La última semana en la tele, la radio y los diarios la atención estuvo puesta en Latinoamérica. Más que nada, en la situación que se estaba viviendo en Bolivia con la Jeanine Añez presa tras el supuesto golpe de Estado, y en Brasil a partir de la noticia de la anulación de las causas de Lula da Silva. Como ya lo explicamos en varias oportunidades, lo que ambos países sucedió estuvo lejos de ser resultado del golpismo. En realidad, explicábamos, se trataba de crisis políticas muy profundas.
Lejos de resolver esa crisis, los dos episodios de la semana pasada son parte de una nueva vuelta de tuerca de la crisis política. A Añez la apresan por una cuestión simbólica. La idea de que ella comandó un golpe de Estado es un disparate. El poder le cayó en la mano porque no había nadie para hacerse cargo, ni siquiera los del Movimiento al Socialismo (MAS) que seguían en la orden de sucesión. Y claro, ella lo aprovechó. Pero, acá la cuestión está en no dejar que nos engatusen diciéndonos que esta mujer es el demonio y Evo un ángel. Lo que se está buscando en el fondo es producir hechos políticos debido a que el gobierno de Arce va en el sentido contrario al de sus votantes y porque el propio Evo Morales encuentra su poder muy deteriorado. Todos ellos pertenecen a la misma clase, la burguesía, y deberían estar todos presos por delincuentes, ajustadores y represores.
En el caso de Brasil, la crisis es muy fuerte. No por nada reaparece Lula en la escena. Su regreso se entiende de dos formas. Por un lado, como la conveniencia de Bolsonaro que necesita a su Cristina, es decir, a un rival para polarizar. Y por el otro, como un intento de golpe de Estado por el actual presidente brasileño. Porque claro, esta es la década de los golpes de estado y a todo se lo interpreta de esta única forma. Pero, si prestamos atención, en realidad lo que estamos viendo es un conjunto de regímenes políticos que están todos atravesados por la misma crisis. Como todos ellos pertenecen a la misma clase, más o menos, se hamacan de la misma manera.
En el caso de la Argentina, la crisis política se ve claramente en la tensión interna del Frente de Todos. Que esta coalición se divida o se mantenga junta antes de las elecciones depende de dos cosas: por un lado, la evolución de la economía y, por el otro, el progreso de la vacunación. Si la vacunación no avanza y la economía no levanta, en octubre se viene una catástrofe electoral para el gobierno de los Fernández.
Frente a este escenario, lo que está claro es que en medio de la crisis hay una tendencia a la cristinización definitiva del gobierno, que puede darse con Alberto o sin él. Es probable que esto dependa de la magnitud de la crisis. La presencia de Alberto molesta por su inutilidad, no porque sea un rebelde que se oponga a todo. El actual presidente puede pasar a la historia como un De la Rúa más, un traidor a Cristina y un inútil. Sin una fuerza para resistir esta avanzada, el proceso está encaminado y va a depender del monitor de la infección. Es decir, si siguen subiendo casos, si aparece la cepa brasileña y si en abril se vuelve a cerrar todo. Si esto sucede, no va a haber dólar de la soja que lo salve.
En Brasil, en Bolivia y en Argentina nosotros, los trabajadores, tenemos que organizarnos y actuar de manera unificada para profundizar esa crisis política llevando adelante una salida obrera y socialista.