Este artículo es, en realidad, un fragmento del capítulo 4 de Marx, sus ideas revolucionarias, de Alex Callinicos, recientemente publicado por Ediciones La Sierra y traducido por Héctor Meléndez, de la Universidad de Puerto Rico. Constituye una excelente introducción a las ideas generales del autor de El Capital. Como se puede apreciar, está redactado en un lenguaje llano y sencillo. Los lectores que quieran un ejemplar, pueden consultar con la redacción de RyR, a través de mail o teléfono. [Más datos sobre el libro, ver sección Recomendados]
Alex Callinicos (Profesor de Teoría Política de la Universidad de York y miembro del SWP de Gran Bretaña)
El argumento más viejo contra el socialismo es a la vez el más corriente: que es contrario a la naturaleza humana. La gente dice que el socialismo es una idea muy buena pero nunca se realizará, ya que no se puede cambiar la naturaleza humana. Cualquier intento para crear una sociedad libre de pobreza, explotación y violencia está destinado a ir contra el hecho de que los seres humanos son por naturaleza egoístas, codiciosos y agresivos.
El argumento probablemente se remonta al viejo concepto cristiano del pecado original. El hombre (quienes hablan de la naturaleza humana suelen olvidarse por completo de la mujer) es un animal caído, que nace con la marca de Caín en su frente, y su única salvación está fuera de este mundo, en la gracia de Dios. Adam Smith esgrimía una versión más terrenal de este argumento para explicar por qué había sido natural e inevitable el surgimiento de la sociedad capitalista en la Gran Bretaña del siglo XVIII. Trazaba los orígenes de la economía de mercado en la “propensión en la naturaleza humana… a comerciar, regatear e intercambiar”.
Estas ideas están muy vivas en el presente. La economía de libre mercado de Smith vive hoy en el monetarismo, el neoliberalismo. Teorías “científicas” de todo tipo buscan probar que la competencia y la guerra son inherentes a la naturaleza humana. La seudo-ciencia conocida como sociobiología alega que los seres humanos son en realidad animales que se pelean trozos de terreno. No hay límite para las variaciones de este tipo de idea. Igualmente se ha querido “probar” que las mujeres son por naturaleza inferiores a los hombres y condenadas biológicarnente a cocinar la comida, hacer las camas y cuidar los niños.
En la sexta de sus “Tesis sobre Feuerbach” Marx rompe con la idea de una naturaleza humana nunca cambiante. Sostiene que “Feuerbach resuelve la esencia de la religión en la esencia del hombre. Pero la esencia del hombre no es una abstracción inherente a cada individuo. En realidad es el conjunto de las relaciones sociales”.[1] En otras palabras, no hay tal cosa como “naturaleza humana” en abstracto. Más bien se trata de que, en la medida en que cambia la sociedad, también cambian las creencias, deseos y capacidades de los hombres y mujeres. La forma de ser de la gente no puede separarse del tipo de sociedad en que la gente vive. De manera que para comprender cómo se conduce la gente, primero tenemos que analizar el históricamente cambiante “conjunto de relaciones sociales”. “Mi método de análisis” escribió Marx hacia el final de su vida, “no procede del hombre, sino del periodo de la sociedad dado por la economía”.
Aunque Marx rechazaba la noción de una naturaleza humana no cambiante, pensaba que los seres humanos tienen ciertas cosas en común aún cuando vivan en sociedades muy distintas. Y en efecto, son precisamente estas propiedades comunes lo que explica el cambio de las sociedades humanas y con ellas de las creencias, deseos y capacidades de la gente. El pensamiento de Marx sobre este tema fue elaborado en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, donde toma el concepto de Feuerbach del “ser- género” para darle un contenido radicalmente diferente. En las “Tesis sobre Feuerbach” señala: “La esencia del hombre… puede verse en él [Feuerbach] sólo como ‘género’, como un carácter interior, mudo, general, que unifica los muchos individuos sólo naturalmente”.[2] Para Feuerbach el amor es lo que une a la gente en sociedad, el sentimiento natural y nunca cambiante que atrae a los individuos entre sí.
Para Marx, sin embargo, “el trabajo [es] la esencia del hombre”[3] y el fundamento de la sociedad. El hombre es un animal que trabaja. “Es en su trabajo sobre el mundo objetivo… que el hombre demuestra que es un ser- especie. Esta producción es su vida activa de especie. Por medio de esta producción la naturaleza se le aparece como obra suya y como su realidad”.[4]
Como los demás animales, el hombre es parte de la naturaleza y, como ellos, está motivado por la necesidad de sobrevivir y reproducirse. Sin embargo, lo que lo hace diferente a los demás animales es la amplia variedad de maneras en que los seres humanos pueden satisfacer sus necesidades. Esto es así porque los seres humanos son criaturas conscientes y autoconscientes: “El animal es uno inmediatamente con su actividad vital. No se distingue de ella. El animal es su actividad vital. El hombre hace de su actividad vital el objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente… La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal.”[5]
El argumento de Marx se hace más claro mediante una analogía que él mismo usó varias veces. Un panal de abejas, por ejemplo, es una división de trabajo sumamente organizada, en que cada abeja tiene su tarea definida para realizar como parte de la economía del panal. Pero el trabajo de estas abejas es repetitivo. No ha cambiado en rnillones de años. Lo que la abeja puede hacer está limitado de antemano por el estrecho margen de actividades determinadas por su organización genética. Los seres humanos no están sometidos a estas limitaciones. Pueden cambiar y mejorar sus métodos de producción. Pueden hacerlo por su equipaje mental superior. Los seres humanos tienen el poder de la reflexión. Pueden, en otras palabras, detenerse en lo que están haciendo y compararlo con otras formas de alcanzar el mismo objetivo. Pueden por tanto criticar y mejorar lo que hacen. Pueden, incluso, pensar nuevas metas a perseguir.
Por esto la humanidad tiene historia. La historia natural tiene que ver con descubrir los tipos de animales y estudiar su conducta. El cambio entra en el mundo natural cuando surge una especie nueva. Pero la historia humana tiene que ver con las formas cambiantes en que la misma especie se organiza para satisfacer sus necesidades.
Marx es cauteloso en recordar que la conciencia es inseparable de la actividad productiva que realizan los seres humanos. En La ideología alemana declara que “se puede distinguir a los hombres de los animales por la conciencia, la religión o cualquier otra cosa que se prefiera. Ellos mismos, sin embargo, empiezan a diferenciarse de los animales tan pronto como producen sus medios de subsistencia, un paso que está condicionado por su organización física.”[6]
La proposición de que los hombres y mujeres son antes que nada productores desafió radicalmente las suposiciones sobre la sociedad que habían sido aceptadas por casi todos los pensadores anteriores. Aristóteles había definido al hombre como un animal racional. Esta definición separa el poder de pensar y razonar de las demás actividades, y específicamente de las faenas cotidianas de trabajo manual a que ha sido condenada la mayoría de la gente a través de la historia.
Aristóteles era producto de la sociedad esclavista. La clase dominante en el mundo antiguo despreciaba el trabajo manual como una actividad apta sólo para esclavos. (La definición legal romana de un esclavo era instrumentum vocale, una herramienta que habla.) La imagen aristotélica del buen hombre es la de un propietario de esclavos quien, libre de la necesidad de trabajar para vivir, puede dedicarse a las cosas superiores de la mente. La misma separación entre trabajo manual y mental, en sí misma un reflejo de las sociedades clasistas en que vivieron, era hecha por todos los grandes filósofos burgueses, de Descartes a Hegel. Todos veían la vida de la mente como la única cosa importante de los seres humanos, y todos suponían que otro haría el trabajo para proveerles los bienes materiales -alimentos, ropa, casa- que necesitaban para dedicarse a buscar la verdad. Para Marx, “la única labor que Hegel conoce y reconoce es la labor mental abstracta”.[7]
Marx inició otra perspectiva al ver el trabajo productivo como algo fundamental de los seres humanos. Aprecia el trabajo como lo que une los seres humanos a la naturaleza. “El hombre vive de la naturaleza y esto significa que la naturaleza es su cuerpo, y con ella debe permanecer en intercambio continuo para no morir”.[8] Este “intercambio continuo” entre hombre y naturaleza es un doble proceso. El trabajo humano transforma la naturaleza. Marx critica el “ser-género” humano eterno, así como se había burlado de la idea de una naturaleza nunca cambiante. Escribió sobre Feuerbach:
“No ve que el mundo sensible que le rodea no es una cosa directamente dada desde toda la eternidad, pemaneciendo siempre igual, sino un producto de la industria y del estado de la sociedad; y, de hecho, [un producto] en el sentido de que es un producto histórico, resultado de la actividad de toda una sucesión de generaciones, cada una sosteniéndose sobre los hombros de la anterior… Hasta los objetos de la más simple “certeza sensible” se le han dado mediante el desarrollo social y el desarrollo industrial y comercial. El árbol de cereza, como casi todos los árboles frutales fue, como bien se sabe, transportado a nuestra zona por el comercio hace apenas unos pocos siglos, y por tanto solamente por medio de esta acción de una sociedad determinada en una época determinada, ha venido a ser una ‘certeza sensible’ para Feuerbach”[9]
Pero el trabajo de los seres humanos no sólo transforma la naturaleza, sino que altera a los mismos seres humanos. Para Marx la producción es una actividad social. El trabajo implica “una relación doble: por un lado es una relación natural y por el otro es una relación social; social en sentido de que denota cooperación entre individuos diversos, no importa bajo cuáles condiciones, de qué manera y para qué fines”.
Se sigue que los seres humanos son básicamente criaturas sociales. No tiene sentido concebir a la gente viviendo fuera de la sociedad. Aquí Marx desafiaba a los filósofos de la economía política, quienes fundaban sus teorías en la idea del individuo aislado de la sociedad y atribuían el surgimiento del mercado capitalista a los deseos del “hombre natural”. Esta visión del hombre como un individuo aislado servía para justificar la sociedad capitalista, fundada de hecho en lo que Hobbes llamó la “guerra de todos contra todos”, la lucha constante por poder y riqueza. Marx llamó “robinsonadas” a estas fantasías, ya que veían la gente como si fuese Robinson Crusoe en su isla. “En esta sociedad de libre competencia el individuo se aparece separado de los vínculos naturales, etc., que en períodos históricos previos hacen de él un accesorio de un conglomerado humano definido y limitado”[10]. Pero es sólo una apariencia:
“El ser humano es en el sentido más literal un zoon politikon [un animal que vive en comunidades] no meramente un animal gregario, sino un animal que puede individualizarse sólo en la sociedad. La producción por un solo individuo fuera de la sociedad… es algo tan absurdo como el desarrollo del lenguaje sin seres humanos viviendo juntos y hablando entre sí”.[11]
Si la producción es la actividad humana más fundamental, se sigue que al analizar la sociedad debemos dar la mayor atención a la forma en que la producción está organizada. Marx concentra su atención por tanto en las “relaciones sociales de producción”, la relación de explotación entre señor y siervo o capitalista y trabajador.
Si la producción es una actividad social, los cambios en la organización de la producción provocarán cambios en la sociedad, ya que “la esencia del hombre es el conjunto de relaciones sociales”, provocarán cambios también en las creencias, deseos y conductas de la gente. Este es el núcleo de la concepción materialista de la historia de Marx, la expresión madura de la cual consideraremos en el capítulo próximo. Por ahora demos un breve vistazo al primer esbozo de Marx del materialismo histórico en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, ya que este texto se relaciona con sus críticas a Hegel y Feuerbach y con su propio método analítico.
Para tanto Hegel como Feuerbach la enajenación es un fenómeno puramente intelectual, que resulta de ver el mundo de modo equivocado. Sin embargo, Marx considera la enajenación un proceso social y material. En la sociedad capitalista el obrero está obligado a vender al capitalista su fuerza y sus destrezas. No controla, en consecuencia, ni el producto de su trabajo ni su mismo trabajo. Lo que debería ser su “actividad vital”, mediante la cual afirmaría su humanidad -o su “ser-especie”- viene a ser un medio para un fin. Y como se ha alienado así de su naturaleza humana, el obrero también se aliena de la naturaleza, ya que es a través del trabajo que transforma la naturaleza, y así la humaniza. Luego, también se enajena de los demás seres humanos. Esta condición del trabajo enajenado es la base de la relación entre obrero y capitalista, donde el que no trabaja controla y obtiene ganancias del trabajo de otros.
Para Marx el capitalismo es un mundo en que el obrero es dominado por los productos de su propio trabajo, que ahora toman la forma de un ser extraño, el capital. Esta visión, desarrollada poderosamente en los Manuscritos de 1844, se encuentra también en los escritos tardíos de Marx, incluyendo El capital. Pero su análisis del trabajo enajenado todavía lleva la marca de su pasado filosófico.
En primer lugar, en los Manuscritos el argumento está construido a base del contraste entre la naturaleza humana según es -rebajada, distorsionada, alienada- y según debería ser. El capitalismo se presenta corno una sociedad antinatural, el “infierno social” que Fourier y los otros socialistas utópicos denunciaban por no satisfacer las genuinas necesidades humanas.
Esta diagnosis ante todo moral de las limitaciones del capitalismo es esencial para cualquier teoría socialista. Sin embargo, su análisis sobre cómo el capitalismo crea las condiciones materiales y sociales para que sea derrocado, es lo que distingue los escritos más maduros de Marx de aquellos de los primeros socialistas. En los Manuscritos Marx todavía no aborda lo que en El capital llamará “la ley económica de movimiento de la sociedad moderna”, sino que primeramente muestra cómo el capitalismo niega la naturaleza humana.
Es cierto que en los Manuscritos Marx discute seriamente por primera vez la lucha de clases. El primero de los Manuscritos empieza: “Los salarios son determinados por la lucha antagónica entre capitalista y trabajador”.[12] Sin embargo, no hay allí realmente una discusión sobre cómo la lucha de clases juega un papel crucial en el desarrollo del capitalismo y en su derrocamiento. En los Manuscritos el comunismo figura todavía como una categoría filosófica, como la meta a partir de la cual toda la historia cobra significado. Marx lo llama “el acertijo de la historia resuelto”[13]. Aún es muy fuerte en Marx la influencia de la dialéctica circular de Hegel, en que el resultado de la historia, la reconciliación de las contradicciones en el Espíritu Absoluto, está decidido desde el principio.
Estos resabios filosóficos tienen sus efectos políticos. Una implicación del análisis del trabajo enajenado es que los capitalistas también están enajenados y condenados a vivir una vida menos que humana, rebajada. Este tipo de argumento había sido usado por los socialistas utópicos para apelar a los capitalistas tanto corno a los obreros, alegando que los primeros también se beneficiarían del derrocamiento de la sociedad burguesa. Lo que Engels señaló en 1892 sobre sus propios primeros escritos aplica a los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 de Marx:
“El socialismo internacional moderno… no existía en 1844. Mi libro representa una de las fases de su desarrollo embrionario; y según el embrión humano en sus primeras etapas reproduce los arcos de las agallas de nuestros antepasados peces, este libro exhibe en todas partes los rasgos de descendencia del socialismo moderno de uno de sus antepasados, la filosofía alemana. Así, pone un fuerte acento en el dictum de que el comunismo no es una mera doctrina de partido de la clase obrera sino una teoría que abarca la emancipación de toda la sociedad, incluyendo a la clase capitalista, de sus condiciones estrechas presentes. En abstracto esto es cierto, pero en la práctica es absolutamente inservible, si no peor aún. En tanto las clases ricas no sólo no sienten la necesidad de ninguna emancipación, sino que se oponen con dureza a la emancipación de la clase obrera, la revolución social tendrá que ser preparada y luchada por la clase obrera sola”
En obras posteriores como La ideología alemana, La miseria de la filosofía y El Capital y sus
borradores, Marx elaboró plenamente su teoría de la historia y mostró cómo la
explotación capitalista fuerza a los trabajadores a organizarse colectivamente
para derrocar la sociedad burguesa. El análisis del trabajo enajenado en los Manuscritos de 1844 es, corno dice
Engels, un embrión de dicha teoría más madura y tardía.
Notas
[1]Marx, Carlos: “Tesis sobre Feuerbach”, en Trabajo asalariado y capital, Planeta-Agostini, Barcelona, 1985, p. 35 [Para comodidad del lector argentino, hemos cambiado el sistema de citas. NdeR]
[2]Ibid. p. 35
[3]Marx, Carlos: Manuscritos de Economía y Filosofía, Alianza, Madrid, 1984, p. 190
[4]Ibid., p. 112
[5]Ibid. p. 111
[6]Marx, Carlos y Federico Engels: La ideología alemana, Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1985, p. 19
[7]Ibid. p. 190
[8]Ibid. p. 110
[9]La ideología alemana…, op. cit. p. 47
[10]Marx, Carlos: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Siglo XXI, México, 1982, p. 3
[11]Ibid., p. 4
[12]Manuscritos…, op. cit., p. 51
[13]Ibid., p. 143