Para una política obrera de la cultura

en El Aromo nº 4

 

Por Leonardo Grande, Grupo de Investigación de la Política Cultural de la Izquierda Argentina en el CEICS

 

En 1895 Engels escribía: «Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante.»

Cualquier grupo de personas que quiera realizar sus intereses deberá contar con un personal adecuado: deberá formar sus propios especialistas o bien convencer a otros ya formados de abandonar su grupo de interés original y sumarse al nuevo. Esto es mucho más cierto cuando ese grupo necesita convencer no sólo a su propia clase sino al resto de grupos sociales existentes. Cuando eso ocurre, la clase social en cuestión comienza a construir hegemonía, a construir una fuerza social, a construir poder político. La clase obrera sabe que, llevando a la realidad sus intereses como explotados y expropiados de los medios necesarios para producir la vida, libera a la humanidad de su actual yugo. Para lograrlo debe disputar a la burguesía su lugar de organizadora de las relaciones sociales y pasar a dirigir ella misma la realidad. Para llegar al poder el proletariado deberá dirigir y representar los intereses de todos aquellos que se oponen a la burguesía. Su principal problema consiste en una dificultad estructural para formar sus cuadros, sus intelectuales, aquellos especialistas que colaboren en su organización y educación, que propagandicen sus objetivos y ganen a su programa los aliados necesarios. Para toda clase el problema de la construcción de su poder político -hegemonía sobre otros grupos- implica resolver el problema de los cuadros políticos necesarios. Para la clase más explotada el problema es más difícil que para el resto. Pero no imposible.

La construcción de una política cultural para la clase obrera fue la tarea más importante de Héctor P. Agosti (1911-1984), dirigente central del Partido Comunista Argentino desde los años ´20 y uno de los intelectuales más trascendentes de la cultura argentina en general. Su pensamiento está expresado esencialmente en el libro Para una política de la cultura, (Eds. Medio Siglo, 1969), que recopila los informes sobre el problema cultural-intelectual del PCA redactados por Agosti como dirigente de dicho frente entre 1956 y 1967. Dicha estrategia se fundamenta en la experiencia concentrada en Lenin y Gramsci (Agosti fue el «introductor» del autor italiano en la lengua castellana y en la política argentina). Sus aciertos radican en la voluntad de poder, de dirección, que expresa el PC como partido obrero. Se centra en la necesidad de propagar el marxismo como método científico. Difundir y producir conocimiento científico sobre la realidad argentina que sirva para modificarla. Darse una formación de cuadros propios (intelectuales comunistas) en la técnica, la filosofía, las ciencias sociales, el arte, la medicina, etc. para que desarrollen ese programa y para que atraigan, cada uno en su especialidad, a sus colegas. Todo con la mira puesta en atraer a otros grupos sociales a la construcción de un poder obrero que transforme (revolucione) las relaciones sociales existentes. Su política va dirigida al desarrollo material y consciente de la clase obrera y al desarrollo de las alianzas que le permitan dirigir la fuerza social que necesita para derrocar a su enemigo.

Agosti recalca que el desarrollo cultural necesita de un desarrollo material: ninguna clase se educa si no come y no tiene salud. Y ninguna clase toma conciencia de la necesidad de luchar para comer y vivir si no se educa. Por eso la política cultural nunca debe ser vista como un problema «en las nubes». La batalla de las ideas es la batalla política que hay que dar para construir poder material. Por eso Agosti llama a la conquista de la escuela primaria y secundaria: el medio de formación ideológica de masas más importante que el proletariado tiene a mano debido al origen social de sus comunicadores, los docentes. Por eso su política se dirige a ganar las academias y universidades: los centros de formación de intelectuales, de especialistas en la organización de los diferentes campos de la realidad. En síntesis, Agosti intenta ganar para el programa obrero que representa, a fracciones de la pequeño burguesía y de la burguesía que en ese momento histórico son permeables a los intereses obreros (recuérdese que hablamos de la crisis social vivida desde 1955 a 1969, el caldo de cultivo de la situación revolucionaria posterior). Para lograrlo llama a la encarnación del marxismo en la explicación de los problemas nacionales, al trabajo conjunto con intelectuales no marxistas en frentes antiimperialistas-democráticos (frentes únicos con «compañeros de ruta») y al debate a muerte contra las explicaciones burguesas del mundo: el fascismo, el irracionalismo religioso y filosófico, el peronismo, etc. Y siempre desde la perspectiva de que todo el trabajo estipulado es dirigido por el programa elaborado y defendido por el Partido al que se pertenece. Agosti no vacila en reivindicar una ideología que comprenda las necesidades concretas de la sociedad argentina desde un ángulo científico (o sea marxista) contra los nacionalistas de izquierda y derecha e incluso contra los «vicios» de dogmatismo y sectarismo del partido al que pertenece. En su libro se leen fuertes expresiones contra los cuadros del PCA e incluso se observa una defensa del humanismo gramsciano contra las ideologías de la direción soviética del momento. Lo dicho desmitificaría la idea de que los partidos marxistas «nunca entendieron» al peronismo o lo que pasaba en el país, ese rótulo de «marcianos» que el peronismo se encargó de hacer popular. El mismo Agosti recuerda que todos los intelectuales del peronismo (más a la derecha o a la izquierda) se formaron con la literatura del PC desde los años ‘20. Y tampoco deja de pelarse con aquellos «humanistas» de la pequeño burguesía «democrática» que se niegan a militar en un partido marxista o en el movimiento peronista y que justifican su inserción como elenco estable del Estado Burgués desde el existencialismo sartreano de moda en los años ’50 y ’60 (cuyo símbolo fue la revista Contorno).

Los errores de la política del Partido Comunista no deben ser olvidados. Los errores de la dirección estalinista y su traición a los intereses de la clase obrera han dejado pruebas en todo el mundo desde los años treinta. En la política cultural de Agosti habrá varios también. La caracterización errónea de Argentina como un país feudal que debía desarrollar el capitalismo democráticamente en esa etapa (caracterización sostenida aún hoy) llevó al dogmatismo de construir un conocimiento del pasado y presente que justificasen esa visión. La defensa del «socialismo en un sólo país» se tradujo en posiciones de conciliación con la clase enemiga lo que forzó la reivindicación constante en la obra histórica de Agosti de un nacionalismo cargado de elogios a  los supuestos orígenes republicanos, democráticos y progresistas de la burguesía argentina. En el frente intelectual, ese PC sumó más por derecha que por izquierda. Se preocupaban con igual fuerza en ganar compañeros de ruta de la intelectualidad liberal-republicana burguesa o del progresismo «comprometido» que en expulsar y perseguir los disensos internos de la juventud provocados por la lectura de Gramsci, Mao o el Che Guevara y a la franja de intelectuales y organizaciones trotskystas de esos años. La estrategia soviética consistió (en todas partes) en conciliar con la burguesía, traicionando a su clase. Sin embargo, no hay que olvidar que la política cultural del PCA de Agosti es tal vez la más importante que registra la izquierda argentina en su acervo histórico: sólo recuérdense las innumerables editoriales con la más amplias temáticas en tiradas populares o la gran cantidad de artistas populares que aún hoy se reivindican comunistas (en todo el mundo). Esa férrea voluntad de poder debe ser recuperada. Hacerlo implicaría para la clase obrera actual darse una política cultural-intelectual propia, coherente y sostenerla materialmente. Porque en el enfrentamiento ideológico se miden las fuerzas políticas de las clases (su convencimiento, su fuerza moral, su superioridad subjetiva). El movimiento piquetero revolucionario necesita una política de poder, necesita construir hegemonía, necesita entonces, una política cultural propia. Es preciso retomar de nuestro pasado aquello que mejor se ha hecho, comprenderlo e incorporarlo a nuestra lucha actual.

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