Un buen ejemplo… Historia del Partido Comunista de Irak (1963-2004) La debacle.

en El Aromo n° 14

 

Marcelo Novello

 

A comienzos de los años ‘60 Irak vive un proceso de profundización del capitalismo, con fuerte participación de capitales nacionales y del estado, aumentando la escala de su economía e instalando un parque de industria pesada. En este contexto, toda la banca y las compañías de seguros son nacionalizadas (1964). Esta es la base sobre la cual el estado irakí va fortalecerse, girar hacia el reformismo cuando sea necesario y atacar posibles rivales en la región.

El PCI, va a verse debilitado por el golpe de 1963 y va a sufrir nuevas escisiones. Se trata de una célula maoísta por un lado, y de la formación de un grupo guerrillero en el Kurdistán, por el otro. En agosto de 1968 gobierna el Partido Baath (Hasan al-Bakr) quien adelanta sucesivos acercamientos al PCI, sin dejar de ejercer cierta represión dosificada a sus organizaciones. Entre las aproximaciones, el partido gobernante le permite al comunismo volver a la legalidad y le ofrece ingresar al gobierno y hacerse cargo de 3 ministerios. Sin embargo, los comunistas, ante el ahogo que sufren las organizaciones obreras y campesinas,  rechazan la oferta y exigen la paz en el Kurdistan, una Asamblea Constituyente y el retorno de las libertades civiles.

A inicios de los años ’70, la renta petrolera en Irak ya alcanza magnitudes que posibilitan el intento de un más vasto desarrollo industrial, el crecimiento del aparato estatal, una economía de “guerra permanente” (contra los kurdos) y  la nacionalización de la Iraqi Petroleum Company en 1972. Este proceso redunda en una proletarización de enormes masas campesinas que emigran hacia las grandes ciudades, donde encuentran trabajo y aceptables condiciones de vida a partir del Código Laboral, dictado por el gobierno. Disminuye, entonces el peso político de los campesinos, donde el PCI tenía su fuerte y se le plantea una encrucijada con respecto a su acción en el movimiento obrero, frente al reformismo del Baath.

El PCI resuelve por el lado más sencillo: echa mano de su glorioso pasado y apoya al  régimen del Baath. Antes que nada, por mandato de la URSS, que firma vitales contratos petroleros y armamentísticos con Irak. Las políticas del Partido Baath (reforma agraria, Código Laboral, monopolio del comercio exterior, postura anti-sionista) le dan una justificación. Entre 1973 y 1978 el PCI coopera decididamente con el “Fidel Castro irakí” (como llamaban a Saddam Husein) al punto de disolver incluso sus estructuras en las fábricas. El régimen, entonces, no tiene problema alguno en legalizar los sindicatos. La tutela estatal sobre el movimiento obrero y campesino es ahora absoluta. En este período de alianza, el Baath lanza una nueva ofensiva militar contra los kurdos (recuérdese que el Kurdistán había sido por años una fortaleza comunista, y allí operaban sus viejos camaradas del PCI-Comando Central). Los comunistas avalaban no sólo políticas criminales, sino la destrucción de su propia base de acción.

Como toda alianza entre antagonistas, uno de ellos va a tratar de eliminar al otro apenas deje de necesitarlo. Como todo enfrentamiento, quien se encuentra disperso y debilitado, perece. Todo Frente Popular le quita independencia política a la clase obrera. En este caso (como en tantos otros) el stalinismo, no se cuidó siquiera de mantener una autonomía organizativa. No tan casualmente, una vez ocupado militarmente el Kurdistán, una vez regimentado el vasto movimiento obrero, una vez minimizado el movimiento campesino, en 1978 Saddam denuncia una “infiltración comunista” en el ejército, y fusila a 12 militantes. En abril del ’79 el PCI pasa a la clandestinidad: las estructuras partidarias se disuelven por la huida en masa, en total desorden, de unos 3 mil miembros  –hacia el extranjero ó al Kurdistan. Le esperan largos años de repliegue y aislamiento.

 

La guerra Irak-Irán y la ‘Guerra del Golfo’

 

En 1979 la Revolución Iraní derroca al Shá y el Ayatollah Khomeini llega al poder. Para evitar una ola de nacionalizaciones, el imperialismo alienta a Saddam a atacar a Irán en septiembre del ’80. Para el PCI, lógicamente, Hussein ya no representaba una “vía no-capitalista de desarrollo” sino un “capitalismo burocrático de Estado”, y llama a derrocar al régimen. El PCI abandona totalmente la actividad urbana y se lanza a una lucha armada rural, en el Sur shiíta, donde se concentran casi 20 mil desertores del ejército iraquí, opuestos a la guerra contra Irán. A pesar de haber abandonado a la gran mayoría de la población, que reside en las ciudades, el PCI no logra organizar a esos milicianos. En 1985, un sector partidario llamado Tribuna Comunista sostiene la necesidad de “defender la patria” y critica las posiciones “derrotistas” de la dirección del PCI. Tras ser expulsados del PCI logran reacomodarse en Bagdad, de la mano del Partido Baath.

A fines de 1988 el PCI vuelve a negociar su entrada al gobierno. La invasión iraquí a Kuwait, en agosto de 1990, interrumpe las negociaciones, pero no la crisis: sectores del PCI en el exilio le reclaman al Partido no haber “cerrado filas” con Bagdad contra el imperialismo yanqui. Mientras en el interior, reclaman al Partido la tarea urgente de acabar con  Saddam. Ante esto, el comunismo queda paralizado. En marzo de 1991, una vez concluida la guerra, se produce un levantamiento popular, aplastado por el gobierno iraquí con la complicidad de las tropas imperialistas. El PCI, como corolario, no juega ningún papel en el mismo.

 

El PCI en la actualidad

 

Hoy el PCI ‘oficial’ tiene estructuras partidarias en Londres y Kurdistan, sin lograr reunir más que un centenar de miembros. Es que el PCI “oficial”, tras adaptarse por décadas al régimen de Saddam, se pasó al campo imperialista: el gobierno de la Autoridad Provisional creado por los yanquis con el auxilio de los iraquíes colaboracionistas tuvo, desde el mismo día de su formación, un miembro vedette  –el PCI, representado por su dirigente Hamid Majid Mousa. Un comunicado de su Comité Central, del 30 de abril pasado, ilustra la línea partidaria: se ilusiona con el “traspaso de poder” del 30 de junio; denomina simplemente “terroristas” a los grupos de la Resistencia iraquí; sostiene que las tropas invasoras recurrieron al “uso excesivo de la fuerza” (sic) durante la matanza de Fallujah; en el más clásico ‘estilo D’Elía’ advierte que las acciones “subversivas” le “hacen el juego” a las tropas de ocupación; y observa en la ONU un “símbolo de legitimidad internacional” que posee un “potencial significativo para ayudar a los pueblos”.

La historia del PCI deja una enseñanza clara a todos los que no confían en la clase obrera y terminan siempre apoyando gobiernos burgueses. Arrastrado históricamente por una concepción pro-burguesa, incapaz de luchar por la autonomía política de la clase obrera, no es extraño que, a pesar de contar entre sus filas con luchadores sinceros, el PCI los haya conducido a la muerte en lugar de a la victoria. No es extraño, entonces, que su experiencia sirva de ejemplo de todo lo que no hay que hacer.

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