Bizantinismo y estafa. De cómo (y por qué) el kirchnerismo y la izquierda pretenden eliminar a la mujer del próximo Encuentro Nacional

en El Aromo n° 105

Como todos sabemos, este año el Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) se realizará en la ciudad de La Plata. Para su organización, las militantes vienen encontrándose en dicha ciudad desde el mes de noviembre. En esta nota realizamos un repaso de lo acordado hasta el momento y presentamos los talleres que estamos motorizando las compañeras de Trece Rosas.

Por Andrea Pezzarini y Dolores Martínez González – Trece Rosas – RyR

La Plata 2019: una discusión aparentemente bizantina

Desde sus inicios en 1986, la encargada de preparar el Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) es una comisión organizadora formada por mujeres de la ciudad sede, que provienen de diferentes sectores políticos y sociales. Dicha comisión se encuentra (aproximadamente) una vez por mes, en reuniones plenarias en las que se establece la fecha en que se desarrollará el encuentro, se informan los avances de las comisiones y se discuten y acuerdan las cuestiones más generales. Por otro lado, se reúnen las comisiones que trabajan las propuestas de contenidos, organización de la infraestructura, seguridad, comunicación, alojamientos, actividades culturales, etc.

Este año, las compañeras de Trece Rosas estamos participando de las reuniones plenarias y de la comisión de contenidos. Desde noviembre las plenarias se encuentran centradas una sola cuestión: el cambio de nombre del encuentro. Por un lado, están quienes sostienen que en Chaco (2017) y Trelew (2018) se decidió por amplia mayoría pasar de Encuentro Nacional de Mujeres a Encuentro Plurinacional de Mujeres. A este sector se suman los colectivos trans y las disidencias, que proponen que se modifique también el nombre en relación a las diferentes identidades: Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries. Están, además, aquellas que quieren que solo se agregue “Plurinacional”, sin las disidencias. Por último, las que no consideran que la comisión organizadora tenga la autoridad suficiente para cambiar el nombre y proponen que en el Encuentro de octubre se tome la decisión que corresponda. Esta discusión interminable se traslada a las comisiones, en las que cuesta mucho avanzar en términos concretos, con el consecuente atraso de toda la organización.

Este debate no puede salir del clima político impuesto por el kirchnerismo, que ha tomado el Encuentro como terreno de lucha de cara a las elecciones que se vienen: el primer logro en este sentido ha sido el de hacerlo este año en La Plata. Las consignas que circulan dan cuenta de ello: “el encuentro se lo hacemos a Vidal”. Sin dudas, la discusión acerca del cambio de denominación del Encuentro implica un intento de modificar su estructura, que viene de la mano de la presión política k para utilizar en beneficio propio todos los espacios posibles. La consecuencia de esta irrupción kirchnerista es la imposición del feminismo queer y posmoderno, y la desmaterialización de la mujer, al punto de hacerla desaparecer de su propio organismo. La clave de esta maniobra política es la construcción de aparatos ideológicos (y sus correspondientes punteros) que actúen como amplificadores de la ideología kirchnerista, una necesidad imperiosa para quiénes no tienen peso relevante en ningún movimiento social, en particular, en el obrero. Es en este contexto que la ideología posmoderna (y su correspondencia “queer” en el feminismo) les viene como anillo al dedo para inventar “identidades” y armar, a partir de allí, aparatos de propaganda. Para el feminismo, eso tiene consecuencias nefastas. Veamos.

“Plurinacional” señalaría que en nuestro país habría diferentes “naciones”, sojuzgadas por una dominante. En este esquema encajarían las “comunidades de pueblos originarios” cuyas mujeres deberían ser destacadas en el colectivo (“incluidas” ya están) porque tendrían necesidades y reclamos específicos (nótese que, implícita en esta operación, está la definición de la “mujer no-aborigen” como opresora y privilegiada…). El problema es que el término “nación” corresponde a una realidad material, no a una simple “auto-definición”. Las llamadas “comunidades aborígenes” en la Argentina no tienen una economía propia, no constituyen un espacio económico más o menos autónomo, carecen de toda capacidad de construcción estatal, no se reproducen socialmente sino por las relaciones capitalistas igual que el resto de la población y sus supuestos miembros están integrados al conjunto de las clases sociales que estructuran la sociedad argentina. En la mayoría de los casos, ni siquiera hablan su propio idioma y practican una “cultura” propia puramente superficial, más folklórica que real. Es decir, están completamente integrados a la nación argentina. Por otra parte, más allá de las discusiones filosóficas y lingüísticas respecto de si la palabra determina la existencia o no de fenómenos y realidades, “plurinacional” es, en todo caso, una particularidad de un sector de mujeres, que, en función de lo dicho más arriba, tienen los mismos problemas que cualquier mujer de la clase obrera argentina. De modo que, detrás de lo “plurinacional” se esconde más que la búsqueda de la “inclusión”, una estrategia de fragmentación arbitraria. El rechazar una entelequia inexistente (las “naciones” aborígenes) no elimina la existencia de particularismo de “detalle” que correspondan a situaciones culturales específicas, pero no transforman a éstas en determinantes generales. El colectivo de mujeres es perfectamente diverso, con muchos programas y estrategias (y por lo tanto intereses) en disputa. Pero se trata de “detalles” que no ameritan la ruptura de la unidad que provee el término “mujer”. Por lo tanto, ¿cómo podemos pretender incluir algo que ya está incluido en “mujeres”? Hasta un infante de primaria sabe que las “mujeres originarias”, si tuvieran alguna particularidad, es un subconjunto del conjunto “mujeres”.

Peor es aún la batalla por la inclusión de todo el espectro de las diversidades sexuales en el ENM, que lo ha convertido en un espacio vacío de sentido en el cual las mujeres van perdiendo cada vez más protagonismo. Y no se trata de una cuestión de marquesina, sino de quiénes deben dirigir las luchas, de quién es el sujeto político de esas luchas. Ya no se trata simplemente de incorporar a quienes se “sienten” mujeres sin serlo biológicamente. Ahora se trata de la incorporación de varones, lisa y llanamente,  bajo la forma de “no binarie” o incluso, “marica”. Falta que se agreguen los “varones anti-patriarcales” y los “curiosos”. Con ello, el ENM se habrá transformado en un espacio vacío, o peor, dominado por aquellos que ya dominan la sociedad.  Se puede creer que exageramos, pero dado que basta la “simple declaración”, no hay ninguna razón por la cual, la próxima propuesta de cambio de nombre nos lleve a quitar incluso la palabra mujer del mismo, acusándonos de “hegemonismo feminazi”. Nos expropian el espacio, nos expropian de la dirección de nuestras luchas. Conocemos muy bien la historia del caballo de Troya.

Esta descripción de la organización del Encuentro no es un rayo en un cielo sereno. Abreva en un campo internacionalmente establecido del feminismo interseccional, feminismo que, pretendiéndose “revolucionario” es simplemente ideología burguesa. Fue su teórica, Kimberlé Crenshaw, abogada especializada en etnia y género, la defensora de la idea de que la raza es una determinación de igual importancia que el género.[1] Así, ingresa en el feminismo el tan mentado problema de los “privilegios”, que consiste en sumar determinaciones para demostrar quiénes son más vulnerables y por lo tanto, las que deben dirigir el feminismo. Una mujer “blanca”, “cis”, “heterosexual” (aunque sea una obrera ucraniana presa en una red de trata) sería una privilegiada frente a una lesbiana negra, pero burguesa. Se trata de un simple racismo invertido: ¿a qué abolicionista no le han dicho alguna vez que es blanca, de clase media, etc., como estrategia descalificatoria? A las claras está que esta “igualación”, en la cual hay que sumar puntos de “opresión” dentro del mismo movimiento, desdeña por completo la lucha de clases, es antiobrera, racista y por supuesto, antifeminista, en la medida en que construye guetos en lugar de plantear una lucha unificada.

En la organización del ENM, a tono con la política de la identidad que el kirchnerismo supo promover y ahora quiere capitalizar a los efectos de aunar fuerzas electorales, lo “plurinacional” y las “diversidades sexuales” operan fragmentando el movimiento de mujeres y destruyendo el sujeto político del feminismo. La izquierda (ya sea orgánica-partidaria o las “independientes”) se pliega a esta política, esperando capturar algún voto. Así, cada vez se hace más difícil plantear que estamos frente a un vaciamiento del movimiento de mujeres. Desde hace seis meses la organización del Encuentro no avanza y la tensión entre distintas fracciones se hace cada vez más insostenible.

Insistimos: el feminismo es inclusivo y diverso, pero las determinaciones se jerarquizan, lo cual no quiere decir que no existan intereses secundarios y que dichos intereses no se contemplen y se discutan. No es extraño que el kirchnerismo (CTA y AMMAR mediante) y su “feminismo interseccional” y queer, se opongan a nuestras propuestas de talleres. Porque, si algo le faltara ese seudo feminismo nefasto es su defensa del reglamentarismo prostituyente, que cuenta implícitamente con el seguidismo de gran parte de la izquierda. Es por eso que invitamos a todas las compañeras y organizaciones abolicionistas a participar tanto de las asambleas, cuanto de los talleres, sabiendo que nuestro enemigo está organizado y tiene las de ganar. Dada la importancia de la batalla, es necesario plantar bandera en estos espacios, porque nuestro deseo tiene valor pero no precio.


[1]Véase Crenshaw, Kimberle: “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics”, en https://chicagounbound.uchicago.edu/cgi/viewcontent.cgi?referer=&httpsredir=1&article=1052&context=uclf

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