Por Fabián Harari – A esta altura de la historia, no parece un descubrimiento de peso afirmar que el capitalismo mata. Mata todos los días y a toda hora. Basta prender cualquier noticiero, de cualquier país del mundo, para enterarse. Mientras se escriben estas líneas, 68 iraquíes son asesinados por el ejército estadounidense. Una infinidad de niños, aquí mismo, son empujados al hambre, a la enfermedad y a la muerte prematura. También están los premeditados por funcionarios estatales: desde que Kirchner asumió, se cuentan 635 casos de “gatillo fácil”. Un muerto (obrero, claro) cada dos días. ¿Cuál es, entonces, la característica distintiva del asesinato de Carlos Fuentealba? Se trata nada menos que de un trabajador muerto a manos del estado, en el marco de un enfrentamiento social. Fuentealba era, además, un dirigente. Es decir, condensaba y organizaba una serie de voluntades a través de su persona. Las fuerzas del régimen lo ultiman en un contexto en el que estaba defendiendo los intereses de su clase (mejores condiciones de vida), contra los de su enemiga (incremento de la explotación). En estas ocasiones, aquello que no parece visible (el antagonismo de clases) se presenta con toda su virulencia.
Los enfrentamientos que recorren al país (Neuquén, Santa Cruz, Salta, La Rioja y Tierra del Fuego) constituyen una expresión del progresivo agotamiento de la salida bonapartista en Argentina. Ya señalamos, en varias oportunidades, en qué consiste el carácter del gobierno kirchnerista: un bonapartismo de tímido reformismo, en el contexto de un reflujo relativo profundo. Es decir, la burguesía en retroceso logró, a mediados del 2002, “congelar” el desarrollo de la lucha de clases, para retomar la iniciativa. No obstante, un desarrollo “detenido” no implica la paralización total de los contendientes. Un reflujo relativo constituye, más bien, una tregua. En ella, se evita el enfrentamiento abierto pero ambos contendientes aprovechan la pausa para disciplinar su tropa, reponer sus armas, ocupar posiciones, establecer lazos con el territorio y desplazarse hacia flancos mejor ubicados. Es decir, las fuerzas se mueven. Aquél que haya logrado un mejor aprestamiento, será el que tenga mejores posibilidades de triunfar. Lo que está sucediendo en la Argentina es que esa tregua no parece haber podido cumplir, por ahora, con el cometido imaginado por quienes la forjaron. Y, para colmo, amenaza con durar menos de lo que se esperaba. Entonces, ese escenario “congelado” va perdiendo, lentamente, su razón de ser.
Como remarcamos en diciembre de 2006, Kirchner intenta mantener las tendencias de la economía en un “freezer”. Es decir, no ha profundizado las tareas que le impone su clase: la devaluación del salario, el aumento de las tarifas y los precios en general y una mayor concentración del capital, con la consiguiente expropiación de la pequeño burguesía. Sin embargo, tarde o temprano, la realidad de la economía hará sentir su peso. La administración K apuesta a llegar a octubre sin ningún cimbronazo. Pero sabe que luego de las elecciones deberá poner en marcha aquello que postergó apelando a las circunstancias excepcionales: la inflación, por ejemplo. Así, el gobierno comenzó a cerrar acuerdos que le permitan mantener las variables ajustadas y a las distintas organizaciones disciplinadas. Los llamados “acuerdos de precios” son una parte del asunto. La otra es el impulso de siete paritarias que abarcan los gremios de camioneros, taxistas, porteros, textiles, estatales de UPCN y bancarios. En estos días, estarán firmando la UOCRA y la UOM. En conjunto, suman, aproximadamente, dos millones de trabajadores. Faltan aún los sindicatos más conflictivos como los ferroviarios, subtes y telefónicos. Antes aún de que se inicien las negociaciones, el Ministerio de Trabajo decretó la conciliación obligatoria, previendo inevitables choques. Más allá de la actitud que puedan llegar a tomar estos últimos gremios, debe admitirse que el gobierno parece mantener la adhesión de una fracción mayoritaria de la clase obrera, enmarcada en la CGT. La burguesía, entonces, actúa durante la tregua buscando inclinar la balanza.
La clase obrera, por su parte, también ha comenzado a tomar posiciones. Por estos días, la fracción que sostiene las acciones más importantes y que amenaza con tomar la ofensiva, se encuentra en unos sectores minoritarios (docentes, estatales) y en zonas geográficamente periféricas (Patagonia, Salta). Sin embargo, su importancia cualitativa es mayor a su número y ubicación en la estructura productiva. En primer lugar, porque esta fracción se comporta más dinámicamente, protagonizando desde puebladas hasta renuncias de gobernadores. Esos resultados trascienden el marco provincial y, en algunos casos, el enfrentamiento se efectúa directamente con el Estado nacional, como en Santa Cruz. En segundo lugar, porque retoman el curso de la acción directa y ponen en crisis a las direcciones burguesas de la clase (CTA, CGT y partidos del régimen). En tercer lugar, esta fracción tiene una irradiación propia: ha logrado incluirse en la agenda política nada menos que en un año electoral. En cuarto lugar, porque los docentes son la fracción más preparada intelectualmente de la clase y portan, además, todo el respeto de las familias obreras. Constituyen, por tanto, un importante manantial de dirigentes. En otras épocas, los docentes tenían una composición burguesa o pequeño burguesa. Son, sin duda, la mejor incorporación que hizo el proletariado argentino en los últimos 30 años. Muchos de los nuevos contingentes se nutrieron de obreros que provenían de otras ramas. Ese fue el caso de Carlos Fuentealba, que tras un tenaz esfuerzo cambió la cal y el balde por los libros y la tiza. Se trata de un elemento de superioridad moral muy profunda: una clase que se ha elevado sobre sí misma.
Como se ve, el camino es difícil y los escenarios de lucha múltiples. La marcha de las fuerzas de la revolución debe respetar todos los tramos del trayecto y no amilanarse ante los obstáculos. Hay piedra porque hay camino. En todos lados. En junio, en la Ciudad de Buenos Aires se abre una nueva escaramuza. No asistir es negarse a la batalla. En su trayecto, las fuerzas revolucionarias deben presentar batalla allí donde se requiera. No van faltar organizaciones que llamen a entregarse, levantando la bandera (y el voto) en blanco. La contracara miserable es el pasaje (¡otro más!) de organizaciones que estuvieron en la lucha (como el Partido Comunista) al bando del enemigo. La tarea es intervenir en defensa del programa que supo dar la Asamblea Nacional de Trabajadores y que rebrota en las rutas del sur. Llamamos a votar, entonces, a quien, de los contendientes, se ha comportado hasta el momento como su mejor defensor. Nos referimos al Partido Obrero.