Ruidos de (rotas)  cadenas

en El Aromo nº 8

 

Eduardo Sartelli

 

En estos días, una pregunta recorre cuanto medio de comunicación y/o agencia gubernamental exista: ¿qué hacer con los piqueteros? No con todos, sin duda. Con algunos, D’Elía y Alderete, por ejemplo, ya está resuelto el problema: transformarlos en soporte del gobierno a cambio de unos cuantos bolsones más y alguna que otra cosa. Si bien Alderete no llegó al exabrupto descarado de su compañero de andanzas, que amenazó con palos y quién sabe qué otra cosa a quien combata a su adorado presidente, la CCC culmina años de lucha honesta con una claudicación política que no es nueva, pero que alcanza ribetes escandalosos. No, el problema no son ellos. El drama mayor para el gobierno, según marcan algunas encuestas, es qué hacer con los “duros”.

Detrás del fantasma piquetero, lo que se esconde es el intento de desarmar el principal instrumento de lucha que se dió la clase obrera argentina en los últimos veinte años: la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. En particular, porque es la única estructura con capacidad de acción nacional que ha sobrevivido al reflujo, constituyéndose en la heredera indiscutida del Argentinazo. En efecto, estamos en presencia de una nueva batalla en torno al núcleo duro de la recomposición de la fuerza material y moral de la clase obrera argentina, sintetizado en las organizaciones que defienden una política de independencia de clase y un objetivo más allá de la sociedad existente. No es el primero ni será el último.

Probablemente, el primero de esos intentos de desarmar por la fuerza a la fracción más combativa del movimiento piquetero se verificó en la asunción misma de Duhalde, allá por comienzos del 2002, cuando varios periodistas de derecha festejaron la presencia de los patoteros que acompañaron, frente al Congreso, la llegada al podio presidencial del Hombre de Buenos Aires. Se los oyó destacar, con alivio, que por fin un político del establishment mostraba capacidad de movilizar masas capaz de disputar la calle. Pero el más significativo intento de desarme, bajo el gobierno duhaldista, fue el episodio de Puente Pueyrredón, cuyo fracaso dió paso a las elecciones que consagraron a Kirchner. Las elecciones mismas se constituyeron en un formidable instrumento de desarme moral del movimiento, no sólo por las fracturas que provocó en su interior (con la conversión oficialista del MTD Aníbal Verón, Madres de Plaza de Mayo y Barrios de Pie), sino por las ilusiones que recreó en la pequeña burguesía, hasta ese momento una aliada importantísima, fenómeno que está en la base de la decadencia de las asambleas populares. Un paso más adelante fue la amenaza de someter a proceso judicial a los compañeros que bloquearon el Ministerio de Trabajo y de crear una brigada anti-piquetera, que quedó en la congeladora luego de la movilización que los anuncios provocaron. Las últimas declaraciones de la familia Duhalde se encuadran en el proceso neuquino y la maniobra de pagar los subsidios con tarjeta electrónica, con la ilusión de destruir lo que imaginan que se estructura simplemente al modo punteril que ellos conocen (y aplican) tan bien en su provincia.

¿Por qué es un problema el control de los piqueteros “duros”? Porque Kirchner está obligado a jugar con un fuego que amenaza con extenderse. Está obligado porque su base política, de la que depende la continuidad del reflujo del proceso iniciado en diciembre de 2001, se nutre de la expropiación de las demandas del Argentinazo. Kirchner sólo ha podido construir su (aparente) poder político, manteniendo alta su imagen en las encuestas. Para hacerlo, tiene que tomar las demandas populares y darles alguna satisfacción, aunque más no sea simbólica. Pero tarde o temprano, la política que aplica y los compromisos que sostiene con la gran burguesía nacional y extranjera, lo llevan a tomar decisiones que lentamente arrastran a sectores enteros a la acción, por ahora con la supuesta anuencia gubernamental. Es así que vemos a los obreros ocupados, hasta ahora más o menos pasivos, salir a la calle en nombre de una recomposición salarial que la devaluación y la inflación hacen obligada. Es el comienzo de la incorporación al mundo piquetero de la masa de los obreros ocupados. Y ese es el temor mayor: que las organizaciones dominadas por la burocracia no puedan contener ese proceso inevitable. De allí la demanda de funcionarios y cagatintas oficiales de que los sindicatos no se dejen “ganar la calle”. De allí las presiones para la reunificación de la CGT. Se trata de un proceso incipiente, muy incipiente, pero que no hará más que crecer durante el 2004. Es ese mismo proceso el que va a desafiar a las organizaciones piqueteras y a su capacidad de organización y desarrollo político: una VI Asamblea Nacional debe preparar el asalto piquetero a los principales sindicatos, el gran objetivo político a conquistar. Algunos señalarán que esta evaluación se apoya en los fantasmas de la burguesía, fantasmas que carecen de dimensión real. Puede ser. Lo que no obsta para que ya se puedan escuchar, por toda la República, algunos ruidos de rotas cadenas. Que, se sabe, son cosas que los fantasmas suelen arrastrar.

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