El experimento elaborado por investigadores del CONICET sobre el consumo de la canasta alimentaria que calcula el INDEC tuvo como resultado serios problemas físicos de los integrantes del proyecto. Estos efectos ponen en cuestión no sólo las mediciones de la pobreza e indigencia, sino también el plan de Alberto sobre el “Hambre Cero”.
Nicolás Villanova
OES-CEICS
Cada vez que se habla del hambre en Argentina reluce el mismo comentario: “¿cómo es posible que en un país que produce alimentos para 400 millones de personas, haya un porcentaje tan elevado de pobres e indigentes?”. Se trata de un cuestionamiento cuya respuesta es bastante obvia: el incremento de la productividad del trabajo bajo el capitalismo hace posible que un país agrario produzca alimentos a escala gigantesca, pero la relación social capitalista (la explotación del trabajo sobre la base de la propiedad privada y la existencia de clases sociales), que provoca ganancias para unos pocos a costa de desempleo, caída salarial y pobreza para muchos, impide que el conjunto de la población argentina pueda comer correctamente. Prueba de ello son las elevadas cifras de indigencia y pobreza que estima el INDEC, aún cuando sabemos que se encuentran subrepresentadas. En este sentido, unas pocas semanas atrás se publicó en los medios un experimento que generó cierto revuelo. Un grupo de investigadores del CONICET consumió los alimentos que componen la canasta básica alimentaria que calcula el INDEC para registrar la indigencia en Argentina, con el propósito de indagar sobre las consecuencias clínicas. El resultado fue lo que millones de obreros argentinos sufren desde hace décadas: la malnutrición, el adelgazamiento y el debilitamiento físico.En un contexto en el cual el gobierno entrante establece como uno de sus objetivos llegar al “Hambre Cero”, a pesar de la tendencia decreciente de los salarios y el ajuste en marcha, es evidente que todo este asunto amerita un examen.
Un experimento corroborado por décadas
El experimento de los investigadores confirmó lo que ya se suponía: el hecho de que la canasta alimentaria (y de pobreza) que elabora el INDEC para medir la indigencia es extremadamente barata y de pésima calidad nutricional. Razón por la cual, que el organismo oficial de estadísticas registre la indigencia con esos valores es una manera de subestimar la cantidad real de personas que pasan hambre, que se encuentran desnutridas o malnutridas en Argentina.
El proyecto consta de un grupo de voluntarios que consumen los alimentos de la canasta que calcula el INDEC, otro grupo insume una dieta más saludable que sugiere el Ministerio de Salud de la Nación y un tercer grupo mantiene la dieta que lleva a cabo normalmente. No bien comenzó el experimento y anticipándose a lo que se exponía, el director del proyecto manifestó que,
“el problema es que la canasta [que estima el INDEC para medir la indigencia] tiene muchos hidratos de carbono, pocas proteínas y poca fibra. En criollo, mucha papa, arroz, fideos, pan y poca fruta y verdura. No tiene legumbres ni leguminosas. Es una canasta obesogénica que sacía el hambre, pero no tiene los nutrientes necesarios porque es de muy baja calidad nutricional”.[i]
El déficit de nutrientes puede, incluso, “engordar” a una persona, aún cuando sus condiciones socioeconómicas son de miseria. En este sentido, la malnutrición por carencia o por exceso de alimentos de pésima calidad son dos caras de una misma moneda.
Por otra parte, para poner de relieve la relación que existe entre el bajo costo de la canasta alimentaria que elabora el INDEC y la canasta sugerida por el Ministerio de Salud de la Nación, el director del proyecto señaló que el valor de esta última sería, aproximadamente, entre un 80 y 85% más cara que la anterior. Razón por la cual, estima, de modificarse por la que utiliza el organismo de estadísticas, el porcentaje de personas indigentes y pobres aumentaría notablemente.
El “experimento” comenzó en septiembre de 2019. Durante el primer mes, uno de los integrantes había ingerido todos los alimentos que integran la canasta mensual en sólo 22 días. La conclusión fue evidente: o dejaba de comer por 10 días, o salteaba comidas durante el día para llegar con algo a fin de mes. Tres meses despuésalgunos miembros tuvieron que abandonar el proyecto porque su salud estaba en peligro.En la medida en que consumían los alimentos que componen la canasta que elabora el INDEC, los integrantes se hicieron análisis clínicos. Los resultados fueron un empeoramiento generalizado de las condiciones físicas y psicológicas. Se hallaron elevados niveles de colesterol, de triglicéridos, de azúcar en sangre y descenso del magnesio y vitamina B12. Cabe destacar que, los niveles aumentados de triglicéridos se asocian a un mayor riesgo de contraer enfermedades vasculares, tanto cardíacas como cerebrales. Por su parte, la deficiencia de vitamina B12 causa problemas tales como cansancio, debilidad, anemiamegaloblástica, problemas neurológicos, depresión, demencia o mala memoria, entre otra serie de daños en el sistema nervioso.
En efecto, dos voluntarias abandonaron la experiencia porque bajaron notoriamente de peso (de 3 a 6 kilos), situación que las pondría en riesgo de empezar a perder masa muscular y de contraer osteoporosis por carencia de calcio. Otras consecuencias fueron la alteración del ciclo menstrual en las mujeres, trastornos en el sueño, cambio en la sudoración, sensación de deshidratación constante y anemiadebido a la falta de hierro y vitaminas.[ii] Ahora bien, ¿por qué se llega a este debilitamiento físico? ¿Cómo construye el INDEC la canasta alimentaria?
Canastas de indigentes para medir la indigencia
Las canastas básicas alimentaria y total, con las que el organismo de estadísticas estima la indigencia y la pobreza, tienen como punto de partida los patrones de consumo de la población más pobre. Para peor, los datos para obtener la composición de la canasta fueron elaborados en momentos de crisis económicas. Sin bien es cierto que el INDEC y los organismos de estadísticas provinciales establecen diversas canastas, algunas por ciudades (como la Ciudad de Buenos Aires), otras por regiones, las cuales establecen valorizaciones de precios diferentes, el punto de partida es siempre el mismo: el consumo de bienes y servicios de la población más pobre. En efecto, en el experimento antes mencionado se utiliza la canasta alimentaria de la región pampeana. No obstante, las cantidades de alimentos no se modifican sustantivamente. Aquí veremos cómo se construyó la canasta alimentaria para el Gran Buenos Aires desde el momento en el cual el INDEC comenzó a medir la pobreza, a mediados de los ’80.[iii]
Por empezar, el INDEC construyó las líneas de pobreza e indigencia sobre la base de los hábitos de consumo de la población más empobrecida. Se trata del segundo quintil de la población, es decir, la que obtiene ingresos por debajo del promedio. Luego, para obtener qué consume esa población, el organismo de estadísticas tomó la encuesta de gastos y presupuestos familiares del año 1985, o sea, un año en el cual el salario promedio había descendido un 14% respecto del año anterior.
Como no todo el mundo tiene las mismas necesidades calóricas y proteicas, ya que cambian según la talla, el peso, la edad y el sexo, el INDEC toma como referencia a un jefe de hogar con ciertas características para luego establecer, en base a esa “unidad de medida”, los valores nutricionales necesarios del resto de la unidad familiar. ¿Y qué características tenía ese “adulto equivalente” promedio a mediados de los ‘80? Según el INDEC, era un varón adulto de 30 a 59 años, ocupado en una actividad de intensidad “moderada”, cuya carga horaria diaria era menor a las 7 horas de trabajo. Cabe destacar que, con estos criterios quedan por fueratodos los obreros que cumplen la jornada de 40 horas semanales, o que se emplean en más de un trabajo, todos aquellos que hacen horas extras, todos los trabajadores de ocupaciones intensas como la construcción, el transporte, la industria, el agro y demás.
Luego, en base a lo que consume esa población de referencia, se establecen las kilocalorías (kcal) necesarias basadas en las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en ese entonces registraba una media de 2.700 kcal diarias para el adulto equivalente. Finalmente, el INDEC “ajusta” a la realidad de lo que consume la persona que se toma como referencia, los valores nutricionales requeridos por la OMS.
¿Cuál fue el resultado? La canasta alimentaria incluye un consumo mensual de poco más de 6 kilos de pan, 1,1 kg de galletitas, 6,2 kilos de carne (que se compone más de hueso que de carne, pues incluye carnaza común, pollo, asado, hueso con carne y algo de paleta y carne picada), 630 grs de arroz, 1,3 kilos de fideos, 1,2 kilos de harinas, 7,7 kilos de papas y batatas, casi 1,5 kilos de azúcar, un cuarto kilo de dulces, un cuarto kilo de legumbres secas, 4 kilos de verduras, 4 kilos de frutas, 630 gramos de huevos, 8 litros de leche, poco más de un cuarto kilo de queso, 1,2 litros de aceite, 7,5 litros de bebidas, 600 gramos de yerba, 30 gramos de té y café y condimentos como sal y vinagre. Piense en cuáles serían las porciones diarias de todo esto y se dará una idea de lo poco que es.[iv]
Para estimar el valor mensual de la canasta alimentaria, el INDEC utiliza la evolución de los precios de los productos que la componen. En paralelo, el organismo de estadísticas construye la canasta básica total (o de pobreza). En este caso, establece un coeficiente basado en los gastos alimentarios y no alimentarios, donde se tiende a subregistrar los valores reales de los alquileres, los servicios públicos, los gastos en salud, educación, entretenimiento, etc. ¿Por qué? Porque, justamente, las mediciones fueron elaboradas en base al consumo de la población más pobre, la que vive en las peores condiciones materiales, en momentos de crisis agudas.
Una vez construidas las canastas de alimentos y de bienes y servicios, el INDEC estima los niveles de indigencia y de pobreza para el conjunto de la población, basándose en los ingresos familiares que releva la Encuesta Permanente de Hogares y comparándolos con las líneas de indigencia y pobreza. También elabora las canastas de “hogares tipo”, como, por ejemplo, aquellos que se componen de un matrimonio y un hijo, o bien, con dos hijos, incluso, con tres.
Cabe destacar que, estos criterios para la construcción de la canasta alimentaria recién fueron modificados en el año 2016. Es decir, pasaron 30 años y el INDEC mantuvo el mismo patrón de consumo de la población más pobre del año 1985 para medir la indigencia y la pobreza. ¿Y qué criterios tomó el INDEC para modificar la composición de la canasta alimentaria? Aquellos que se registraron en la Encuesta de Gastos de Hogares (ENGHO) del año 1996/1997, validados con la ENGHO 2004/2005, todas elaboradas en momentos previos o inmediatamente posteriores a las crisis más profundas que tuvo la Argentina. ¿Y cambió sustantivamente algo? No. Por ejemplo, aumentó el insumo de pan, arroz y fideos en 11%, 90% y 35%, respectivamente. También se incrementó la necesidad de leche y queso (17 y 22%), pero disminuyó el insumo de huevos (5%). La carne, a pesar de su pésima calidad, mantuvo iguales cantidades. La necesidad de frutas también aumentó (23%), pero las legumbres mantuvieron sus antiguos niveles. En líneas generales, la canasta alimentaria para un adulto se incrementó en 50 kcal necesarias diarias, o sea que de 2.700 pasó a 2.750 kcal.
Sin embargo, estos cambios modificaron los precios de la canasta alimentaria y, consecuentemente, de la de pobreza. Aunque parezca extraño, un leve cambio en la valorización de las canastas arrojó como resultado un nivel mucho mayor de personas indigentes y pobres, si se compara con la antigua medición. En efecto, en el informe del INDEC elaborado en 2016 cuando se modificó la composición de la canasta se compararon los resultados de las dos canastas, es decir, la que históricamente fue utilizada para medir la indigencia y la pobreza y la que resultó de los cambios efectuados. Se tomó como año comparable el 2006, es decir, el año previo a la intervención del INDEC por parte del gobierno kirchnerista, momento en el cual se manipuló y trastocó el índice de precios. ¿Y cuáles fueron los resultados? En primer lugar, el valor de la canasta alimentaria se encareció un 11%, y la de pobreza, un 34%. En segundo, la “vieja” canasta reflejó, en el año 2006, un 9,9% de indigentes promedio; mientras que, con la “nueva” medición se obtuvo un 11,7%. Es decir, una diferencia porcentual de 1,8%, lo que equivale en números absolutos a más de 700 mil personas indigentes. Por su parte, para el mismo año, con la “vieja” línea de pobreza se obtuvo como resultado un 29,1% de personas pobres; mientras que, con la “nueva” medición, la cifra llegó a un 40,7%. O sea, una diferencia porcentual de 11,6% y más de 4,5 millones de personas.[v]Evidentemente, un leve cambio en la composición de las canastas y la cifra de indigentes y pobres se eleva sustantivamente.
En resumen, con estos criterios y mediciones resulta sencillo eliminar el hambre de la Argentina. Con vericuetos estadísticos se puede ocultar lo que la realidad muestra cotidianamente. Además, es imposible o al menos cuestionable medir la indigencia con tan sólo construir una canasta exclusiva de alimentos. Porque para consumir esos productos es necesario mantener refrigerada la carne, la leche, los fiambres o el queso. Y para ello se requiere una heladera y electricidad. Lo mismo para cocinar la carne, las batatas, las papas, los fideos o el arroz: es necesario tener gas o algún combustible, así como también, ollas, cocina, cubiertos. Probablemente, la línea que el INDEC establece para medir la pobreza sea más próxima para registrar los niveles de indigencia del país, aunque, como ya vimos, los alimentos y nutrientes que componen la canasta alimentaria resultan insuficientes para garantizar una dieta de subsistencia.
Entre las ilusiones de la “pobreza cero” al “hambre cero”
El experimento acerca de las consecuencias dela ingesta de la canasta alimentaria se lanza en un contexto de cambio de gobierno y de promesas de campaña. En efecto, con menos ambición que Macri, Alberto Fernández lanzó su programa “Argentina sin hambre”. Recordemos que uno de los spots de la campaña de Cambiemos previo a las elecciones de 2015 fue, justamente, el de “Pobreza Cero”. Contra todas sus ilusiones, los niveles de pobreza no sólo no disminuyeron, sino que aumentaron. Ahora, el Frente De Todos bajó las expectativas y sólo abona por el “Hambre Cero”. Algo que resulta poco probable de realizar, no sólo porque en 12 años de gobierno, con una soja que llegó a casi los 600 dólares la tonelada y con programas alimentarios y subsidios de todo tipo, el kirchnerismo no logró resolver ese problema, sino porque, además, las iniciativas del nuevo plan tienen la pretensión de profundizar las ya existentes. Es decir, es más de lo mismo.
Aunque todavía no se puso en marcha en su totalidad, el programa “Argentina sin hambre” expresa buena parte de lo que ya se viene haciendo desde hace décadas. Sobre la regulación de los precios de los alimentos, el plan impulsa: “regulación de precios de la Canasta Básica de Alimentos”, “Creación por Ley del Programa Precios Cuidados”, “Devolución del IVA a las familias en situación de vulnerabilidad sobre los productos de la canasta básica de alimentos”. Vale la pena recordar que Alberto acaba de dejar sin efecto la medida impulsada por Macri de eliminar el IVA de los alimentos, luego de las PASO. Razón por la cual, los precios de los alimentos subieron más de un 10% en un solo día. Otra medida del Plan “Argentina Sin Hambre” es la ampliación de la Tarjeta de Alimentación, recientemente impulsada en Chaco, la cual brinda un monto de 4 a 6 mil pesos para madres con hijos menores de 6 años. Pensemos que, a noviembre de 2019, la canasta alimentaria por persona se valorizó en 4.887 pesos. Recordemos, también, que para una persona esa canasta resulta insuficiente. Por lo tanto, se trata de un programa que brinda migajas.
Por su parte, el refuerzo alimentario escolar es otra de las propuestas, un programa que lleva décadas y que no ha resuelto la malnutrición de los niños escolarizados. Se impulsarán ferias de alimentos y huertas para “potenciar la agricultura familiar, campesina indígena, como productora de alimentos”.También se dará financiamiento a cooperativas. Los obreros desocupados del “Hacemos Futuro” ahora trabajarán en escuelas con los mismos salarios de miseria de siempre, sin los derechos que le rigen por convenio a todo trabajador estatal.
Se trata de medidas que ya se impulsaron durante los años previos y no resolvieron el problema de la indigencia ni la pobreza. ¿Qué fue lo que hizo el kirchnerismo en sus 12 años de gobierno y que mantuvo el macrismo en los últimos 4? Con la asunción de Néstor Kirchner en 2003 se impulsó el Plan Nacional Alimentario el cual profundizó algunas medidas ya iniciadas por el menemismo y lanzó otras tantas. Sólo entre los años 2003 y 2017, el Estado entregó, en promedio por año, unos 12,5 millones de litros de leche para la población más vulnerable; asistió a más de 3 millones de personas a través de los programas de creación de huertas; y entregó más de 12 millones de tickets y módulos alimentarios. Cristina, por su parte, implementó el programa Precios Cuidados que el macrismo continuó. Y Mauricio quitó el IVA a los bienes que componen la canasta alimentaria, entre otras. Al Plan Nacional Alimentario se sumaron los programas de subsidios con contraprestación laboral (cooperativas del “Argentina Trabaja”, “Ellas Hacen”, luego denominadas “Hacemos Futuro”), tanto como las transferencias directas de ingresos como la AUH, el plan PROGRESAR y otros tantos.
¿Cuál fue el resultado de todo esto? Que la cantidad de personas indigentes, si bien mermó de 2001 a 2006, se consolidó entre los años 2007 y 2019 de 2,5 a 3,5 millones y que los pobres nunca bajaron de los 10 millones de personas en el mismo período (ver gráfico). Cabe destacar que Cristina Kirchner recibió muchos halagos de la FAO en el año 2015 por haber “erradicado” el hambre en Argentina, léase la cantidad de indigentes. Sin embargo, eso sólo fue posible con el trastocamiento de las estadísticas luego de la intervención del INDEC en 2007.
Pero, la indigencia tal cual la mide el INDECes sólo un aspecto del problema. La muerte por desnutrición puede ser considerada como la situación más extrema del hambre en Argentina. Llegar a ese estado luego de un largo tiempo en el que el cuerpo va degradándose resulta un crimen social al que se llega en situaciones límite. Las cifras de muertes por desnutrición tienden a descender con el tiempo, lo que no significa su inexistencia. Además, las estadísticas podrían estar subregistrando muertes como consecuencia de una pésima alimentación bajo la forma de otras causas. Lo cierto es que las cifras son elevadas. Según los datos del Ministerio de Salud de la Nación, en 2005 murieron 1.273 personas por desnutrición, cifra que mermó a 780 en 2018. Bajo el mandato de Cristina (2008-2015) murieron 8.240 personas por desnutrición, mientras que, en los tres primeros años de gobierno del macrismo murieron otras 2.598 personas. Esta cantidad de muertes es elevadísima en un país donde abundan los alimentos.
Además, una de las patologías que afecta a los niños es la denominada “desnutrición oculta”, es decir, la anemia por falta de proteínas y hierro debido a una mala nutrición. Entre los años 2004 y 2005 se elaboró la primera Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS) que estimó esta carencia de nutrientes y que luego, sospechosamente, dejó de medirse. Los resultados fueron contundentes: la prevalencia de anemia en niños de 6 a 24 meses fue del 34,1% y en niños de 6 a 72 meses, de 16,5%. En cambio, otras patologías vinculadas con la mala nutrición sí pueden ser comparadas con la segunda ENNyS (2018-2019). Por ejemplo, los niños menores de 5 años con baja talla por déficits nutricionales aumentaron de 2005 a 2019 de un 4,2% a un 7,9%. Simultáneamente, la cantidad de niños de la misma edad con bajo peso se redujo de un 4,2% a un 1,7%.
Por último, el sobrepeso y la obesidad son patologías que tienden a aumentar en Argentina y afecta, sobre todo, a la población adulta. Cifras para el 2018 indican que la mitad de la población presenta exceso de peso: un 30% sobrepeso (12 millones de personas) y un 22% obesidad (9 millones). En la población de hasta 5 años, la prevalencia de la obesidad tendió a crecer entre 2005 y 2018 de un 9,9% a un 13,6%. Cabe destacar que, algunos estudios mundiales señalan que las muertes por enfermedades propias de la obesidad y sobrepeso resultan, incluso, más elevadas que las muertes por desnutrición. En los últimos tiempos, según la Organización Mundial de la Salud, murieron en el mundo, por año, más de 2,6 millones de personas por enfermedades vinculadas con el exceso de grasa corporal debido a un desequilibrio energético ocasionado por una elevada ingesta de energía, superpuesta con un bajo gasto.
Debido a la ausencia de estadísticas sobre el tema en Argentina, algunas fundaciones u organizaciones barriales elaboran relevamientos que expresan el déficit alimentario de una elevada población. Por ejemplo, la Fundación CONIN relevó en 2019 zonas rurales y urbanas marginales en las localidades de Maipú (Mendoza), Cañuelas y La Plata (Buenos Aires), Villa Flores y Santa Rosa (Santa Fe) y Villaguay (Entre Ríos). De un total de 2.290 personas relevadas se detectó que entre el 25 y el 41% de los niños menores de 5 años estaban malnutridos por déficit y un porcentaje similar, por exceso. De un total de 961 niños menores de 10 años, el 35% asiste a un comedor.[vi] Por su parte, el Movimiento Barrios de Pie construye el Indicador Barrial de Situación Nutricional en la población de niños y adolescentes que asisten a comedores en el conurbano bonaerense. Según el relevamiento del año 2017, el 48% de los niños y adolescentes de 2 a 19 años se hallaba malnutrido y el 20% presentaba baja talla para su edad; mientras que el 29% de los niños lactantes de 0 a 2 años también estaba malnutrido.[vii]
Como vemos, muy lejos de eliminarse, el problema del hambre y la malnutrición parece agravarse con el paso del tiempo. En la Argentina actual, con estos niveles de indigencia y de pobreza, cualquier programa que pretenda erradicar el hambre proveniente de un gobierno burgués es una mera ilusión. Sólo truchando las estadísticas pueden lograr su cometido.
Por una vida sin hambre
Como vemos, el experimento de la ingesta de la canasta alimentaria que elabora el INDEC pone sobre la mesa no sólo los límites del registro de personas indigentes, sino también la realidad que padecen millones de obreros. En la Argentina actual el capitalismo se encuentra en descomposición, razón por la cual los problemas del hambre y la pobreza se agravan. Y en buena medida, todos los gobiernos son parte del problema y no de la solución. Hoy, Alberto Fernández promete resolver lo que no lograron Néstor ni Cristina con los fabulosos ingresos procedentes de la exportación de commodities a precios elevados. Las ilusiones se desvanecen aún más en un momento de ajuste brutal contra la clase obrera, debido al retraso de los incrementos salariales y la pérdida de poder adquisitivo. En este contexto, las medidas que promueve el gobierno actual reproducen la malnutrición y el hambre: tarjetas alimentarias (de miseria), más cooperativismo (trabajo extremadamente precario), congelamiento de precios (con límites en el corto plazo).
Si el consumo de las canastas alimentaria y total con la cual el INDEC mide la indigencia y la pobreza para el Gran Buenos Aires generanadelgazamiento, malnutrición y baja en las defensas, un subsidio contra el hambre debe tener, como piso, un monto equivalente a dos canastas de pobreza. Y éstos sólo son valores de referencia para el Gran Buenos Aires, porque en otras provincias, sobre todo en el sur del país, estos montos resultarían paupérrimos por la carestía de la vida.
Con
estos números sobre la mesa, resulta penoso y grave que la izquierda trotskista
lance consignas tales como salario igual a una canasta de pobreza, es decir, un
horizonte que reproduce las condiciones de miseria y hambre en la que viven
enormes fracciones de la clase obrera ocupada y desocupada (nos ocupamos de
este debate en próximos artículos).
Sólo el Socialismo puede sacar del hambre, la
pobreza y el desempleo a los millones de personas que hoy se encuentran
sometidas a la miseria. Mientras tanto, debemos luchar por un subsidio que
permita a las familias alimentarse correctamente, cuyo monto debe ser muy
superior al de la canasta de pobreza. De lo contrario seguiremos viviendo como
animales.
[i]Ver diario Página/12, 1/9/2019. Disponible en: https://cutt.ly/UrkLWC7.
[ii]Ver diario Página/12, 17/12/2019. Disponible en: https://cutt.ly/4rkLYRp.
[iii]La descripción de la elaboración de las canastas fue extractada de los siguientes informes: De Morales, Elena (1988): “Canasta Básica de Alimentos. Gran Buenos Aires”, en Documentos de Trabajo, N°3, INDEC; y, Epszteyn, E. y Orsatti, A. (s/f): “Características de una línea de pobreza para Argentina, 1985”, en Documentos de Trabajo, N°8, INDEC.
[iv]Recomendamos las lecturas de: “El contenido real de una consigna”, en El Correo Docente, N°8 (https://cutt.ly/WrkZozY); y, “¿Salario mínimo igual a la canasta básica?, en La Hoja Socialista, N°17 (https://cutt.ly/0rkZa8s).
[v]Fuente: INDEC: “La medición de la pobreza y la indigencia en Argentina”, Metodología INDEC N°22, Buenos Aires, Noviembre de 2016.
[vi]Disponible en: https://cutt.ly/brkZklN.
[vii]Fuente: Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana: “Indicador Barrila de Situación Nutricional”. Segundo semestre 2017. El relevamiento se desarrolló sobre una base de 17.414 niños y adolescentes.