Sobre Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre (3/3) – El intelectual orgánico en la era de la decadencia.

en Aromo/El Aromo n° 120/Novedades

Finalmente, en esta tercera parte abordaremos la concepción del intelectual que la burguesía promueve y Torre expresa. No lo haremos de manera genérica y en la búsqueda de una verdad universal sino en términos prácticos. Nos interesa delinear aquello que los militantes socialistas, los que pretendemos terminar con él sistema capitalista promoviendo una sociedad mejor, debemos tomar en cuenta para tener las mayores probabilidades de éxito en esa empresa.

Ricardo Maldonado – GCP (Grupo de Cultura Proletaria)

¿Para qué estoy yo aquí?

La justificación que da Torre de su incorporación al gobierno de Alfonsín es la de contribuir a la transición democrática, es decir a consolidar un sistema amenazado por el autoritarismo golpista. El camino para dicha tarea es aplicar un programa de reformas estructurales capitalistas que permitirían el crecimiento, al liberar a la economía de las rémoras del pasado, del proteccionismo y el favoritismo clientelar. El propio Torre se encarga de aclarar que la amenaza golpista era menos amenazante, y que el flanco débil de la estructura institucional de la democracia burguesa era la incapacidad de la economía de reproducir satisfactoriamente la vida de la población.

Sobre la profundidad de la amenaza golpista él mismo expresa que ni interna ni externamente había sectores poderosos, ni masas populares, que sirvieran de sostén a una aventura golpista con expectativas. La falta de sostén para un intento golpista en la población lo ejemplifica en el propio triunfo de Alfonsín y la marcha del peronismo hacia la renovación. La falta de sostén en sectores sustantivos de la burguesía es reconocida al contar que “la posibilidad de insurgencia militar sin el apoyo de Estados Unidos, la consideran escasamente plausible. Con ese argumento confirmó que una luz verde de EE.UU. es central para encarar cualquier operación militar. Hoy día, esa luz verde no existe.” (217), algo que ya había mencionado previamente al destacar que la atención especial dedicada al caso argentino por los funcionarios del Fondo se debía a que “en Estados Unidos parece que hay conciencia de que si fracasa Alfonsín y vuelven los militares es probable que lo que venga después será una situación menos confiable que la que ofrece el gobierno democrático, tanto respecto de las reglas de juego financieras como en el terreno de la política exterior.” (215)

¿Para qué estoy realmente yo aquí?

La razón real por la que Torre se integra un equipo económico es para hacer digerible, para justificar un plan que debe aplicarse contra los intereses de muchos sectores de la población. “La sugerencia de elevar el salario mínimo de 10.500 acompañada de la propuesta de colocar el salario básico de convenio a 13.000 pesos fue cuestionada por Juan (Sourrouille), llamando la atención sobre el problema que generaban aumentos de esas magnitudes dentro de la programación económica del Gobierno.” (129), los problemas de “un gobernador que aumenta los salarios, un presidente del Banco oficial que otorga un crédito a sus empleados, la secretaria de Comercio que autoriza aumentos de precios a distintos artículos” (268), los desfasajes de “soportar desde la Secretaría de Hacienda la gestión alegre empresas estatales, según me contó luego YPF fue un caso ejemplar. comenzó su actividad con un plan espectacular de perforaciones. lo financió endeudándose con todos los proveedores, que le empezaron a dar un crédito tras otro. Cuando el monto de la deuda pasó a mayores se realizó en Olivos una reunión a la que concurrió estarán y con un reclamo que el tesoro se hiciera cargo de la deuda” (265), los inconvenientes de “los astronómicos gastos operativos derivados de esa hipertrofia bancaria eran en parte responsables del vértigo inflacionario.” (193)

Todo esto y mucho más lleva a que “el panorama de 1985 presenta signos preocupantes. El alza de precios continúa, llegando a niveles cada vez más altos, con consiguiente impacto sobre el poder de compra del salario. Los precios internacionales de los productos de exportación del país han caído en los últimos meses. El aumento de la inflación y los problemas surgidos para el logro de las metas del superávit de comercio se combinan con el descenso operado en el nivel de actividad económica y las dificultades con la tesorería para atender los compromisos acumulados. Entretanto, siguen latentes los problemas que han acompañado al país en los últimos años: la puja distributiva, la deuda externa y la caída en los niveles de inversión.” (197)

El problema es la economía capitalista, no la democracia. Al punto que en un apunte enviado a Alfonsín para el acto del 23 de abril de 1985: “Por la democracia contra la dictadura” se plantea que “tenemos una dura prueba por delante: la democracia debe probar que puede superar esta emergencia, que es capaz de hacer que este país funcione y se convierte en lugar de realización personal del conjunto de los argentinos…. Lo hemos dicho y lo repetimos ahora: la lucha contra la inflación es la prioridad del momento.” (218) Preso de su propia ficción de presentar un plan de ajuste estructural como una patriada por la consolidación democrática, Torre se queja de que “podría decirse que el Plan Austral, tan solo una política económica, se revistió de una multiplicidad de significados el mismo día en que fue nombrado” (338)

En esta dualidad de presentarse como un cruzado de la consolidación democrática mediante el ajuste estructural que la economía capitalista exige, y a la vez quejarse de que se le pida el plan económico que funcione como si fuera eso que él mismo le ha adjudicado ser -mucho más que un plan económico- podemos percibir la evasiva posición del intelectual burgués en los períodos de decadencia y degradación del sistema que le toca defender y justificar. Trata de convencer -y convencerse- que su cruzada a favor de un ajuste es un esfuerzo para reforzar los mecanismos democráticos. Pero ni él logra creerlo.

La acción individual en los proyectos colectivos

El “Diario” puede leerse como el testimonio de algo que, a cualquiera que se proponga no solo quejarse de la desigualdad y la miseria del mundo, sino intervenir en su resolución, nos interpela de manera directa e inmediata. Se trata de la pregunta por la viabilidad de la acción individual en la vida política y colectiva. “Ayer hablaba con Pancho Aricó con relación a intelectuales y vida pública: coincidimos en criticar a los que llaman a lavarse las manos para dedicarse a explorar los misterios de la verdad justo en momentos como estos que reclaman hacer algo para que arraigue en Argentina la posibilidad de una convivencia civilizada” (449) Esta afirmación desplegada al final del libro nos sitúa en el centro de una interrogación necesaria. Es bastante claro a qué se refiere con dedicarse a “explorar los misterios de la verdad”, Se trata de las verdades abstractas, universales y eternas investigadas y pensadas en desconexión con los avatares de la vida cotidiana y concreta, la política y la economía. Es eso que varias veces menciona con el nombre la torre de marfil o la academia.

Sin embargo, el compromiso de Torre con la tarea de hacer algo por lo que llama la convivencia civilizada, aparece una y otra vez muy frágil. Cuestionado sistemáticamente ese compromiso por sus intereses personales, puramente individuales.

Al describir su situación se enmarca en un fenómeno más general, “mi caso es un ejemplo extremo del fenómeno de la discontinuidad -la tendencia a recomenzar a cada rato- de buena parte de mi generación. Recuerdo el comentario de Ricardo Piglia que ironizaba aludiendo al hecho de que a los 36 años era presentado como un escritor de la joven generación. Vivir en un país que se mueve a los tumbos se resuelve con frecuencia en esta manera de crecer, que no es solo mía, en el que las cosas se hacen a destiempo, con la sensación de haber pasado “días enteros en las ramas” (44) la descripción es muy acertada pero autoindulgente, el recomenzar a cada rato solo expresa el intento desesperado e insistente de considerar a la inviabilidad y la decadencia del capitalismo argentino como un problema soluble y coyuntural. Una y otra vez la fe en el capitalismo argentino y su burguesía es demolida por la propia decadencia del país, y cuanto más poderosa sea la fe en la burguesía más reiteradas serán las decepciones. Y los nuevos entusiasmos, hay que decirlo, se montarán sobre bases cada vez más débiles, más frágiles, y ambiciones más patéticas.

Desde el inicio de su accionar expone su contradicción y su duda. Sobre la convocatoria que le realizan aclara que su “reacción inicial fue desear que nada de eso hubiera sucedido, que nada interrumpiera la pacífica rutina de mis días. Al fin y al cabo, estoy acostumbrado a ella: pienso alguna idea, trabajosamente la escribo, descanso, divago, vuelvo a retomar el hilo y escribo una idea más, hago planes de viaje, me imagino fuera del país, en otra parte, y así de seguido, mientras discurre para mis adentros sobre la imposibilidad argentina” (58), “lo que me tiene nervioso, inquieto, es el temor de rifar algunos años de vida (y de trabajo intelectual: artículos, algún libro, etc.) por una patriada.” (59) queda bastante claro que, con una convicción tan frágil y una disposición a la acción que reclama garantías, más que en presencia de alguien que va a luchar por una causa estamos escuchando la voz del individuo que considera lo social y colectivo como pasible de ser usufructuado en beneficio propio. En sus palabras “una situación altamente atractiva desde la óptica de los “intelectuales y el poder” (59), o más explícitamente “es como si me hubieran dado una beca para ver desde adentro el mundo que he descrito y comentado desde afuera.” (171)

Esa contradicción tiene una expresión más acabada y difundida en una supuesta función propia del intelectual que describe de esta manera: “En palabras de Frenkel la Secretaría de Planificación se equivoca al pretender introducir racionalidad a un gobierno que no la quiere, y a través de él, a una sociedad que se opone a ella; en ese esfuerzo vano se pierde tiempo. Y no solamente se pierde tiempo, también se pierde identidad. La conclusión no podía ser más inquietante. Frenkel sostuvo que quienes nos auto identificamos como intelectuales estamos inmersos en una suerte de trampa ya que nuestra tarea debería ser, como se espera de nuestra condición de tales en el mundo, decir la verdad. Sin embargo, la participación en el Gobierno nos impone solidaridad y compromiso que bloquean nuestra posibilidad de hacerlo.” (141) Es decir que los intelectuales no intervienen, no actúan para que sus ideas sean gobierno y mucho menos para llegar a la sociedad, sino para mantener su identidad incólume, y pronunciar verdades carentes de alguna aspiración de realización social.

Esta extraterritorialidad del intelectual no le impide pensar que los demás deben realizar esas tareas que no son propias de los intelectuales. La fragilidad de sus convicciones no le hace obstáculo al comentar “cuán rápido e inexorablemente este país erosiona los ímpetus y la confianza en los gobernantes.” (105) El hecho de no ser militante tampoco es una razón para dejar de mencionar, en relación con el gobierno del que forma parte, “una carencia fundamental: le falta de un partido. Los radicales no han podido sustraerse a un hecho ya conocido: el partido como un comité electoral que se desmantela cuando finalizan las elecciones y sus hombres van al gobierno. Con excepción de las personas con responsabilidad de gobierno, el partido no existe” (95) Incluso, esta estrategia de pensamiento dual le permite pensar en una “contradicción entre la lógica del político, tributario y esclavo de sus promesas, y la lógica de los técnicos económicos, que tratan de colocar bajo control las variables económicas.” (104)

Resulta claro que, en esta oposición entre verdades inmutables y la mugre social, se escabulle el verdadero problema que consiste en que las soluciones propuestas para el país no tienen un país que esté de acuerdo con ellas. Y que por lo tanto la usual crítica a los planteos socialistas de que no cuentan con el apoyo popular parecería más bien la excusa de los políticos burgueses que logran el apoyo con promesas que no cumplen y aplican medidas que nunca anunciaron.

Lo que Torre refleja, en su unidimensionalidad, es que los proyectos burgueses no logran soldar en su interior apoyo popular y expresión teórica, que quienes caminan en el territorio dicen lo que los votantes quieren escuchar, y quienes piensan las verdades eternas, no se animan a pisar un barrio.

La burguesía garantiza este aporte de sus intelectuales orgánicos asegurándoles la reproducción de su vida por fuera de la lucha política en la medida en que realicen su aporte sin participar de la política real.Para eso existen los institutos como el Di Tella, de esta manera logran esa adhesión tan superficial y voluble de la que estamos leyendo el testimonio. “En mi caso sí es una elección, porque estoy bien donde estoy ahora, en el Instituto Di Tella; quizá haya colegas sin empleo más deseosos de ser llamados a colaborar. Desde que volví de París con mi doctorado bajo el brazo pasé a la condición de miembro permanente del Instituto. Esto quiere decir que puedo pedir licencia, y ocupar un cargo en el gobierno, y eventualmente volver luego a mi posición anterior. Con esta garantía el paso que he dado es en principio menos costoso” (61)

La duda de comprar un pasaje en el Titanic

Al hablar de su trabajo académico Torre nos permite entender el gran problema de estos intelectuales que se auto atribuyen la tarea de decir la verdad y no la de luchar por imponerla, es decir la de proferir verdades urbi et orbi, sin la pertenencia, el compromiso y los inconvenientes de la praxis organizada y la construcción colectiva. Sucede que en la academia “uno tiene su propio ritmo, en la medida que uno es el centro de toda la actividad. Cuando se pasa a formar parte de un equipo y este equipo está en un área de gobierno se pierde bastante el control sobre uno mismo.” (60) Esta es la cuestión central que atraviesa todo el libro. Sólo la lucha mediante las organizaciones políticas puede modificar la vida social, pero esa lucha implica tener en cuenta considerar y, también, enfrentarse a demasiadas personas, y a otras organizaciones, todas con capacidad de respuesta diferente y muchas veces inesperada. A diferencia del terreno teórico en el que no hay demasiados obstáculos ajenos a la propia voluntad y las propias capacidades. Cierto es que hay una serie de habilidades sociales que hay que manejar en esos ámbitos, pero se restringen -por usar términos de Bourdieu, al conocimiento del campo y el habitus. En cambio, llevar adelante un programa político a las masas implica crear una herramienta cuyos efectos y respuestas son mucho menos manejables y previsibles que en la elaboración intelectual. Torre ejemplifica la verdadera razón del rechazo del individuo educado a la organización política y su disciplina. El autor describe perfectamente las dos vivencias al decir que “son múltiples las demandas que tengo sobre mí y me desbordan: tener que poner la cara en tantos lugares desorganiza la rutina apacible con la que he convivido hasta hace poco.” (172) Se oponen las mpultiples demandas de la acción política y la vida apacible de la investigación. Por eso el 2 de septiembre de 1988 renuncia y la razón que esgrime, en contraste con tantas exigencias y pocos logros, son las “ganas de volver a ocuparme de mis proyectos académicos” (477) Haciendo realidad -por voluntad propia- lo que pensaba, dos años antes, que podría ocurrir si les iba mal en su aventura de gestión: “acaso salir de la cancha y contemplar el partido desde la tribuna, confinados nuevamente en el mundo periférico de los círculos intelectuales.” (179)

Podríamos decir que se trata de intelectuales que saben que el barco de la burguesía, el barco de la política burguesa para el que trabajan, es un Titanic. Y, antes de zarpar se aseguran viajar, pero sentados en un bote salvavidas. Contrariamente, quienes nos decidimos por una praxis socialista, renunciamos -como punto de partida- a esa dualidad. Y pretendemos desarrollar una tarea fundamentada en el conocimiento científico pero desarrollada entre nuestros compañeros trabajadores. A diferencia de esos intelectuales burgueses al estilo del protagonista del “Diario” no nos interesan las verdades eternas sino las verdades concretas para resolver situaciones concretas, y, porque sabemos que los resultados de intervenir en la vida real son mucho más frustrantes que los de la elaboración teórica, es que nos disciplinamos a una organización política que tiene como una de sus funciones restituirnos colectivamente el entusiasmo que muchas veces se ve esmerilado por las muchas y distintas batallas que libramos.

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