Hace unos días, UNICEF dio a conocer un informe sobre los desafíos de las políticas públicas frente a la crisis de los cuidados. Ahí se ocupaban del impacto de la pandemia en hogares con hijos sostenidos únicamente por mujeres: hogares monomarentales. Es importante y necesario analizar esto para pensar cómo afecta esta situación, que estamos viviendo a nivel mundial, a la escolaridad y escolarización de niñas, adolescentes y mujeres.
En relación al 2020, el estudio de esta organización mostraba una incidencia mayor de la pobreza: durante el primer semestre en esos hogares la pobreza era del 59% y afectaba al 68,3% de los niños, niñas y adolescentes (NNyA). Es decir, de cada 10 niñas y niños que viven en hogares sostenidos por mujeres, 7 eran pobres. Obviamente un cuadro que, casi cerrando el segundo semestre de 2021, se agravó.
A esto se le suma el hecho de que como el Estado no garantiza los recursos necesarios para sostener la educación remota, la atención y el acompañamiento educativo necesarios en pandemia fue sostenido, en 9 de cada 10 casos, por mujeres. Algo complejo si nos ponemos a pensar que, según el informe, “en alrededor del 90% de los hogares donde hay NNyA la jefa de hogar no completó el nivel secundario”.
Asimismo, el informe destaca que las mujeres jefas de hogares con NNyA sin secundario completo enfrentaron una mayor pérdida de empleo que aquellas en iguales condiciones sin NNyA a cargo. También, que la conciliación entre las responsabilidades familiares, de cuidado y el trabajo para el mercado les resultó particularmente compleja.
Si vamos a hablar de los efectos de la pandemia no olvidemos que la docencia es un trabajo altamente feminizado, con el 75% de sus trabajadoras mujeres, cifras similares a las que se observan en salud y servicios sociales (70%) y personal doméstico (94%). Sí, ellas además serán las que luego estarán a cargo del acompañamiento pedagógico.
Como si esto fuera poco, otra encuesta también de UNICEF de 2020 mostraba que el 76% de los que manifestaban no tener internet para realizar sus tareas eran mujeres. Y a ellas no sólo les afecta el acceso a este medio sino también lo que ocurre en las redes: en esa encuesta realizada a 500 estudiantes, el 100% de las mujeres dijo haber sufrido amenazas por las redes y violencia sexual, el 83% ciberbullying, el 82% discriminación. Otra cuestión que afecta a las mujeres y que está fuertemente vinculada con la deserción escolar es el embarazo adolescente, lo que favorece la desescolarización.
Por otro lado, vemos que el 32% de la población de entre 13 y 19 años trabaja en apoyo a un adulto del hogar. Uno de cada 3 comenzó a hacerlo durante el ASPO. Ahora, si se considera conjuntamente las tareas laborales y de cuidado de niñas y niños, se observa que actualmente el 20% de las y los adolescentes que realizan ambos tipos de actividades son en su mayoría mujeres.
Por fuera de estos informes de UNICEF, en materia educativa, no contamos con ningún dato publicado serio que nos permita pensar qué está pasando con la educación de más de la mitad de la humanidad: nosotras, las mujeres. ¿Cuántas niñas dejarán la escuela para ayudar en casa? ¿Cuántas lo harán porque tienen que cuidar hermanitos? ¿y las que lo harán por quedar embarazadas? ¿Y las que, a la hora de priorizar el uso de la única computadora, teléfono celular o datos móviles serán relegadas por sus hermanos varones, a quienes en el hogar los ven con más futuro?
Un análisis socialista de los problemas de la educación implica hablar de la mitad de la humanidad porque conocer qué pasa en educación por “sexo” implica tomar un indicador estadístico esencial para identificar la desigualdad entre mujeres y hombres. Si queremos detectar y actuar contra las brechas y la desigualdad por razón de sexo tenemos que tener esta información. Porque además nuestro panorama es sombrío: según el Foro Económico Mundial si antes faltaban 99 años para que varones y mujeres estén en igualdad de condiciones, la pandemia hizo que este proceso lleve 135 años. Que nos borren no reducirá la brecha, más bien lo contrario.