¿Somos imperialistas? Las acusaciones del nacionalismo

en El Aromo n° 105

50 Chicanas inútiles a RyR

Por Fabián Harari – Razón y Revolución

La geografía infernal de la izquierda tiene un último círculo. Un lugar para el pecado más imperdonable. Allí, donde sufren los condenados sin redención, descanso y ni piedad. Es el sitio de los “imperialistas”. Por debajo (o más bien, por arriba) de ellos, habitan réprobos menos espeluznantes, más perdonables y hasta tolerables. Pues bien, la jerarquía y taxonomía del pecado revelan todo un programa: el enemigo no es la burguesía, sino “el imperialismo”, y el hecho de que este último sea un punto no reconciliable revela que todo el resto sí lo es.

Afortunadamente, somos objetos de esa acusación y de ese temible anatema. Afortunadamente, porque nos enfrenta a los arquitectos de ese particular Averno y nos permite discutir la naturaleza de toda esa disposición. “Agentes del imperialismo”, nos dicen. ¿Qué se esconde detrás de esa acusación? ¿Qué es lo que reivindica, sin decirlo, esa denuncia? Pero, sobre todo, ¿es cierta? ¿Negamos la existencia del imperialismo? ¿Lo apoyamos?

Los casos

Los cargos que se levantan contra nosotros empiezan señalando cuestiones de política inmediata o de balance histórico. Entre las más importantes figura que sostenemos que no hay ninguna causa nacional en Malvinas, el señalamiento del papel del capital británico en la formación de la nación Argentina. En todos los casos, las acusaciones no están basadas en una discusión concreta, sino en la derivación a la situación argentina de máximas escritas por Lenin y Trotsky. Entonces, la exégesis de la palabra divina reemplaza la evidencia empírica. Así que vamos a esclarecer brevemente estos puntos al modo científico.

Se supone que este territorio, luego de la independencia, pasó a formar parte del imperio “informal” de Gran Bretaña, convirtiéndose e una “colonia” o “semicolonia” del mismo. Esa dominación tiene ciertos hitos: el empréstito Baring Brothers (bajo la administración de Rivadavia) y la influencia económica luego de Caseros. En particular, durante el período “oligárquico”. En este último caso, los préstamos son una vía de extracción de valor bajo la forma de usura. Las inversiones, un acaparamiento de empresas. El comercio, la consolidación de un “intercambio desigual” de materias primas por productos manufacturados. Por último, la relación con la burguesía argentina, que da origen a una alianza imperialismo-oligarquía que consolida un capitalismo “atrasado”, sin industrias y basado en un agro precapitalista.

Empecemos por el principio. La primera lucha independentista de la burguesía local fue contra Gran Bretaña (Invasiones Inglesas), a lo que continúa una política contraria a los designios británicos (enfrentamientos con Brasil, conquista de Montevideo). En 1820, con la economía exhausta, se pide un empréstito a un capital privado inglés que representa el 86% de los ingresos fiscales. Con ese dinero, se inicia una guerra contra la política de ese país (Guerra del Brasil). Luego, ese préstamo se deja de pagar por diecisiete años y recién se comienza a devolver cuando representa el 0,11% de los ingresos. Un préstamo que se devolvió luego de 80 años. Si eso es ser víctima de la usura…

En el período de organización nacional, las rentas no alcanzaban para cubrir todos los gastos que tenía proyectada la burguesía para la construcción material de su nación. Fueron los préstamos británicos los que permitieron que el Estado pasara de invertir 21 mil millones de pesos a 111 mil millones (entre eso, no olvidarse de la educación gratuita) y que se triplicara la cantidad de empleados públicos. El endeudamiento por habitante creció, pero de 1860 a 1890, el servicio de deuda pasó de representar el 30% del presupuesto a solo el 14%.

El mercado mundial no estableció ningún mecanismo de “intercambio desigual”. Se intercambia valor por valor. No hay prueba de ninguna alteración de esta relación. Sí, en cambio, la burguesía argentina recibía una ganancia extraordinaria (bajo la forma de renta diferencial), que pagaban los obreros ingleses.

El agro argentino tuvo un desarrollo inigualable en términos tecnológicos. La industria comenzó su evolución sin ningún mecanismo político ni acuerdo empresarial que la limitara. No hay que buscar ahí el origen de nuestros males.

Sin la entrada de capitales británicos, ni el Estado ni el capitalismo argentino podrían haberse desarrollado. No es Gran Bretaña la culpable de los problemas locales (que son los mundiales). ¿Eso quiere decir que elogiamos al capital británico? No, eso quiere decir que no consideramos a la burguesía argentina como “oprimida”. Por lo tanto, la solución no era liberar al capital criollo del imperialismo británico antes, ni hacer lo propio con el norteamericano ahora. Sencillamente, porque la solución no es liberar al capital, sino a la clase obrera. Los problemas argentinos son los problemas de su capitalismo y nuestro enemigo inmediato es nuestra propia burguesía.

Estas mismas cuestiones salieron a la luz en la Guerra de Malvinas. El decálogo trotskista-stalinista considera un anatema desviarse del nacionalismo geográfico. A pesar de que ahí vive población británica, y a pesar haberlas perdido a comienzos del siglo XIX (al igual que la Banda Oriental, Paraguay y lo que hoy es Bolivia), cuando aún no éramos un estado nacional, todo ese arco que va desde Seineldín hasta Zamora defiende la idea de que esas islas son “argentinas” y que su status jurídico no representa otra cosa que un “enclave colonial”. Una doctrina del derecho histórico por la cual todos los seres humanos deberían volver a concentrarse en la sabana africana bajo la forma de hordas carroñeras. Y a pesar de que esos montoncitos de tierra en medio del océano no tienen ningún valor económico ni geopolítico, esta gente sigue insistiendo en que el país tiene los problemas que tiene por carecer de esos páramos inhabitables. Un destino de grandeza que fue negado a nuestro capitalismo.

Cuando la dictadura militar -responsable de la ejecución de miles de compañeros y que obligaba a la política revolucionaria a operar en la clandestinidad- decide perpetuarse por la vía de ocupar las islas, el conjunto de la izquierda se encolumna en las filas de sus propios verdugos con la excusa de combatir al “imperio”. Era el momento para levantar el derrotismo, para explicar que los trabajadores no iban a seguir dando su sangre a quienes los habían secuestrado, torturado y asesinado, y que menos que menos lo iban a hacer para una empresa de la que no iban a obtener ningún beneficio.

En lugar de aprovechar la crisis para golpear, la izquierda dejó a la clase obrera a merced de sus asesinos, convocándola a secundar esa aventura. Como todo terminó mal, la responsabilidad parece diluirse (y resalto: parece). Si la dictadura hubiera conseguido una victoria de algún tipo (militar o diplomática), el régimen militar hubiera permanecido por mucho tiempo más (como en Chile) y la izquierda argentina sería responsable de la peor de las derrotas de la clase obrera latinoamericana.

¿Nuestra postura implicaba apoyar a la burguesía inglesa? De ninguna manera. Por el contrario, implicaba realizar un llamado internacional para un boicot generalizado a la guerra, especialmente a la izquierda británica y a la clase obrera inglesa, para que desarrollen el derrotismo también allí. Una estrategia global para detener la ofensiva contrarrevolucionaria que se desarrollaba en Europa.

¿Qué es el imperialismo?

En 1916, Lenin publica un texto que va ser canonizado por el nacionalismo rampante en el seno de los partidos marxistas: El imperialismo, fase superior del capitalismo. Sobre su lectura, gran parte de la izquierda divide al mundo en países opresores y países oprimidos (coloniales o semicoloniales). Es decir, los países reemplazan a las clases en el análisis y la estrategia. La competencia cesa y, en su lugar, aparecen los monopolios apoyados en sus respectivos estados nacionales. Sin competencia, estos “pulpos” imponen los precios a partir del poder político y no de los costos de producción (con la tendencia al aumento de la productividad). Eso provoca una transferencia por la vía extraeconómica de los países periféricos a los centrales, lo que impide el desarrollo de los primeros. Entonces, en este marco, el imperialismo es una forma de explotación diferente a la que plantea Marx en El Capital. No exclusivamente entre clases, sino fundamentalmente, entre fracciones de clase: la burguesía imperialista contra las burguesías y la clase obrera de los países oprimidos. 

Hay, entonces, un campo fértil de alianzas de los dos últimos contra la primera. Hay, también, la necesidad de liberar al capitalismo periférico de las trabas políticas para que pueda desarrollar todo su potencial. Que esa tarea sea dirigida por la burguesía (stalinismo) o por la clase obrera (trotskismo), no altera la orientación general. De allí que, ante cualquier enfrentamiento nacional entre dos países, la izquierda abandone cualquier política de clase y busque apoyar a la burguesía más débil. La famosa frase de Trotsky (“con el Brasil fascista contra la democracia británica”) muestra qué poco importa las consecuencias sobre la clase obrera.

¿Pero realmente así funciona el capitalismo? ¿Ha caducado como una unidad a nivel mundial? ¿Ha sido eliminada la competencia? Los datos muestran que no. Las fuerzas productivas se siguen desarrollando y la productividad a nivel mundial sigue avanzando. Hay empresas que muerden el polvo, ramas enteras se reestructuran y surgen nuevas que se convierten en nuevos vectores. Los capitales más grandes reciben plusvalía de los más chicos, pero por mecanismos puramente económicos (transferencias inter e intrarrama). Y, con todo, la crisis sigue su ritmo. Justamente, porque es el propio desarrollo del capital el que la provoca: de eso se alimenta la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. No hay exacción extraeconómica de un país a otro. Simplemente, transferencias de plusvalía del más chico al más grande. Claro que países productores de materia prima sí se quedan con una ganancia extraordinaria: la renta agraria, petrolera o minera. Por lo tanto, lo que Lenin veía es un fabuloso proceso de concentración y centralización de capital sumado a la expansión de las relaciones capitalistas hacia regiones donde predominan otros modos de producción por la vía de la violencia (ocupación colonial).

¿Entonces? ¿No existe el imperialismo? Claro que sí. La competencia a nivel internacional toma la forma de enfrentamiento político. Allí, los capitales más grandes tienen la posibilidad de desarrollar una estrategia militar propia. Eso es el imperialismo: la capacidad de ciertos capitales de darse una política externa de tipo militar. Por eso, EE.UU. puede ser imperialista y la Argentina no. Luchamos contra el imperialismo, no para defender tal o cual nación. Sino, sencillamente, porque luchamos contra la burguesía. 

La tradición revolucionaria

Los socialistas revolucionarios tenemos sobrados antecedentes de una política independiente (es decir, obrera) frente a los enfrentamientos entre diferentes burguesías. La primera guerra mundial dio a luz la ruptura de la II° Internacional y la consagrada Conferencia de Zimmerwald. Lenin mismo, dos veces, se negó a apoyar a la “semicolonial” Rusia frente a un país “imperialista”. Levantó, dos veces, el derrotismo: contra Japón (1904) y contra Alemania (1914). En ambos casos, la ruptura de las masas con el nacionalismo facilitó ambos estallidos revolucionarios. ¿Y en caso de una ocupación? El ejemplo partisano. El armamento, la organización y la lucha militar en forma independiente. Con un programa y un objetivo revolucionario. Otra vez, los revolucionarios luchamos contra la burguesía, no en su favor. Sea la que sea.

En definitiva, lo que se oculta detrás de la acusación de “imperialistas” es que nos negamos a un frente con el enemigo de clase. Ese mismo frente es el que la izquierda renueva cada vez que nos señala con el dedo. No se da cuenta que ellos sí están llegando al último círculo: el de aquellos que abandonaron el Socialismo.

3 Comentarios

  1. Me parece muy clara la nota, iguammente me gustaría preguntar por el nulo valor económico y geopolítico de las Malvinas. Tengo entendido que sirven por ejemplo para reclamar jurisdicción privilegiada en Antártida por ejemplo. Me gustaría una profundización, o saber de alguna otra nota al respecto. Muchas gracias

  2. Comparto y respaldo el comentario de Gonzalo. Sería muy enriquecedor que el autor profundice en la afirmación de «nulo valor». Acaso carece también de valor como enclave militar? Y aprovecho, cual es el negocio para la burguesía británica mantener esa soberanía de hecho?

  3. Con temor a sonar reverberante, pero para sumar peso al pedido, me gustaría que se profundice y aclare sobre «el nulo valor» de las islas,y la razón británica de tenerlas en su poder.

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