Rumbo a los ’90. Inflación , sobrevaluación de la moneda y endeudamiento

en El Aromo nº 56

dinero-y-deportePor Fernando Dachevsky – CEICS

La crisis mundial que estalló en 2008 no está resuelta. Las causas que subyacen no fueron superadas y, como atestigua Europa, la economía mundial sigue dando lugar a estallidos de burbujas de capital ficticio, concentrado ahora en déficit fiscal. En este panorama, ¿qué perspectiva le cabe a la Argentina? Tanto desde visiones más apologéticas del kirchnerismo, que no ahorran saliva en presentar a la Argentina como un ejemplo mundial de solidez, hasta visiones “críticas”, que hablan de “no perder una oportunidad histórica de desarrollo”, el entusiasmo pareciera ser la regla entre los diferentes análisis económicos.
Como toda visión ideológica, estas posturas tienen cierto asidero con la realidad, sobre las cuales se montan para construir su interpretación. En efecto, tomando en consideración la historia económica argentina es, por lo menos llamativo, que una crisis internacional de magnitud como la actual no se haya traducido en un inmediato derrumbe de todos los indicadores económicos nacionales. Sin embargo, la idea de que la Argentina permanece asilada de la crisis es falsa. Desde el estallido de finales de 2008, y en consonancia con lo sucedido en los países que fueron epicentro de la crisis, el gobierno argentino debió aplicar planes de rescate millonarios que no evitaron una suba del desempleo y de la pobreza.
Durante 2009, en un contexto de baja de la renta de la tierra por caída de las exportaciones causada por la contracción del mercado mundial (y en menor medida por la sequía que afectó a la Argentina) los cuestionables datos del INDEC muestran que la industria tuvo una contracción de entre el 3 y 5% durante la primera mitad del 2009, terminando el año con crecimiento cero. Para que el desplome no fuera mayor, el gobierno debió meter mano en la caja de la ANSES para financiar el salvataje a los capitales radicados en la Argentina y para expandir la obra pública y que no estallara el desempleo. Tomando los datos del primer trimestre de 2010 con respecto al momento anterior al estallido de la crisis, se observa que en el sector privado en blanco hay 145.000 puestos de trabajos que todavía no se recuperaron, mientras que el empleo público se incrementó en 90.000 puestos(1). El resultado de acolchonar la caída es que el déficit fiscal se incrementó desde mediados de 2009 hasta el momento y con ella la inflación se aceleró. La incipiente recuperación de la que tanto se alardea encuentra a la Argentina con una moneda cada vez más sobrevaluada y la necesidad acuciante de volver a endeudarse. En este sentido, lo acontecido desde 2008 aceleró la tendencia al viraje hacia una economía con rasgos muy similares a los ‘90. Veamos en detalle sus características.

Nada es gratis

La devaluación del peso de 2002 permitió a los capitales nacionales un margen de supervivencia que no tenían en el 1 a 1. Durante la década de 1990, la moneda se encontraba sobrevaluada. Esto significa que la capacidad del peso argentino de actuar como representante general del valor estaba inflada. Es decir, el poder del peso argentino de intercambiarse por otras monedas era mayor al que le correspondía teniendo en cuenta su capacidad para representarse en otras mercancías y la productividad del trabajo argentino. Esto que parece un problema meramente teórico tenía un resultado notorio en la práctica: el abaratamiento de todo lo comprado en el exterior, los viajes a Miami, la posibilidad de pagar tarifas de servicios públicos a precios internacionales, etc. Estimando la paridad entorno a los 2 pesos = 1 dólar(2), el 1 a 1 significaba que por cada peso vendido para comprar dólares (para importar, viajar, etc) el vendedor recibía 1 peso de descuento. La fuente para sostener esto era, por un lado, la renta de la tierra y, en mayor medida, el endeudamiento externo.
El 1 a 1 actuaba un mecanismo de transferencia hacia el mercado interno que para el caso puntual de la industria tenía un doble efecto. Por un lado, facilitaba la importación de bienes de capital a aquellas industrias que podían tecnificarse de manera barata. Por otro lado, aceleró la desaparición de una gran cantidad de pequeños capitales ineficientes. El resultado: un acelerado proceso de concentración y centralización del capital.
La devaluación del 2002 transformó la situación. Se eliminó la sobrevaluación de la moneda como mecanismo de transferencia hacia el mercado interno y la moneda pasó a estar, incluso por debajo de la paridad. Lo cual, por un lado, colocó en primer plano el problema de la actualización de las tarifas y la necesidad de taparlo con crecientes montos en subsidios para garantizar la rentabilidad de las privatizadas. Por otro lado, implicó un beneficio muy importante para los pequeños capitales más ineficientes en la medida en que encarecía la importación de mercancías competidoras. Cabe señalar que la mencionada transformación fue parcial. Como mencionamos en ediciones anteriores de El Aromo, el proceso post devaluación no cambió la posición marginal de la economía argentina y la ineficiencia general de la industria no agraria que acumula en el país(3).
Como todo mecanismo de transferencia, la devaluación no es eterna sino que depende de la capacidad de sostenerla. El proceso inflacionario inherente a la devaluación (y potenciado por los mecanismos implementados para evitar una revaluación) se fue comiendo, durante estos años, el margen de protección que tenía la industria local. Esto se ve en elementos cotidianos que se registraron con mayor frecuencia en los últimos años: la mayor presencia de productos importados en las góndolas, el regreso de músicos internacionales que llenan River (cuando su cancha estaba habilitada para eso) y el crecimiento de las ventas de productos electrónicos. También se registra en cuestiones que no son tan visibles en la vida cotidiana del lector, como por ejemplo, el notable incremento de las denuncias antidumping presentadas por las industrias locales, que colocaron a la Argentina como uno de los mayores iniciadores de reclamos de este tipo en el mundo(4).
Desde 2006, cuando el peso argentino alcanzó su paridad, se observa una tendencia a la sobrevaluación que persiste. De hecho, se observa una aceleración durante el 2010. Esto no es casualidad, la expansión del gasto público que se tradujo en déficit fiscal y, en consecuencia en la necesidad de liberar tarifas, sumado al crecimiento de la emisión monetaria en circulación están detrás del proceso inflacionario que empuja a la sobrevaluación. En la actualidad, el tipo de cambio se encuentra sobrevaluado entre un 17% y un 35%(5).
Si bien, los fondos de la ANSES le dieron al gobierno la posibilidad de impulsar obra pública y sostener la actividad económica, en la actualidad, el gobierno se encuentra con un déficit fiscal creciente, que le pone serios límites para poder reprimir inflación mediante tarifas subsidiadas. Como si fuera poco, la posibilidad de avanzar sobre la renta agraria no sólo tiene como límite la propia impotencia del gobierno que reculó frente al reclamo de los terratenientes, sino que se ve limitada por las recientes disputas comerciales con China, que analizamos en este número del OME.

Cambio de frente

En esta coyuntura, el kirchnerismo decidió retomar el endeudamiento externo. En este sentido, el gobierno cumplió los deberes y pagó deuda. Si las cosas le salen bien y la crisis internacional apacigua, tal vez encuentre capitalistas dispuestos a prestarle a países de alto riesgo como la Argentina. Esta salida implicará frenar todo intento devaluatorio a gran escala, darle más impulso a la sobrevaluación y que el Estado deje de ser el mediador que transfiere recursos extraordinarios provenientes del agro (que pasarán a transferirse de manera directa por el tipo de cambio). En este sentido, no debiera sorprender que el gobierno acuerde con los terratenientes cierta relajación de las retenciones.
En otras palabras, el viraje planteado significará un ajuste del gasto público. Siguiendo este rumbo, las perspectivas que le caben a las crecientes capas de la clase obrera que, de una u otra forma, dependen de gasto estatal no parecieran ser muy alentadoras6. Si las cosas no salieran bien, siempre hay un plan B: la devaluación violenta y la pulverización del salario por inflación.
Entre estas tensiones marcha la economía argentina en medio de la crisis mundial. La velocidad y la violencia con que se den los cambios es el punto de la discusión que no está tan claro. La historia argentina nos muestra que esta clase virajes, en uno u otro sentido, no se dan de manera imperceptible. Las crisis de 1975, 1982, 1989 y 2001 son los últimos ejemplos en este sentido. No siempre lo que no te mata te hace más fuerte. La mayoría de las veces simplemente acelera el proceso. Lo acontecido desde 2008 hasta el día de hoy está lejos de evidenciar que el llamado “modelo productivo” está más fuerte que nunca, sino cada vez más supeditado a fuerzas que están, por lejos, fuera de control del gobierno y que anuncian ataques crecientes a la clase obrera.

NOTAS:

(1) En base a datos elaborados por IERAL.
(2) Estimación realizada por Iñigo Carrera, Juan: La formación económica de la sociedad argentina, Imago Mundi, Buenos Aires, 2007, p. 43.
(3) Dachevsky, F.: “Competencia internacional y endeudamiento externo. Las (des)ventajas absolutas y los límites de la acumulación de capital en la Argentina”, en El Aromo, nº 54, 2010.
(4) Se entiende al dumping como un acto de competencia “desleal” que surgiría de vender en el mercado externo a un precio menor del que se vende el mercado interno. En la práctica, la denuncia antidumping es una maniobra a la cual recurren los capitales para suspender la importación de un bien competidor, por lo menos, mientras dure el proceso de investigación. Hacia finales de 2009 (último dato disponible) el principal iniciador era la India (30 denuncias), le seguía Argentina (con 28) y Estados Unidos (con 20). En base a datos de la OMC.
(5) Elaboración propia en base a datos de INDEC, Buenos Aires City, BLS y BCRA. La actualización fue realizada siguiendo la metodología propuesta por Juan Iñigo Carrera en su obra ya citada, quien para los años ‘90 observó un pico de sobrevaluación cercano al 100%. Los resultados de esta actualización son responsabilidad nuestra.
(6) Puede observarse cómo los “beneficios sociales” ya aplicados, además de ser financiados por la propia clase obrera vía fondos de la ANSES están siendo pulverizados por la inflación. Véase Tamara Seiffer y Nicolás Villanova: ¿Qué son las políticas sociales?, en El Aromo, nº 55, 2010.

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