sí y, por lo tanto, que no conciben su libertad como el residuo de la libertad ajena, es decir, como lo que queda después de la libertad de los otros, sino como un resultado común de la vida social.
Constituyéndose el colectivo social como responsabilidad común por la vida (humana y no humana), se elimina la familia como único núcleo de socialización inmediato. En la sociedad socialista funciones como la paternidad y la maternidad se diluyen en el conjunto social: todo adulto es responsable por los hijos de todos, todo ser humano es hermano de cada uno de sus congéneres y responsable por ellos. La sociedad del cuidado común reemplaza a todas aquellas que constituyen al “hombre” como “lobo del hombre”. Cesa, en consecuencia, la opresión sobre las mujeres y la sexualidad se independiza de la reproducción. Cesa también, entonces, toda opresión sobre la sexualidad y, con ella, las formas degradadas y degradantes de la misma que se construyen en su entramado. La sexualidad liberada del individuo social es la primera forma de sexualidad liberada de toda funcionalidad constitutiva de poder de unos sobre otros (en particular, sobre otras). Reapropiada la reproducción por la sociedad, liberada la sexualidad de la modulación del poder de clase, queda abolido el sistema de género, es decir, el conjunto de relaciones sociales que media entre el poder de clase y los individuos concretos. En el socialismo hay cuerpos diferentes, no varones y mujeres (ni ninguna otra variante genérica). Llamamos a esto “ideal andrógino”: las diferencias biológicas no constituyen un dato relevante para la constitución del orden social.
La igualdad de todos los seres humanos es el pre-requisito indispensable de una sociedad sin opuestos. Eso presupone, a su vez, la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción. Es decir, de aquellos bienes que sirven para producir y reproducir la vida. No existe socialismo con propiedad privada de los medios de producción. No monopolizables por nadie, propiedad del conjunto de la sociedad y administrados por mecanismos administrativos transparentes, los medios de producción sirven a la riqueza social. La abolición de la propiedad privada lleva a una distribución social de la riqueza humana según la conocida fórmula “a cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad”. Es decir, el trabajo necesario se despega de las condiciones individuales, de la misma manera que las necesidades individuales se consideran en abstracción de las primeras.
Una sociedad que elimina el Estado y, con él, toda forma de represión física o mental, solo puede construirse en torno de la abundancia, en la medida en que la concentración del poder y de la violencia ha sido función de la gestión de la necesidad. Se supera así toda una época histórica en la que el ser humano ocupa la mayor parte de su tiempo en su propia reproducción biológica y social, y adviene la era del tiempo libre. En efecto, la abolición progresiva del trabajo mediante la expansión de su capacidad productiva, es decir, mediante la tecnología, permite a la humanidad superar su propia prehistoria.
El socialismo, entonces, no es “pobrismo” ni mucho menos “hippismo”, “campesinismo”, “indigenismo” o cualquier otra forma de adoración mística de sociedades pretéritas supuestamente “sabias” o “superiores”. Es decir, el “compartir” la escasez. Es, consecuentemente, cualquier cosa menos “cristianismo primitivo”. Se trata de una sociedad avanzada tecnológicamente, que promueve la ciencia y la tecnología como modo de asegurar la libertad creciente del conjunto social y de los individuos sociales con ella. Es la época en la que la expansión de la productividad es la base de la reducción global de la jornada de trabajo. La jornada se reduce, inicialmente, por el simple hecho de que se eliminan las profesiones inútiles (fuerzas armadas, funcionarios religiosos, agentes estatales de control social, especialistas millonarios, etc.), distribuyéndose el trabajo social sobre una masa mayor de productores. Pero, sobre todo, la jornada de trabajo se reduce drástica y continuamente mediante la innovación tecnológica, ya no limitada ni frenada por los intereses de clase.
Un tipo tal de sociedad la comunicación circula aceleradamente, las experiencias humanas se unifican al mismo tiempo que se multiplican. El mundo de las naciones desaparece, la “mundialización” se hace efectiva como expresión de la unidad profunda del género humano. Racismo, nacionalismo, xenofobia, separatismo, resultan lo que son, barbarie de un mundo ido.
¿Por qué “socialismo” y no “comunismo”? El movimiento revolucionario ha ido cambiando de nombre a lo largo del tiempo: socialismo, comunismo, colectivismo, socialdemocracia, etc. Cada cambio obedeció a la necesidad de apartar la paja del trigo en las disputas internas y los alineamientos políticos en los procesos de lucha. Marx rechazó el primer término para abrazar el segundo, inspirado en Babeuf, a fin de distinguirse de las sectas socialistas previas, en particular del “socialismo utópico”. Luego vino la época de la construcción de los grandes partidos socialistas que formarían la Segunda Internacional. Su caída, con la Primera Guerra Mundial, da paso al retorno a la denominación “comunista”, precisamente para distinguir las tendencias revolucionarias de las reformistas. Hoy día, “comunismo” está demasiado ligado a las experiencias que queremos dejar atrás como para adoptarlo. Es preferible volver a los inicios, cuando el utopismo tenía aún la audacia de pensar la sociedad futura como un camino abierto a la imaginación.
Por último, debe quedar claro que luchamos por una perspectiva humana general. El socialismo no es obrerismo. La clase obrera es solo el vector social del programa socialista, no su finalidad. Luchamos por la emancipación de la humanidad, no de la clase obrera.
¿Por qué un nuevo partido?
La creación de un nuevo partido puede ser motivada por razones episódicas u orgánicas. Según las primeras, basta con alguna diferencia para establecer una organización nueva entre los revolucionarios. Se trata de una perspectiva mezquina que transforma diferencias de grado en cualitativas. Siempre habrá diferencias entre los miembros de un partido o de varios. Toda la discusión es de qué diferencias se trata. Las primeras dan lugar a agrupamientos episódicos que carecen de sustancia y simplemente dividen a la vanguardia. Las segundas se vuelven necesarias más allá de cualquier conveniencia inmediata. Diferencias episódicas: por lo general, todas las que dividen al trotskismo argentino. Diferencias orgánicas: las que separan programas generales y perspectivas contrapuestas de acción, como entre bolcheviques y mencheviques. Las diferencias orgánicas se manifiestan, sobre todo, en dos campos: el filosófico (las ideas y perspectivas básicas que caracterizan a la forma de razonar los problemas y examinar la realidad) y el estratégico (las conclusiones generales acerca de cómo encarar la lucha por la transformación de la realidad).
Diferencias filosóficas
En relación al conjunto de la izquierda, RyR toma como punto de partida que la realidad es modificable por la acción humana. Es decir, se separa aquí de todas las perspectivas automatistas y/o catastrofistas que esperan que las condiciones objetivas se truequen automáticamente en subjetivas. Detrás de esta perspectiva se encuentra la concepción ontológica según la cual “los hombres no saben lo que hacen” hasta el momento en que se organizan consciente y colectivamente. Es decir, que lo subjetivo tiene un papel activo en la transformación de la realidad.
Como el sujeto tiene un papel activo siempre que tome conocimiento (consciencia) de la realidad, la actividad de producir ese conocimiento resulta clave en la transformación de la realidad. El conocimiento científico es lo que hace posible esa irrupción formativa de lo subjetivo. Es en este sentido que acusamos al resto de la izquierda de anti-intelectual: se conforma con datos sueltos y, sobre todo, con resultados de trabajos cognitivos ajenos cuya pertinencia no está asegurada. Es decir, con citas de los “clásicos”: Marx, Lenin, Trotsky, Mao, etc.
Incapaz de entender el campo en el que opera, la izquierda argentina es básicamente empirista y oportunista de hecho, incluso cuando se pretende principista (o sobre todo cuando se pretende tal cosa). Ello se deriva de la pretensión de cambiar la realidad sin conocerla, pero también de la ausencia de todo método de análisis de los problemas: mientras RyR escribe un libro por cada problema que enfrenta, al resto le bastan datos sueltos tomados de fuentes burguesas elegidas ad hoc en virtud de su utilidad política inmediata. Dicho de otro modo, una diferente concepción de la ontología de lo social se resuelve en una profunda separación metodológica a la hora de construir el programa.
Por último, dado que carece de una ontología adecuada y de un método científico, la izquierda construye su programa a la manera religiosa, por remisión a las autoridades. Como consecuencia, se divide por sus respectivos balances sobre los balances dados sobre experiencias pasadas, alejadas y distantes en espacio, tiempo y calidad, no por conclusiones científicas diferentes acerca de la realidad que tiene delante. La izquierda argentina es profundamente religiosa y sus santos se llaman Trotsky, Guevara, Mao, Gramsci, etc.
Eso nos lleva a explicar en qué tradición se ubica RyR: en ninguna. Las tradiciones son respuestas congeladas a problemas pretéritos actualmente irrelevantes, como plantear la alianza de obreros y campesinos en un país que nunca ha tenido campesinos, o la revolución democrático-burguesa en donde ella ya se cumplió. La revolución argentina será, como toda revolución, hija de su tiempo y su espacio, igual que la estrategia y los instrumentos que nos permitirán concretarla.
Nuestras diferencias con la izquierda argentina
La delimitación de los programas y estrategias de la izquierda supone, en primer lugar, definir el campo de discusión. Es decir, qué se entiende por “izquierda”. Esa definición establece no solo con quiénes se discute, sino también la línea que separa compañeros y enemigos de clase.
Son consideradas parte de la izquierda, genéricamente, aquellas organizaciones que se pronuncien explícitamente por una transformación social revolucionaria y por la abolición de las clases sociales (por lo que variantes del anarquismo pueden entrar en este campo) y que tengan una dirección obrera (que es lo que diferencia a organizaciones como el FPDS de La Cámpora, por ejemplo).
Agregar una sigla más a la lucha de clases en Argentina requiere una justificación. Las diferencias que habilitan la creación de un nuevo partido son de dos tipos: las programáticas y las estratégicas. Las primeras se refieren al programa, es decir, a la expresión sistematizada de los intereses de clase, que implica un conocimiento de la dinámica del sistema, de lo que se derivan los principales problemas a resolver y el establecimiento de los objetivos finales. Las segundas, a la estrategia, es decir, al plan general de guerra, que implica la planificación del conjunto de combates y las alianzas necesarias y los instrumentos para llegar al objetivo programático. La táctica, en cambio, es la planificación y conducción de cada combate en particular. Una diferencia de este tipo no habilita una formación partidaria, aunque puede dar lugar a disputas fraccionales si el combate en cuestión adquiere un valor importante.
En este planteo general, estrategia y táctica asumen formas puramente algebraicas, ya que cada batalla puede descomponerse en un conjunto de combates menores y, a su vez, cada objetivo puede formar parte de uno mayor. Para el caso de una definición partidaria, tomamos el problema estratégico como la planificación de combates para la toma del poder político, quedando las partes componentes como problemas tácticos. A continuación, se presentan una serie de delimitaciones. No todas pertenecen a la izquierda, pero en la medida en que muchas agrupaciones de izquierda se acercan o tienen desviaciones de ese tipo, se hace necesario presentarlas.
Resumen
En términos programáticos, el partido se diferencia del conjunto de la izquierda por su rechazo a la necesidad de completar tareas burguesas y a una alianza con alguna de las fracciones de la burguesía (nacional o extranjera) o clases precapitalistas. El programa, entonces es el Socialismo, sin aditivos, y la dictadura del proletariado, como forma de transición hacia una sociedad sin clases. Cualquier alianza con elementos pequeño burgueses debe quedar bajo la entera dirección de la clase obrera y de su partido.
La estrategia adecuada para la Argentina, América Latina y Europa-EEUU es la insurreccionalista soviética y el instrumento es el partido leninista. Pero rechaza las concepciones espontaneístas. El partido toma en sus manos el combate por una conciencia socialista y no deja esa evolución a la experiencia de las masas. Eso implica un pasaje a las discusiones políticas y la necesidad una lucha en el campo teórico. En ese contexto, la construcción de la hegemonía requiere un trabajo cultural por parte del partido, que debe dar lugar a un frente específico. El partido realiza tareas de teoría, propaganda y agitación, y se prepara sus cuadros para la lucha económica, política y teórica. Para ello, dispone de una división del trabajo y una dirección que da unidad de comando. Esa propuesta se extiende al conjunto de la izquierda argentina: la necesidad de conformar un partido único, con libertad de fracción y tendencias, que permita potenciar la actividad política y utilizar toda esa energía faccional contra el enemigo. Asimismo, esa formación provocará formas más aceleradas de saldar los debates.
En la medida en que el Socialismo solo puede realizarse a nivel internacional y que la revolución, en cualquier país, requiere del apoyo de conjunto del proletariado, el Partido proclama la necesidad de reconstituir un Partido Internacional Socialista y Revolucionario, que oriente la intervención de sus distintas seccionales nacionales, de forma tal de oponer a la fuerza de la burguesía y a sus enfrentamientos internos, la fuerza mundial de la clase más numerosa.
Compañeros, les escribo desde Santa Fe. Se puede conocer el programa de R y R?
La de burradas que se leen acá. Tu vieja lamebotas yanqui está avegonzada de la más grande nación del siglo 20 que fue la Unión Soviética (y que volverá a ser).
Tanto cuesta leer los textos revolucionarios e ignorar la presa yanqui, antes de hablar?
«Sin teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria». Lenin.