¿Cómo y por qué los obreros más reacios a la organización llegan a unirse a sus compañeros? La ópera prima de de Ricardo Díaz Iacoponi, estrenada en abril de este año, trata sobre este problema. Aquí, explicamos los aciertos y los límites de la obra.
Rocío Fernández
GIPT-CEICS
Industria argentina es una ficción que se ubica luego de la crisis del 2001. El relato tiene como escenario principal Alurmar, una fábrica de autopartes. Su dueño pretende vender el establecimiento para la construcción de un Shopping, pero se encuentra con la resistencia de los trabajadores, no más de diez, quienes se organizan para formar una cooperativa. La propuesta del director es interesante, ya que no hay películas ficcionales sobre las fábricas recuperadas. El film está bien realizado, con meritorias interpretaciones y diálogos dinámicos.
No obstante, hay que advertir que el film deja afuera varios elementos propios de un proceso de toma de fábrica y se centra, básicamente, en las relaciones horizontales que se generaron entre los compañeros de trabajo durante la experiencia. El director, Iacopini, confirma esta apreciación cuando afirma: “apunté a la transformación de los obreros como grupo: de pasar a estar desunidos, al principio, a estar unidos y llevar adelante la fábrica. Yo quería tratar de despolitizar. Expresar más una historia de vida y de lucha, pero traté de estar afuera de lo que es política”. Sin embargo, sus intenciones son difíciles de cumplir, ya que las tomas de las fábricas tuvieron mucho que ver con la política, y con las organizaciones de izquierda. Precisamente, es la acción política lo que permite la unidad de los obreros. Al intentar esquivar las “cuestiones políticas”, el film se aparta de su objetivo. ¿Cómo se transforman esos obreros aislados en un grupo con capacidad de acción colectiva? El film no lo revela, pues de antemano se ha decidido dejar en sordina el móvil que podría explicarlo. Con la acción política en segundo plano, los cambios de los personajes y de actores colectivos no logran ser explicados. El soplón de la fábrica, los jueces, el que abandonó la lucha, su mujer individualista, los vecinos, todos cambian repentinamente de actitud. Pero, prácticamente en ninguno de estos casos hay nada que lo explique. Simplemente, de repente, parecen tocados por una varita mágica que logra modificar sus emociones, conmoverlos y cambiar su conducta.
Amor al overol
Alumbar es presentado como un establecimiento pequeño, donde reinan máquinas obsoletas y la falta de instrumentos de trabajo. Las primeras escenas se centran en la vida de Juan Raldes (Carlos Portaluppi), trabajador de una metalúrgica. Tras meses de no cobrar el sueldo entero, soportar horas extras y las peores condiciones de trabajo, Juan y sus compañeros deciden iniciar una huelga en respuesta a la suspensión de Daniel (Eduardo Cutuli) reprendido por reclamar frente a lo insostenible de la situación. Juan Carlos (Manuel Vicente), el patrón, cierra el taller alegando la suspensión temporal de tareas. Juan Carlos caracteriza a un hombre sin escrúpulos que lleva a quiebra a la empresa con sus malas decisiones.
El giro en la historia comienza cuando los trabajadores descubren que la empresa está en proceso de vaciamiento. En ese momento, resuelven tomar la fábrica para formar una cooperativa. Todos se unen, excepto un trabajador, que es soplón del jefe. Este obrero, en el transcurso del film, pasa de ayudar al patrón a vaciar la empresa a confrontarlo junto a sus compañeros. Además de ser un cambio poco verosímil, no hay ningún desarrollo del personaje que acompañe esta transformación que parece surgir por arte de magia. No hay una discusión de ideas que pueda representar el motor de cambio en las personas. En la película se indica sólo cómo de forma improvisada van llegando al camino legal hacia la toma. El único asesor que tienen los obreros es un abogado, que está inserto en el movimiento de las cooperativas.
La historia se desarrolla en dos escenarios: la fábrica y el hogar. En ambos se retratan posiciones políticas antagónicas frente al problema de la quiebra y de la reproducción material de los trabajadores, en especial de Juan. Implícitamente, se deja entrever la pregunta que éste se hace a sí mismo: ¿Qué hacer? ¿Organizarse y luchar o resignarse y claudicar frente a las necesidades inmediatas de su familia?
Dos escenas en particular ejemplifican esta tensión permanente sobre la que se lleva a cabo la trama. Por un lado, Juan discute con su esposa intentándole explicar las razones de su lucha. Él siempre ha trabajado de metalúrgico. Por lo tanto, no quiere ni siente que pueda trabajar de otra cosa. Este sentimiento se ve reflejado durante la escena en la que debe completar un currículum para otro empleo y se da cuenta de que no ha terminado el secundario y que tampoco sabe inglés.
En cambio, Daniel, el promotor de la huelga y el más interesado por emprender el proyecto, no tiene nada que perder, ya que no tiene hijos, ni mujer. Esta caracterización del personaje representa un cliché: los militantes lanzan despreocupadamente consignas porque no arriesgan nada. En cambio, los sensatos hombres de familia, van de casa al trabajo y del trabajo a casa. Este estereotipo según el cual los activistas carecen de pareja e hijos y no están acosados por los mismos problemas que el resto de sus compañeros es reaccionario. Sin embargo, no opera necesariamente de ese modo en este film, pues Juan, cuya situación familiar es la más acuciante de todas, finalmente vuelve a la lucha.
Juan Ralde en un principio se suma al proceso, sin embargo se arrepiente al estar acosado por el banco frente a una deuda hipotecaria y al tener una mujer embarazada y una hija a las cuales mantener. Laura (Aymará Rovera), mujer de Juan, presiona en todo momento para que su marido abandone el proyecto de la cooperativa y se decida a buscar empleo. Está caracterizada como una persona fría e individualista que teme sobre las perspectivas del proyecto y quiere que su marido traiga un sueldo fijo a la casa. Esta ambición de Laura es en realidad una aspiración obrera legítima. No por nada el movimiento de fábricas ocupadas en la Argentina se debatió entre la opción cooperativa y la demanda de estatización bajo control obrero. Al presentar el cooperativismo como única opción, quienes dudan sobre el futuro que éste ofrece a los trabajadores son vistos como gente poco dispuesta a la lucha, tal como ocurre con el personaje de Laura.
Con los consejos insistentes de Laura, Juan acepta el trabajo que le ofrece su cuñado en un vivero. Pero manifiesta angustia, reflejada en un dialogo que mantiene con una clienta. Ésta le cuestiona sus desconocimientos sobre jardinería. Él le responde que sólo sabe de tornos y tornillos. En otra escena, Juan mantiene una conversación con su pequeña hija que le pregunta “¿Papá cuando vas a trabajar?”, él le responde: “Ya estoy trabajando”, y la niña sentencia: “No, un trabajo en serio como el que hacías antes”. El diálogo no resulta creíble, ¿por qué una niña que ve todos los días a su padre salir para el trabajo va a decirle que el nuevo no es un verdadero trabajo? En su inverosimilitud, el guion muestra la mirada del director: el verdadero trabajo es el trabajo fabril. Seguramente éste es un film que podría gustarle al PTS, al menos por este sesgo.
Juan resuelve poner punto final a su infelicidad y no vacila, esta vez, en tomar partido por sus compañeros, cuando observa, en la televisión, que los están reprimiendo. Éste es el único caso donde el móvil del cambio aparece explicado. Significativamente, es la única referencia al contexto político mayor que vemos en toda la obra.
La idea de la dignidad del trabajo aborda casi la totalidad del film y conforma su mensaje principal. Los obreros comparan la fábrica con su casa. Los trabajadores exclaman “no queremos planes ni beneficencia, queremos trabajar”. De este modo se refuerza la “cultura del trabajo”, es decir, la cultura de la explotación. Si bien puede decirse que se muestra la situación de los obreros antes de la toma, ésta se presenta como resultado de las particularidades del patrón y no como norma. Además, hay varios elementos que muestran que la particular visión del trabajo del director tiene elementos un tanto anacrónicos y potencialmente reaccionarios. Por una parte, esta concepción del trabajo fabril como verdadero trabajo. Por otra, la visión del mundo laboral como un universo masculino. Así, lo peor que hace Laura para presionar a Juan a que acepte un empleo alternativo es amenazarlo con ir ella a trabajar. Feministas abstenerse.
Luna de Avellaneda pero con final “feliz”
El Estado está presente en la película, se lo observa reprimiendo la toma y a través de las trabas burocráticas que impone. Aquí la villana es la fiscal (Soledad Silveira) quien no hace más que ponerse del lado del patrón para que éste recupere el establecimiento y declare la quiebra. Pero en una audiencia judicial es vencida por el abogado de los trabajadores, que convence a los jueces, con un conmovedor discurso, de autorizar el proyecto de la cooperativa. Ni marchas, ni movilizaciones: los jueces mudan su parecer al escuchar el alegato que llama a “recuperar al obrero”. A decir verdad, ésta es la parte menos creíble de la película.
También resulta problemática la escena en donde, sobre el final, aparece el barrio que acude con velas, frente a un corte de luz, para que se realice el pase judicial de la empresa a los trabajadores. No se entienden qué hacen los vecinos ahí, luego de permanecer ausentes en toda la película y, más allá de que el guion lo justifique, la escena de la procesión con velas posee connotaciones religiosas, bien alejadas de la lucha de clases en torno al Argentinazo.
La solidaridad de los vecinos no es algo espontáneo, en la vida real se construye en asambleas y reuniones, algo que sí muestra por ejemplo, Luna de Avellaneda, aunque con un final más pesimista. La historia de las fábricas ocupadas está plagada de ejemplos: en Chilabert, el cerco policial que sitiaba a los obreros fue sorteado pasando víveres e insumos productivos a través de un agujero hecho en la pared de la casa un vecino lindante con la fábrica. En Sasetru, los vecinos instalaron una campana en la fábrica para que los obreros de guardia pudieran convocarlos en caso de intento de desalojo. Pero en todos hubo participación y organización. En cambio, en Industria Argentina los obreros aparecen solos y aislados durante casi toda la trama. La película concluye en medios de los festejos y eso es un buen cierre para una ficción. En la realidad, la conformación de la cooperativa es solo una primera batalla, el preludio de otras que vendrán, para las cuales los obreros deben desembarazarse de muchos prejuicios, varios de ellos presentes en este film.