La campaña liberal y democratizante de “Nico” se comprende plenamente después de leer un libro donde la lucha de clases refiere a una disputa sentimental (por “la dignidad”) y democrática (por “la ciudadanía”) protagonizada por “jóvenes apolíticos”.
Por Nicolás V. (Taller de Estudios Ssociales – CEICS)
En su último libro[1], Paula Varela, militante del PTS, repite una serie de horrores que ya le habíamos marcado a su partido en otra ocasión, cuando se lanzó a escribir sobre la organización de los trabajadores del subte[2]. El texto de Paula Varela que reseñamos a continuación se plantea como problema la emergencia de un “sindicalismo de base” (algo que nunca se define) bajo el kirchnerismo. Tres elementos serían claves para explicar este auge: la presencia de la izquierda clasista, la contradicción entre las expectativas que habría generado Néstor y el mantenimiento de las condiciones de explotación de los 90 y la aparición de una “nueva generación obrera”. Cuando uno finaliza la obra, no sabe si la autora milita en un partido revolucionario o si forma parte de corrientes filo K.
Si Cristina lo dice…
La resconstrucción histórica que Varela realiza para explicar el fenómeno que pretende analizar parte del 2001. En su libro, describe al Argentinazo como una crisis institucional que no habría superado el “apoliticismo” de los 90. Las jornadas del 19 y 20 no expresaron ninguna ruptura para la autora. No se produjo ninguna crisis de hegemonía y, por supuesto, no surgió una fracción de la clase obrera (desocupados, fábricas recuperadas, sindicatos como docentes o estatales) que adoptara un programa de independencia de clase, o sea no irrumpió en la vida política una fuerza social dispuesta a disputar el poder.
En cambio, para la autora, el “punto de inflexión” en la historia lo habría marcado la presidencia de Néstor (p. XVIII). La llegada del kirchnerismo al poder le habría imprimido un impulso al “sindicalismo de base” y marcaría el inicio de una “repolitización” en los lugares de trabajo. En este punto, la visión de Varela coincide con el mito que el kirchnerismo construyó de sí mismo, aunque se encuentra aun más a la derecha de aquél: al menos el relato K reconoce que el 2001 fue una crisis de envergadura histórica.
La periodización que presenta muestra esta claudicación ante el kirchnerismo. Para Varela existieron dos momentos de “repolitización de las clases subalternas”: un momento “territorial” que llegaría hasta 2003 y uno “sindical” (al que no se le pone un fin) (p. 258). Habría una continuidad entre ambos momentos, y el punto de inflexión sería la asunción de Néstor, cuando comenzarían los conflictos por “abundancia”.
Así como algunos peronistas le atribuyen a Perón el haber creado al movimiento obrero, negandole toda existencia previa, el PTS nos cuenta que el discurso kirchnerista habría engendrado la combatividad proletaria. Según Varela, habría operado como “un aliento desde arriba” al activismo que generó la idea de un “tiempo de abundancia”: “es el propio discurso gubernamental el que otorga el carácter de virtuosa a la puja distributiva” (p. 81).
En esa línea, el impulso kirchnerista al “sindicalismo de base” se basaría en una serie de cambios en el mundo del trabajo. Por un lado, como le gusta decir a Tomada, los numerosos Convenios Colectivos de Trabajo firmados (p. 208). En contraposición a lo que piensa el PTS, la cantidad de convenios firmados y las luchas que se dieron en el marco de las negociaciones paritarias obedecen al interés económico de los obreros ocupados de evitar el ataque a su salario por la inflación y no a la generosidad kirchnerista.
En el mismo sentido operaría “la expectativa de vivir y trabajar mejor” generada por “los millones” de nuevos puestos de trabajo creados que entrarían en tensión con el mantenimiento de las condiciones de explotación heredadas de los 90. Sin embargo, ¿no ocurrió esto en cada veranito después de las grandes crisis? Lo que diferencia a la crisis del 2001 de las de 1982 y 1989 no son los puestos de trabajo que se crearon después, sino la acción independiente de una fracción de la clase de sus opciones burguesas tradicionales.
Si yo no estuve…
En su reconstrucción histórica, Varela invierte las causas. Su negación del proceso del 2001 la lleva a sacar conclusiones posmodernas. Al contrario de lo que plantea, no es el discurso el que crea la realidad, sino que fue la lucha obrera la que modificó el discurso de los políticos burgueses. El bonapartismo kirchnerista es producto del empate al que arribó la lucha de clases y la persistencia de la lucha obrera muestra que la fuerza social que se gestó a fines de los 90 no fue completamente derrotada. El kirchnerismo no vino a cumplir con las tareas del 2001, sino a derrotarlo. No sacó a los obreros a la calle, sino que buscó sacarlos de la calle. El kirchnerismo vino a regimentar a la clase obrera bajo el peso de la burocracia sindical y de un aparato punteril. No engendró una generación de luchadores, transformó luchadores en funcionarios.
Por otro lado, el quiebre que pretende mostrar entre el movimiento piquetero (desocupados) y el sindical (ocupados) no es tal. Ese movimiento protagonizó verdaderas insurrecciones y entró en un reflujo relativo luego de la masacre de Puente Pueyrredón y una fuerte represión, a la que le siguió la coptación de un sector de esa vanguardia (como organizaciones de desocupados y fábricas recuperadas). Como explicamos en la reseña a su libro del subte, lo que caracteriza las crecientes acciones de los obreros ocupados bajo el kirchnerismo es la adopción de los métodos piqueteros. Lejos de desaparecer, el movimiento piquetero renace en esta fracción de la clase y dentro de las estructuras sindicales tradicionales dominadas por la burocracia. Por eso, lo novedoso del sindicalismo luego del Argentinazo no es “la presencia” de la izquierda, sino el rol que asume como dirección de los principales conflictos del período.
La continuidad con la experiencia de 2001 no solo se da a través de la experiencia que atravezaron los trabajadores, sino por el hecho de que las corrientes políticas que dirigieron la naciente fuerza social se hicieron presentes entre otras fracciones obreras. No es cierto, como plantea la autora, que la izquierda hace pie solamente por la existencia de un “espacio vacante”. La Bordó y la Violeta dirigían los conflictos (para darles un cause favorable a la patronal), pero es recién en la lucha del 2007 cuando el asunto se le va de las manos y los obreros comienzan una acción independiente. Se trata del resultado de una disputa para expulsar a la burocracia a los golpes (literalmente). Para la autora: “estos militantes portan una tradición política en la que inscribir los procesos de repolitización, de modo de moldear el sentimiento de injusticia y la definición de la dignidad).” O sea, la izquierda actuaría sobre los sentimientos de los obreros, no sobre sus ideas políticas.
¿Por qué el PTS enaltece al kirchnerismo y al “sindicalismo de base” como momentos de “repolitización”? En el fondo, el problema del PTS (aunque nunca se anime a explicitarlo) es que no considera obreros a los desocupados y por tanto no observa ninguna continuidad en el interior de la clase. Fue esta caracterización la que hizo que el PTS se abstuviera de participar del movimiento piquetero. Para ellos los obreros verdaderos solo comenzaron a luchar con la llegada de Néstor.
Así, el PTS justifica su posicionamiento antipiquetero del 2001 y realiza una autoproclamación. Para ello, debe pintar a los trabajadores ocupados en el sector privado como punta de lanza del proletariado y debe borrar de la historia a su vanguardia, los piqueteros del movimiento obrero. Varela caracteriza a los piqueteros como un rejunte de keynesianos y autonomistas (p. 256-257) porque debe ocultar que su partido boicoteó a lo más avanzado que dieron los trabajadores en la Argentina de los últimos años: las Asambleas Nacionales de Trabajadores Ocupados y Desocupados y el Bloque Piquetero Nacional.
Para continuar con su autobombo, el trabajo que analizamos se presenta como un estudio sobre la lucha sindical en la zona norte del Conurbano bonaerense del 2003 al 2014. Sin embargo, sólo analiza el conflicto de FATE de 2007 y sus antecedentes. No sólo no se estudian las luchas de la zona norte (a menos que mencionar algunos conflictos fabriles donde se encuentra metido el PTS implique un análisis científico), sino que ni siquiera se da cuenta del desarrollo de la lucha de los trabajadores del neumático en el período comprendido. ¿Por qué se hace esto? Simple. Si el PTS terminara su libro donde finaliza su estudio (2007), no se animaría a autoproclamarse como “la principal fuerza” de izquierda en zona norte. Si continuara su estudio en el año en que finaliza su libro (2014), tendría que hablar de los plenarios del SUTNA San Fernando bajo la dirección del PO y debería explicarnos por qué si es la fuerza más grande no lidera ese plenario, sobre todo considerando que el PO no tendría militantes en FATE en el conflicto de 2007 y el PTS sí. Que esto no es serio lo vemos cuando se reconoce que “está pendiente una investigación detallada sobre el peso relativo de cada partido de la izquierda clasista en el movimiento obrero” (p. 231). La revolución requiere de seriedad y de un análisis científico, algo que el PTS le niega a sus militantes y lectores con tal de hacerse publicidad.
La pubertad del PTS
Otra de las principales tesis del libro afirma que la “revitalización sindical” bajo el kirchnerismo no se podría explicar sin la aparición de una nueva generación obrera de jóvenes “apolíticos” de entre 25 y 35 años que no tendrían experiencia sindical ni política, que serían “hijos” de la crisis del 2001 y que no habrían conocido la derrota de los 90 porque ingresan al mercado laboral postdevaluación. Sin embargo, ella misma señala que quienes comenzaron a activar tenían una experiencia laboral previa:
“En el caso de FATE, muchos de los jóvenes que conformaron el activismo de base tenían en esta empresa su primer trabajo estable, pero también su primer trabajo fabril, como operarios de planta. Antes, algunas changas en la construcción, algún trabajo temporario bajo el gremio de comercio, o directamente, la desocupación” (p. 76).
La autora incluye en la “nueva generación” tanto quienes ingresaron a la planta en 1996-1997 como aquellos que lo hicieron luego de la devaluación. Afirmar que los primeros “no vivieron en carne propia la derrota” por no haber participado del conflicto que se produce en la fábrica en 1991, es sostener que bajo la dirección de la Bordó atravesaron indemnes la crisis de 2001 y la devaluación de 2002. De todas formas, la reactivación no se podría explicar por el ingreso de nuevos obreros post 2001. Lo que hay que explicar, en todo caso es por qué esos obreros deciden comenzar a dar una batalla. Ya sabemos que para la autora se trató del discurso kirchnerista. No se le ocurre relacionar esto con el hecho que se trata de la generación de Maxi y Darío. Los obreros jóvenes de FATE recuerdan su participación en los saqueos de 2001 así como los trabajadores del subterráneo la insurrección del 20 de Diciembre y el verano caliente que le siguió (p. 199). En lugar de obreros que atravesaron el 2001, tenemos “jóvenes apoliticos e inexpertos” sobre los que la izquierda ejerce una influencia sentimental.
¿Cuál es el punto central donde Varela debería haber detenido su mirada para explicar por qué los obreros más jóvenes de FATE conformaron la mayor parte de los activistas y dirigentes de la fábrica? Donde cualquier marxista hubiera hecho incapié: en sus condiciones materiales de vida. La autora nos cuenta que desde 1997 en el interior de la fábrica se implementan dos convenios distintos: uno para los jóvenes recién ingresados (de peores condiciones) y otro para los viejos (p. 118-199). Entonces, no es cierto que sean más combativos por ser “jóvenes” sino porque son más explotados. El hecho de que los “viejos” no encabecen las luchas, es una muestra del éxito de la patronal en fragmentar el movimiento: lo viejos pueden temer perder ese “privilegio”. Sin embargo, el único sector que no participa de la lucha lo componen los más jóvenes de toda la fábrica: los tercerizados de limpieza y depósito (más explotados aún, pero más aislados por la patronal del resto de sus compañeros). ¿Significa esto que no exista ninguna diferencia entre “las generaciones”? No. Significa que en este caso la jerarquía de la realidad no hace de esa una determinación principal.
Por último, el PTS haría bien en mirar más allá de su ombligo para estudiar la realidad. Ya sabemos que el PTS tiene una obsesión fetichista con los jóvenes. Parece que la juventud constituye un atributo político. No es una novedad académica la idea de que ser jóven e “inexperto” resulta determinante en la emergencia de corrientes sindicales antiburocráticas. De hecho, es lo que Abelardo Ramos defendía frente a Gino Germani. Pero si Varela hubiera observado lugares donde no tiene inserción -como la rama de la construcción- y la intervención de otros partidos -como el trabajo del PO al interior del SITRAIC- no hablaría ni de “sindicalismo de base” ni de “jóvenes apolíticos inexpertos”[3]. Lo mismo vale para los viejos de la Línea 60, los docentes o los médicos, entre muchos otros. De ahí que las explicaciones de Varela, por no ser universales, no sean válidas.
Categorías Papales
Paula Varela forma parte de un partido que se reivindica marxista. Sin embargo, a lo largo de su obra podemos encontrar una abundante cantidad de categorías propias de la sociología y la antropología burguesas. Una “auspiciosa apertura y diversidad teórica”, dice Hernán Camarero en su prólogo. En contraposición a este último, para nosotros esta “apertura” sí deviene en una obra ecléctica y posmoderna.
La claudicación del PTS ante las categorías del enemigo comienzan en el título: “la disputa por la dignidad obrera”. “La dignidad del trabajador” es una consigna de la Iglesia Católica[4], no de un comunista. No satisfecha con defender la idea de que los obreros luchan por su “dignidad”, Varela nos deslumbra con otro concepto: el de “ciudadanía fabril”, por la que lucharían los obreros. Ahora resulta que el PTS le cree a la burguesía la noción de ciudadanía, que supone que se puede lograr la igualdad político-jurídica bajo las relaciones de explotación capitalista. Veamos:
“Para conquistar un nuevo mínimo aceptable en términos económicos tienen que conquistar primero un mínimo de participación, de reconocimiento. A eso llamamos la expectativa de ciudadanía fabril.” (p. 66).
Lo que está en juego en una lucha sindical son los términos de la explotación capitalista, no un sentimiento individual de “dignidad” ni un lucha “ciudadana”. Se trata de un avance en la organización obrera que supera el estadío anterior de atomización. No luchan en tanto ciudadanos, sino en tanto obreros explotados que buscan mejorar las condiciones de la venta de su fuerza de trabajo. Para el PTS la lucha obrera parece batirse por un objetivo democrático. La visión democratizante que se tiene sobre el problema de la burocracia reemplaza la cuestión del programa por una cuestión de método. No se trata de un problema democrático sino de un enfrentamiento de clase.
El hecho de que muchos de estos obreros se hayan sumado a las filas de partidos revolucionarios da muestra de que el avance no se detuvo en el la organización sindical, sino que alcanzó un punto más elevado, el político. Varela pasa tan por alto este elemento novedoso del período que compara a estos obreros con aquellos que se plegaron al peronismo (p 201). Todos lucharían por la “ciudadanía fabril”. No le parece ninguna diferencia relevante que mientras en el 45 la clase obrera argentina se plegaba mayoritariamente a un programa reformista, en el caso que observa, una fracción de esa clase comienza a abandonar ese programa. Pero, como vimos, para Varela estos obreros no dan este salto, sino que por el contrario, parecen emprender el camino que le señaló el kirchnerismo.
La conciencia huidiza
De todas formas, Varela intenta conceptualizar la lucha de estos obreros como algo más que una lucha ciudadana. Sin embargo, asombra la descripción que da el PTS sobre el concepto de “clasismo”, algo que nunca se toma el trabajo de definir. Sólo sabemos que este tendría tres rasgos: un sentimiento antipatronal, un sentimiento de pertenencia a un colectivo de clase con tradición propia y un sentimiento de independencia del colectivo de clase respecto de las instituciones estatales (p. 166). Esperamos no herir los sentimientos de Paula si decimos que ha renegado del marxismo para adoptar un marco conceptual posmoderno que hace incapié en lo irracional y en un individualismo metodológico, propio de la sociología burguesa liberal: en lugar de la explicación de las acciones de la clase, busca la “comprensión” de motivaciones personales.
Por eso, el PTS habla de identidad. Es decir, estudia a los sujetos en función de lo que dicen de sí mismos. Pero el PTS no alcanza el status de seriedad ni siquiera dentro de la sociología burguesa. Por ejemplo, toma como concluyente lo que ocurre en un año y no se toma el trabajo de observar cómo evolucionan esas identidades. De una encuesta que realizaron únicamente en 2004 obtienen que la mayor parte de los obreros se identifica como “apolítico”, uno de los rasgos que caracterizaría (principal pero no exclusivamente) a la “nueva generación obrera”. A pesar de que son categorías opuestas, Varela utiliza casi como sinónimos este concepto con el de conciencia, el que entiende a la manera liberal: “Si uno quisiera atribuirle a priori una conciencia definida (peronista, clasista, o de cualquier tipo) a los obreros de FATE, se encontraría con una tarea imposible” (p. 156-157). ¿Hace falta explicarle a Varela que el concepto de conciencia de clase no refiere a lo que cada uno de los individuos de la clase piense?
El clasismo debió rastrearlo en la independencia de clase que estos obreros mostraron en sus acciones. Tal independencia requiere de una organización política, no puede darse sin la superación del marco sindical: no hay conciencia revolucionaria sin partido revolucionario. ¿Pero qué independencia podrían tener para Varela obreros que, según ella, luchan por las promesas kirchneristas porque ellos así lo expresaron?
Abran paso a… ¿Néstor?
El libro finaliza alertando sobre lo que considera el principal peligro para la clase obrera: una discordancia entre los momentos territorial y sindical de la “repolitización” que impide superar el techo del peronismo clientelizado. El PTS nos propone seguir su camino y da tres ejemplos de momentos donde se habría perforado esta división: la marcha de apoyo de las comisiones internas del PTS a los villeros del Parque Indoamericano, el envío de bolsones de comida a los inundados o la lucha al interior de las fábricas por demandas que exceden lo sindical, como las de género en el caso de Kraft ante un acoso sexual. Es decir, el PTS nos llama a organizar comisiones internas que se movilicen ante la desgracia: luego de la represión, ante crímenes sociales de magnitud o ante hechos perpetuados de violencia de género. No se le ocurre que los desocupados y todos los obreros que no visten mameluco puedan conformar organizaciones (como las ANT o el Bloque Piquetero Nacional) y dirigir insurreciones (como el Argentinazo).
Los resabios morenistas del PTS lo llevan a un seguidismo del accionar de la capa más retrasada de las masas y a claudicaciones políticas en toda la línea. La campaña liberal y democratizante de “Nico” se comprende plenamente después de leer un libro donde la lucha de clases refiere a una disputa sentimental (por “la dignidad”) y democrática (por “la ciudadanía”) protagonizada por “jóvenes apolíticos”. El PTS no se prepara para dirigir una revolución sino para atraer a jóvenes despolitizados ilusionados con el kirchnerismo. Para decirles que luchen por su dignidad y ciudadanía en lugar de explicarles que se trata de una lucha contra la explotación capitalista a la que es necesario eliminar.
Notas
[1]Varela, Paula: La disputa por la dignidad obrera. Sindicalismo de base fabril en la zona norte del Conurbano bonaerense (2004-2013), Imago Mundi, Buenos Aires, 2015.
[2]Ver: Harari, Fabián: “Juntando porotos”, en El Aromo Nº 39, 2007; y Harari, Fabián: “Confesión de parte”, en El Aromo Nº 42, 2008.
[3]Ver: Viñas, Nicolás: “El SITRAIC: el clasismo en la rama de la construcción”. Disponible en: http://jornadasdesociologia2015.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/ponencias/873_717.pdf
[4]Varela podría haber citado en su bibliograría el siguiente compendio de la doctrina social de la Iglesia Católica Apostólica Romana: www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html
realmente me parece lamentable la nota. no militio ni soy afin al PTS no sus politicas pero este articulo es por lo menos delirante. ¿Esto es lo que pretenden desarrollar desde un grupo «teorico»? ¿ Que aporta partir de una premisa (el ultimo parrafo) y buscar justificarla escribiendo el resto del articulo? Sinceramente me parecen un grupo de claustro (fobia) academicamente mediocre, o sea que ni siquiera cumplen su premisa (desarrollo de teoria critica) y generalizo porque este articulo, al publicarlo, supongo que busca representar el pensar de este grupo. Muchachos, parecen esos juegos de encastre de los niños, solo que ustedes encajan a martillazos las piezas que no entran en los casilleros que tienen preestablecidos. ¿Que piensan que diria Thompson o Peña de tan lamentable metodología?
Hector,estamos intentando ubicarlo para invitarlo a un programa radial a realizarse mañana,le dejamos el numero de contacto15-3159-9794
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