Cada vez que la burguesía lleva sus conflictos internos al ámbito público, la izquierda se desorienta y no tarda en mostrar su incapacidad para intervenir en forma revolucionaria. Más bien, tiende a oscilar entre el apoyo a la fracción capitalista “menos reaccionaria” (en la mayoría de casos) y una abstención sin ninguna propuesta (en la minoría). Ejemplos del primer tipo pueden verse en el apoyo a Galtieri en Malvinas, al peronismo, al campo (en el 2008) y, recientemente, a Cristina y su gente. En el campo latinoamericano, en el apoyo a Maduro, a Evo, a Dilma. De la segunda opción son testigos las posiciones en el conflicto del campo (ni con uno ni con otro) o en la crisis de Brasil (Fuera todos).
Tres son las premisas que llevan al trotskismo argentino a semejante callejón. La primera es la falta de un análisis concreto y riguroso. En la mayoría de los casos, se toman dos o tres datos y se los acomoda a alguna posición histórica de alguno de los “patriarcas”, como si el espíritu de Lenin o Trotsky anduvieran esperando una invocación esotérica para “hablar”. La segunda es el uso y abuso de la táctica del Frente Único, para lo cual se ve por todos lados movimientos “fascistas”, ante los cuales más vale asociarse, en forma más o menos estrecha, con burgueses “progresistas”. La tercera, la cuestión nacional, que obliga a alianzas con cualquier burgués argentino contra el “imperialismo”.
La consecuencia es una estrategia que arrea a la clase obrera hacia el enemigo, conspira contra el desarrollo de una conciencia socialista e impide el crecimiento de las propias organizaciones, ya que las masas prefieren las estructuras reformistas originales, con mayor trayectoria y sin segundas intenciones. El fracaso en el intento de crecer en esas coyunturas críticas y el rearme de la burguesía como resultado final, en cada una de ellas, debieran haber puesto a estos partidos a revisar sus posiciones, que se repiten sin beneficio de inventario.
El caso Dilma
La crisis brasilera es un claro ejemplo del estado de los reflejos de la izquierda argentina ante una crisis política profunda y ante oportunidades históricas.
El PO y el PTS ven en el rechazo popular a Dilma un “golpe fascista” y en partidos republicanos a los camisas pardas. En consecuencia, llaman a apoyar al partido del ajuste en Brasil. Rechazar el impeachment, con la excusa de que estamos frente a un “golpe”, es defender a un gobierno de corruptos y ajustadores. Para el PO, el PT fue un gobierno de “contención de los trabajadores” que se enfrenta a un régimen de “ajuste”. Lo curioso es que, junto con la defensa de Dilma, plantea un “Congreso de trabajadores […] que discuta una salida para el país”. En la actual situación, ese congreso, si no llama a defender a Dilma, es cómplice del “golpismo”. El PTS quiere defender al PT y combatir los ajustes, sin entender que el primero se va por no poder imponer los segundos. Al igual que el “congreso obrero”, combatir el ajuste los pone del lado “golpista”. La desorientación los lleva a fórmulas incoherentes y enmiendas ad hoc para ir detrás de la burguesía sin quedar en evidencia. Ambos están a la derecha del reformismo del PSTU brasilero, que en nombre de las elecciones levanta la consigna “Fuera todos”.
Izquierda Socialista, en cambio, supera este seguidismo a la política burguesa y propone una lucha contra Dilma, Temer, Cunha y toda la política burguesa. Pero su consigna es meramente negativa, un veto a los demás. No hay una propuesta propia. “Que se vayan todos”, ¿para qué? ¿Y quién gobierna? IS carece de una propuesta de poder para la coyuntura.
Falta de análisis concreto. Lula y Dilma fueron gobiernos del ajuste. Para tomar sólo los últimos años, en 2013, Dilma atacó las bonificaciones salariales, el seguro de desempleo, las pensiones por fallecimiento y las pensiones por enfermedad. En el 2015 estableció otro recorte, esta vez sobre los planes sociales. Las medidas tuvieron lugar algunos días después de que la calificadora de riesgo Standard &Poor’s redujera la nota de Brasil considerándolo como de “bono basura”. Uno de los afectados por los cortes es el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), que incluye proyectos de infraestructura como el plan “Mi Casa, Mi vida”. Para este año, el nuevo ministro de Economía, Nelson Barbosa, anunció un recorte del gasto público de 5.780 millones de dólares. Allí mismo sostuvo que ya se habían recortado unos 17.260 millones de dólares en 2015. Pero aún hay más. En la búsqueda de aprobar el presupuesto para el 2016, Ricardo Barros, diputado en ese momento aliado de Dilma, propuso recortar 2.5 mil millones de dólares del programa Bolsa de Familia entre otros, para alcanzar las metas de superávit fiscal. El PT logró aprobar el presupuesto con una reducción de la meta del superávit fiscal del 0,7% al 0,5% del PIB, que derivó en la salida de Levy.[1] Sin embargo, Dilma vetó el reajuste de Bolsa de Familia de acuerdo a la inflación de los últimos 12 meses, argumentando que este reajuste pondría en peligro la continuidad del programa.[2] De esta forma, el presupuesto para el programa creció solo un 3,97%, mientras que la inflación lo hizo en un 16% desde el último aumento, hace 20 meses.[3] Estos vetos fueron ratificados por el Congreso, lo que demuestra la voluntad de ajuste de la burguesía. Dilma ya había vetado el aumento de 78% de los empleados judiciales para no afectar las cuentas públicas.[4] Es decir, ante el advenimiento de la crisis, el PT no dudo y ajustó, lo que derivó en que la clase obrera haya protagonizado más de 3 mil protestas en los últimos años. La izquierda se olvida que el ministro ultraliberal Levy cayó por presión popular y ese fue el detonante del proceso político que culmina ahora. Si hubieran sido consecuentes, tendrían que haberse opuesto a la destitución del Melconián brasilero. Basta con un estudio algo más riguroso de lo que ofrecen los periódicos de izquierda para desbaratar todo el relato sobre el “progresismo” del PT y el advenimiento del “fascismo” en Brasil. Basta saber que luego de Dilma, le siguen Temer y Cunha para percatarse que defender a la primera es detener el desarrollo de la crisis política. Cuando se pida la cabeza de Temer o Cunha, ¿van a seguir agitando con el fantasma del “golpe”?
Esa posición los va emparentando con quienes se oponen al procesamiento de Cristina y todo su personal. ¿Llegarán a defender a la responsable del asesinato de Mariano Ferreyra, a la “pagadora serial”, la que permitió que los empresarios “la levantaran en pala”, la reina del trabajo en negro? ¿Van a defender a la política burguesa y sus formas de reproducción?
Con este despropósito, el PTS quiere utilizar la cuestión brasilera para romper el acto del del 1° de mayo del FIT (proponen el 30 una marcha a la embajada de Brasil) y evitar reagrupar a la clase obrera con la izquierda en el combate con el gobierno de Macri. Todo para congraciarse con el kirchnerismo, que es mucho más consecuente y apoya directamente y sin pelos en la lengua a Dilma y a Lula. Seguramente, la dirección del PTS mira con envidia las fotos de la TPR con D´Elía, Hebe y Larroque.
Otro ejemplo: las retenciones
En el 2008, la burguesía se enfrentó en forma abierta. ¿Qué hizo la izquierda? Otra vez, operó bajo el marco del mal menor. Una parte se fue con “el campo”, defendiendo a un conjunto de parásitos que viven del trabajo ajeno (IS). Otros, se fueron con el gobierno, quien defendía a la burguesía industrial, unos parásitos que viven de los parásitos a los que se enfrentan, porque no les alcanza con la explotación a sus obreros. El resto, PO y PTS, quedó en el medio, empujado por uno u otro bando. Una excepción fue el MAS, que adoptó las posiciones que había levantado Razón y Revolución en el documento “El convidado de piedra”. El PTS se pronunció por el programa de los cortes agrarios. Se pronunció como el defensor de “tres millones de campesinos”, cuando no hay tres millones de habitantes en el campo, revelando hasta qué punto se desprecia el conocimiento más elemental a la hora de preparar una posición política.
El PO, por su parte, fue atraído por ambos lados. Se pronunció por Cristina, cuando dijo que:
“bajo el capitalismo, el Estado no puede imponer un gravamen que, siendo un 44 por ciento del precio, equivale a más del 80 por ciento del beneficio, no importa cuán alto este beneficio pueda ser en términos absolutos.” (PO 1030)
Y que
“señalamos también que la disputa envolvía una crisis internacional, porque de un lado estaban los uribistas, que pretenden explotar la crisis para llevar a Argentina al campo de Bush, y del otro los chavistas, que hoy están reprimiendo a los obreros de Sidor.” (PO1031)
Pero también estuvieron con el campo, aunque más no sea “espiritualmente”:
“La Federación Agraria Argentina e incluso muchos chacareros autoconvocados han desvirtuado el carácter independiente de su lucha al aliarse con la Sociedad Rural.” (PO1030)
Es decir, si no estaba la SRA, apoyaban el movimiento. No hablemos ya de la idea de “repoblar el campo”, es decir, volver a la primera mitad del siglo XIX…
La consigna resultante, entonces, es el producto de esta desorientación: “Ni con unos ni con otros”. Una posición sin ninguna propuesta ni sujeto que vaya a encarnarla. Una fórmula que no responde al problema concreto: ¿la suba de retenciones es correcta o no? ¿Quién se tiene que quedar con toda esa riqueza? A lo que respondían “ni con uno ni con otro” o “reforma agraria”….
Las retenciones son la forma en que el Estado se apropia de una riqueza hecha por la clase obrera. Está bien sacársela a la burguesía agraria, pero no para dársela a otros burgueses. Si discuten esa riqueza, quienes la construyen tienen mucho que decir. Por eso, la propuesta de Razón y Revolución fue una gran paritaria nacional para definir el destino de esos recursos. En cambio, el trotskismo entregó la resolución del problema a la providencia, que se manifiesta bajo la forma de la relación de fuerza entre las fracciones burguesas.
La renuncia
La izquierda carece de capacidad de intervención en las crisis políticas. Habiéndose acostumbrado a su rol meramente sindical, a ser simplemente una organización que da asistencia a los huelguistas, los grandes acontecimientos la encuentran incapaz de presentar soluciones que superen los límites del sistema social que dicen combatir.
La excusa es la apelación al “Frente Único” contra el fascismo o contra el imperialismo y ver esta amenaza en cada reyerta burguesa. Se vio incluso en el balotaje: la única razón por la que se llamó al voto en blanco es porque ambos candidatos (Scioli y Macri) eran “neoliberales”. ¿Y si el candidato de Cristina hubiese sido Máximo o Kicillof?
He aquí la gran pregunta: ¿hay que apoyar siempre a un reformista contra un liberal? ¿Hay que elegir entre dos direcciones burguesas? Si simplemente se quiere amontonar gente, la respuesta puede oscilar. Si el objetivo es construir un partido socialista, entonces hay que negarse.
La amenaza fascista es un problema histórico demasiado serio como para que se lo devalúe y se lo vea detrás de cualquier político republicano. El fascismo no es una ideología, es un régimen político que se corresponde con un proceso de reconstrucción del Estado capitalista. Reconstrucción, porque el regulador de las relaciones sociales debe estar quebrado y amenazado por una fuerza capaz de tomarlo. Es decir, debe haber un proceso revolucionario avanzado y una crisis muy profunda. Solo en esas circunstancias la burguesía acepta someterse a ese doloroso proceso que implica ceder la autoridad suprema, garante de la propiedad, y concentrarla en un grupo de advenedizos. En segundo, esa reconstrucción implica la movilización de masas (generalmente provenientes de la pequeño burguesía) por fuera de ese Estado que van a cumplir las tareas que este ya no puede. Eso implica la guerra abierta a la fuerza revolucionaria y del conjunto de organizaciones afines, que aparece bajo la forma de guerra civil. Se apela a “gente nueva”: desclasados, lúmpenes y pequeño burgueses resentidos. La liquidación es total y, en consecuencia, la regimentación de la clase obrera es extrema: desaparecen sus partidos, sus sindicatos (reemplazados por oficiales), sus periódicos y todo lo que supo construir por sí misma. Para que se entienda mejor, la sociedad vuelve a construirse, con todos los dolores que implica: apelación a grupos radicales, expropiaciones, disciplinamiento del propio personal burgués, etc. Es, por lo tanto, un régimen de excepción. No se puede ver todo el tiempo fascismos por todas partes.
La táctica del Frente Único es el intento de superar la posición stalinista del “socialfascismo”. Es decir, la negación a cualquier alianza con los reformistas, acusándolos de agentes del fascismo. El trotskismo tiene pavor a que se lo relacione con cualquier elemento ligado a Stalin y, entonces, se la pasa hablando del FU. Pero el Frente Único, tal como fue pensado, es una alianza puramente militar, no política: los revolucionarios van a defender la posibilidad de que los reformistas puedan ejercer su actividad sin que los repriman y los reformistas están obligados a hacer lo mismo. Eso es todo. Eso no obliga a nadie a apoyar ninguna política ni ningún gobierno. Lo que el PO y el PTS deberían demostrar es que los locales de sus partidos y sus militantes, junto con los del PT, corren peligro. Lo mismo para el caso argentino: ¿qué elemento de la realidad justifica un Frente Único con el kirchnerismo?
Lo que realmente sucede es que estos partidos renuncian a dirigir a la clase obrera y renuncian al socialismo. Es decir, abjuran de su lugar de dirección revolucionaria. No creen que la clase obrera pueda desarrollar una conciencia propia (el Socialismo) y una política propia (la revolución). Por eso, ante cada crisis, entregan la dirección de los acontecimientos a la burguesía. Como bien dicen, a ninguna fracción en particular. Pero, por omisión, a la burguesía en general. Sus posiciones derivan en:
- Apoyar al burgués menos reaccionario. Aceptar el mal existente, para evitar un mal mayor.
- Que los capitalistas resuelvan sus problemas, nosotros no nos metemos, y que nos avisen cuando hayan culminado.
Por eso no pueden crecer en las grandes crisis, salvo excepciones. Se limitan a reproducir lo existente o esgrimir posiciones sin ninguna consecuencia real (“ni ni”, “Fora todos”). El PO puede decir que creció en 2001, pero no en 1982, 1989, 2008 y 2014. No estamos hablando de tomar el poder ni poner en jaque al Estado. Decimos crecer, simplemente eso.
No pueden intervenir adecuadamente porque carecen de un programa, de un análisis riguroso de la sociedad en la que viven. Y, además, carecen de voluntad de poder. Elemento esencial de cualquier partido. La negativa a constituir un Partido Único es la consecuencia más evidente de estos problemas. Una verdadera aspiración de masas dejaría de lado cualquier espíritu de facción para avanzar hacia un universo nuevo, que promete mejores recompensas.
Un partido revolucionario no elige entre dos burgueses, desarrolla sus propios cuadros. Un partido socialista no aspira al mal menor, sino que lucha por el bien mayor. Un partido socialista y revolucionario examina la historia propia, que arroja serias razones para confiar en la capacidad de desarrollo del proletariado como sujeto histórico y no le echa la culpa de las propias limitaciones.
Superar estos problemas es la tarea del momento. En Argentina y en el continente. Nos debemos un verdadero balance y una salida: un congreso de las organizaciones revolucionarias, para constituir la herramienta que el proletariado necesita para intervenir: un Partido Único, socialista y revolucionario.
-Fuera Dilma, Maduro, Macri y todos los ajustadores
-Cárcel a Cristina, Lula y todos los ladrones
-Asambleas populares contra el ajuste
-Congreso de bases obreras por plan de lucha
-Paro general
-Por un 1° de Mayo unitario y en la Plaza de Mayo
-Por una salida socialista a la crisis
Razón y Revolución
[1]EBC Agencia Brasil, 18/12/2015
[2]Globo, 16/12/2015; 01/01/2016; 02/01/2016
[3]Estadao, 02/01/2016
[4]Página 12, 22/072015
Ya viene siendo hora de que los compañeros Razón y Revolución empiece a construir una organización política propia, no?