Sueño con serpientes

en Revista RyR n˚ 7

A propósito de Globaloney, El lenguaje imperial, los intelectuales y la izquierda, de James Petras, Antídoto, Colección Herramienta, Bs. As., 2000, 155 páginas.

Reseña de Mauricio Fau

Lo primero que hay que decir con respecto a este nuevo libro de Petras (en realidad, una recopilación de diversas conferencias que dio en nuestro país a fines de 1999) es que es bueno que alguien relativamente “popular” en el mundo universitario y progresista la emprenda contra la mistificación de lo que el autor denomina “lenguaje imperial”. El artículo principal del texto, precisamente, trata de desmentir que la globalización exista como algo novedoso. Más allá de las importantes innovaciones tecnológicas y comunicacionales, hay “globalización” desde el surgimiento del imperialismo a fines del siglo XIX. Otros artículos importantes describen como funciona por dentro el Movimiento de los Sin Tierra (reivindicando la descentralización organizativa, la ausencia de burocracia, el no sometimiento a los partidos, etc., e interpretando que es la nueva alternativa de organización política de la izquierda, en desmedro del partido leninista de vanguardia y otras formas tradicionales) o critican el concepto de democracia (a lo Alfonsín, para que nos entendamos) identificándolo con lo que él denomina «dictadura electoral» (salvo unos pocos cargos, el pueblo no elige a quienes manejan realmente los resortes principales del Estado, la burocracia, las FFAA, la Iglesia, etc.).

Su crítica despiadada a los íconos discursivos dominantes en las últimas dos décadas (globalización, revolución tecnológica, democracia, ONG, Tercera Vía, economía post-industrial, sociedad civil, libre mercado, caída del Estado-Nación, etc) es útil y necesaria. Pero al mismo tiempo, esta crítica es incompleta, débil y sin alternativa estratégica de poder. En efecto, el énfasis de Petras no está en el capitalismo y su crisis sino en una de sus variantes, el neoliberalismo, y en una de sus fases, el imperialismo. Petras centra su crítica en la explotación capitalista, es cierto, pero sobrevalora el control que la burguesía tiene sobre el sistema. No muestra la explotación como una dialéctica de fortaleza-debilidad, sino como una opresión contundente. En ese sentido aparece como la contracara de John Holloway, que ve avances del trabajo por todos lados (llamativamente, sus posiciones políticas terminan coincidiendo, lo que da para pensar…). De allí su conclusión de que sólo cabe «resistir». Es por ello que ni por casualidad ve posible una crisis en el capitalismo actual (y menos que menos en EEUU, al que ve como una locomotora imparable). Petras contrapone «explotación» (dándole un sentido casi cristiano, de denuncia, a lo Farinello) a crisis, es decir, adjudica de antemano la victoria a las fuerzas dominantes, limitándose a reclamar una «resistencia» (al estilo ATTAC, por ejemplo).

El marxismo se diferencia de otras ideologías (anarquismo, cristianismo, pacifismo, humanismo), no por la descripción de la explotación capitalista, sus crímenes y opresiones, sino por el señalamiento agudo de que ella engendra, en sí misma, las condiciones de su propia destrucción. Sin esta visión dialéctica, hablar de «explotación» es una señal de impotencia. Es un discurso impotente (es decir, desprovisto de perspectivas de poder) que pinta a un capitalismo hegemónico y poderoso, sin fisuras, arrasando con todo y abortando toda posibilidad de enfrentarlo con éxito en la lucha por el poder. Su reivindicación de movimientos como los Sin Tierra, las FARC o el zapatismo, es hecha desde el escepticismo y la derrota, desde el rechazo del partido revolucionario, adosado inevitablemente al monstruo stalinista.

            Petras no plantea una lucha soviética, por el doble poder, sino apenas un poder paralelo; no un contrapoder, sino un “autogobierno”; no el poder dual, sino la “autonomía” de esos movimientos ante todos por igual: el Estado, la clase dominante y sus partidos, la clase obrera y sus partidos. En fin, apenas una “resistencia” ante la “ofensiva neoliberal”. Hasta Chacho Alvarez suscribiría a eso. Su proclamado “clasismo” hace agua cuando –como muchos de los que él mismo critica- plantea la no centralidad de la clase obrera, a la que reduce y limita en forma caricaturesca. El concepto y la práctica de poder que reivindica (p. 94) es similar en su ideología a experimentos al estilo de “La Comunidad”, de Silo, pero con métodos asambleísticos y de acción directa. Una mezcla de humanismo y anarquismo, pero no de marxismo. Su programa, a lo sumo, coquetea con las ideas de la “democracia radical” de Laclau y compañía (p. 37), sin llegar, justo es decirlo, a las peores posiciones de éstos, aunque llegando a depositar confianza en una posible “democratización” del Estado (p. 121).

Rechazo al partido revolucionario y a la dictadura del proletariado: ese es el programa (por la negativa) de Petras, y por ello es celebrado por izquierdistas desencantados como Pavlovsky (prólogo, p. 11). Petras hace mención a cierto complejo de la izquierda: “…yo creo que hay una especie de síndrome o de conciencia culpable en la izquierda. Parece que cuando un izquierdista habla, se siente culpable e inmediatamente tiene que dar cuenta de los excesos de la izquierda. No niego que puede ser que los haya habido, pero perderemos de vista que el enemigo no somos nosotros mismos” (p. 129). Pero él mismo se da de bruces con esta conciencia culpable, pidiendo disculpas a troche y moche por ser de izquierda, y “aclarando” y “tranquilizando” sobre su “amplitud”, es decir, sobre su sistemático rechazo a la construcción de un partido de la clase obrera que hegemonice (¡Gramsci!) la lucha de los explotados y tome el poder imponiendo su dictadura. Cualquier otra variante que no parta de aquí y que dé un apoyo incondicional (es decir, sin condiciones, sin señalamiento de sus limitaciones, sin crítica superadora) a movimientos de protesta de diversa índole, colabora a profundizar los rasgos regresivos de los mismos, a expensas de la posibilidad de ligar dicho movimiento con el programa general –orgánico, diría Gramsci- de la clase obrera. El libro de Petras desnuda a los charlatanes democratizantes de centroizquierda y pone en evidencia las profundas limitaciones de gran parte de la izquierda internacional, incluso de la que no se ha pasado al bando enemigo y pelea honestamente, de la que el propio Petras es fiel exponente.

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