Nadia Bustos
Grupo de Análisis Internacional – CEICS
Brasil, España e Italia están viviendo una especie de período previo a lo que vivió Argentina antes del 2001: un descontento generalizado con el personal político burgués, pero sin una alternativa por parte de la clase obrera. En estos países, el avance de la crisis amenaza con llevarse puesto todo el sistema político.
Parecía que todo el problema de Europa era Gran Bretaña y el Brexit. Sin embargo, hoy todas las miradas están puestas en España e Italia. Allí la crisis política, que parecía haber sido superada, luego de la ola de “indignados” y “precarios” a comienzos de la década, ahora ha vuelto y amenaza con llevarse puesto todo el sistema político.
A pesar de los problemas de fondo, la izquierda no ha logrado intervenir con una política independiente. En el caso de las organizaciones argentinas, la desorientación y el reformismo parecen no tener fin. Después de haber denunciado un “golpe” en Brasil porque el parlamento destituyó a un presidente corrupto (Dilma) y la Justicia puso preso a otro (Lula), para el caso español de idénticas características, no revista mayor preocupación. Para el PTS, el problema español reside en que el gobierno de Sánchez no respetará la “plurinacionalidad” y el derecho de autodeterminación, porque en última instancia, apunta hacia una restauración del régimen del 78.1 O sea, España está más atrasada que Bolivia, que ya realizó su independencia política. Pero es aún más triste lo del PO, que a la fecha (3 de junio), no ha dicho absolutamente nada, salvo un twit de Altamira, en donde explica que en España no ha habido ningún cambio de gobierno porque sigue gobernando el rey…2
¡Olé!
En España, conflicto comenzó con los escándalos de corrupción. Rajoy y el Partido Popular (PP) venían negando la existencia de coimas o de una caja paralela dentro del partido. Apostaban a que la causa por el caso Gürtel no avance. Se trata de una investigación que involucra a muchos miembros del PP por entregar a empresarios excepciones a los códigos urbanísticos y medioambientales a cambio de coimas, y de esta manera, llevar adelante emprendimientos inmobiliarios. El líder de la trama era Francisco Correa, empresario ligado desde hace mucho tiempo al PP. La semana pasada, la justicia española cuestionó la credibilidad del presidente luego de prestar declaración.
El voto de censura a Rajoy no es un rayo en el cielo sereno. La presidencia arrancó con varios problemas, el primero, vinculado a la dificultad de formar gobierno. Luego de dos intentos fallidos y dos días antes de que llegue la fecha límite para llamar a elecciones por tercera vez, Rajoy logró un acuerdo. Para ello fue fundamental el apoyo de Ciudadanos, Coalición Canaria y la abstención del PSOE.
A los pocos meses, se dio a conocer un nuevo escándalo de corrupción: el Caso Lezo, que involucraba al ex presidente de la comunidad de Madrid, Ignacio González, por el pago de sobreprecios para el desvío de fondos hacia cajas particulares de miembros del PP.
Con el avance de las causas, el fantasma de la moción de censura comenzó a correr por el parlamento. Podemos hizo un intento el año pasado, pero no consiguió los votos suficientes y fue rechazado por el 76% de los diputados.
Sánchez y una fracción de la burguesía española se adelantaron a una crisis mayor. Entre ellos estaba Podemos, ERC, PdeCat, PNV, Compromís, Eh Bildu y Nueva Canaria. Sánchez negoció con los vascos mantener el presupuesto 2018 tal cual estaba a la vez que prometió dialogar con el independentismo catalán y establecer relaciones con el presidente Joaquín Torra. Así logró aprobar la moción de censura.
La propuesta de Sánchez aparece en un momento en que la crisis política estaba profundizándose. Por un lado, con el aumento de movilizaciones y reclamos, fundamentalmente de los trabajadores del transporte de ómnibus, ferroviarios, controladores aéreos, pilotos, tripulantes de cabina, metal asturiano, Amazon, H&M. A ellos hay que sumar las marchas durante mayo por la derogación del sistema de pensiones establecido en 2011 y 2013, por el aumento del presupuesto educativo, contra la sentencia de la manada y el fin de la precariedad. A pesar de que muchas de estas movilizaciones estuvieron encabezadas por la UGT y la CCOO, es todo un síntoma que el descontento social va en aumento.
Lo que sucedió es que cayó un gobierno. A diferencia de lo que cree el PO, España no es una monarquía. El rey no es más que una figura diplomática. No puede dictar leyes, reglamentos, actos administrativos o sentencias. Su actividad está supeditada a las Cortes Generales, las cuales son elegidas por voto directo. La monarquía se financia a través de un presupuesto determinado por esas cortes, el cual permite sostener la casa real y la familia real. Es decir, no tiene poder político y cumple un rol protocolar.
El PTS también cree que el problema es la monarquía, con el agravante de que asume la existencia de múltiples naciones dentro de una misma nación. Así, el problema central pasa a ser la defensa de distintas fracciones de la burguesía nacional. El PTS no ve, que en realidad, la crisis toma la forma de oposición burguesa contra el PP.
Cuando la burguesía catalana se levantó reclamando la independencia, los partidos de izquierda les agitaron toda la campaña. Izquierda Socialista llegó hasta el punto de pedir al Congreso reconocer la “República de Cataluña”. Ahora, momento en que la crisis política ha alcanzado un punto tal que demandó la expulsión de Rajoy, ninguno se ha dignado a intervenir. Todo un síntoma de la magnitud de la desorientación.
Otra caída…
La crisis política que recorre Europa alcanzó también a Italia. Las pasadas elecciones de marzo, tenían como fin que conformar un Consejo de Ministros que acompañe al presidente Sergio Matarella, del Partido Democrático.
Los resultados, le otorgaron la victoria a la coalición de derecha conformada por la Lega Nord, Forza Italia y Frattelli d’Italia, que en total obtuvieron 37% de los sufragios, aunque hacia el interior de esta alianza se impuso con una clara mayoría la Lega Nord (17.8%) sobre Forza Italia, el partido de Berlusconi, que obtuvo el 13.9%, y Fratelli d’Italia con el 4,3 %. En segundo lugar quedó el Movimiento 5 Estrellas, del outsider Beppe Grillo, con el 32% de los votos, el PD con 18,9%, y finalmente el progresismo de Liberi e Iguali con 3.4%.3
De esta forma, la coalición de centroderecha se quedó con 263 diputados y 138 senadores, el M5E con 223 diputados y 112 senadores, el Partido Democrático con 86 diputados y 43 senadores, y Liberi e Iguali con14 diputados y 4 senadores.4
Tres conclusiones se derivan rápidamente. La primera, la caída de Berlusconi como el principal referente de la derecha italiana y el ascenso de Salvini. La segunda, pero más importante, es que los grandes ganadores fueron los partidos que representan tanto tendencias populistas como nacionalistas, como el M5E que propone un subsidio generalizado al desempleo, y la coalición de derecha comandada por Salvini, que propone la expulsión de los inmigrantes. La tercera, la caída del Partido Democrático que gobernó Italia durante los últimos cinco años. Su candidato y secretario general, Matteo Renzi, decidió renunciar a su cargo luego de la derrota.
De esta forma, por primera vez en 30 años, el PD y Berlusconi no consiguen sumar ni la mitad de los escaños, por lo que se abrió un proceso de negociación para conformar gobierno. Como bloques mayoritarios, dicha negociación debería incluir a Salvini y al M5E. Estos partidos a su vez bosquejaron un programa común, en torno al nombre del economista Paolo Savona, denominado euroescéptico por impulsar la salida del euro, al que considera una trampa alemana, y solicitarle al Banco Central Europeo la cancelación de 250.000 millones de euros de la deuda pública, así como también acordaron quitarles sanciones a Putin.
Por otra parte, buscan impulsar medidas para desarrollar el “Made in Italy”, es decir, favorecer a la burguesía italiana frente a la europea.5 Luego de más de 2 meses de negociaciones, tanto Salvini como Di Maio, líder del M5E, eligieron al ignoto jurista Giusseppe Conte como primer ministro y a Savona en Economía. A raíz del nombramiento de este último, Matarella ejerció su capacidad de veto, algo que le valió las críticas de Salvini y Di Maio, e incluso amenazaron con un proceso de impeachment. Ante este panorama, cabía la posibilidad de convocar a nuevas elecciones para septiembre u octubre, donde ambos partidos, pero sobre todo la coalición de derecha, aumentarían su caudal de votos rozando la posibilidad de formar gobierno sin necesidad de negociar.
El trasfondo de esta situación es la inseguridad de los mercados respecto a la situación italiana y al posible gobierno populista de Salvini y el M5E, con caídas en las bolsas de Milán, Paris, Londres y Madrid. A esto debe sumársele que el spread, una suerte de riesgo país que compara a Italia con Alemania, alcanzó los 320 puntos, rozando el pico histórico de 560 en 2011, cuando Berlusconi fue expulsado.6 Ante este contexto, Matarella nombró a Carlo Cotarelli, economista ex FMI como el encargado de formar un gobierno neutral y contentar a los mercados. Llegaba con la intención de impulsar un plan de austeridad, Italia posee una deuda que asciende al 132% del PBI, y de ahuyentar los fantasmas de salida del euro. Cotarelli era rechazado por Lega Nord y el M5E por su pasado como ministro ajustador del gobierno de Enrico Letta, del PD, en 2013.
Finalmente, Lega Nord y M5E consiguieron imponer un gobierno como alternativa a Cotarelli, precisamente lo que los mercados, la UE, y el propio presidente buscaban evitar. A la cabeza, volvería a quedar Conte, acompañado por Di Maio y Salvini como viceministros, al mismo tiempo que el primero ocupará la cartera de Trabajo y Desarrollo Económico, mientras que Salvini ejercerá la de ministro del Interior. Savona por su parte se quedó con el Ministerio de Asuntos Europeos mientras que la cartera de Economía quedará en manos Giovanni Tria, crítico del euro aunque no propone, por lo menos por ahora, una salida inmediata. De no mediar ningún nuevo episodio en la crisis italiana, este nuevo consejo se someterá a la confianza del parlamento.
De esta forma, Italia muestra localmente un fenómeno más amplio. Esto se expresa en la caída de las estructuras políticas tradicionales, el PD, de personajes históricos, como Berlusconi, y el ascenso de políticas nacionalistas, como la salida del euro, la expulsión de inmigrantes o subsidios a los “ciudadanos italianos”.
Las próximas elecciones italianas podrían servir como una suerte de ensayo de la salida de Italia de la UE. El gobierno formado por la derecha y los “antisistema” muestran el rechazo al establishment político y económico de capas de la clase obrera, pero al igual que sucedió con el Brexit o el independentismo catalán, no son parte de la solución sino parte del problema, ya que buscan arrastrar a la clase obrera detrás de la salida nacionalista.
En el carro del enemigo
La izquierda no logra caracterizar correctamente el período porque tiene una mirada empírica y reformista de la realidad. Es decir, ve la parte por el todo, no logra comprender la tendencia mundial hacia la crisis política, hacia la ruptura de lazos que unían a la clase obrera con la clase dominante. En Brasil, llamaron a defender a un candidato “progresista” porque creyeron que se venía un Golpe de Estado. Lula tenía causas de corrupción, lavado de dinero y obstrucción a la justicia y se sometió a un proceso establecido por el propio estado burgués. Pero nada de esto importó. A Rajoy lo sacaron del cargo por mucho menos, y como era de esperarse, se tuvieron que callar.
Brasil, España e Italia están viviendo una especie de período previo a lo que vivió Argentina antes del 2001: un descontento generalizado con el personal político burgués, pero sin una alternativa por parte de la clase obrera. En estos países, el avance de la crisis amenaza con llevarse puesto todo el sistema político. La diferencia con el caso argentino, es que aquí existió el movimiento piquetero, que profundizó la crisis y permitió una experiencia política singular de las fuerzas revolucionarias. En cambio, en Europa no hay un actor independiente capaz de sacar la crisis del campo de la burguesía. Por eso, el fenómeno aparece expresado en términos de disputa inter-burguesa. Es decir, la clase dominante está progresivamente más débil políticamente y es una oportunidad para avanzar. Pero la izquierda ve el proceso inverso: un avance de la “derecha” sobre gobiernos reformistas y, por lo tanto, una consolidación del régimen y un retroceso histórico del proletariado. Incluso, en algunos lugares hablan del avance del “fascismo”, sin amenaza de revolución a la vista (véase la intervención de Guillermo Kane en el debate sobre Brasil). En ese contexto (imaginario), no quedaría otra alternativa que una política defensiva y de “resistencia”. Esa es la gran diferencia, donde hay una gran oportunidad, el trotskismo solo ve un peligro.
Con su vocación reformista (apoyo al nacionalismo, apoyo a una fracción burguesa), la izquierda se niega a intervenir y continúa perpetrando la dinámica política tal como está planteada hasta ahora. Por este motivo, lo que corresponde es levantar una consigna que no apoye a ningún personal del enemigo (¡Que se vayan todos!) y una organización política del proletariado con un programa revolucionario, que interpele a los trabajadores de todo el continente, que viven los mismos avatares, y que tenga en claro la necesidad de una perspectiva socialista, sin ninguna concesión.
2Ver https://goo.gl/vqLsMN y https://goo.gl/DpBDcc
5Sobre la crisis de la burguesía italiana, ver https://t.co/JO74eSunJZ
6La Nación, 29/05/2018