Pereza y vanidad

en El Aromo n° 41

Silvina Pascucci

Grupo de Investigación de la Clase Obrera – CEICS

 

La actividad intelectual es un trabajo como cualquier otro. Exige dedicación, paciencia, rigurosidad y sobre todo, responsabilidad a la hora de lo que se va a comunicar. Existe, no obstante, todo un campo que parece haber hecho de la ignorancia un estandarte. Se destacan, en este tipo de posiciones, organizaciones vinculadas al autonomismo y al populismo. Así, viejas interpretaciones sobre el mundo que se han mostrado ya inadecuadas, suelen volver, anunciadas como propuestas “nuevas” y “alternativas”, en boca del cándido “innovador”. La responsabilidad intelectual, amén del problema de género y el autonomismo, termina resultando la principal cuestión a debatir en el trabajo de Sonia Villella, De la olla al piquete. Mujeres organizadas del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD). 1 La autora, Licenciada en Comunicación de la UBA, relata la experiencia de un grupo de desocupados del sur bonaerense, organizados en el MTD Almirante Brown. Como ella misma aclara, su libro “no intenta inducir certezas” (p.11). Más bien, nos pide a sus lectores “colegas de las Ciencias Sociales”, que no busquemos allí “claros marcos teóricos ni siquiera respuestas contundentes” (p.16). Asombrosamente, la autora solicita a sus propios compañeros del barrio: “Permíteme mostrarte en mi deformada visión”. Frase poco sincera. Si en realidad creyera tal cosa, no habría editado un libro.

Obrera y mujer

Desde el subtítulo, la autora parece haber privilegiado un acercamiento de género al problema de la organización política de la fracción desocupada de la clase obrera. No obstante, a lo largo de las páginas, el análisis de género parece diluirse hasta que, hacia el final del libro, la propia autora termina por rechazar dicha perspectiva. De una manera algo confusa y contradictoria, la autora argumenta que prefiere hablar de la lucha de clases, en donde hombres y mujeres se igualan. Aunque advierte no estar “minimizando las postergaciones históricas que sufre la mujer” (p. 139)2 , asegura que no tuvo en cuenta ni siquiera los debates sobre género organizados por las propias compañeras del MTD. Confiesa que cuando le preguntaron sobre la perspectiva de género que tendría su libro, ella “no sabía que responder”. Esta confesión de la propia ignorancia constituye una falta de respeto a sus propias compañeras, quienes se tomaron el trabajo de debatir la cuestión. Las dificultades de Villella para abordar la cuestión radican en que no puede jerarquizar las determinaciones de la vida real. No cabe duda de que la dimensión que determina la vida es la de clase. Como la gran mayoría de la humanidad, los protagonistas del libro son parte de la clase obrera, ya que sólo poseen su fuerza de trabajo para vender y reproducirse. Son, además, desocupados que engrosan las filas de la sobrepoblación relativa, como consecuencia del desarrollo capitalista y del crecimiento permanente del desempleo. Como consecuencia, el hambre, la falta de salud, la discriminación, la represión policial y otras condenas cotidianas están presentes en la vida de esta gente. Pero existe una fracción de esta clase que tiene una peculiaridad: está compuesta por mujeres. Ellas sufren como cualquier obrero. No obstante, son objetos de ciertas opresiones de las que no participan los hombres. Es más, se trata de una opresión que es ejercida también por sus propios compañeros proletarios. La violencia familiar, la naturalización de tareas femeninas (siempre ellas cuidan a los hijos, dan de comer, atienden a sus familias), las dificultades materiales de las mujeres para dedicarse a tareas políticas, son problemas dignos no sólo de mención sino de profundos análisis. Omitir las contradicciones que no corresponden a la clase es propio de un economicismo vulgar y una falta de respeto a millones de mujeres maltratadas en el país. Villella, al eliminar contradicciones que no son estrictamente de clase, comete un error que, curiosamente, los autonomistas adjudican gratuitamente a los marxistas ortodoxos. En 200 años, el marxismo ha tenido una prolífica producción sobre las contradicciones de clase y las secundarias. Conviene comenzar, si uno está interesado por el tema, con un texto clásico La cuestión judía, del mismo Marx.3 Se ha escrito, en definitiva, una gran cantidad de trabajos. Tanto El Aromo como el CEICS han tomado esta tarea en más de una oportunidad.4 Sin embargo, Villella decide no “hacer énfasis en ellos” porque cree que “materiales que apuntalen estos aspectos [los de género] hay demasiados”… La afirmación acerca de la inexistencia de un problema de género no parece ser un obstáculo para que la autora exponga sus nociones sobre la maternidad. En referencia a la cantidad de hijos y a las dificultades de los embarazos y partos de las mujeres obreras, Villella critica las recriminaciones de la “clase media” que “prejuzgan un certero ‘por qué seguirán trayendo al mundo más bocas para alimentar’” (p. 67). La defensa de la autora contra estas afirmaciones despectivas hace hincapié en que se le estaría negando a las obreras el acceso a la “bendición” de la maternidad. De su relato se desprende una glorificación de la maternidad a toda costa. Tres, cuatro y hasta seis hijos no parecen ser un problema, porque estas madres, desde la pluma de Villella, están siempre dispuestas a tenerlos. ¿Tendrían más hijos si contaran con pastillas gratis y de fácil acceso? ¿Seguirían atravesando “nueve meses de trabajo tejiendo sueños” (p. 67), bajo cualquier circunstancia? El libro no hace referencia a estas cuestiones. Como cualquier construcción ideológica, el comentario típico de cualquier señora de Puerto Madero deforma los hechos, pero tiene algún grado de realidad. El problema es que Villella no entiende cuál es el problema. La frase criticada presenta un problema real: para las mujeres obreras un hijo no siempre es “una bendición”. Para una obrera, en particular en las capas más sumergidas, implica la angustia de saber que no tiene garantías de poder darle condiciones dignas; implica, también, tener que trabajar más horas (y no poder ocuparse de sus otros hijos) y, en muchos casos, el despido. Todo esto sin contar que tal vez estuviera en camino de algún otro proyecto de desarrollo personal que deberá ser abandonado gracias a la “bendición”. Los peligros se agigantan, claro está, si está sola. En conclusión: la frase criticada hace una descripción correcta: cuanto más se desciende en la escala social, menos agradable es ser madre. El aspecto falso de la frase está en la explicación del fenómeno: la decisión “errada”, pero individual y “libre”, de cada mujer. Villella no acierta a criticarlo correctamente porque coincide con esta afirmación, sólo que invierte el signo. Pero no es cierto que la maternidad sea siempre el resultado de la libre elección de las mujeres. En efecto, la ignorancia respecto de métodos anticonceptivos, la falta de recursos, la ilegalidad del aborto, la presión de los maridos y la naturalización de la maternidad, complotan de un modo agresivo contra la vida de las mujeres obreras, en muchos casos adolescentes, que no pueden planificar libremente cuándo, cómo y en qué condiciones tener hijos.5 Sobre este problema también hay bastante escrito. Es más, la posición de Villella ya fue expuesta, con la seriedad del caso, por varias autoras que provienen del feminismo radical de la diferencia, es decir del feminismo burgués, entre ellas Shulamith Firestone y Kate Millet. Se trata de trabajos accesibles y de referencia obligatoria.6

Del piquete al reformismo

Como decíamos en la introducción, el libro, expresa un programa. A diferencia de la izquierda “tradicional” que lo hace conciente y explícito, el autonomismo pontifica que no expresa programa alguno. Aquí es donde empezamos a discutir nuevamente con Villella, cuyo objetivo es “un poco menos ambicioso que la idea de una revolución (…) Es más encuentro que modificación. Y porque es encuentro social, modifica.” (p. 24) Detrás de esta fraseología seudo poética se esconde un programa político que abandona la revolución como salida en pos de un programa ya superado incluso por el reformismo. Villella cree que entrar a los barrios del MTD “es traspasar una clara barrera hacia otro mundo, uno donde las reglas del consumo y el capital hubieran perdido su sentido” (p. 24). El problema del hambre no es una cuestión técnica. No faltan hornos ni campos para producirlo. Es más, el pan sobra. Basta pararse en cualquier panadería para ver cómo se tira, o se da en caridad, el sobrante que no pudo venderse. El problema es social: una clase detenta los medios con los que se produce dicho bien. En el polo opuesto, millones de personas, sin medios para producir o sustentarse, no pueden acceder a la riqueza social acumulada por su propio trabajo. Eso se llama explotación. Es un fenómeno social que atraviesa la sociedad mundial y de la que no se escapa con cooperativas autogestionarias que simplemente reproducen en su interior la miseria y la explotación.7 Lo que corresponde, entonces, es expropiar los medios de producción y reconstruir el conjunto de la vida social. De nada sirve, más allá de alguna mejora individual de corto plazo, encerrarse en el barrio y, menos aún, embellecer esa retirada de la lucha política.

De miseria virtud

Ese asistencialismo que se dio en llamar “autonomismo” ha demostrado ya su utilidad: no ha conseguido construir ningún arma eficiente en manos de los trabajadores. En algunos casos han devenido en organizaciones sin mayor peso y, en la mayoría de las ocasiones, en la integración al Estado a cambio de un subsidio. Puertas adentro, en sus barrios, sus formas organizativas parecen no coincidir con su predicamento. Villella parece estar obsesionada con el horizontalismo. A diferencia de los dirigentes de los “aparatos” de izquierda, que “ordenan verticalmente”, destrozando las “individualidades”, los autonomistas actúan “como uno más” y no intentan imponerse. Nuevamente, detrás de estas frases se esconde una manipulación deshonesta de los compañeros por parte de los dirigentes. Una de las historias relatadas lo deja bien en claro: en una reunión donde varias mujeres se quejan ante el referente por una compañera que no colabora con las tareas, le preguntan qué hacer ante esta situación. El militante no responde, sólo “reinstala la duda” y “repite la fórmula de la autonomía” (p. 59). Las mujeres, según retrata el libro, se impacientan, protestan, proponen expulsarla porque ya hablaron varias veces con ella y no ha cambiado su actitud. Pero el dirigente vuelve a insistir en que “entre todos tienen que encontrar una solución”. Villella asegura que “ninguna queda convencida”, pero finalmente aceptan que intentarán, una vez más, hablar con ella. En realidad, lo que la historia expresa es que frente al justo reclamo de las compañeras que buscan una respuesta al problema (y que incluso tienen una, la expulsión) deben aceptar, aunque no convencidas, que no se tomara decisión alguna. No hubo discusión abierta, no hubo contraposición de argumentos y, mucho menos, votación. Hubo sólo silencios, imposiciones encubiertas, que ocultan una estructura organizativa que reserva las decisiones políticas en un núcleo reducido. Muy lejos del horizontalismo, estos mecanismos son necesarios para funciones en extremo manipulativas. Aquí, por ejemplo, son utilizados para silenciar una correcta posición de la mayoría. Esta imagen contrasta con los congresos partidarios de la izquierda, donde se discute absolutamente todo y se acata el mandato de la mayoría. A diferencia de lo que cree el espontaneísmo, la ausencia de un riguroso trabajo intelectual no deviene en la ausencia de “contaminación”, sino en la reproducción de las ideas del enemigo. Sorprende el grado de pereza intelectual de una militante que se opone al capitalismo. La sincronizada percusión de teclas y la formación de palabras en una pantalla no constituyen sino un aspecto técnico, muy menor, de la actividad intelectual. En algún momento, se debería tomar nota de ello.

Notas

1 Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 2007.

2 Todas las citas de este acápite, menos las que se aclaran en el texto, corresponden a la página 139.

3 Puede verse una crítica general a este economicismo con respecto a la cuestión de género en Sartelli, Eduardo: La Cajita Infeliz, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2006, cap. VIII.

4 Véase por ejemplo: López Rodríguez, Rosana: “Miserias del feminismo académico”, en El Aromo, Año IV, nº 27, abril de 2006 y de la misma autora: “El silencio de la mujer anarquista”, en Razón y Revolución nº 13, 2004.

5 Véase López Rodríguez, Rosana: “Maternidad y barbarie”, en El Aromo, Año II, nº 17, Diciembre de 2004.

6 Firestone, Shulamith: La dialéctica del sexo. En defensa de la revolución feminista, Editorial Kairós, Barcelona, 1976; Millet, Kate: Política Sexual, Editorial Cátedra, Madrid, 1995.

7 Ya hemos hablado de esto a propósito de las cooperativas textiles en varias ediciones de El Aromo. Véase www.razonyrevolucion.org

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